Conocí
a un amigo que repetía con frecuencia esta frase: “Tuvo salida de pura sangre y
llegada de burro”. Se refería a los entusiasmos efímeros, aquellos que prometen
tragarse el mundo en un taco y al final se desinflan sin dejar un solo rastro
de su fe inicial. Esto me pasó como editor de columnistas y articulistas sobre
todo cuando tuve bajo mi responsabilidad la coordinación de un suplemento
cultural. No faltó en aquellos noventeros años que de la nada me pidiera cita
cualquier conocido o desconocido. Su idea era “colaborar”, escribir sobre
“algo”, un “algo” que podría ser cine, teatro, literatura, música, historia… Antes
de agarrar malicia, yo me emocionaba con esas propuestas, pues si algo alegra a
un editor es la disposición ajena para escribir y colaborar.
Lo
que venía inmediatamente después no requería ninguna espera, pues el potencial
columnista o articulista, tras recibir la aceptación de su propuesta,
desenfundaba el primer texto: una maravillosa colaboración de cinco
cuartillas para nutrir su flamante columna. Allí mismo se acordaban los plazos de cierre, la extensión de los textos y todo lo que fuera necesario. Para la siguiente quincena, ante la
demora, como editor debía llamar al columnista con el fin de recordarle la entrega de su
texto. Por lo común, su respuesta era que lo estaba terminando y que me lo
haría llegar en unas horas. En efecto, el texto llegaba, pero misteriosamente
ya no sumaba las tres cuartillas convenidas, sino una y media. Y en fin, así se
publicaba.
El
desenlace habitual se daba en la tercera o cuarta colaboración: el columnista
ya no respondía a las llamadas o, cuando lo hacía, de su ancha manga sacaba
argumentos ciertos o ficticios, daba igual: “Se murió mi abuelita y anduve en los trámites”, “Me salió un viaje urgente y no pude escribir”, “No encontré
tema, te lo debo para la próxima”. Así fue como obtuve la noción de los ya
mencionados "entusiasmos efímeros" de muchos columnistas en cierne, colegas que a
las dos o tres entregas notaban que una colaboración semanal o quincenal parece
nada, pero como el tiempo tiene siempre la mala costumbre de avanzar hacia
adelante y hacer que las fechas lleguen, pronto caían en la cuenta de que escribir para mantener un
espacio recurrente no era enchilar sopes. Inevitablemente, el género periodístico llamado columna supone al menos la sencilla exigencia de vislumbrar sin pausa temas en la mente y sentarse a escribir antes de los cierres de edición.
Toda
esta explicación sirve de intro al
recordatorio de que hoy, 6 de marzo de 2025, la columna Ruta Norte cumple
veinte años de ininterrumpida existencia. Nació gracias a la invitación que me
hizo Marcela Moreno, responsable editorial de Milenio Laguna, para colaborar como columnista del diario.
Acordamos el nombre, la frecuencia y las características del espacio. Yo ya
colaboraba mucho como articulista en el matutino, pero jamás había sido columnista
fijo. Acordamos que serían tres cuartillas publicadas de miércoles a domingo,
cinco entregas a la semana. Durante varios años, creo que cinco o seis, cumplí sin falla
con el propósito, pero obviamente fue agotador, desgastante. La búsqueda de
ideas terminó por obligarme a tomar una decisión: cambiar las frecuencias.
Propuse entonces dos colaboraciones a la semana, miércoles y sábados, y con
esta regularidad ya tengo cerca de quince años.
Como
se podrá advertir, no fue un entusiasmo efímero. Lo que ya sabía antes de
asumir la columna era que un espacio de esta índole no podía tener como sostén
la inspiración (si es que tal cosa existe) o el entusiasmo, sino el oficio.
Oficio para tener presente las fechas de cierre, oficio para aprovechar los
tiempos muertos en la elección de un tema, oficio para sentarse a teclear en
cualquier circunstancia, oficio para tratar siempre de urdir algo digno pese a
la premura inevitable del periodismo, oficio para no fallar ni enfermo con la colaboración. El
oficio, no el entusiasmo, es pues la base de sustentación de cualquier espacio fijo
en un diario, y sólo el tiempo dirá si el trabajo ha rendido algún fruto meritorio
o fue un esfuerzo digno de mejores causas.
A
lo largo de los veinte años que hoy se cumplen, he publicado alrededor de tres
mil textos. La mayoría trata sobre libros y asuntos literarios, medios de
comunicación, rollos de la vida cotidiana y miscelánea histórica, política,
cinematográfica y hasta deportiva. Muy al tanteo, calculo en doce mil las
cuartillas producidas, la mayoría disponibles gratuitamente en este espacio digital, recipiente
último de la columna. Sé bien que la cantidad no es sinónimo de calidad, pero
también sé que todo trabajo de escritura extenso al menos tiene el mérito de
las horas-nalga. En cuanto al blog, no lo he sobrepoblado de imágenes y menos
de videos, esto para destacar que su interés es la palabra, la austera pero indispensable
palabra. Más de un amigo me he dicho que le imprima movimiento, videos, audios (podcasts), incluso más fotos, pero les he rerspondido que creo en las palabras y creo que las palabras se defienden con palabras. Ya
otros millones de sitios ofrecen en la web abundante confeti audiovisual; yo
aquí ni siquiera he cambiado la plantilla verdiblanca con la que nació esta modesta aventura.
Me despido con agradecimiento a quienes han leído lo que comparto; les hago la promesa de seguir hasta que el cuerpo y la creatividad aguanten. También, convido el acta de nacimiento de Ruta Norte, el texto inaugural de este espacio, un texto inaugural con el que, pese a los veinte años transcurridos, coincido hasta esta fecha.
De qué escribir
¿De qué escribir cuando a uno lo invitan a escribir?, esta pregunta es la primera que debe plantearse quien asume la responsabilidad de alimentar una columna. Como así es, escribo en esta primera entrega de Ruta Norte que escribiré sobre libros y escritores, sobre medios de comunicación, sobre arte y política, sobre asuntos misceláneos con algún discreto tinte antropológico. No quiero, sin embargo, pecar de solemnidad, incurrir en un soliloquio bostezante, sino aprovechar el espacio que generosamente me convida La Opinión Milenio para campechanear ideas con el tono oscilatorio del —me atrevo a denominarlo así— “periodismo lúdico”, un periodismo que sin renunciar a su responsabilidad social y política, a su gesto militante, atreve en todo momento el chispazo desenfadado y festivo, satírico a veces, que le dé al lector la posibilidad de encontrar amable lo sacralizado y serio lo mordaz. Agradezco, pues, a La Opinión Milenio la oportunidad de colocarme en su importante alineación, el feliz chance de saltar a su cancha de papel.
Ruta
Norte sirve ahora como título de una columna que me ronda desde hace años.
Obviamente, como lo saben muy bien quienes viven en La Laguna, esas dos
palabritas las plagié de la realidad, pues forman el nombre de una línea de
camiones caracterizada por hacer sus recorridos por o hacia el norte de
Torreón. Desde que recuerdo, decir, pensar, leer “ruta norte” era para mí como
una afirmación de nuestra condición geográfica, de nuestra norteñidad, si se me permite el sufijo filosoficoide.
Por
razones de identidad y de querencia al terruño local, aunque sin chovinismos
que cierren las compuertas de mi afecto a lo foráneo, he insistido por todos
los medios a mi alcance que los laguneros debemos enfatizar nuestro orgullo por
lo propio. Como lo ha demostrado el doctor Corona Páez en sus ensayos
históricos (y ya habrá tiempo para desmenuzarlos con calma), la noción de “lo
lagunero” nos viene de muy lejos, desde tiempos de la conquista, y no
precisamente desde que se cruzaron unas vías de tren muy cerca del cerro de las
Noas.
De ahí pues Ruta Norte, una línea de
camiones, un rumbo preciso, una posición en la geografía del país, un nombre
hermoso para esta columna periodística que se lanza a recorrer las calles de La
Laguna con el único fin de repensar, a botepronto, algunas ideas. Trataré de
añadir, cuando sea posible, cualquier imagen que roce lo que aquí vaya
expresando, como ocurre en el caso de estas palabras inaugurales, lujosamente
aderezadas con una foto (“La nave de los Guerreros”) obtenida gracias a mi
asombrosa Fuji digital.
Aquí quedo, y espero que Ruta Norte sea un espacio digno de quienes quieran invertir tres minutos de su tiempo en estas líneas. Si no es así, envíe cualquier reclamación a mi Departamento de quejas instalado en la terminal de rutanortelaguna@yahoo.com.mx