San Paco Valdés Perezgasga, socórrenos. Danos hoy nuestra bici de cada día, ayúdanos a caminar más, a usar con mayor frecuencia el transporte colectivo, a no salir a la calle en coche nomás a comprar un medio metro de listón. Enséñanos una vez más a no depender tanto del coche para movilizarnos, dinos nuevamente cómo hacerle para que los automóviles no terminen por convertir a nuestra hermosa provincia lopezvelardeana en un valle de láminas.
Todo esto te lo pido, san Paco, santo patrono lagunero de los ambientalistas, porque he notado que en esta temporada navideña Torreón pasa sus días atestado de coches, con largas, larguísimas y deefeñas filas de vehículos en prácticamente todas sus arterias. Y si digo “en todas” por supuesto que cargo la tinta en aquellas que son ya de por sí verdaderos embudos. ¿Has visto, san Paco venerado, las colas de dragón chino que se hacen en el bulevar Independencia a la altura de Hipermart? ¿Te ha tocado esperar el semáforo por la Cobián en sus desembocaduras de los bulevares Revolución e Independencia? Esas son las arterias que más veo, las de mi rumbo, pero sé que el bulevar Revolución es una cosa criminal, que el flujo de la Diagonal Reforma es incesante, que el Paseo La Rosita va siempre embutido de coches, que en el centro hay horas en las que no cabe una calavera más.
¿Qué hemos hecho, san Paco, de nuestro lagunero valle metafísico? ¿A dónde iremos a parar en esta ciudad que alguna vez fue hervidero de biclas (un hermoso pueblo bicicletero) y hoy se ha convertido en una pequeña urbe de polvoriento y enano hierro? ¿Se le ha ocurrido a alguien, además de festejar el centenario con ricachón esnobismo, pensar en lo que será el ambiente de la ciudad en unos diez o veinte años? Sospecho con pesadumbre que no, san Paco, salvo a ti, pues los laguneros tenemos un gran ánimo para el lucro y la pachanga y estamos verdaderamente orgullosos de que en promedio las agencias de coches tengan ventas cada vez más altas, aunque año tras año arruinemos más el aire que respiramos así como ya arruinamos el agua que bebemos.
No quiero ponerme prematuramente apocalíptico, san Paco, pero como a ti, aunque sin la información maravillosa que manejas aquí y allá, me dan rabia los encerados oídos de la autoridad que jamás ha promovido una campaña razonable a favor de nuestro aire, que jamás ha difundido el uso de otras formas de transporte que no sea el coche particular, que nunca ha construido un carril (un mísero carrilito por el amor de Lance Amstrong) para los usuarios de la “bírula”, lo que en buen romance cholo significa bicicleta.
Te digo, san Paco defensor de causas al parecer perdidas, que con mis ojos llenos de calle y literatura veo que la ciudad antaño apacible se diluye y nosotros como si la marrana estuviera pariendo, es decir, como si nada, ajenos siempre a todo lo que sea comprometernos un poco, a darle en reciprocidad algo, lo que sea, una queja siquiera, una pequeña indignación, a nuestra ciudad indefensa, víctima de las puñaladas diarias que le asestamos al agua, a la tierra, al aire, a todo.
San Paco, clamo con un sincero grito de pavor en medio de la estepa: qué hacer, así sea a coscorrones publicitarios, para anular el futuro que ya nos pisa los de Aquiles y que, por lo entrevisto, por lo intuido, no pinta nada grato para cuando nuestros hijos salgan a las calles convertidos en adultos. Sea pues, y que la polución sin coto(rreo) nos agarre confesados. Amén.