sábado, septiembre 29, 2018

Díez & Bardini, escritores argenmex













En ese denso caldo de la literatura política y policial argentina se formaron dos escritores que desde hace varios años deambulan por estos rumbos, en México: Rolo Díez y Roberto Bardini. Díez & Bardini llegaron a México desde hace ya varias décadas, en los setenta. Desconozco a detalle los motivos exactos de su primer encuentro con nuestro país y de su aclimatación a nuestra cultura. Sé, eso sí, por el tono y la información de sus textos, que sin dejar de ser argentinos han asimilado perfectamente algo que podemos llamar, muy sumariamente, mexicanidad. Se trata entonces de dos practicantes del policial argentino mestizado con elementos nuestros, así que bien podemos considerarlos parte del tándem que desde hace al menos quince años ha relanzado al género negro en tierra azteca.
En ambos casos, creo, hay un registro crudo de la realidad, de la violencia y la corrupción, pero siempre salpicado por el humor —la ironía más que nada—, condimento casi esencial de la literatura que traen en su ADN. Díez, nacido en Buenos Aires hacia 1940, tuvo militancia política en el ERP de Roby Santucho y el Pelado Enrique Gorriarán Merlo. Cayó preso un par de años, del 71 al 73, es decir, poco antes de la época de oro de la Triple A, hasta que salió de la Argentina con la amnistía decretada tras el retorno del peronismo. Luego, claro, se vio obligado a salir de su país tras la asonada de lo que eufemísticamente sería llamado Proceso de Reorganización Nacional, mejor conocido como dictadura. Radicado en México desde 1980, Díez ha acumulado aquí una larga fila de libros entre cuentos, novelas, crónicas y ensayos.
Bardini, por su parte, es ocho años menor que Díez y tiene una trayectoria forjada al rojo en el periodismo a ras de suelo. Se podría decir incluso que su incursión en el género negro es un tanto tardía, pues antes ejerció de reportero para diferentes medios. Reside en México desde 1976, con estadías como corresponsal en San José de Costa Rica, Belice, Tegucigalpa, Managua, Río de Janeiro, Tijuana y San Diego. Como enviado, cubrió la insurrección sandinista en Nicaragua, la independencia de Belice, las luchas insurgentes en El Salvador, Guatemala y Colombia, la guerra Irán-Irak, el conflicto civil en Líbano y las guerrillas en el ex Sahara Español. Ha publicado cerca de quince libros de periodismo con amplios reportajes y crónicas. En 2016 Ganó el Premio LIPP de Novela con Un Gato en el Caribe.
Díez & Bardini viven en México, son argenmex, hay que leerlos.

miércoles, septiembre 26, 2018

Boselli o el delantero árbol

















El futbol actual, hecho de transacciones millonarias e intereses comerciales, ya casi no permite el arraigo. Un jugador que destaca, por ello, está irremediablemente condenado a la trashumancia, a cambiar de camiseta como un cantante de vestuarios. Por ello, si uno revisa el palmarés de cualquier jugador entrado en años, podrá ver que la suma de sus clubes da una idea de inestabilidad, de constante recomienzo. Las dos razones más frecuentes de tal ir y venir son éstas: porque el jugador es muy bueno y en cada transferencia genera un dineral, o porque no es tan bueno y debe salir de los equipos cada vez que no interesa a entrenadores y directivos. Hay, además, casos inverosímiles en los que el jugador, ignoro por qué, tiene una especie de manía migratoria: Sebastián Abreu, con 33 equipos en 24 años de carrera, y Toño de Nigris, con 13 en 9 años, eran de este tipo, aunque en el caso del Locodebo decir “es”, pues a sus 41 años todavía es hora que sigue en la cancha, hoy con el Magallanes de Chile.
El fenómeno de los cambios frecuentes es mucho más marcado ahora que antes. Jugadores había en la antigüedad que en quince o veinte años de trayectoria sólo brincaban dos o tres veces de equipo. Eso ya no es posible en esta época, lo sabemos bien. Pese a tal situación, todavía hoy se dan algunos esporádicos casos de futbolistas que echan raíces y por un motivo inexplicable se identifican con un club, con una ciudad, con un público, con una cancha, como Paolo Maldini y Andrés Iniesta, por ejemplo. Pero dado que el gol se fija especialmente en la memoria colectiva, no quiero pensar por ahora en arqueros, defensas o medios, sino en delanteros. Como decía pues, por una circunstancia inexplicable tal o cual romperredes se enquista en un conjunto y termina por ser sólo de ese equipo, una especie de talismán que funciona allí y nomás allí, misteriosamente. Son los casos de Esteban Fuertes con el Colón de Santa Fe, Argentina, o de Jorge González, el Mágico, con el Cádiz español. Ambos, el delantero del club santafesino y el salvadoreño del conjunto gaditano, son emblemas de esos clubes, iconos inolvidables, atacantes que con goles allí echaron raíces, delanteros-árbol.
En México tenemos algunos casos de ese tipo. Jorge Comas se convirtió con decenas de tantos en icono de los Tiburones rojos de Veracruz. No estuvo muchos años, pero a fuerza de anotaciones pasó a ocupar un sitio al lado de Luis de la Fuente, el Pirata, y todavía el gran Comitas es querido en el Puerto como si fuera jarocho de nacimiento, o más. Otro jugador, el chileno Marco Antonio Figueroa, anduvo en varios clubes, pero fue en el Morelia de México donde logró convertirse en el hijo predilecto de la capital michoacana, en el goleador que jamás habían tenido los hoy llamados Monarcas. Por último en esta breve lista, Jared Borgetti, quien llegó como buen delantero a Santos Laguna y salió de aquí como su mejor anotador y por ello como ídolo máximo del club. Un detalle digno de tomar en cuenta por aquello del arraigo es que tanto Comas como Jared viven en la ciudad que los vio anotar sin freno.
Esta lista me lleva a un caso actual, el de Mauro Boselli, delantero de León. Luego de jugar para ocho equipos en diez años de carrera, llegó a los Panzas verdes en 2013, y aquí se ha quedado y aquí ya es emblemático de Bajío. Tiene cinco años pues en el conjunto zapatero y lleva más de cien goles en la Liga, un promedio anual de casi veinte anotaciones y tres campeonatos de goleo. Pero como sucede con el Santos Laguna, el León no es un equipo marquetinero y no tiene tanto aparador como los equipos de la capital o de Nuevo León, de ahí que Boselli no reciba el reconocimiento merecido.
Aunque, pensándolo bien, quizá esto sea lo mejor. Hay delanteros de este pelaje: que se arraigan en el respeto de un público pequeño y allí es donde anotan sin parar, crecen y silenciosamente hunden sus raíces hasta lo más profundo de la querencia y del reconocimiento.

sábado, septiembre 22, 2018

Centenario de Arreola




















Ayer viernes 21 de septiembre se cumplió el centenario de Juan José Arreola. Tal efemérides literaria ha dado y dará, creo, para recordaciones nacionales que el jalisciense sin duda merece. Por ejemplo, la Universidad Autónoma Metropolitana, mediante la revista Casa del Tiempo, editó su más reciente número con un dossier arreolano en el que colaboré, y pueden encontrarlo completo y gratuitamente en www.uam.mx/difusion/revista/revcasa2018.html. Comparto aquí un fragmento:
Ubiquémonos en 1983 u 84, en la esquina que forman la avenida Morelos y la calle Falcón, de Torreón. Voy en el primer año de mi carrera y todavía no confieso a nadie que deseo ser escritor, y que ya escribo a solas, sin guía, sin una biblioteca familiar o personal siquiera mínima. Cada tanto, al salir de la universidad me apersono en esa esquina porque allí se encuentra la librería De Cristal. Todavía era fuerte, estaba bien surtida y lo más importante: a veces tenía ofertas. Para un joven lector ávido de libros y sin recursos de sobra, o a secas sin recursos, los libros con descuento representaban una oportunidad “imperdible”, como se dice ahora. Ahí encontré, en una montaña de saldos, por ejemplo, como cincuenta o sesenta títulos de la serie Del Volador que aún conservo pues a precio de regalo con ellos accedí a Ibargüengoitia, a Pacheco, a Elizondo, a Avilés Fabila y a muchos otros autores jóvenes y no tan jóvenes sobre todo de América Latina. Entre paréntesis debo decir que La feria, publicada originalmente en esa colección, no estaba allí, pero luego, muchos años después, encontré en una librería de viejo la primera edición dedicada por el autor a un desconocido. Pues bien, entre las ofertas de la De Cristal no sólo estaban los muy identificables libros de la serie Del Volador, sino otros de Joaquín Mortiz que llamaron mi atención. Eran rojos de lado a lado, sin imagen en la cubierta, sólo con la tipografía “Obras de J.J. Arreola” en blanco y luego el título. Hallé tres a precio de ganga, los que luego serían mi puente al universo del maestro de Zapotlán el Grande.
Cuando comencé a leer Bestiario en aquella hermosa edición recibí una sorpresa: ya había leído, sin saberlo, a Arreola. Mi memoria registraba que “El sapo”, uno de sus relatos más famosos, aparecía en alguno de los libros de primaria, y yo lo recordaba pero sin guardar en la memoria el nombre del autor. Una frase de esa pieza, acaso la mejor, jamás me había abandonado: “viéndolo bien, el sapo es todo corazón”. La leí de niño y cuando, ya adulto de 18 años, la releí, fue como saber que las palabras habían obrado el milagro de permanecer en mis gavetas emocionales, de que más allá de quien las escribió o del título y la editorial, aquel puñado de letras anidó para siempre en alguna zona profunda de mi espíritu. Supe de golpe que la literatura también era eso: la búsqueda de una imagen y de las palabras adecuadas para expresarla, el desafío de concentrar en pocas sílabas una emoción con apetencia de perdurabilidad.

miércoles, septiembre 19, 2018

Recuerdo de los sismos en Acequias




















Un dossier con tres textos sobre los sismos —cuyos aniversarios recordamos hoy — ofrece el número 73 de la revista Acequias de la Ibero Torreón. Su editorial lo plantea en estos términos:
“La solidaridad ha sido siempre uno de los más altos valores de la humanidad. Por su falta, el mundo padece innumerables achaques, tantos que toda lucha por la justicia se antoja emprendimiento titánico, desafiante. Por ello, cuando la solidaridad emerge y se nota en la piel de la realidad, como ocurrió hace un año tras los sismos en la Ciudad de México, hay un motivo de orgulloso asombro. Miles de personas, sobre todo jóvenes, aproximaron en aquel duro momento su solidaridad para ayudar en la urgente tarea de rescatar víctimas y reorganizar la vida.
Este número de Acequias recuerda con dolor los terremotos, ciertamente, pero también con admiración por las miles y miles de personas que adelantaron el pecho y levantaron la vista ante el desastre. Gracias al trabajo de Lucila Navarrete Turrent —egresada de licenciatura por la Ibero Torreón y maestra y doctora por la UNAM, de vuelta en su tierra—, ofrecemos en las páginas venideras tres textos que reconstruyen un panorama de la tragedia individual y colectiva que sufrió la capital de nuestro país en septiembre de 2017. Felipe Castillo con ‘Volveremos’, Stefany Edit Cisneros con ‘Otra vez septiembre’ y Karl de Negri con ‘No sólo se derrumbaron edificios, también se derrumbaron personas’ nos adentran en el escenario de dolor y desposesión que de inmediato tuvo una enaltecedora respuesta de la sociedad civil”.
Por otro lado, la doctora Navarrete plantea en estos términos el resultado de la tarea: “Felipe Castillo, Stefany Cisneros y Karl de Negri, todos ellos estudiantes de la Licenciatura en Estudios Latinoamericanos de la UNAM, participan en esta entrega conmemorativa con textos variablemente relacionados con el testimonio y el género cuentístico.  Organizar este espacio desde la Ibero Torreón, a donde me reincorporo como docente después de varios años de haber egresado de sus aulas, constituye la posibilidad de tender un puente, un diálogo fecundo entre jóvenes y colegas de varias latitudes geográficas y universitarias”.
El puente está tendido. El acceso en línea a la revista es
http://itzel.lag.uia.mx/publico/publicaciones/acequias/acequias76.pdf

sábado, septiembre 15, 2018

Macedonia c’est moi




















Conocí a Fabián Vique en 2007. De pelo largo y enmarañado, lentes pequeñitos y una sonrisa algo volteriana, no recuerdo quién me lo presentó en San Miguel de Tucumán, ciudad a donde ambos habíamos asistido para participar en unas jornadas de minificción organizadas por la facultad de literatura de la Universidad Nacional de Tucumán, en el noroeste argentino. En una sobremesa escuché con cierta vaguedad que a aquel sujeto lo vinculaban con Serbia, de ahí que en un principio, antes de conversar con él, le atribuí un origen balcánico. En aquellas jornadas, muy concurridas por académicos y cultores multinacionales del género, nunca pude conversar con Vique. Muy al final, casi en la despedida, se acercó a mí con una actitud amistosa y me regaló un juego de copias: “No me quedaron ejemplares del libro, pero hice esta copia para vos”. Ese gesto me pareció muy generoso, pues me tomaba en cuenta como participante de las jornadas, me individualizaba.
Las copias contenían algunas páginas del libro La vida misma y otras minificciones publicado por el Instituto Cervantes, en Belgrado, hacia el 2007, así que se trataba de una edición recién salida de la imprenta. Por modestas que fueran, esas hojas representaron el paso inicial y necesario para la configuración de una amistad que dura hasta hoy, pues gracias a otros viajes y a la tecnología sé lo que está haciendo en este momento mi querido amigo Vique, vecino de la ciudad de Morón ubicada en lo que allá conocen como “conurbano bonaerense”, es decir, las localidades que rodean a la Capital Federal.
Un año después de ocurrido lo que conté en el primer párrafo, en 2008, Vique fundó solo, con las uñas, una editorial. La llamó Macedonia, y se especializó en un género: la microficción. No desdeñó, claro, la poesía, el ensayo, el cuento y la novela, y poco a poco, con menos plata que ilusión, como dice un tango, el sello editorial fue agrandando su catálogo con títulos de autores que le ofrecieron su confianza y que no se sintieron defraudados. Hoy Macedonia es, como Ficticia en México y Micrópolis en Perú, un referente importante de la microficción latinoamericana, lo que se debe al tesón de ese tipo juguetón, irónico y talentoso que es Fabián Vique.
Macedonia acaba de cumplir una década, y como varios de sus libros me acompañan en La Laguna no quise dejar pasar el onomástico para celebrar que a veces aparecen personajes como Vique. Sin creerse nada, con las herramientas de la imaginación y el trabajo, logran hacer más por la literatura que muchas instituciones juntas. Y quien no crea que Fabián es un Quijote, que lea esta anécdota. Era 2011, estábamos en un encuentro literario en Santiago del Estero, Argentina, organizado por el escritor y también querido amigo Antonio Cruz, y Vique se repartía entre las conferencias, las lecturas y la atención a su mesa de libros a la venta. En eso llegó una señorita de la localidad y preguntó a Vique (fui testigo): “Perdone, tengo un libro y ¿cómo puedo hacer para localizar al representante, editor o gerente de Macedonia en Buenos Aires?”. La respuesta de Fabián no deja de ser verdad: “Macedonia soy yo”.
Felicidades a Vique. En efecto, editorial Macedonia es él.

miércoles, septiembre 12, 2018

Agua y caos














Ya nomás se acerca septiembre y me pongo a temblar. Lo digo por experiencia: en años anteriores no me ha tocado estar en el lugar idóneo cuando acontece la calamidad de una tormenta. El resultado de aquellas experiencias, sorprendido en la calle cuando el cielo se viene encima, ha sido ver lagunas innavegables desde el coche o aquella legendaria granizada que casi me sepulta alguna vez. En estos meses, por ello, permanezco con los focos amarillos de alerta y trato de no ser sorprendido por las lluvias que en la comarca lagunera no necesitan alcanzar el rango de diluvios para hacer estragos.
Como sabemos, la nuestra es zona de escasas lluvias. Por mucho, la mayor parte del año vemos días despejados, con sol o con estrellas, y a veces con nubes que poco después se alejan sin decir ni pío. La energía solar, dicho esto de pasada, sería en La Laguna un éxito si cuajara una política pública que emprendiera su fomento en casas, comercios, empresas e instituciones. Pero acá nos damos cuenta de que existe el sol sólo cuando queda escondido tras los nublados, lo que ocurre muy pocas veces en el año. El sol, para nosotros, es tan evidente que ya no lo vemos.
No se necesita gran cosa entonces para que La Laguna quede maltrecha por inundaciones. Pese a que en apariencia es una inmensa planicie, en la región hay zonas un poco más bajas que de manera sistemática sufren a propósito de cualquier temporal. Eso ocurrió en el arranque de septiembre: varias colonias (Zaragoza Sur, La Fuente, Residencial del Norte…), se convirtieron una vez más en rumbos inaccesibles y requirieron el apoyo de las autoridades para zafar un poco del problema. Las fotos y los videos no mienten: en algunos casos el agua alcanzó el metro de altura, lo que, por el reblandecimiento de los muros, forzó la evacuación de familias mientras se desarrollaban tareas de bombeo.
Sobre este asunto se ha insistido que el drenaje pluvial es un rubro muy mal atendido por las administraciones municipales, sin excepción. Es de esas carencias con las que ha convivido la comarca al grado casi de maldición egipcia: nuestro drenaje pluvial es lastimoso y ninguna autoridad ha lanzado proyectos que acaben de una vez por todas, o al menos mitiguen, los estropicios recurrentes que azotan a ciertas colonias. La razón está en lo caro que es tal obra pública, lo conflictivo y lento que es llevarla a buen término y, sobre todo, lo poco redituable que resulta en el plano del efectismo propagandístico. Dadas estas circunstancias, el único camino que queda a muchos laguneros es la fe en que no sobrevengan aguaceros y, si se dan, que dios los agarre confesados. Lo otro, que alguna autoridad meta mano al asunto, es pedir demasiado.

domingo, septiembre 09, 2018

Un Maradona posible















Gracias a la generosidad de un aficionado sin rostro aparece en Wikipedia la cádula biográfica de Diego A. Maradona. Abarca cuatro renglones de prosa esquemática y debajo de ellos figura un par de cuadros: “Diego A. Maradona (Lanús, Buenos Aires, Argentina, 30 de octubre de 1960). Ex futbolista profesional, mediocampista. Debutó en el equipo Argentinos Jr. Jugó además para el Valladolid, Temperley, el FAS de El Salvador y otros. Tras su retiro, ha entrenado a varios equipos”. Luego de esa información, los cuadros completan la lista de los equipos que recibieron sus servicios en la cancha y en la banca: Deportivo Azoátegui de Venezuela, Figueirense de Brasil, Blooming y Oriente Petrolero de Bolivia, Comunicaciones de Guatemala y Almirante Brown de su país, donde se retiró. Como DT, rodó en equipos de la segunda y la tercera divisiones de Argentina, Uruguay, Honduras y Ecuador. Ni el párrafo ni los cuadros establecen el número de sus partidos, ni sus goles, ni sus asistencias ni sus campeonatos. La entrada de Wikipedia carece de foto.
Más allá de estos precarios datos, sé quién es el tal Maradona porque juntos comenzamos la ilusión de jugar futbol profesional. Fue en Argentinos donde lo conocí. Yo vivía en el entorno de La Paternal, el rumbo de mi familia. Maradona llegó un poco después de que yo ingresara a las reservas; venía de un barrio llamado Fiorito, y sin duda tenía talento. Jugaba de 10, era zurdo, bajo de estatura, fuerte y veloz. Comenzó a destacar muy joven, tanto que llegó pronto al primer equipo, a los quince. Yo llegué un poco después, a mis 17, y formamos en la misma alineación durante un año; con Maradona hice una breve amistad, pues curiosamente consiguió una casa cerca del estadio y era casi mi vecino. No tuvimos una mala temporada, y por eso al final, como Argentinos necesitaba recursos, comenzaron a colocarnos en otros equipos. Yo llegué a México, al Santos Laguna, un club joven. Maradona fue el mejor fichado: se fue a Europa, al Valladolid de España, y ya no supe más de él durante varios años.
Transcurrió un año y medio, jugué con el Santos Laguna casi todo ese lapso como titular, me casé con una belleza de la aristocracia local y vino mi lesión en la rodilla. Tras la operación y el convalecimiento no quedé bien, y que decidí retirarme. Ya casado era muy difícil moverme de aquí, así que conseguí trabajo como entrenador de niños y de jóvenes en clubes recreativos y en universidades. No me fue mal, supe moverme y acomodarme, trabajé mucho. Una década después de mi lesión, hice un viaje urgente a Buenos Aires: mi padre estaba hospitalizado y su muerte se anunciaba próxima. Luego de verlo morir, pasé una semana junto a mi madre y mis hermanos, y volví a México. En Ezeiza, el día que tomé mi vuelo al Distrito Federal, me topé a Maradona. Ambos teníamos un par de horas libres antes de abordar, así que decidimos diluirlas en café y conversación.
Él viajaría también al Distrito Federal para luego tomar un vuelo a Guatemala. Seguía en activo, lo había contratado el Comunicaciones. Eso me asombró. Me contó que al llegar al Valladolid lo recibieron muy bien, y de inmediato se hizo de la titularidad. Traía ritmo, comenzaba a funcionar como él quería cuando se dio un partido contra el Atlético de Bilbao. Allí, en una jugada cualquiera, el vasco Andoni Goicochea le pulverizó el tobillo izquierdo, y aunque pudo salir adelante luego de varios meses de recuperación, ya no fue lo mismo. Valladolid lo dejó libre y desde entonces deambuló por Venezuela, Brasil, El Salvador y Bolivia hasta que lo reencontré, cerca de llegar a Guatemala. También conté mi historia, la lesión, mi retiro casi inmediato y mi vida más o menos tranquila en el norte México. Nos despedimos, cruzamos datos y la promesa de buscarnos alguna vez. Abordamos el mismo avión, pero no hubo posibilidad de viajar en asientos contiguos y al final, ya en el DF, sólo lo vi de lejos rumbo a la banda del equipaje.
Pasaron como veinte años desde aquel encuentro hasta que volví a saber de él. Una llamada extraña indicó que me marcaban desde Argentina. Contesté, como lo hago siempre que me llaman desde allá aunque el número sea desconocido. Asombrosamente, era Maradona. Dijo que había conservado mi número fijo desde la vez que nos vimos en Ezeiza, y tenía la esperanza de que yo no lo hubiera cambiado. Hablamos un ratito. Me informó que los Dorados de Sinaloa lo habían contratado como entrenador, y que pronto viajaría a la Ciudad de México. Amplió que había pedido a las autoridades del club un poco de tiempo para llegar, cinco días, y se los concedieron. En ese lapso llegaría a la capital y, como vio en el mapa que era una hora de vuelo hasta Torreón, me visitaría para que lo pusiera en antecedentes sobre la realidad del futbol mexicano. Me pareció una necedad, pero acepté.
Aterrizó dos días después, pasé por él al aeropuerto Francisco Sarabia y lo llevé a comer. Ya estaba gordo, algo descuidado. Me informó que tras su retiro había entrenado equipos en Argentina, Uruguay, Honduras y Ecuador, y que ahora seguía México. “La aventura mexicana”, dijo. Antes de llevarlo a un hotel, paseamos y conversamos por Torreón. Fuimos al centro histórico, a la alameda, al museo de Peñoles, al estadio local, donde le compré un souvenir de los Guerreros. En varios lugares no faltó, como me ocurre de vez en cuando, que algunos viejos aficionados —siempre afectuosos— del Santos Laguna me reconocieran y me pidieran fotos, selfies. Maradona veía eso con tranquilidad, cordial y distante. Incluso en tres ocasiones fue él quien manipuló las cámaras ajenas. Antes de dejarlo en el hotel para que a la mañana siguiente emprendiera su viaje a Culiacán, dijo sin verme a los ojos, mirando hacia la calle.
—Me da gusto que seas famoso y querido en este lugar, te envidio. Yo todavía sueño con aficionados que me traten así, que quieran tomarse fotos conmigo.

sábado, septiembre 08, 2018

Contra el lastre porril












Entre muchos perjuicios, uno de los beneficios que han traído las nuevas tecnologías de la información es el acopio de evidencias. Si bien la vida privada, y muy seguido hasta la íntima, se ve invadida por cámaras y micrófonos indiscretos cuyos productos luego atizan escándalos políticos y faranduleros, es indudable que la superabundancia de materiales captados sobre todo con teléfonos celulares genera pruebas que, bien usadas, rinden o pueden rendir formidables servicios a la justicia. Pongo como ejemplo las numerosas y clarísimas fotos de los porros que atacaron a estudiantes en la UNAM, documentos que no abren cancha a la duda sobre la actitud y los rostros de los agresores, de ahí que casi sea fácil dar con ellos.
No pasaba lo mismo en otros tiempos. A finales de los sesenta, traigo un caso similar que involucra a estudiantes en justa protesta, era más complicado retener en fotos la identidad de porros y reventadores. Las imágenes que tenemos del 68, recogidas por excelentes fotoperiodistas como Héctor García, jamás podían ser tantas como las que hoy, en un mundo lleno de cámaras, logran recogerse sobre cualquier acontecimiento público. Y un detalle adicional, no nimio: las fotos que hace poco circularon, relacionadas con los porros en tren de ataque contra los estudiantes, se complementaron con otras muchas de los mismos agresores en plan —digamos— casual, en poses de foto para redes sociales. Con tamaña evidencia no deja de sorprender que tras las denuncias esos tipos no están inmediatamente en el tambo.
Con voluntad (política o como queramos llamarla) es pues relativamente sencillo desarticular bandas porriles, bichos que por desgracia siguen pululando en las universidades públicas. Sabido es que en otros tiempos eran un tumor casi inextirpable, pues muchos funcionarios —directores, coordinadores, rectores y hasta maestros— creaban jaurías de golpeadores con el fin de mantener los feudos y los presupuestos a merced, de allí que no son pocos los casos de enriquecimiento a veces superlativo de quienes mantuvieron facultades o universidades enteras como principados a la usanza de los que desmenuzó Maquiavelo en su más famoso libro.
Tras lo acontecido en la UNAM da gusto que quien sea que haya azuzado al clan de porros sólo recoja muestras de repudio no sólo de la comunidad universitaria, sino de otras instituciones, de numerosísimos periodistas y de todos los que percibimos como inadmisible el regreso de prácticas violentas contra estudiantes y en general contra nadie.

miércoles, septiembre 05, 2018

Las vocales de Óscar










Hace como tres años fui invitado al Encuentro Internacional de Escritores José Revueltas organizado en Durango y allí me tocó coincidir con Óscar de la Borbolla, también invitado. Mi mayor gusto fue que en una de las mesas finales participé junto con él, su esposa, Beatriz Escalante, y el maestro David Ojeda. Leímos obra personal, un fragmentito cada uno, como se estila en esos trotes, y aproveché mi turno para encaramar un elogio acaso destemplado, pero indiscutiblemente sincero, a De la Borbolla. Lo hice porque en realidad lo admiro (creo que él y Enrique Serna son de lo mejor que tenemos y sin embargo no les apuntan los reflectores que merecen) y porque siempre quise decir en público lo que dije en aquel momento: que Ó de la B es de los pocos seres humanos que han escrito un libro inimitable, un experimento literario que nadie jamás podrá emular sin ser ostensiblemente comparado con el original.
Me refería a Las vocales malditas, cuya primera edición tengo y leí, hace ya décadas, con un estupor que permanece invicto hasta la fecha. Años después, cuando trabé amistad con el crítico argentino David Lagmanovich, vi que uno de sus ensayos se refería a De la Borbolla y a Héctor Libertella como dos escritores latinoamericanos “raros”, de esos que dan la impresión de ser inclasificables. David tuvo razón, y para probarlo sin dejar sitio al debate allí está Las vocales malditas, conjunto de cinco relatos en el que cada uno sólo apela a una vocal. Así desde los títulos: con la “a”, “Cantata a Satanás”; con la “e”, “El hereje rebelde”; con la “i”, “Mimí sin bikini”; con la “o”, “Los locos somos otro cosmos”; y con la “u”, “Un gurú vudú”.
Como es previsible, los cuentos de la “i” y la “u” no son tan eficaces, pero los de las vocales abiertas (a, e, o) son portentosos juguetes narrativos. El que más me gusta, lo repito cada que abordo el tema para invitar a su lectura, es el de la “o”. Termino este apunte con un fragmento, pues nada mejor que el ejemplo in situ de la que vengo ponderando: que Ó de la B es uno de nuestros mejores escritores y merece ser más leído. Va aquí el arranque de “Los locos somos otro cosmos”:
“Otto colocó los shocks. Rodolfo mostró los ojos con horror: dos globos rojos, torvos, con poco fósforo como bolsos fofos; combó los hombros, sollozó: ‘No doctor, no... loco no...’ Sor Socorro lo frotó con yodo: ‘Pon flojos los codos —rogó—, ponlos como yo. Nosotros no somos ogros’. Sor Flor tomó los mohosos polos color corcho ocroso; con gozo comprobó los shocks con los focos: los tronó, brotó polvo con ozono. Rodolfo oró, lloró con dolor: ‘No, doctor Otto, shocks no...’ Sor Socorro con monótono rostro colocó los pomos: ocho con formol, dos con bromo, otros con cloro. Rodolfo los nombró doctos, colosos, con dolorosos tonos los honró. Como no los colmó, los provocó: ‘Son sólo orcos, zorros, lobos. ¡Monos roñosos!’ Sor Flor, con frondoso dorso, lo tomó por los hombros; sor Socorro lo coronó como robot con hosco gorro con plomos. Rodolfo con fogoso horror dobló los codos, forzó todos los poros, chocó con los pomos, los volcó; soltó tosco trompón, sor Socorro rodó como tronco…”.

sábado, septiembre 01, 2018

Inmensidad del Mágico

















Poco a poco, silenciosamente, como una “culebra” que asimismo es el nombre de la jugada que él mejor hacía, se ha ido deslizando en mi vida la querencia por Jorge Alberto González Barillas, mejor conocido como Mágico, Mágico González. Nacido en la capital de El Salvador el 13 de marzo de 1958, por lo que acaba de cumplir sesenta, Mágico milita en mi lista de diez o quince futbolistas imperdibles. Esa lista la encabezan Maradona y Pelé indistintamente, aunque quizá más el primero que el segundo, y crece con Platini, Ronaldinho, Romario, Messi…, y sin duda incluye ya a Mágico González. No importa si otros lo colocan o no en sus propias listas, pero a mí me parece indispensable porque cada vez que reviso en YouTube los videos que de él y sobre él hay disponibles, hallo una suerte de grandeza reiterada: son las mismas jugadas, no tantas como quisiera, pero esas pocas muestran que se trataba de un futbolista con una capacidad técnica deslumbrante, tan grande que no deja de asombrarme pese a los años que lleva en el retiro.
Lo vi por primera vez, como todos los mexicanos, en la eliminatoria para el mundial del 82. Jugaba en la selección salvadoreña y bastaba que tocara el balón para saber que él era toda la selección salvadoreña. Gracias a su talento y su velocidad, un talento y una velocidad que Leonardo Cuéllar jamás pudo alcanzar en la jugada con la que nos echaron del premundial, el país centroamericano pudo llegar a España y allá fue maltratado incluso con goleadas como la de 10 a 1 que le propinó Hungría en el primer partido. El pobre juego de El Salvador no representó el opacamiento del Mágico, quien tuvo pinceladas de futbol que terminaron por llamar la atención del Cádiz, equipo en el que elevó su condición de futbolista a la de mito. Domingo tras domingo durante casi una década, la prensa española —y hasta Maradona, quien andaba por esos mismos años en el Barcelona— destacaba la crónica de los goles o las jugadas del Mágico en el equipo gaditano, y en ocasiones bastaba con un pase, una gambeta o un gesto técnico inusitados para que todos volvieran a coincidir en una afirmación: Jorge González era un jugador superdotado, un tipo con mucho más futbol que el habitualmente concedido a los jugadores de primera división.
La repetición de sus goles y algunas de sus jugadas disponibles en YouTube no dejan mentir. Con Cádiz jugó en dos momentos, interrumpidos en 1985 por su breve estancia en el Valladolid; en el equipo andaluz anotó sesenta goles, algunos de los cuales podemos disfrutar eternamente en las repeticiones internéticas. Destaca uno anotado a los blaugranas: toma el balón a mitad de la cancha, elude rivales a velocidad de flecha y al final vence al portero con un toque de billar. Algunos dicen que no llegó más lejos por vago, por poco ambicioso. Él negaba eso, simplemente argüía, como chico de barrio, que le gustaba la fiesta tanto como el futbol. Tengo para mí que el Mágico es encantador por eso mismo: un genio irresponsable que jugó al futbol profesional para divertir y divertirse, no para triunfar en el más o menos miserable sentido que desde hace varios años tiene la palabra triunfo en el deporte.