jueves, noviembre 16, 2006

La memoria chiquita

Ahora, con un discurso de estadista conciliador, el presidente electo quiere borrar la campaña de odio que de todos modos le sirvió de poco para llegar a donde está, razón por la cual él y los suyos (los muchos suyos) habilitaron un tremebundo plan de choque poselectoral para frenar, esta vez con un método más sutil que el del 88, a la opción ganadora. Si ya de por sí el estilo mexicano de hacer política suena más falso que la capacidad artística de la Pau Rubio, las palabras tersas en boca de Felipe Usurpador no hacen sino recordar que en México la memoria histórica se ha enanizado tanto que hoy olvidamos los agravios ocurridos hace media hora.
En la confrontación todos perdemos algo, ha dicho sabiamente el presidente impuesto. El trasfondo de esas palabras, obvio, no está en el deseo de armonizar los intereses en erizada pugna, sino en marcar una vez más con la etiqueta de beligerantes irredentos a quienes le siguen regateando la condición de presidente electo. Celoso ahora del diálogo y la diplomacia, olvida el michoacano que hace poco más de cuatro meses su campaña edificó la más abyecta forma de la difusión propagandística, ésa que sin medida ni clemencia exagera, miente, pudre y deja reducida a cero la posibilidad de creerles luego cualquier palabra amable.
Cierto que se apanican de más los diputados panistas que claman, con Jorge Zermeño a la cabeza, la militarización de San Lázaro, pues en caso de que las bancadas opositoras decidan sabotear el cambio de poderes, éste se dará con o sin diputados sentaditos en sus curules; diga lo que diga la ley, los ritos mexicanos han entrado en crisis, y estamos cerca de ver, quizá, una toma de posesión atípica tal y como vimos un último informe entregado en los pasillos de la Cámara y no leído en la tribuna. Se entiende que el interés panista sea ver la ceremonia sin contratiempos en el protocolo. Es la transmisión de estafeta, acto espeso de simbolismo, lo que desean proteger frente a las hordas nacas que se entercan en no reconocer a Usurpador.
¿Qué hacer ante agravios de esta naturaleza? ¿Olvidar? ¿Recordar siempre? ¿Ser indiferente y seguir haciendo la luchita? Algunos tontos de cabo a rabo insisten (y conste que son comunicadores) en la especie del todo o del nada: si se sostiene que AMLO es el presidente legítimo, aunque no legal, y Usurpador es el presidente mañosamente legal, aunque no legítimo, ¿por qué los diputados y los senadores del PRD no renuncian y se convierten al “legitimismo”?
La respuesta es simple, y apela, así de fácil, a la memoria: porque el plan fue descarrilar a un candidato, no a cien, los cien que reñirán el primero de diciembre.