El caldeadísimo proceso electoral de 2006 tendrá su cereza de pastel mañana viernes. La microscópica diferencia que le dio el “triunfo” al llamado presidente electo era, vistos los antecedentes, tan difusa que forzosamente se debió pasar a un recuento total de los votos, a un procedimiento que tornara in-cues-tio-na-ble el triunfo de quien hubiera en verdad ganado. No fue así. Fox y su maquinaria echaron montón y lo enmarranaron todo, desde el desafuero hasta el fallo en el Trife, pasando por la pillería hildebranda, los chabacanos espots y las triquiñuelas en el conteo rápido y en el distrital. Las consecuencias las estamos viendo. Tras la duda sobre su victoria, pecado original del presidente entrante, ya no habrá quinazo posible que le dé legitimidad y lo haga presidente inmaculado para todos.
La legitimidad no se obtiene, como creen algunos, con un excelente gobierno. La razón es simple: el excelente gobierno, si se diera, ocurriría después de latrocinio electoral. De qué sirve saber que el michoacano jamás se ensuciará las manos durante su gobierno si ya las lleva sucias, manchadas con la sospecha de fraude en tiempos en los que, se suponía, ya habíamos rebasado esa era del hielo electoral.
Uno de los dislates más frecuentes contra los opositores al usurpadorismo es que el Frente ha perdido en las encuestas un porcentaje importante de apoyo debido a los conflictos poselectorales. Es obvio, de ahí que la afirmación sea una burrada. Si votaron quince millones a favor de la Coalición, un número importante de esos sufragios no eran “duros”, así que, dado el choque obligado de la izquierda contra el Estado defraudador, y dada la contracorriente mediática en la que ha nadado el aspirante birlado, era lógico que muchos ciudadanos no muy convencidos terminaran por repudiar la “barbarie” amarilla.
Pero lo que no se ha dicho suficientemente con ninguna servicial encuesta, en ningún medio más o menos poderoso como Televisa, es que hay una tajada amplia del pastel propejista que lejos de amilanarse, que lejos de renunciar al apoyo, se ha radicalizado más en la sospecha de que las elecciones por la presidencia fueron un Gran Embuste, y que Felipe ocupará una silla que si bien no es de otro, tampoco le pertenece cabalmente a él, pues para que eso fuera creíble se debió disolver toda, absolutamente toda la borrasca en torno a su miserable y acaso chapucera victoria de medio punto.
El entrevero del martes por la tribuna de San Lázaro no es más que una cara del México al que supuestamente ya había llegado la democracia. Pero no. El frondoso árbol del fraude no dejará de darnos sombra.