Caja de resonancia foxista y usurpadorista, una de las tendencias más visibles del periodismo mexicano recientísimo es descalificar a los frentistas con dos argumentos tan consistentes como un malvavisco: están locos y se han quedado solos. Tal vez tengan razón en el primero de los rótulos: como en el caso del Quijote, es necesario estar un poco o bastante mal de la sesera y encarar a los vestiglos creados por la ultraderecha mexicana para prostituir al país y entregarlo, con gordezuelos y calvitos egresados del ITAM en el rol de mercachifles, a los empresarios locales y foráneos que ya refrotan sus manos y se liman los colmillos ante el banquetazo que los espera.
En el segundo caso, “ser han quedado solos”, mucho anunciaron que según veinte encuestas ya nadie cree a quienes sostienen la teoría del fraude; pues bien, con todo y los malos augurios el zócalo volvió a ser atestado de gente pacífica que por su propio pie, movida sólo por la certeza de que las elecciones fueron un chanchullo histórico, sancionó un acto que ataca el plano simbólico del poder y lo hace con plena apertura, en la plaza pública, sin un solo elemento de seguridad listo para reprimir a nadie.
La derecha mexicana y sus pedrosferrices ubicuos han trillado la idea de que con tumultos nada se demuestra, de que sólo vale lo que avalan las virginales instituciones del país. Eso han dicho por dos simples razones: una, porque si no fuera por las instituciones que controla(ó) el foxismo (la presidencia, parte de las Cámaras, los medios, el IFE y el Trife, muchas gubernaturas, el gabinete) hubiera sido imposible torcer el destino real del voto; dos, porque ni antes ni después de las elecciones, nunca en la vida del presidente impuesto verán sus ojos una movilización popular voluntaria como las muchas que tuvo la Coalición y que ahora tendrá el Frente. Sólo minusvaloran las concentraciones descomunales quienes, como Creel, sólo son capaces de reunir a tres adherentes extraviados en el laberinto de las ideologías.
Lejos de tener una convocatoria masiva, popular y alegre como la que vimos el lunes 20, el presidente de la pantomima se mueve, como lo hace Fox, rodeado de un aparato de seguridad faraónico y listo para actuar en caso de que se caliente cualquier ímpetu. Pobre Felipe, tan lejos del pueblo y tan cerca del Estado Mayor Presidencial, tan echón a la hora de decir que gozó del voto mayoritario y tan incapaz de armar un encuentro con diez mil personas en alguna plaza de todos y no sólo en salones apropiadamente cerrados para que nada perturbe a los círculos más altos del poder, de su poder.