Desde hace cuatro años tengo la fortuna de no usar coche. Esto me ha concedido, entre otros beneficios, no pagar leoninas placas y tenencias, no requerir seguros por accidente automovilístico, no sufrir por estacionamiento, no necesitar autolavados, no aumentar la contaminación del aire, no padecer a los mordelones, no ser reconocido o despreciado por el valor de mi vehículo, no olvidar mi condición de andarín original, no dejar de escuchar la voz de la gente, embriagarme sin ningún escrúpulo, ser considerado millonario excéntrico y recordar de vez en cuando que hay chuchos méndigos que emboscan al peatón.
Desde hace cuatro años, entonces, me desplazo principalmente a golpe de calcetín y esto me ha permitido, aunque suene insólito, “escribir” mientras camino. Sí, es muy raro, pero la práctica obligada del marchismo ha sido un factor determinante en el aumento de mi producción literaria, ya que mientras avanzo cuadras organizo párrafos en la mente, calculo palabras y pulo ideas para futuros proyectos. Obviamente, cuando lo requiere la ocasión, socorro al gremio taxista y no son pocas las veces en las que mi transporte es el bus, el jet de la pradera donde viajo entre risas y gritos de muchachas y cábulas de oficio carpintero.
Pocas veces uso la troca de mi esposa o el coche de Raymundo Tuda, quien amablemente pasa por mí todos los jueves para asistir a nuestra nada exquisita, y sí harto salvaje, terapia emocional de lucha libre en la Arena Olímpico Laguna de Gómez Palacio, sitio que sin duda es la basílica de este deporte aquí en el rancho grande.
¿A qué estas confesiones de patadeperro converso? Las hago para dejar testimonio de mi admiración por esas dos extremidades conocidas coloquialmente como “patrullas”, extensiones de nuestro organismo que han sido desplazadas, al parecer para siempre, por el patasdehule al que no sólo veneramos, sino al que le conferimos una utilidad que va más allá de nuestra comprensión y lo consideramos ser inseparable de nuestra cultura, casi casi como si hubiéramos nacido sobre neumáticos y no sobre dos plantas.
Todo lo dicho no quiere decir que celebre la puñalada del aumento a la gasolina ni mucho menos la idiota grosería del vocero Aguilar, quien con toda su foxista lengua señaló que “los pobres no usan Premium”, como si el aumento a ese tipo de combustible, y el que viene a la Magna, no fuera a repercutir después en incrementos escalados a todo o casi todo lo que sí insumen los pobres de este país.
No me asombra sin embargo la visión del vocero. Lo que me asombraría es lo contrario: que tuviera respeto por la gente. Ni modo, a seguir caminando.