Tuve ayer viernes la suerte de asistir al concierto de la Camerata y no puedo dejar archivado el placer que me produjo la destreza pianística del joven lagunero (¿debo decir niño?) Ricardo Acosta Murguía. De trece años apenas, este chico es hijo del reconocido pediatra Ricardo Acosta y de la doctora Murguía, estudia la secundaria y por más de un lustro ha sido disciplinado alumno de la maestra Mariana Chabukiani.
Acosta interpretó el Concierto para piano en Re menor de Joseph Haydn; al final de una ejecución que desde mi condición de lego juzgo perfecta, el público prodigó una apretada salva de aplausos que le mostró al precoz ejecutante la sorpresa y el orgullo de sus coterráneos. Fue realmente lujosa esa noche, un motivo más para creer que no todo en el mundo está mal, que todavía el arte nos ofrece refugios y a veces, como ayer, nos anticipa generosamente las potencialidades del talento humano.
¿Qué pensaba yo mientras oía al joven Acosta? Nada, simplemente me dejé acariciar por los sonidos que brotaban de su piano, como si la magia fuera gratuita, como si para llegar a ese desarrollo musical no se hubieran necesitado horas, días, meses, años de trabajo tanto de él como de su maestra y de sus sensibles padres. Ricardito, entonces, es ejemplo no sólo de pianista, sino de ser humano que aprovecha al cien por cien una oportunidad inigualable, el espaldarazo de la ventura.
Cuando terminó el Haydn de Acosta e ingresamos a la etapa de Shostakovich por Chabukiani yo ya me encontraba, como siempre, embebido en el mundo de la sociología exprés. Ese mismo viernes en la mañana había despachado mis tres horas en el taller de narrativa que coordino en el Centro Imago del Cereso de Torreón. Allí, con mis alumnos privados de libertad, todos adultos de entre treinta y sesenta años, hablé otra vez del cuento, de narradores, de técnicas para escribir adecuadamente. Comenté incluso uno de los relatos confeccionados por don Eliseo, preso ya bien entrado en años pero tenazmente deseoso de comprender los rudimentos indispensables del arte narrativo. Todos juntos, leímos un poco a Rulfo, sobrevolamos a Monterroso, dijimos algo sobre Borges. La idea es demostrar que en la más absoluta contracorriente, en lo que se supone es un desierto del afecto y la sensibilidad, hay agua, tanta que nuestro sueño es construir, a la vuelta de unos meses, un lago lleno de obra digna de publicación.
Mis amigos presos han tenido pocas oportunidades para sobresalir, algunos ni una sola en toda su vida. Pues bien, ellos quieren sobresalir con sus relatos, y mínimamente en eso deseo ayudarlos. Como millones de mexicanos, millones y millones, ni más ni menos, han vivido la vida al margen de las oportunidades artísticas y académicas, así que cuando escuché al talentosísimo Ricardo Acosta no pude no pensar luego en todos los talentos que tristemente se pierden por falta de una oportunidad y en todos los que, aun teniéndola, la desperdician por culpa del mercenarismo en el que vivimos.
Ricardo ha aprovechado plenamente una oportunidad espléndida. Sus padres merecen también un sostenido aplauso. ¿Qué se puede hacer para que el mundo le abra, como a él, un camino a cada niño? No sé, es muy difícil saberlo. Lo único que sé es que por algo hay que empezar. Por lo que sea.