No hay operativo antidrogas que dure cien años ni narcoestado de la república que lo aguante. Esa paráfrasis del conocido refrán es la que dejaba rondando en la cabeza el chipocludo dispositivo de seguridad montado por el nuevo gobierno para mostrar bíceps de Latin Lover en Michoacán. Lamentablemente, numerosos escépticos (me incluyo) le atribuyeron a la medida una mera condición escenográfica, la oportunidad inmediata que el gobierno entrante se abrió para restablecer el orden en un país vulnerado hasta el coño por la delincuencia.
En su momento opiné sobre el asunto y me hice unas preguntas que reiteró no sin algo de tristeza: “¿qué tan eficaz será el operativo si pensamos que es sólo un entidad la que gozará los “beneficios” de la militarización? ¿Imaginamos siquiera las intrincadas condiciones del terreno en el que se mueven los narcazos de aquel estado? No es Michoacán precisamente una planicie, y dados los recursos que ostentan los malos del film no es remoto que tengan, como Osama Bin Laden en Afganistán, escondites inaccesibles en el monte. Por otra parte, ¿cuánto tiempo podrán estar allá los efectivos del ejército? ¿Cuántos miles más se necesitarían para Chihuahua, Nuevo León, Jalisco, Baja California, Sinaloa, Tamaulipas…?”.
Pasadas dos o tres semanas, la realidad que no se toma vacaciones comenzó a dar explícitas respuestas; una nota publicada ayer en El Universal da pormenorizada cuenta de la roja (no blanca) navidad que se despacharon en Michoacán las fuerzas del desorden. Según el cable, los narcos que seguramente se sienten agraviados aprovecharon el 25 de diciembre para dejarse caer la greña en materia de rencor. Un breve sumario de sus tropelías pinta el majestuoso fresco de la barbarie que, con o sin Operativo Aguacate, infesta a Michoacán y obliga a pensar en medidas más realistas para acabar con el, al parecer, indestructible crimen organizado.
Aunque arrancará la segunda etapa del operativo en Michoacán, es un hecho que la violencia ya está haciendo de las suyas con un grado casi infernal de perversidad. “La Procuraduría de Justicia del estado (PGJE) informó que en la ciudad de Uruapan, 120 kilómetros al occidente de Morelia, el policía auxiliar Graciano Castañeda Flores fue asesinado frente a su casa por desconocidos, quienes le dispararon con pistolas nueve milímetros y 38 súper. También en Uruapan fue ejecutado Luis Manuel Gómez Ambriz, de 25 años, de un tiro en la cabeza”, señala El Universal, y sigue con su crónica macabra: “Castañeda Flores es el segundo policía asesinado en menos de una semana en Uruapan, luego de que el viernes pasado fue acribillado a tiros otro auxiliar. En el municipio de Senguio, 139 kilómetros al oriente, fue asesinado Antonio Gómez Téllez, de 36 años, de un balazo en la espalda”.
La capital, Morelia, no se libra del horror, pues allí “mataron de varios balazos a Ramiro Delgado Arredondo, de 40 años, en la localidad de San Antonio Carupo, y en la comunidad de Tzinzimacato el Grande, de dos impactos de bala murió Miguel García Calderón, de 39 años”. Y “En Carrizalillo, municipio de Lázaro Cárdenas, fue ejecutado Margarito Cervantes Orta, de 39 años, por un pistolero que viajaba en un vehículo azul en la madrugada del lunes”.
No hay espacio aquí para meter a tantos muertos. Para lo que si hay margen es para preguntar, otra vez, si los operativos son un remedio o pura inocua pantomima.