En la página 32 de su edición de ayer, La Opinión publicó una entrevista al escritor Ignacio Betancourt, quien comentó brevemente la vigencia de la obra acuñada por el poeta potosino Manuel José Othón. El tema importó en 2006 porque en este año recordamos el centenario luctuoso de quien trazó los inmortales versos del “Idilio salvaje”. En su momento, con suficientes meses de anticipación, señalé en esta columna que las autoridades de Lerdo debían organizar un homenaje mega en loor de Othón, unas jornadas culturales que rindieran el justo tributo al mejor escritor que ha residido en esa ciudad. No sé si lo hicieron (supongo que no), pues un clásico mexicano importa menos que agasajar a Manuelito Espino, presidente nacional del PAN.
¿Cómo celebrar a Othón en La Laguna?, me pregunté en varios momentos del año. La respuesta estaba frente a mí: lo celebramos en cada salida de la revista literaria Estepa del Nazas que dirige Saúl Rosales, publicación que, con dificultades económicas y todo, es uno de los mejores y más sostenidos logros del Teatro Isauro Martínez. Hace no sé cuánto publiqué estas palabras en Estepa. Nótese que Othón es en ellas un actor central (“Blanca nota en la estepa del Nazas”):
“… puedo decir casi con júbilo que los diez años de Estepa del Nazas me dan la oportunidad de recordar —de restregar— que gracias a este tipo de vehículos el trabajo literario, por fortuna, tiene un primer trampolín hacia la difusión de sus productos. Son los jóvenes escritores laguneros, como se ha visto, los primeros beneficiarios de un espacio como Estepa. Aquí, durante 37 números, contado éste, muchos escritores han visto publicadas sus primeras palabras, y ése no es un flaco servicio a la literatura lagunera si consideramos que gracias a ese simple acto, el de publicar con cierta regularidad, el joven escritor se compromete ante el lector y, si hay alguna retroalimentación, pueda vislumbrar la gradual madurez de su trabajo.
La supervivencia de Estepa no ha sido cómoda. Como ocurre siempre a las revistas culturales, y más si padece la desgracia de circular en provincia, esta revista ha tenido que torear demoras, faltas de presupuesto y comentarios exquisibárbaros pero ha sorteado todas las adversidades, creo, por tres razones:
1. Porque tiene como principal soporte a Saúl Rosales Carrillo, experimentado y tenaz editor de publicaciones literarias.
2. Porque en el Patronato del Teatro Martínez se ha impuesto la lógica y ha decidido apoyar uno de los mejores frutos de su quehacer cultural.
3. Porque no son pocos los escritores y los artistas gráficos (laguneros y foráneos) que han encontrado en estas páginas un frecuente sitio de interés, y por tanto lo defienden.
Vi nacer a Estepa en 1994. Gustoso he colaborado quizá en una docena de ejemplares; muy orgulloso de este acervo hemerográfico tengo la colección completa y, lo más importante, he visto aquí surgir a los jóvenes de toda una generación en las letras laguneras. ¿Por qué no creer que todo esto es, para nosotros, los que andamos entre libros, revistas y palabras, un motivo de alegría? Yo lo siento así. Me da gusto este décimo aniversario, y más me da cuando viene a mi mente el poema de donde se tomó el cabezal de esta revista, aquel impecable soneto de Othón donde el poeta potosino piensa en la estepa, en la terca torridez del clima, en el cuasidesierto donde, pese a todo, él vio tronar la bellota del algodón como nosotros ahora vemos tronar la bellota de estas páginas durante diez difíciles pero satisfactorios años (‘Una estepa del Nazas’): ‘¡Ni un verdecido alcor, ni una pradera! / Tan sólo miro, de mi vista enfrente, / la llanura sin fin, seca y ardiente / donde jamás reinó la primavera. // Rueda el río monótono en la austera / cuenca, sin un cantil ni una rompiente / y, al ras del horizonte, el sol poniente, / cual la boca de un horno, reverbera. // Y en esta gama gris que no abrillanta / ningún color; aquí, do el aire azota / con ígneo soplo la reseca planta, / sólo, al romper su cárcel, la bellota / en el pajizo algodonal levanta / de su cándido airón la blanca nota’.
Felicidades, Saúl, y felicidades también a todos los asiduos esteparios. Entre ellos me cuento, sin duda y muy sonriente, como uno más en ese rostro múltiple”.