Proceso ha cumplido 30 años de circulación; nació el 6 de noviembre de 1976, pocos meses después de aquel 8 de julio infausto en el que Echeverría movió alfiles para destrozar a Excélsior. Decir ahora 30 años parece una broma, pero es cierto: son tres décadas enteras en las que tal publicación ha marcado un precedente fundamental en la historia periodística de México, un precedente ahora insoslayable para entender buena parte de la actual relación prensa-gobierno.
Una división simplista de las etapas “proceseras” me lleva a pensar en tres momentos. De los primeros años, del 76 al 86, recuerdo poco. Comencé a comprar la revista, por iniciativa propia, sin recomendación de nadie, más o menos en 1984, cuando deambulaba el segundo o tercer años de mis inservibles estudios profesionales; poco puedo decir de ese periodo.
La etapa de mi mayor fervor procesero coincidió, creo, con la mejor de la revista, es decir, con la segunda década, del 86 al 96. Eran años convulsos para el país, los últimos de De la Madrid, todos los del horrible salinato y los primeros de Zedillo. Scherer, para entonces, ya no era el relativamente joven periodista expulso de Excélsior, sino el hito vivo, el referente incomparable de nuestra prensa crítica. Durante años, cada semana, el imberbe JMV compraba en los estanquillos de Torreón esa revista y la leía como se lee un manual (por esos tiempos, debo decirlo, acometí como quien acomete una biblia el Manual de periodismo de Leñero y Marín, libro de 1986 que, editado por Grijalbo, aun conservo). No olvido los nombres de rigor, esos periodistas a veces sin rostro a los que veneré secretamente: Scherer, Maza, el mencionado Leñero, Froylán, el mencionado Carlos Marín, JEP, Corro, Campa, Mergier, Naranjo, Ponce, Monsiváis, Bonasso, Fontanarrosa y acaso al que siempre respeté como quien respeta a un tótem: don Heberto Castillo. Hay más apellidos, claro, pero esos que traigo son los que me llegan primero a la mente, los que de golpe identifico con el Proceso al que estuve más ligado en mi papel de lector y de aprendiz, siempre de aprendiz, de periodista.
La década más reciente, la que cubre del 96 al 6 de noviembre de 2006, he sido un lector inestable de Proceso. Esa inconsistencia se debe no sólo a que nuestro país ha visto el nacimiento de otros muy dignos espacios, sino a la presencia de internet, a mi chata economía de paterfamilia asalariado y a mi, no sé si correcta, decisión de picar más piedra en la literatura (en los libros) que en el periodismo.
Con caguama, a falta de mejor elíxir, levanto pues un llanero y solitario brindis norteño. Que cumpla 30 más.