Conocí a Fabián Vique en 2007. De pelo largo y enmarañado,
lentes pequeñitos y una sonrisa algo volteriana, no recuerdo quién me lo
presentó en San Miguel de Tucumán, ciudad a donde ambos habíamos asistido para
participar en unas jornadas de minificción organizadas por la facultad de
literatura de la Universidad Nacional de Tucumán, en el noroeste argentino. En
una sobremesa escuché con cierta vaguedad que a aquel sujeto lo vinculaban con
Serbia, de ahí que en un principio, antes de conversar con él, le atribuí un
origen balcánico. En aquellas jornadas, muy concurridas por académicos y
cultores multinacionales del género, nunca pude conversar con Vique. Muy al
final, casi en la despedida, se acercó a mí con una actitud amistosa y me
regaló un juego de copias: “No me quedaron ejemplares del libro, pero hice esta
copia para vos”. Ese gesto me pareció muy generoso, pues me tomaba en cuenta
como participante de las jornadas, me individualizaba.
Las copias contenían algunas páginas del libro La vida misma y otras minificciones
publicado por el Instituto Cervantes, en Belgrado, hacia el 2007, así que se
trataba de una edición recién salida de la imprenta. Por modestas que fueran, esas
hojas representaron el paso inicial y necesario para la configuración de una
amistad que dura hasta hoy, pues gracias a otros viajes y a la tecnología sé lo
que está haciendo en este momento mi querido amigo Vique, vecino de la ciudad
de Morón ubicada en lo que allá conocen como “conurbano bonaerense”, es decir, las
localidades que rodean a la Capital Federal.
Un año después de ocurrido lo que conté en el primer párrafo,
en 2008, Vique fundó solo, con las uñas, una editorial. La llamó Macedonia, y
se especializó en un género: la microficción. No desdeñó, claro, la poesía, el
ensayo, el cuento y la novela, y poco a poco, con menos plata que ilusión, como
dice un tango, el sello editorial fue agrandando su catálogo con títulos de
autores que le ofrecieron su confianza y que no se sintieron defraudados. Hoy
Macedonia es, como Ficticia en México y Micrópolis en Perú, un referente
importante de la microficción latinoamericana, lo que se debe al tesón de ese
tipo juguetón, irónico y talentoso que es Fabián Vique.
Macedonia acaba de cumplir una década, y como varios de sus libros
me acompañan en La Laguna no quise dejar pasar el onomástico para celebrar que
a veces aparecen personajes como Vique. Sin creerse nada, con las herramientas
de la imaginación y el trabajo, logran hacer más por la literatura que muchas
instituciones juntas. Y quien no crea que Fabián es un Quijote, que lea esta
anécdota. Era 2011, estábamos en un encuentro literario en Santiago del Estero,
Argentina, organizado por el escritor y también querido amigo Antonio Cruz, y
Vique se repartía entre las conferencias, las lecturas y la atención a su mesa
de libros a la venta. En eso llegó una señorita de la localidad y preguntó a
Vique (fui testigo): “Perdone, tengo un libro y ¿cómo puedo hacer para localizar al representante,
editor o gerente de Macedonia en Buenos Aires?”. La respuesta de Fabián no deja
de ser verdad: “Macedonia soy yo”.
Felicidades a Vique. En efecto, editorial Macedonia es él.