Ya nomás se acerca septiembre y me pongo a temblar. Lo digo
por experiencia: en años anteriores no me ha tocado estar en el lugar idóneo
cuando acontece la calamidad de una tormenta. El resultado de aquellas
experiencias, sorprendido en la calle cuando el cielo se viene encima, ha sido
ver lagunas innavegables desde el coche o aquella legendaria granizada que casi
me sepulta alguna vez. En estos meses, por ello, permanezco con los focos
amarillos de alerta y trato de no ser sorprendido por las lluvias que en la
comarca lagunera no necesitan alcanzar el rango de diluvios para hacer
estragos.
Como sabemos, la nuestra es zona de escasas lluvias. Por
mucho, la mayor parte del año vemos días despejados, con sol o con estrellas, y
a veces con nubes que poco después se alejan sin decir ni pío. La energía
solar, dicho esto de pasada, sería en La Laguna un éxito si cuajara una
política pública que emprendiera su fomento en casas, comercios, empresas e
instituciones. Pero acá nos damos cuenta de que existe el sol sólo cuando queda
escondido tras los nublados, lo que ocurre muy pocas veces en el año. El sol,
para nosotros, es tan evidente que ya no lo vemos.
No se necesita gran cosa entonces para que La Laguna quede
maltrecha por inundaciones. Pese a que en apariencia es una inmensa planicie,
en la región hay zonas un poco más bajas que de manera sistemática sufren a propósito
de cualquier temporal. Eso ocurrió en el arranque de septiembre: varias
colonias (Zaragoza Sur, La Fuente, Residencial del Norte…), se convirtieron una
vez más en rumbos inaccesibles y requirieron el apoyo de las autoridades para
zafar un poco del problema. Las fotos y los videos no mienten: en algunos casos
el agua alcanzó el metro de altura, lo que, por el reblandecimiento de los
muros, forzó la evacuación de familias mientras se desarrollaban tareas de
bombeo.
Sobre este asunto se ha insistido que el drenaje pluvial es
un rubro muy mal atendido por las administraciones municipales, sin excepción.
Es de esas carencias con las que ha convivido la comarca al grado casi de
maldición egipcia: nuestro drenaje pluvial es lastimoso y ninguna autoridad ha
lanzado proyectos que acaben de una vez por todas, o al menos mitiguen, los
estropicios recurrentes que azotan a ciertas colonias. La razón está en lo caro
que es tal obra pública, lo conflictivo y lento que es llevarla a buen término
y, sobre todo, lo poco redituable que resulta en el plano del efectismo
propagandístico. Dadas estas circunstancias, el único camino que queda a muchos
laguneros es la fe en que no sobrevengan aguaceros y, si se dan, que dios los
agarre confesados. Lo otro, que alguna autoridad meta mano al asunto, es pedir demasiado.