Muchos analistas han interpretado el caso Oaxaca como la manifestación más clara del rezago político en este México que, suponemos, ya goza de flamante estatus democrático desde que Fox llegó a la presidencia. Recuerdo, por ejemplo, que en varias ocasiones Gerardo Hernández, en su Capitolio de aquí abajito [me refiero a la edición del periódico en papel], ha dicho que en la actual realidad los gobernadores no se ciñen a las órdenes del presidente de la república ni mucho menos a las cúpulas de sus partidos, de ahí que en vez de estados manejen feudos y en vez de pueblo dominen vasallos.
Ayer mismo, Aguilar Camín neologizó en estas páginas: “feuderación”, dijo para referirse a la misma idea: México no es hoy una Federación, sino un archipiélago de feudos grandes y pequeños donde el señor de horca y cuchillo (llámese Ulises Ruiz o Mario Marín, por citar a los especímenes más señeros de esta temible zoología) hace lo que quiere sin que sobre su pellejo aceche nunca ningún castigo posible.
Ricardo Alemán, en igual tenor, aró ayer en El Universal sobre la misma idea: “Salvo las reglas electorales, sigue intacto el resto del andamiaje del sistema político mexicano, ese que hizo posible la hegemonía del PRI durante siete décadas. En ese sistema político era moneda corriente que el presidente en turno quitara gobiernos al gusto del cliente, para complacer supuestas revueltas sociales, casi siempre vinculadas con la corrupta manipulación social. La democracia no ha dado para crear nuevas reglas como para remover gobiernos estatales, que respondan al reclamo social, pero también a la división de poderes y a la soberanía de los estados”.
Puedo citar a otros tantos analistas que en lo sustancial coinciden con los mencionados: México es un país en el que cambió, gracias a un lindo maquillaje electoral, el rostro de la realidad política, pero sus huesos, sus músculos y sus órganos internos se encuentran en tal grado de descomposición que, lejos de ver posibles puertas hacia el desarrollo y la armonía sociales, lo único que destaca es más y más conflicto, más y más corrupción, más y más sálvese quien pueda.
Si el verdadero poder ya no pasa tanto por el antiguo sistema presidencialista ni por un genuino estado de derecho, ¿qué nos gobierna hoy a los mexicanos? Tal vez, quizá, naufragamos ante la apariencia de democracia y lo que de veras vivimos es un numeroso cacicazgo gangsteril, impune hasta la ignominia. Políticos iscariotes como Ulises Ruiz o Mario Marín, narcos que adoctrinan con su evangelio de cuernos de chivo y empresarios de Sodoma o Gomorra como Kamel Nacif son la nueva trinidad gobernante y caciquil. Allí los mexicanos de a pie sólo estorbamos.