sábado, agosto 30, 2025

Vertientes hacia el español









En la cafebrería La Tinta ofrecí ayer una conferencia llamada “Biografía del español”. Su propósito fue meramente divulgativo, y en un punto creí necesario mostrar ejemplos de las lenguas que han alimentado nuestro diccionario. Creo que no está de más compartir aquí el vistazo de algunas palabras en función de su origen. Me atuve a la cronología y a casos de palabras de uso todavía común. Hay, por supuesto, un montón de detalles que aquí no es viable comentar. Obviamente son apenas unas muestras, ejemplos que pueden servir para que el lector no muy enterado conozca de un jalón las vertientes que han desembocado en nuestro idioma.

Lenguas prerromanas: camino, cabaña, arroyo, alud, gusano, bruja, páramo, camisa, braga, salmón, perro, cerveza.

Griego: afonía, biblioteca, cronómetro, fotografía, dermatología.

Latín: afiliación, benefactor, capital, discordia, exhumación, filicidio, impune, introspección, justificar, magnánimo, nonato, omnívoro, perfumar, sonámbulo, transferencia, ventrílocuo, curriculum vitae, alter ego, a priori, in situ, grosso modo, rara avis, ex profeso, motu proprio, per secula seculorum, sine die, ad libitum, statu quo, sine qua non, in fraganti, ergo, modus vivendi, alma mater, ultimatum.

Germánico: guerra, espía, espuela, estribo, dardo, estaca, ganar, yelmo, Ricardo, Elvira, Adolfo, Alfonso, Gonzalo, Fernando, Eduardo, Alberto, Rodrigo, Raúl, Hilda.

Árabe: cenit, algoritmo, almanaque, alquimia, química, alcohol, azufre, aceite, ámbar, amarillo, azul, almohada, alfiler, algodón, alcachofa, aduana, alcalde, tarifa, alcantarilla, acequia, alberca, adoquín, azotea, albañil, albañal, alforja, alcahuete, almuerzo, cifra, zafiro, alfajor, alarido, algarabía, alhelí, adobe, alhaja, almacén, alfombra, asesino, azafata, arroba, ojalá, Andalucía, Guadalajara, ajedrez.

Taíno: canoa, cacique, caimán, huracán, caníbal, maní, tiburón, caoba, maíz, guayaba, Cuba, Haití

Náhuatl: chocolate, tomate, aguacate, chicle, chile, mole, papalote, totopo, tianguis, cacahuate, chilpayate, escuincle, coyote, ajolote, azquel, epazote, camote, tamal, Xóchitl, México, Tacubaya, Cuauhtémoc, nopal, ocelote, comal, molcajete, moyote, popote, chichi, achichincle, apapachar, cuate, esquite, itacate, mezcal, chayote, zapote, chapulín, pinacate, mayate, elote, ejote, guacamole, huitlacoche...

Quechua: cancha, carpa, cóndor, chacra, chala, choclo, coca, gaucho, guanaco, inca, llama, mate, ojota, palta, pampa, papa, poroto, quena, tambo, vicuña, vincha, yuyo, zapallo.

Guaraní: ananá, jaguar, mandioca, ñandú, pororó, yacaré, yarará.

Francés: amateur, ballet, chef, coñac, chofer, bulevar, corsé, menú, collage, glamur, chic, cliché, debut, naif, silueta, dossier, boutique, sommelier, champiñón, vedette, cabaret, buró, champaña, chalet, carnet, garaje, restaurante, bikini, premier, calcomanía, tour, élite, maniquí.

Italiano: piano, ópera, batuta, soprano, payaso, adagio, soneto, centinela, pizza, paparazzi, espagueti, salchicha, bancarrota, novela, caricatura.

Inglés: estándar, escáner, estrés, esmog, whisky, hotdog, home office, kit, shok, test, celebrity, mall, blue jeans, happy hour y shopping, futbol, córner, beisbol, out, golf, rugby, basquetbol, box, ring, voleibol, club, bluetooth, blog, software, mouse, chat, password, mercadotecnia, stock, thriller, primetime, celebrity, reality show, single, hobby, spoiler, boy scout, clutch, esnob.

Japonés: sushi, karate, tsunami, manga, samurai, karaoke, kimono.

Ruso: molotov, vodka.

Esquimal: iglú, kayak.

Checo: robot. 

miércoles, agosto 27, 2025

El género “comentario”


 











Alguna vez escribí sobre el “perfil”, infragénero literario originado por la emergencia de las redes sociales. Fue, obvio, una especie de guasa. Hoy quiero referirme a otro que se puede asumir con la misma zumbona actitud: el género “comentario”, texto que los usuarios añaden para opinar sobre tal o cual foto, video, meme y todo lo que infesta las redes sociales.

Esta forma de escritura, habitualmente breve, se ha convertido a veces en lo más visitado al calce de cualquier posteo. Tanto es así que con un mínimo de malicia es posible anticipar qué mensaje detonará opiniones y qué otro pasará de noche. El menú es muy variado, pero es posible trazar algunas líneas de interés: los posteos racistas, sexistas y clasistas, por ejemplo, tienen una capacidad inaudita para estimular a los usuarios, quienes en los comentarios eyectan pus que puede tener alguna utilidad antropológica, pues mediante el humor o el enojo muestran las orientaciones de la mentalidad dominante en el presente.

Traigo un caso. Cierta cuenta muestra una imagen muy realista de un supuesto neandertal. El texto sobre la imagen es breve, y no importa si es cierto o falso: “Así lucían los neandertales 400.000 y 40.000 años atrás”. El pie adicional añade esta información que igualmente da lo mismo si es verdadera o falsa: “Los neandertales habitaron Europa y Asia entre 400.000 y 40.000 años atrás. De complexión robusta, con frente prominente y cejas marcadas, fueron cazadores-recolectores que dominaron el fuego, fabricaron herramientas y pieles, y hasta usaron pigmentos minerales. Se ha comprobado que su ADN sigue presente en los humanos modernos, lo que señala un cruce entre especies y nos ayuda a comprender de mejor manera la evolución lingüística, social y cultural que nuestra especie hoy representa”.

Con esto es suficiente para desatar una catarata de comentarios. Es evidente que la mayoría busca la risa, pues la imagen es un balón servido para rematarlo en ese sentido. No modifico su ortografía, que también supone algo: el total relajamiento con el que hoy se escribe.

Unos aprovechan el mensaje para descargar su tirria contra algunos países:

“De esos aún existen en México”.

“Parecían Mexicanos”.

“Ponle un sombrero grande y se parece a un mexicano”.

“Toda vía hay en Argentina y Perú”.

Otros destacan su clasismo:

“Lo vi manejando un microbus hace rato”.

“Se parece al Don de la panadería”.

“Su principal actividad en esa epoca era la caceria y escuchar corridos tumbados”.

“Así lucen los que aceleran la moto cada centímetro que avanzan”.

“Ese es el que me vino a arreglar la estufa”.

“Pensé que era nodal”.

“En la 5 de mayo hay varios bajo el puente”.

“Este lo conozco yo se quien es trabaja en el bar manolo”.

Otros más sudan racismo:

“Tengo un vecino muy parecido... ”.

“Es mi tio”.

“Mi tío cuando se sale de echar un baño….”.

“El Brad pitt de entonces”.

Y por supuesto, no falta el comentario con algún ingrediente seudopolítico:

“Se parece a noroña”.

“Parece uno de VOX” [en referencia al partido español de ultraderecha].

“El abuelo de baradel” [Roberto Baradel es un sindicalista argentino de la Educación].

“De ahí viene trump”.

“Los chairos con kinder trunco jajajaja”.

“Se parece a Maduro el dictador”.

Nada es inocente. Lo que pasa como sandez al vuelo indica tendencia de pensamiento, introyección colectiva. El propio uso de la caja de comentarios indica algo, al menos la superabundancia, el caos, la ligereza y la violencia de la comunicación actual.

sábado, agosto 23, 2025

Historias de Hernán Casciari

 


















El título tributa un homenaje numérico y fonético a los Doce cuentos peregrinos de García Márquez, y temáticamente es un libro en algún sentido próximo a Dublineses, Montevideanos y Tijuanenses, racimos en los que sus autores (James Joyce, Mario Benedetti y Federico Campbell, respectivamente) sobrevuelan sus espacios de vida/memoria y desarrollan pequeñas anécdotas que no por locales dejan de ser universales. El libro 12 cuentos mercedinos (Editorial Gato Blanco, México, 2018, 103 pp.), de Hernán Casciari (Mercedes, Provincia de Buenos Aires, 1971), pertenece a esa camada: la de los libros en los que el autor cuenta historias en las que se siente o presiente un telón de fondo territorial, un entorno, un origen, en este caso la ciudad de Mercedes ubicada a cien kilómetros de la Capital Federal argentina. Dicho sea de paso, Mercedes ha sido la cuna de personajes como el expresidente Héctor Cámpora, el historiador Felipe Pigna, el político Eduardo de Pedro y el genocida Jorge Rafael Videla.

El primero, “La verdadera edad de los países”, no parece tanto un cuento, sino una especie de artículo de prensa muy creativo. Desde su arranque tiene este tono y aborda así a los países, como si fueran los ciudadanos de un gran vecindario: “Francia es una separada de treinta y seis años, más puta que las gallinas, pero muy respetada en el ámbito profesional. Es amante esporádica de Alemania, un camionero rico que está casado con Austria. Austria sabe que es cornuda, pero no le importa. Francia tiene un hijo, Mónaco, que tiene seis años y va camino de ser puto o bailarín, o las dos cosas”. La comparación se sostiene sin perder atractivo, pues los rasgos etarios de cada país se corresponden con el estereotipo más o menos conocido en cada caso.

Un gran cuento, este sí, por más que pueda ser o parecer una anécdota real, es “Un cajón secreto”. Cierto niño descubre en el cajón secreto de papá, entre otros tesoros, un lote de revistas porno europeas, que por cierto siempre tuvieron fama de ser muy poco estéticas. El protagonista hurta algunas y sobreviene una calamidad sobre la cual no adelanto nada, sólo que sus dos líneas finales son un palazo en la cabeza. O en el corazón, mejor dicho.

De “Messi es un perro” casi no se puede admitir que sea un cuento. En todo caso es un relato que parece más una crónica, un recorte de vida real. En este caso, alguien que admira a Messi lo compara con un perro porque tiene la fijación del balón como la vio en su perro con una esponja. Es un elogio de Messi con algunos ingredientes narrativos, entre ficticios y no.

En “¿Me agregás como amiga?” cuenta la aparición de Candela en Facebook. Candela dialoga con ella misma ya grande, es arquitecta y bonita. Revela lo poco que nos queremos cuando somos niños. Es un cuento, como algunos más en este libro, de tono juvenil, sencillos en su estructura y en su planteo de las situaciones.

“Borges, desde el tablón” es un elogio de Borges con una mirada de hincha o barrabrava. La pasión por Borges tiene sus reglas, desdeña la pasión por Bioy, pasa por alto su vida sexual y en secreto se dice que es el mejor escritor de lengua castellana.

Es “Finlandia” el mejor cuento-cuento del conjunto al menos entre los seis primeros. Un tipo disfruta el rato en una fiesta familiar en Mercedes, tiene un pendiente, pide un carro prestado y al dar reversa siente que golpea algo. Piensa que apachurró a una ahijada de tres años, ve que sus familiares corren a ver qué sonó y en esos diez segundos pasa el pasado y sobre todo el futuro del personaje, la desdicha definitiva que se le viene encima. Es un relato que pinta una verdad: que todos colgamos de un incidente, de una desgracia fortuita que puede destruirnos, convertirnos en víctimas o victimarios. Es un gran cuento, lleno de ese ingrediente que llamamos destino o suerte: “Tenía casi veinticinco años, estaba escribiendo una novela larguísima y placentera, vivía en una casa preciosa del barrio de Villa Urquiza, con una mesa de pimpón en la terraza y toda la vida por delante, trabajaba en una revista donde me pagaban muy bien, tenía una vida social intensa, era feliz, y entonces mato a mi ahijada de tres años y se apagan todas las luces de todas las habitaciones de todas las casas en las que podría haber sido feliz en el futuro. Lo pienso de ese modo, desapasionadamente, porque ya no tengo ni cuerpo con el que temblar”.

Hay piezas que parecen relatos con algo de ensayo. “Los dos Rulfos” no es un cuento en estricto sentido, sino la exposición de una historia planteada como realidad aunque también puede ser ficticia. Tiene de cuento lo narrativo, pero más bien parece el relato de una anécdota familiar que desemboca en una especie de teoría que dentro del relato el autor-personaje denomina “anécdota aumentada”.

Todavía más autobiográfico se siente “Bienvenido al club”. Se dirá que podemos leerlo como ficción, pero los datos que suministra casi no permiten esta recepción. Es como un trozo de memoria, el resumen de la condición del autor como hincha de Racing. Todos, desde su bisabuelo a su padre, lo fueron y vieron al equipo salir campeón más de una vez. Él, Casciari en primera persona, confiesa que no le gustaba vivir con esos recuerdos prestados, hasta que se hizo la luz y Racing se coronó, lo que permitió al autor pertenecer, ahora sí de lleno, al club de sus antecesores.

“Un belga en casa”, como todos o casi todos los textos que componen este libro, tiene marcado aire autoficcional. El protagonista-autor recibe en casa al ilustrador de una revista, un dibujante belga que recogerá gráficamente la vida del escritor. Lo atiende tres días seguidos y como hablan dos idiomas distintos no se comunican. En silencio desahogan su trabajo, entre la extrañeza y la obligación de convivir hasta que al final, un poco repentinamente, el consumo de mate sirve como nexo cultural.

Más allá de su verdad empírica, un bello cuento es “Las dos promesas”. Por culpa de la Segunda Guerra, en 1943, Américo Bertotti llega a Argentina. Tiene catorce años y jura ante su madre que nunca romperá su esencia milanesa. Ya en Buenos Aires, joven y empobrecido, le cortan el pelo gratis a condición, dice el barbero, de que acepte jurar fidelidad eterna al club Boca Jr. Pasan los años, envejece y un día juegan Milán-Boca. El viejo ve el partido con la disyuntiva de que deberá traicionar a alguno de los dos.

“Las caras en los sueños” es una reflexión poética sobre las caras que aparecen mientras dormimos. El narrador llega a una conclusión: la inquietud de ser soñado por alguien detestable. Es una especie de artículo.

El último de la tanda en 12 cuentos mercedinos, “10.6 segundos”, es una especie de crónica del segundo tanto de Maradona a los ingleses en el Azteca. Tiene como peculiaridad su estructura tripartita. Narra el gol segundo tras segundo, pero a medida que avanza tiende puentes en el tiempo hacia adelante y hacia atrás. Lo hace en función de los protagonistas más visibles de la jugada. De cada uno, incluido el árbitro tunecino, describe pasado y futuro, como si los once segundos de Maradona con el balón fueran una especie de bisagra, un parteaguas en cada una de aquellas vidas. Ninguno imaginó que esa jugada, contada al final con un efecto anafórico que homenajea a Borges viendo el Aleph, les cambiaría las vidas para bien y para mal.

Salvo por el hecho cierto de que varios cuentos de este libro no son cuentos en estricto sentido, se trata de relatos siempre emotivos, sostenidos en una prosa sencilla, llena de gratos aciertos en la observación de la condición humana. Esto importa más, claro, que insistir en la naturaleza genérica de cada pieza aunque el título nos anuncie claramente “cuentos”, cuentos que en varios casos no lo son, sino crónicas o girones de memoria personal, incluso, si lo pensamos bien, artículos, todo sumado en un libro que además de bien escrito ha sido armado en una edición vistosa, munida de numerosas ilustraciones a color. Lo único que no venía al caso en la edición son las notas de glosario al pie de página. Explicar qué es “jerga” y qué es “amague”, entre otras, está de más, pues hoy se pueden consultar en donde sea.


miércoles, agosto 20, 2025

Contrato y vecindad

 











Quizá no lo advertimos, pero vivimos rodeados de reglas que limitan nuestra libertad y hacen posible, así sea tortuosamente, la convivencia. Ser libres a planitud sólo es viable en el plano de la imaginación o la utopía, dado que todas las libertades juntas para todos crearían un caos ingobernable y destructivo. La única manera de sobrevivir en el gregarismo es, pues, renunciando en buena medida al ejercicio de la libertad absoluta. Esta es la razón por la que admitimos el “contrato social”, el acuerdo en el que cada cual deja de lado parte de su libertad para hacer posible la convivencia. Alguna vez explicaba esto a unos jóvenes y usé el ejemplo del semáforo: uno puede creerse muy libre y lo que quiera, pero al final debe acatar el rojo y el verde. Debe detenerse y debe avanzar, tal es el acuerdo, y por más que decida ser libre y pasar en rojo o detenerse en verde, el gusto no duraría mucho.

Pienso en este contrato, en esta inevitable pérdida de una pequeña libertad, al convivir con los vecinos: es ineludible a menos que uno compre una isla griega y allí, sin metáfora, se aísle de las molestias colectivas. Pero como tal privilegio es de consecución imposible, uno tiene que admitir la cercanía de vecinos que a su vez admiten la de uno, y es aquí donde opera el contrato social más inmediato.

Mientras no se descubra un sistema estrictamente solidario e infalible, una sociedad sin egoísmo ni competencia, uno debe aceptar y acatar algunas reglas mínimas de convivencia. En mi entorno y en casi todos lados trato de ser invisible y molestar lo menos posibles. Al menos procuro ser consciente de mi condición de vecino y, por ello, no generar problemas. Sé que es complicado, pero al menos lo intento. Entre la lista de ítems que noto perpetrados en el lugar donde vivo están 1) música estentórea, 2) botes de basura en la calle cuando no pasa la recolección, 3) vehículos yonqueados, 4) absoluto desapego al aseo de banquetas, 5) defecación y otras miserias de mascotas ajenas, 6) derramamiento frecuente de agua provocada al lavar carros. Hay otros más sutiles que no cito, pero todos los que menciono se dan multiplicados en mi espacio vecinal.

¿Hay remedio para esto? No. He comprobado que no lo hay, pues hacer señalamientos genera malestar y a veces odio, de modo que es mejor resistir, callarse y esperar pasivamente lo imposible: que el vecino renuncie a las pequeñas libertades que se da sin reparar en el fastidio de los otros. Es imposible, insisto, así que mejor apechugar y aprender a convivir con vecinos que jamás han oído hablar de ningún maldito contrato social.

sábado, agosto 16, 2025

Crímenes escritos


 











Según Perogrullo, quienes dominan un oficio o una profesión escriben con ventaja si escriben sobre su oficio o profesión. Tal ventaja se da, claro, sólo en el plano del contenido, pues la forma, el estilo o, para acabar pronto, la calidad estética de la escritura es una pericia que se adquiere aparte. Sólo se da una salvedad cuando el escritor escribe sobre la vida literaria, pues se supone que además de conocerla es capaz de escribir bien. Así, un médico, un psicólogo o un plomero, si desean hacer literatura sobre medicina, psicología o plomería ya tienen recorrida una buena parte de la ruta: lo que deben agregar a sus historias es arte, el mayor arte del que puedan ser capaces.

Esto que ha sonado tan general como abstracto se puede aterrizar en la figura del alemán Ferdinand von Schirach (Munich, 1964) y su libro Crímenes (Salamandra, Barcelona, 187 pp. 2009). Concreto en él lo dicho en el primer párrafo porque es abogado penalista y con su conocimiento de la profesión urdió un primer libro en el que se conjugan con solvencia la pericia jurídica y el cuidado narrativo a la hora de trazar sus historias. Crímenes es un libro tan duro y eficaz que al aparecer se mantuvo más de cuarenta semanas como uno de los más vendidos en su país, ganó el Premio Kleist y los derechos de traducción fueron comprados en más de treinta países, una tanda de éxitos inusual para cualquier escritor primerizo.

Como todos los profesionales que se dedican al derecho penal, Von Schirach tuvo contacto directo con casos terribles, algunos tan crudos que llegaron a sonar fuerte en la prensa germana. Este fue su punto de partida. Lo que siguió fue escribir y organizar las historias, cuadrarlas como relatos que si bien pueden ser leídos como ficción, se supone que se ciñen a experiencias reales. Su género es pues de difícil filiación, dado que no son cuentos aunque parezcan tales, y se ajustan más, a mi juicio, a lo que entendemos por crónica. Ahora bien, tampoco son exactamente esto, dado que el material ha sido organizado para crear un impacto unitario, muy a la manera del cuento. Lo mejor, en fin, es desentenderse de lo que son y apreciar más bien su eficacia, una eficacia que recuerda los documentales sobre delitos con variados ingredientes forenses y jurídicos como los que ofrece, por citar un solo ejemplo, Invastigation Discovery.

Aunque difuminada, la sombra del abogado penalista/autor atraviesa todos los casos. En algunos párrafos es explícita, en primera persona, pero el autor-personaje trata de borrar esa presencia y dejar que los hechos se desarrollen como si él no estuviera allí, tal y como ocurrieron los desaguisados y tal y como los encaró la justicia. Destaco con un muy breve trazo algunas de las piezas, a mi parecer las mejores por vincularse de paso al tema de la migración.

“Summertime” es la historia de Abbas, palestino en Alemania que se enfrenta al mundo atroz de los migrantes. Sin nada para sobrevivir, se convierte en “camello”, es decir, en distribuidor callejero de droga, lo que acá conocemos como “puchador”. Pide un préstamo, no lo paga y le cuesta un dedo cortado sin piedad por su acreedor, quien además lo amenaza con tumbarle más trozos de cuerpo si no paga la deuda. La novia de Abbas, Stefanie Becker, decide ayudarlo y no halla otro camino: se prostituye con un empresario para salvar el pellejo de su novio, quien está en franco riesgo de desaparecer a pedacitos. Luego ella aparece muerta y todo parece indicar que su asesino es el ricachón. No pueden acusar al palestino porque no hay pruebas suficientes, y la sospecha se vuelca de lleno contra el empresario. Un detalle nimio salva al cliente del abogado y el homicidio queda sin esclarecer. La mezcla de fiscales, testigos, defensores, jueces, periodistas y posibles culpables pinta un submundo leguleyo muy interesante.

El relato titulado “Suerte” es enternecedor y brutal a un tiempo. Narra la vida adversa de Irina, migrante balcánica en Alemania, y la desdicha de Kalle, su pareja. Ambas vidas, ya de por sí quebradas, se ven vinculadas a una terrible situación: el infarto de un cliente mientras Irina ejerce de prostituta. Kalle trata de salvarla deshaciéndose del cadáver destazado del gordo calenturiento, infartado y convertido en rompecabezas. La historia se complica hasta llegar a su resolución que no deja de sorprender.

En “El erizo” aparece también el tema de los migrantes en Alemania. El libanés Karim, ninguneado por todos, tiene una vida secreta y sana, digamos que exitosa y legal pese a que es parte de una familia vinculada al delito. Uno de sus hermanos es acusado y Karim hace un alegato genial en su juicio.

Crímenes, de Ferdinand von Schirach, es sin duda un excelente libro, y aunque su lector puede ser cualquier lector, creo que tiene en los abogados, más específicamente en los penalistas, a sus mejores destinatarios. Supongo que estos casos no se abordan igual en Alemania que en México, pero algún parecido deberán tener al menos en sus líneas jurídicas esenciales. En cualquier caso, entretienen, divierten y son, pese a su salvajismo, o precisamente por ello, muy humanos, y todo esto es lo fundamental en cualquier producto narrativo que aspire a ser buena literatura.

miércoles, agosto 13, 2025

Sobre bebidas


 











Conversaba recién sobre mi percepción de las bebidas que he visto cerca e incluso consumido como habitante en este recoveco del mundo. Han sido pocas, pero ya tengo edad suficiente para comentar/comparar algunas peculiaridades que forzosamente se han modificado con lentitud, a veces sin notarse (tanto es así que los jóvenes creen, por ejemplo, que siempre se han tomado micheladas o infusión de matcha, bebida que acá llegó apenas ayer).

Recuerdo que en las reuniones festivas de mi niñez, hablo de la década de los setenta, los señores bebían cerveza y cuando se ponían elegantes le entraban al brandy rebajado con Coca o agua mineral. Los rangos de calidad en ese bebedizo pasaban del Don Pedro al Presidente hasta llegar al más modesto: Viejo Vergel. Recuerdo que quienes aportaban una “ramona” de aquel espantoso líquido se convertían en los ases de la fiesta.

La cerveza siguió su camino mientras el brandy cedió su lugar al whisky y un poco al ron y al tequila, bebida esta última que en mi infancia y juventud asociábamos con la pobreza. Tomarse un San Matías (le decíamos San Matón) era corriente, naco. A finales del siglo pasado el tequila fue subiendo de rango, y por estos rumbos tuvo y tiene ya apretada competencia de aguardientes como el mezcal y el sotol.

Los vinos no tienen mucho tiempo en convivencia con nosotros. Hace treinta años apenas eran consumidos, pero poco a poco han ganado terreno sobre todo por su asociación con el estatus y el buen gusto gastronómicos, de modo que se les ingiere en muchos casos sólo para afectar refinamiento. Nada como opinar sobre vinos con cara de conocedor para dar (o al menos para tratar de dar) el gatazo como persona de “alto pedorraje”, como decía Renato Leduc.

Por otro lado, el café predominante de mi niñez era el instantáneo. Con la llegada de las cafeteras caseras de jarrita de vidrio y filtro de papel apareció, aunque en menor grado, el insumo de café molido, de grano, y salvo los restaurantes, no se ingería fuera de casa. Hoy, junto con un montón de infusiones exóticas, es uno de los negocios de bebidas más exitosos, y ya no se le prepara de manera simple (como “americano”), sino en combinaciones que lo encarecen a grados escandalosos, lo que el consumidor acepta sin hacer gestos porque esto también, desde el vaso rotulado, da la impresión de mayor estatus.

Por último en este breve apunte, la cerveza, hoy mezclada y deformada con ingredientes que incluyen salsas, verduras, mariscos, ¡dulces! y líquidos como el Clamato que los puristas de la cheve, no sin razón, aborrecen.

sábado, agosto 09, 2025

Enfermos de libros













Los algoritmos son implacables. Con más olfato que el de los sabuesos, detectan y siguen la pista de lo que nos gusta, y de inmediato comienzan con el bombardeo. Nunca como ahora se llegó a esto, y sin duda es el más resonante logro del marcado: saber qué queremos sin necesidad de tocarnos a la puerta. Con un celular basta para que dejemos en todos lados las huellas digitales de nuestros apetitos, tanto los superficiales como aquellos que supuestamente mantenemos agazapados en las cloacas más profundas de nuestro ser. El algoritmo nos conoce desnudos, es un invasor indetenible de la intimidad.

Además de ofrecimientos de entretenimiento estúpido, el algoritmo suele aguijar mi interés por los libros. Prácticamente no hay visita a mis redes sin que aparezca algo de esto por allí. Por supuesto, es tan grande el menú que apenas me detengo en lo ofrecido. Pero a veces no es así. Esta semana llegó, por ejemplo, la publicidad de un libro que por desgracia sólo venden en España, y mi bolsillo no gasta tan lejos. Parece excelente, pero, a menos que algún día llegue a México, por ahora me contentaré con la sinopsis comercial de Bibliopatías, bibliomanías y otros males librescos (Antonio Catronuovo, Trama, Madrid, 2024, 304 pp.). Dice la publicidad: “Quien se adentra en estas páginas se hunde de inmediato en el lazareto de las enfermedades producidas por los libros, en medio de las monomanías, las fobias, la codicia y los desvaríos desmesurados que afligen a sus maniáticos acaparadores y perseguidores. Un mundo lleno de obsesiones, frenesíes, caprichos y excentricidades desmedidas. Los variados tipos de locura, las numerosas historias de personas reales, los episodios extravagantes y a menudo al borde de lo increíble que aquí se revelan, permiten al autor asumir la figura de «bibliopatólogo», que le sirve para diagnosticar la enfermedad que él mismo padece: la enfermedad incurable de la bibliofilia”.

La misma página promocional ofrece una estupenda reseña del blog Libros de Cíbola, así que no abundo sobre este antojable título, además de que, como no lo tengo, no sabría qué más decir.

Ahora bien, la referencia sobre las patologías librescas me llevó a recordar La memoria vegetal, libro de Umberto Eco, más exactamente un pasaje de ese volumen alguna vez comentado en esta columna. Lo que recordé se encuentra en el apartado “Reflexiones sobre la bibliofilia” bajo el subtítulo “Robar libros”. La explicación es genial: “El bibliómano roba libros. Podría robarlos también el bibliófilo, llevado por la indigencia, pero el bibliófilo suele considerar que, si para poseer un libro no ha llevado a cabo un sacrificio, no experimenta el placer de la conquista (la diferencia entre tener una mujer porque la has fascinado y tenerla violentándola). Por otra parte, se cuenta de un gran anticuario que habría dicho: «Si no consigues vender un libro, en el próximo catálogo redobla su precio». El bibliómano roba libros con gesto desenvuelto mientras habla con el librero: le indica una edición rara en el estante alto y hace desaparecer otra igual de rara bajo la chaqueta; o roba partes de libros merodeando por bibliotecas donde corta con una cuchilla de afeitar las páginas más apetecibles. Yo estoy orgulloso de poseer una Crónica de Nuremberg con la anhelada lámina trece de los monstruos, mientras que en una biblioteca de Cambridge he visto un ejemplar sin esa lámina, cortada por un bibliómano endemoniado”.

El apartado no es muy largo y vale traer más palabras de Eco: “Hay personas de buena cultura, satisfactoria condición económica, fama pública y reputación casi inmaculada que roban libros. Los roban por incontenible pasión, y gusto por el escalofrío, como los ladrones gentilhombres que roban solo joyas famosas. El ladrón bibliómano se avergonzaría de robar una pera en la frutería, pero juzga excitante y caballeresco robar libros, como si la dignidad del objeto excusara su robo. Si pudiera, robaría tantos libros que no tendría ni siquiera el tiempo de mirárselos. Le corroe el frenesí de su posesión”.

Llegó por fin a la anécdota que recordé del libro de Eco. Es breve, no necesito resumirla, sino permitir que sea el italiano quien nos ayude a recorrerla con su erudita ironía: “El mayor ladrón de libros que la historia de la bibliomanía recuerda es un señor que, nomen omen, se llamaba Guglielmo Libri. Era un insigne matemático italiano del siglo pasado que se convirtió en eminente ciudadano francés (Legión de Honor, Collège de France, miembro de la Academia, inspector general de Bibliotecas). Es verdad que Libri llegó a ser benemérito porque visitó todas las bibliotecas más desvalidas de Francia, encontró y clasificó obras rarísimas que yacían abandonadas; pero quizá se comportó como esos grandes arqueólogos que dedican su vida a sacar a la luz tesoros perdidos de los países del tercer mundo y consideran una honesta recompensa a todos sus esfuerzos llevarse a casa una parte de lo que encuentran. Libri debió de exagerar: el caso es que hubo un escándalo público, perdió todos sus cargos y su reputación y acabó su vida en el exilio, perseguido por órdenes de captura. También es verdad que algunos de los mejores nombres de la cultura francesa e italiana, como Guizot, Mérimée, Lacroix, Guerrazzi, Mamiani y Gioberti, se batieron por la inocencia de un hombre tan célebre y estimado, todos ellos dispuestos a jurar que Libri había sido víctima de una persecución política. No sé realmente hasta qué punto Libri era culpable de veras, pero el caso es que había acumulado cuarenta mil textos antiguos, entre libros y manuscritos rarísimos y, desde luego, la cantidad induce a sospechar. Libri era, sin duda alguna, un bibliófilo: creyó que esos libros estaban mejor en su casa, mimados y amados, que en cualquier biblioteca de provincias donde nunca nadie iría a buscarlos. Pero al haber amado demasiados, seguramente no pudo haberlos amado uno a uno. Sepultados en su origen, volvían a estar sepultados en la meta”.

El caso es que tener libros, muchos libros comprados, regalados o robados es un buen tema ya, al parecer, de numerosos libros. Por increíble que parezca, hay personas que se convierten en adictos a los libros como objetos preciosos, atesorables como las joyas o el dinero, con voracidad y celo. A veces esta adicción no incluye leerlos, dado que la pura posesión es, como observa Eco, el fin, igual que tener joyas y no usarlas o dinero y no gastarlo. Se trata en suma de una patología, no le exijamos mucha lógica.

miércoles, agosto 06, 2025

Detector de miércoles

 











Con el eufemismo “miércoles” evité escribir la palabra “mierda” en la cabeza de este apunte. Por supuesto que se trata de una delicadeza excesiva, pues en estos tiempos ya no es imperativo cuidar detalles atañederos al buen gusto de la expresión, como lo demuestra el uso ahora más que naturalizado de la palabra vga en hablantes de todas las condiciones socioeconómicas. El título debió ser, entonces, “Detector de mierda”, aparato que Ernest Hemingway recomendaba usar a todos los escritores deseosos de guisar buena literatura.

Lo dijo así, con dos énfasis en el curioso artefacto: “El regalo más esencial para un escritor es un buen detector de mierda: un sólido detector de mierda bien construido y a prueba de golpes. Este es el radar de un escritor y todos los buenos escritores lo tienen”.

En parecida sintonía, Vargas Llosa expuso años después, al explicar cómo escribió La casa verde, lo siguiente: “De un lado, toda esa barbarie me enfurecía: hacía patente el atraso, la injusticia y la incultura de mi país. De otro, me fascinaba: qué formidable material para contar. Por ese tiempo empecé a descubrir esta áspera verdad: la materia prima de la literatura no es la felicidad sino la infelicidad humana, y los escritores, como los buitres, se alimentan preferentemente de carroña”.

Escritor de otra índole, volcado más bien al ensayo académico y divulgador de la escritura como práctica, el catalán Daniel Cassany observó que “El escritor acaba siendo un trapero que recoge desechos, un ecualizador que mezcla y purifica ruidos de la calle. Pero ¡atención! ¡Qué difícil es encontrar desechos! ¡Buenos desechos!”.

Creo que, mutatis mutandis, a lo que se refieren las tres citas es a la pertinencia, casi a la obligación, de encontrar fallas en la realidad para después trasmutarlas en arte, en este caso literario, particularmente narrativo. Lo que no debemos confundir es el propósito: preparar un coctel indiferenciado de ética y estética, asomarse a las lacras humanas para dar lecciones y creer que basta con su sola exposición literaria para corregirlas y de paso regañar a quienes las provocan. La obligación del artista es mostrar la condición humana en toda su dimensión, y como el rasgo principal de tal condición es, lamentablemente, la inhumanidad, el egoísmo, la bestialidad en suma, nada mejor que un buen detector de mierda para hacer literatura.

sábado, agosto 02, 2025

El maestro Benaiges

 












En noviembre de 2022 estuve en Burgos, famosa ciudad española. Aunque fuera sólo un rato, quería conocer ese lugar, caminarlo un poco. Uno de mis ensayistas favoritos, Álex Grijelmo, nació allí en 1956, y desde que leí su Defensa apasionada del idioma español despertó en mí la inquietud de visitar algún día aquella heráldica ciudad de la comunidad autónoma de Castilla y León. No hubo tiempo en aquel viaje para visitar un espacio del cual obtuve noticias en mis vagabundeos por internet. Cerca de Burgos está Atapuerca, zona que se convirtió en el principal yacimiento de restos fósiles de homínidos en Europa, huesos que tienen alrededor de un millón de años.

Desde aquel periplo burgalés han pasado ya tres años, y lo recordé con énfasis por estos días a propósito de un hallazgo: la película El maestro que prometió el mar (Patricia Font, 2023), pues su historia se relaciona con sucesos ocurridos hacia 1934 en la zona de Burgos, particularmente en Bañuelos de Bureba, una miniciudad cuya población actual es de 31 habitantes. Hace noventa años, más o menos cuando se dio la historia que narra la película, tenía más, pero igualmente su población no era numerosa.

Basada en una historia real hasta donde pueden serlo las historias golpeadas por la guerra, a Bañuelos de Bureba llegó en 1934 un maestro de primaria. Su nombre fue Antonio Benaiges, y simpatizaba con la república. Acostumbrada España a una educación básica confesional, clerical y cerrada, los métodos de Benaiges fueron decididamente laicos, sin intromisiones de la fe religiosa. El profesor era oriundo de Mont-roig del Camp, Cataluña, y había conseguido su plaza en un pueblo recóndito y cercano a Burgos, al parecer sin estímulos para dedicar allí grandes esfuerzos.

Lejos de tomarlo a poco, el maestro emprendió un trabajo creativo y entusiasta, al estilo magisterial antiguo, comprometido hasta el tuétano con la formación de sus discípulos. Obviamente no escasean los obstáculos a su propósito. El cura del pueblo, atinadamente llamado Primitivo, cuestiona los métodos del nuevo docente, pero nada puede hacer: a Benaiges lo ha designado el gobierno de la república, por aquellos años de corte progresista, “rojo”.

Antonio Benaiges (encarnado en la cinta por Enric Auquer) lleva en la cabeza, para poner en acto, el método pedagógico del francés Célestin Freinet cuyo eje es la autogestión, la cooperación y la solidaridad del alumnado. Para su tiempo se trata de una novedad, vanguardia educativa que además sumó una imprenta manual como pieza clave de los quehaceres en el aula. El resultado principal de esa dinámica fue la impresión de cuadernillos de trabajo elaborados por los mismos alumnos, con sus textos y sus dibujos.

El título de la cinta, El maestro que prometió el mar, se debe a que Benaiges, en un paseo al campo con sus alumnos, explicó el flujo de los ríos que al final desembocan en el mar. Una alumna le preguntó que cómo es el mar, y de allí el profesor interroga a los demás si saben cómo es. Los niños y las niñas no lo conocen, y es en ese momento cuando el maestro promete llevarlos a su pueblo, en Cataluña, para que conozcan el mar. El trabajo de convencimiento a los padres para obtener permisos es arduo, pero lo consigue, y, en la emoción que los arrebata, los estudiantes elaboran cuadernillos alusivos al océano. No cuento lo que sigue porque la película, pese a su reciente factura, está íntegramente disponible en Youtube.

El maestro que prometió el mar ha sido armada con dos tramas muy bien urdidas, cada cual con su fotografía cálida y fría según la época a la que se refiere. Es 2010; Ariadna (Laia Costa) es una joven madre de familia. Ve en un programa de tele que en Burgos han encontrado una fosa común como las muchas que dejó regadas el franquismo por toda España luego de terminar la guerra civil. Sabe que el padre de su abuelo es un desaparecido y vivió en aquellos rumbos de Castilla. Su abuelo está en el asilo ya sin habla, enfermo, y Ariadna le/se promete que irá a Bañuelos de Bureba a tratar de indagar algo en la fosa común de La Pedraja. Allí encuentra el vago paradero del padre de su abuelo, y algo más: la historia infantil de su propio abuelo y la del profesor Benaiges, quien trabajó en el pueblo de 1934 al 19 de julio del 36. Titulado “¡El retratista!”, en uno de los cuadernillos reales sobrevivientes a las piras franquistas el profesor escribió: “Todo aquí es tan nuevo, que todo, la menor cosa levanta júbilo. ¡Dentro de su abandono, dichosos ellos, estos niños! Por eso yo digo: dad a los pueblos, a las aldeas... Dadles, no luz de ciudad, sol artificial, sino luz de su luz, luz que sea también calor, sabor, alma. Luz y alma. Y antes que eso, ineludiblemente, pan, satisfacción de pan. Y entonces veríamos qué son los pueblos, qué son las aldeas... Ese caudal de alegría, esa llama y ese frescor, ese primor que ahora sólo y a pesar de todo mana de los niños, no sería rostro y alma mustios, queja y vejez en los hombres, en los mismos mozos. ¡El retratista! He aquí, niños, lo que os trajo, sin traérosla: una perla”. Se refiere a una foto real del maestro y sus alumnos fuera de la escuela, imagen que también sobrevivió a la persecución del régimen encabezado por el despiadado Caudillo, como llamaron a Franco.

Con guion de Albert Val basado en un notable trabajo de Francesc Escribano, Queralt Solé y Sergi Bernal, la historia de Antonio Benaiges se vincula estrechamente con la cacería salvaje de “rojos” durante (y sobre todo después de) la guerra civil (1936-1939). Por eso el film consigna al final, en un mensaje previo a los créditos, esto que no debemos olvidar dado que el mapa de España está lleno de fosas comunes: “Al día de hoy se han exhumado en España los restos de 12.000 personas. Se estima que aún quedan miles por encontrar. Sus familiares continúan buscando”.