domingo, agosto 29, 2010

Nostalgia del bélit



En mi yañeceana flor de juegos antiguos se encuentran las canicas, el trompo, los papalotes, el volado, el yoyo, un poco el balero, el brinca tu burro, el chinchilagua y algunos juegos practicados con pelota (como los pocitos) o con cartas (como la lotería, las serpientes y escaleras y la oca). De las niñas eran la matatena y el bebeleche, además de la comidita y alguno que otro juego delicado que los futuros machos de endenantes jamás volteábamos a ver. Me refiero, por supuesto, a los juegos marginados de la difusión mediática, los que practicábamos en los muchos pedazos de tiempo disponible en nuestras niñeces proletarias, dicho esto sólo descriptivamente, sin quejumbre.
Los niños que fuimos y hoy tenemos alrededor de cuarenta años o poco más sabemos que en nuestras gloriosas épocas jamás tocamos un juego electrónico. A lo mucho usamos uno de pilas, algún robot o algún carrito que se movían a lo bruto, que describían una acción repetitiva repetitiva repetitiva repetitiva repetitiva. Nuestros juegos de pasatiempo, pues, tenían marcado el sello de la actividad y no el de la parálisis de los cientos o miles de juegos que ahora demandan por fuerza un monitor. Sobre ellos, muchos ya éramos algo grandes cuando aparecieron los primeros conectables a la tele. Recuerdo los torneos que me aventé contra los cuates de la cuadra porque a un amigo le compraron una cosa llamada NESA Pong; era la versión mexicana del “pong” y consistía en una consolita de video que se conectaba a la tele y ofrecía cuatro variantes de un juego parecido, claro, al ping-pong. Según sus etiquetas se trataba de un producto mexicano, con lo cual se demuestra que al principio de la era de los juegos electrónicos nuestro país quiso ponerse a las patadas con los Sansones orientales y norteamericanos (de hecho, “NESA” significaba, muy mexicanamente hablando, Novedades Electrónicas S.A.). Pasados algunos años, al arranque de los ochenta, en casa llegamos a tener un Atari que si mal no recuerdo también se conectaba a la tele, usaba joysticks y a la consola se le encajaban cartuchos con juegos de marcianitos que los niños de ahora ni siquiera pelarían si salieran gratis en el Maizoro. Y allí me quedé: ya no toqué un Nintendo y menos un xBox, debido a lo cual me considero un terodáctilo de los juegos electrónicos.
Pero hablaba de otros juegos, así que lo que acabo de escribir sobre el Atari y todo eso fue una digresión. Los juegos de mi niñez, y supongo que de las niñeces de quienes ahora andan arriba de los cincuenta, eran humildes y en Gómez Palacio sólo requerían una vuelta al mercado o a la juguetería El Gallito: allí estaba el paraíso de las pelotas, de las canicas, de los trompos (hechos de mezquite con un clavote criminal en la punta) y de los juegos de mesa elaborados con el estilo icónico de nuestra célebre lotería, la de diablito y del borracho, sin agraviar. Jamás olvidaré, dicho esto de pasadita, mi megatrompo de casi un kilo de peso, el cono de madera con el que gané mil batallas; para enredarlo usaba como tres metros de cuerda y lo lanzaba de arriba hacia abajo, con saña, para cascar al trompo inactivo de algún rival. Gracias a ese trompo yo sentí autoestima alguna vez en mi vida; sin exagerar, durante varios años fui invencible y todavía reconstruyo imaginariamente aquellas tardes en las que modestia aparte me la pellizcaban.
Los juegos mencionados siguen vivos aunque en peligro de extinción. He visto, sí, niños con tompos, pero cada vez son menos y lo peor es que usan un trompito así de chirris, de plástico sólido o de plano hueco, insustancial. De las canicas o los papalotes no sé, y creo que los juegos de mesa, como la lotería, sólo sobreviven en los barrios. Pese a todo, no han desaparecido como sí desapareció un juego que practiqué hasta, más o menos, los diez años con mis hermanos y mis amigos: el bélit (ignoro cuál es su ortografía, si bélit o vélit, pero dudo que esa palabra haya sido escrita alguna vez). He conversado con mi hermano Luis Rogelio, pero creo que para el caso nos hace falta el aporte de algún cabrón vago y memorioso como Chuy Aviña. Sólo lo jugué en mi infancia gomezpalatina y no sé siquiera si era jugado en Torreón; tal vez abuso de ignorancia y alguien me diga con erudición que el bélit es de origen tarahumara o paquistaní, pero el hecho es que sólo lo vi y lo jugué en Gómez, en mi niñez de Gómez.
Era el juego más modesto del mundo. Para obtener sus componentes sólo se necesitaba un palo de escoba. De allí se cortaban dos, uno como de cuarenta centímetros y otro de quince. Luego, en un espacio más o menos abierto dos competidores echaban un volado para ver quién estaba “dentro” (llamémosle “A”) o “fuera” (llamémosle “B”). En el suelo de tierra se hacía la “base”, un hoyo ovalado, casi como si fuera el cuenco de una mano grande. Quien quedaba “dentro” tomaba los palos y debía hacer tres movimientos:
a) El primero consistía en atravesar el palo corto transversal al hoyo, colocar debajo el palo largo e impulsar, como brazo de palanca, al corto tan lejos como se pudiera y sin que “B” lo atrapara “de aire”. Luego, “A” colocaba el palo largo transversal al hoyo y “B” lanzaba el palo corto desde el lugar donde hubiese caído. Si le pegaba (o “pelaba”) al palo largo, anulaba a “A”; si no, “A” contaba con el palo largo, como si fueran pasos, como quien despliega un biombo imaginario, los tramos que habían resultado entre el hoyo y el lugar donde quedó el palito luego de ser arrojado por “B” con la mano (describirlo es complicado, pero es el juego más sencillo inventado por la humanidad).
b) El segundo movimiento consistía en que “A” tomaba los dos palos y con los dedos índice y pulgar sostenía el corto de manera vertical mientras con el largo lo bateaba; era imprescindible que gritara “¡bélit!” antes de golpear el palito y mandarlo tan lejos como se pudiera. Y otra vez se repetía la historia; si “B” no lo atrapaba, debía lanzar el palito hasta el hoyo con el fin de pegarle al palo largo sostenido en este caso de manera vertical, en medio del hoyo, por “A”. De no ser “pelado” (o golpeado, hecho out), “A” contaba con el palo largo los pasos que habían resultado desde el hoyo hasta el lugar donde quedó el palito, y los sumaba a la cuenta anterior, la del primer movimiento.
c) El último episodio repetía básicamente lo ya hecho; la diferencia es que ahora “A” colocaba el palo corto semiacostado en uno de los extremos del óvalo del hoyo. El palito quedaba pues con una parte medio salida e inclinada; así, “A” debía pegarle en un extremo mientras gritaba “¡shangai!”, el palito brincaba hacia arriba y en el aire debía batearlo tan lejos como se pudiera; si “B” no atrapaba de aire el palo corto, debía tirarlo desde el sitio donde cayó y esta vez atinar al hoyo, pues de otra forma no había out. Luego, si “A” quedaba vivo, contaba con el palo largo los pasos hasta el palo corto, los sumaba a los anteriores y fin.
Esos tres episodios se repetían al gusto de los contrincantes y todos contentos. Una vez describí el bélit en una reunión con jóvenes y les sonó tonto. Pese a eso, si en efecto es un juego local, no estaría mal revivirlo y convocar al Primer Torneo Lagunero de Bélit Amateur. Tal vez allí, si juego y gano, mi autoestima recobre un poco del oxígeno perdido.

sábado, agosto 28, 2010

Estética del infomercial



Digamos que no con asiduidad, pero sí con frecuencia, algo pasa que mientras brincoteo canales de televisión me detengo en algún “infomercial” (así es denominada esa basura) y atiendo, entre fascinado y aburrido, todas las maravillosas virtudes de un producto al que sólo le faltaría ser gratuito para ser perfecto. No me tiembla la voz al afirmar que resisto como quince minutos de reprimidos bostezos mientras escucho y veo que un trapeador es capaz de limpiar hasta la Cámara de Diputados, o que un extractor suministra jugos más ricos y nutritivos que los del bosque Venustiano Carranza, o que unos silicones quitapón sirven para levantar senos más colgantes que los jardines de Babilonia, o que unas pastillas afrodisiacamente mágicas levantan hasta el pizarrín de una momia de Guanajuato, o que unos zapatos de suela intergaláctica pueden sacarle glúteos incluso a una tabla.
En realidad es muy divertido echarse esos chorotes largotes y mentirosotes, pues su producción ha sido pensada precisamente para alelar al ya de por sí alelado, por el sueño, televidente. El rasgo dominante de esos bodrios es el optimismo sin fisuras de quienes ofrecen los productos. Quizá allí está la clave de su éxito: agarrar a los ciudadanos medio apendejados por el estrés y la fatiga, prenderlos cuando sus cerebros ya casi están jetones, enseñarles que aunque la vida es esta mierda en la que debemos trapear, comer incómodamente sano, vernos de verse o cumplir como en película tres equis cuando hacemos aquellito, todo tiene arreglo si compramos el trapeador, el extractor, los implantes, los zapatos de hamacada suela o las pastillas. En pocas palabras, esos programas son oasis de felicidad, zonas de la programación donde hay un remedio incontestable a un problema que nos azota en los dos sentidos del verbo: que nos golpea y que, como dicen los chavos, nos torna quejosos de tiempo completo.
De verdad, algo misterioso ocurre cuando sigo la letanía de un infomercial. Me dejo guiar por el discurso y la imagen y compruebo que por fin han inventado algo que hará feliz a la humanidad al menos en un área que todos los días la flagela. El trapeador que da vueltas bien chidas, por ejemplo. Es una chulada. No se enreda, es fácil de escurrir, permite llegar a los rincones más difíciles del hogar, tiene peluche intercambiable y absorbe más mugre que quienes ven infomerciales. Una maravilla de la tecnología que sin pudor es presentada como una maravilla de la tecnología, un adminículo que dará felicidad a todas las familias perseguidas por la desdicha del trapeado disparejo y poco higiénico, además de fastidioso. Al ver eso siento con pleno uso de razón que mi alma es subliminalmente persuadida de que la felicidad sí existe, aunque nunca sea completa. A un perdedor, a un despachado, a un resentido se les puede decir que no todo es miserable en la vida, que tal vez el mundo fue y será una porquería, como sentenció Discépolo, pero en materia de trapeado la existencia del hombre pasará a ser dichosa y dejará de ser aciaga gracias a la aparición del trapeador que da vueltitas y se mete, sin albur, en cualquier parte.
Ahora bien, si los productos domésticos son ínsulas de la alegría en medio de la excrementicia mar, los artículos relacionados con la apariencia o el desempeño venéreo son todavía más atractivos. Supongo que a las mujeres les encanta ver al musculoso que alcanzó un físico apolíneo con sólo trepar en una pinche maquinita que nació en una ribera del Arauca vibrador, o a los hombres nos apiada ver morbosamente el testimonio de una chica que gracias a la caminadora plegable cambió las lonjas de antaño por un cuerpazo digno de calendario chaquetero. Eso sí es cambiar la vida, caray. Pasar de ser un don Nadie vil y asqueroso a un don Alguien que alborotará las feromonas de todo el personal en una fiesta donde por cierto jamás será revelado el secreto de tanta belleza.
Puede ser, lo pienso aparte, que los infomerciales me atraigan porque al verlos veo a quien los ve con credulidad, o al menos lo imagino. Es pues un tanto triste y hasta se siente uno mal por andar riendo de la ilusión. Retiro entonces lo dicho. Me encantan los infomerciales y en este mismo instante compraré el trapeador, pues si llamo ahora me darán sin costo extra dos botellas de Pinol y el Manual de trapeado deslumbrante. ¡Wow, no me lo puedo perder!

viernes, agosto 27, 2010

Crónica de un fervor



Como cualquiera, he visto llorar, hacer pucheros y sentir nudos en la garganta a muchas personas por los motivos más diversos. A niños por el capricho de un juguete, a adultos por la pérdida de un pariente amado, a jóvenes por un descalabro sentimental, a deportistas por un golpe, al público por una escena cinematográfica estremecedora, a un presidente por la defensa canina y mendaz de nuestra moneda, y así. Los motivos del llanto son innumerables. Entre los muchos que conozco, uno me faltaba por conocer: llorar, sentir una emoción que como manaza toma del cuello e impide hablar, quebrarse, en suma, por un libro. Hago la crónica de lo ocurrido el miércoles pasado a partir de las ocho de la noche en la biblioteca José García Letona de Torreón.
Hasta las 8:45 todo avanzó como se acostumbra en las presentaciones de libros. Primero Raúl Jáquez cantó dos piezas en compañía de su acordeón. Carlos Velázquez, encargado de literatura en la Dirección Municipal de Cultura torreonense, dio la bienvenida a nombre de Norma González Córdova, directora de la DMC también en el presidium; acto seguido, como decían los narradores de endenantes, hablamos Édgar Salinas y yo, en este orden, sobre el libro que nos convocaba: Un año con el Quijote, de Saúl Rosales Carrillo. Édgar y yo despachamos nuestras intervenciones con fluidez, sin mayores contratiempos. El también académico de la UIA Laguna dijo, y tal fue el corazón de su texto, que el Quijote es un libro propiciatorio de la conversación, del diálogo, de ahí que Saúl Rosales haya “charlado” tan animadamente con sus páginas. Yo traté de resaltar el valor de Un año con el Quijote en tanto tributo de Saúl al más poderoso símbolo de nuestras letras. Hasta allí todo en orden.
Luego vino la participación de Saúl. Agradeció a la DMC por la abundante promoción del acto, a Tábata Ayup por la esplendidez de las viñetas que ornan el libro, a Nadia e Ígor, sus hijos, por ser sus hijos y por socorrerlo en el armado de Un año con el Quijote, y a los presentadores por sus palabras. Al final quiso hacer un comentario sobre lo que le debía a Cervantes y al Quijote. Fue allí donde irrumpió lo inesperado. Para asombro del respetable, la voz de Saúl primero se quebró y después, en la orilla de la emoción, lo abandonó. Saúl, su temple y su imperturbabilidad famosos entre nosotros, quedó paralizado frente al público cuando intentó expresar lo mucho que le agradecía al Quijote y a Cervantes los muchos años de compañía y felicidad literarias.
Saúl, el Saúl que conocemos, ese Saúl tan difícil para mostrar en vivo sus emociones más profundas, se cuarteó con al amor que tiene por el Quijote y por unos segundos dejó su discurso en grado de tentativa. Cervantes tuvo pues que viajar desde el siglo XVII hasta La Laguna para que Saúl quedara noqueado de agradecimiento y emoción, y luego del rato de suspenso en el que el público lo animó a continuar con un aplauso espontáneo e igualmente conmovido, nuestro escritor recuperó unos buches de aliento para seguir, con la voz pequeña y trastabillante, la confesión de inmensa gratitud que lo había movido a trabajar sobre el Quijote durante todo el 2005 y ahora, con sus propios recursos, a publicar en libro los frutos de aquel esfuerzo.
Pasó el punto climático de la emoción al tope y el público, en voz de Estrella Atilano y Rosita Gámez, arropó con palabras al autor y le reiteró la admiración unánime de quienes lo leemos. Rato después, en mi viaje de retorno a casa, recapitulé lo recién vivido. Pensé en las situaciones de llanto y estremecimiento emocional que había visto en mi vida y concluí que todas eran legítimas, pues llorar, pese a la cultura machista que modela a los hombres para la dureza y a las mujeres para lo contrario, no es una anomalía sino la válvula del alma cuando siente que se asfixia sobrecogida por un hecho. Lo que jamás imaginé fue ver a Saúl Rosales en ese trance, anulado por su devoción del Quijote, paralizado frente a la necesidad de agradecerle en público y no poder hacerlo porque toda palabra parecía humilde frente a la grandeza de una obra vital para este escritor lagunero que sin premeditarlo supo expresar, con silenciosa conmoción, el tamaño de su fervor y su gratitud.
Extrañamente, lo mejor de la noche fue el nudo en la garganta de Saúl. Con eso dijo todo lo que es y lo que vale.

jueves, agosto 26, 2010

El Quijote según Saúl Rosales



Tengo casi treinta años sabiendo que Saúl Rosales es admirador del Quijote. Lo sé porque en aquellas lejanas clases de literatura no faltaban sus comentarios sobre el libro de Cervantes cuya primera parte cumplió cuatro siglos en 2005. Tampoco escaseaban sus elogios para otros autores, pero los que le tributaba a Cervantes siempre tenían un énfasis especial; eran, por decirlo así, elogios a sombrero quitado, reconocimiento que jamás entraba en crisis. Por eso no me sorprendió que en el año de la efemérides quijotesca nuestro escritor usara todos los foros posibles de su escritura para aplaudir/recomendar/analizar las huellas dejadas en su alma por el caballero andante. Hoy tenemos a la vista, ya en su catadura de libro, el resultado de aquellos doce meses consagrados a convivir con esa novela que por sí sola bastaría para hacernos felices y justificar una literatura y hasta una lengua.
Leí los tanteos de Saúl en torno al Quijote según fueron apareciendo en algunas revistas laguneras (Siglo Nuevo, Estepa del Nazas, Mesas de adentro). Era ese tipo de colaboración periodística sin fecha de caducidad, escrita para perdurar y, por qué no, escanciarse con el tiempo en un recipiente bibliográfico. Eso es lo que presentamos esta noche: el libro Un año con el Quijote, título que sintetiza el esfuerzo de Saúl Rosales por codearse los días y las horas de 2005 al lado del idealista caballero enjuto. El propósito de aquellos artículos es el mismo que ahora abraza el libro: motivar en los lectores rezagados la curiosidad de leer una obra que fue sustancialmente escrita para divertir. El autor sabe a la perfección que el Quijote amedrenta con su prestigio de “clásico” y que los lectores de hoy aprecian la amenidad como valor supremo en una obra, de ahí que página tras página reitere la intención jocosa que Cervantes le imprimiera a su quehacer. Y así, tan amenas como el Quijote son las 34 piezas (casi tres por mes) que componen el libro celebratorio de Rosales Carrillo.
Para dar una muy general idea de la magnitud humanística del Quijote, Saúl Rosales no sólo ponderó la riqueza del humor contenida en los capítulos donde el manchego emprende sus numerosas aventuras. El abordaje de Un año con el Quijote avanza por varias rutas, todas insinuadas o explícitas en el gran libro de la literatura hispánica, de suerte que en el intento pone toda su erudición sobre la báscula. Hay en esta obra, entonces, un poco de lo que ha sido Saúl Rosales: por supuesto sentimos que escribe el hombre de letras, pero también el lingüista, el político, el antropólogo, el sociólogo, el historiador, el periodista, el maestro. Tal es la principal virtud de esta exploración: con diversa inteligencia nos enseña que el entretenido libro de Cervantes es además una especie de encicopedia del espíritu humano, un punto luminoso de la literatura universal donde convergen, disfrazadas de ficción, las pasiones del hombre, sus miserias y sus grandezas.
Adornado con bellas imágenes trazadas por Tábata Ayup, Un año con el Quijote recorre El ingenioso hidalgo… con ojo erudito aunque accesible a todo lector medianamente informado. Su matriz original, la periodística, dictó a Saúl Rosales el imperativo de no caer en desentrañamientos inextricables, en esas densas interpretaciones que a veces son más difíciles de entender que lo analizado. Nuestro autor procede con generosidad: sus trancos son cortos y es trasparente el propósito de cada uno. Más: tan bien han sido confeccionados que desde los mismos títulos (una obsesión del autor, debo decir: la precisión al bautizar sus obras) se sabe sin divagaciones qué asedia cada artículo. Doy un par de ejemplos: en “La dulzura de Dulcinea y la melosidad de Melibea” explica la admiración que sentía Cervantes por Fernando de Rojas, autor de La Celestina y creador del personaje Melibea, nombre asombrosamente simétrico, en forma y fondo, al de la inspiradora toboseña; en “Los consejos de don Quijote para gobernar” expone lo que queda dicho allí mismo, en ese título que no requiere mayor espulgamiento.
Un año con el Quijote es un libro sencillo, pero no simple. Además, en consonancia con su materia, aleccionador, edificante sin caer en el dogmatismo de lo que extrae para nosotros en la rica mina de su objeto estudiado. Se vale siempre, además, de citas textuales precisas, referidas al lugar de donde fueron extraídas, y con ellas borda cada una de sus reflexiones hasta dar con el develamiento de cada tema. No puedo leer este tipo de trabajos de Saúl Rosales sin recordar su metodología; al modo antiguo que por cierto sigue siendo el mejor, anota en tarjetas lo que va leyendo, o más bien lo que le va sugiriendo la lectura. De esa manera teje la red en la que apresa los peces que son los temas y subtemas con los que a su vez alimenta cada una de sus aproximaciones. Y me pasa siempre: leo estudios sobre el Quijote, encuentro las citas usadas por los analistas y despiertan de inmediato en mí las ganas de volver a la fuente, a El ingenioso hidalgo… Al final uno termina persuadido (¿acaso, además de persuadir, tiene la crítica otro fin?) de que el Quijote es, con los pelos en la mano, lo que ya sabemos: no un libro, sino un monumento a la lengua española y a lo que con ella su autor pudo expresar, es decir, todo lo que la mente y el corazón del hombre albergan para reflexión y regocijo de los pasados siglos y de los venideros.
En suma, Saúl Rosales ha tenido la gentileza de volcar, para nosotros, un año de su atención en un proyecto que al enaltecer lo que merece ser enaltecido lo enaltece también a él. Sin auspicio, movido sólo por los resortes de su amor por la literatura y por el personaje más importante de la literatura, el escritor lagunero arrostró el plan de desmenuzar el Quijote desde enero de 2005 hasta que concluyó el jubileo. Ahora, cinco años luego, encara la hombrada de armar, pagar y propagar una edición que confirma su desprendimiento y su fe en el credo cervantino. Para quienes creen que ya no existen hombres entregados a la literatura por la literatura y sin exigencias de retribución alguna, el caso de Saúl Rosales y Un año con el Quijote es una prueba notable de que se equivocan. Precisamente, hay mucho del magisterio del Quijote en este emprendimiento.

miércoles, agosto 25, 2010

Quijotes a la vista



Felizmente he leído en estos días dos hermosos libros sobre el Quijote. Uno de ellos lo presentaré hoy a las ocho de la noche en la biblioteca José García Letona de Torreón; lo haré junto con su autor, Saúl Rosales, y Édgar Salinas Uribe; se trata de Un año con el Quijote, libro al que le dedicaré los muchos elogios que merece. El otro fue publicado en España hacia 2005; es El País del Quijote, y lo encontré hace poco sobre un mesón de saldos, a 39 pesos, en una tienda de autoservicio que de vez en cuando compra lotes grandes, como tomates, y los pone a precio accesible para los bolsillos menesterosos.
El título declara qué contiene el libro: son acercamientos de escritores, académicos y periodistas sobre el Quijote, todos publicados en el periódico El País, de España, durante 2005, año en el que celebramos el cuarto centenario del libro inmortal. A México, a Torreón llegaron tales páginas seguramente por una de esas carambolas del comercio internacional que rebotan excedentes a los lugares más extraños. No importa: lo vi y como suelo comprar casi todo lo que hallo sobre el Quijote, pagué los 39 de su valor y comencé a leerlo con algo de escepticismo, pues suele no gustarme el estilo arranciado de algunos escritores españoles con mentalidad doctoral y regañona, de dómines.
Mi sorpresa fue grande al navegar sus páginas. Son 33 artículos y un prólogo enquijotados hasta el tuétano, todos visiblemente contentos (hasta el Vila-Matas que se queja, algo mamón, de la efemérides) al recordar la serena grandeza de un libro escrito por un hombre, Cervantes, tal vez más grande que su libro, lo que es muchísimo decir. La lista de colaboradores es de grandes ligas, un auténtico dream team; entre los más destacados puedo mencionar al mencionado Vila-Matas, Harold Bloom, Basilio Baltasar (quien además cooperó con el prólogo), Eduardo Mendoza, Francisco Rico (una eminencia en quijotología), Carlos Fuentes, Jordi Soler, Juan José Saer, José Saramago, Juan Goytisolo y Fernando Vallejo. Todos fueron convocados por El País para, durante los días conmemorativos de 2005, aportar una opinión que sirviera para reiterar la valía —no tanto para descubrir Mediterráneos— del libro por antonomasia de la literatura universal.
Tras leer este racimo de opiniones me quedó más clara que nunca una idea: la defensa del Quijote ha estado, está y estará en manos de los escritores. Como lo reconocen muchos de los autores convocados, el “publico en general” se ha alejado de la obra cumbre de nuestras letras por las razones que sean, pero los que escriben, los que leen para escribir, saben que en el libro de Cervantes habita algo más que un personaje, su escudero y mil peripecias, sino el espíritu de nuestra lengua en estado prodigiosamente vivo. En efecto, en el Quijote el castellano fue trabajado con toda suerte de timbres, casi para dar idea de su plasticidad, de su maleabilidad. El español de Cervantes sirve allí para comunicar alegría, tristeza, melancolía, enojo, pena, heroicidad, amor, ira y todo lo que el humano ser puede guardar en la faltriquera de su alma. Lo hace además, para expresarlo también con una palabra de esos tiempos, con donaire, siempre con una resonancia poderosamente bella para quienes, como los escritores, saben que la palabra escrita no sólo comunica para los ojos, sino también, y acaso con mayor importancia, para las orejas.
Es difícil destacar dos o tres artículos entre los demasiados que contiene El País del Quijote. Salvo uno o dos comensales, lo afirmo convencido, todos ofrecen un enfoque grato e impulsan aunque no lo quieran a buscar las páginas del Quijote. En la criba que mi mente hace gracias al selectivo olvido destacan al menos cuatro a los que volveré, porque me gustaron mucho: el de Bloom, el de Saer, el de Goytisolo (una maravilla) y, pese a sus ex abruptos algo innecesarios, el de Fernando Vallejo. Pero en esta especie de bufet (en la Argentina dirían, más castizamente, “tenedor libre”) lo importante es que todos aportan algo para estimularnos a lo mero mero: ir hacia el Quijote en cualquier momento, con o sin cuarto centenario en las narices.
Y bueno, los espero hoy para quijotear con el libro Un año con el Quijote, de Saúl Rosales. Recuerden: Biblioteca José García Letona, alameda Zaragoza, Torreón, ocho de la noche, entrada libre y brindis. Presentamos Édgar Salinas Uribe, el autor y yo. Organiza la Dirección Municipal de Cultura torreonense encabezada por Norma González Córdova.

domingo, agosto 22, 2010

Fantasma de Madero



Conviene que leamos la “Nota” final antes de emprender esta breve caminata por Madero, el otro, novela de Ignacio Solares publicada en 1989. Entre otras precisiones, el narrador chihuahuense expresa allí que “El novelista comprueba con un trabajo como éste que, en efecto, la realidad va por delante de la imaginación, que no la alcanza, que no hay manera de alcanzarla”. Es cierto: si uno lee los hechos históricos en bruto, los documentos que remiten a personajes y acciones, confirma que “la realidad va por delante de la imaginación”, que un proceso como el de la revolución mexicana esconde montones de evidencias sobre el carácter fabuloso de sus protagonistas y sus hechos. La novela es, por ello, en ciertos casos, una especie de proyecto que no requiere del aderezo imaginativo para crear la impresión de sobrenaturalidad. La pura realidad de Madero y su proyecto, su lucha como apóstol civil nimbado por un aura de profeta, su accidentado gobierno y su muerte como feroz pináculo de la Decena Trágica, hacen de Madero, el otro un acabado ejemplo de novela real-maravillosa pues en lo fundamental siempre se ciñe con detalle a los hechos fiscalizables por la historia, tanto como lo hace su lejana parienta titulada El reino de este mundo.
Si algo ha encontrado Solares para contar la tragedia de Madero es, creo, el tono. Gracias al juego que consiste en crear un fantasma de Madero al lado del Madero real recién acribillado, este relato sostiene una suerte de hechizo que nos atrapa en una especie de diálogo-monólogo: el alma de Madero pregunta incesantemente al cuerpo abatido de su par, el presidente depuesto por la traición de Huerta y asesinado el 22 de febrero de 1913. Las preguntas elaboradas por el alma de Madero son las preguntas del lector a un hombre, Madero, que acaba de recibir los disparos de Francisco Cárdenas afuera de la penitenciaría a donde Madero fue conducido junto a Pino Suárez. Debido a tales preguntas el relato avanza y nos envuelve en la compleja trama de pasiones e intereses que movieron al demócrata nacido en Parras.
Ignacio Solares es una de las cartas más pesadas de la literatura norteña; aunque radica desde hace muchos años en la capital del país, la cédula que ofrece Punto de lectura, la colección de Alfaguara donde han sido reeditadas muchas de sus obras, señala que nació en Ciudad Juárez, en 1945. Es autor de las novelas Delirum Tremens, Madero, el otro (traducidas al inglés), La noche de Ángeles (Premio Diana Novedades, 1989), El gran elector, también llevada al teatro y por la que obtuvo el premio a la mejor obra del año otorgado por las tres asociaciones teatrales de México. Entre sus novelas destacan Nen, la inútil (Premio Fuentes Mares 1996), Anónimo y Casas de encantamiento (Premio Magda Donato, 1988). Actualmente es director de La Revista de La Universidad Nacional Autónoma de México. (Ignoro por qué no añade Columbus en esa producción narrativa, pues se trata de una de sus novelas más celebradas).
Vemos con esto que detrás de Solares hay una trayectoria sólida y al menos tres o cuatro novelas con intereses frontalmente histórico-políticos entre las que destaca, a mi tímido parecer, Madero, el otro. Compuesta en 64 trancos y la susodicha nota final, su mayor mérito está, como ya dije, en el tono, en su resonancia. Tal es, creo, uno de los valores sobresalientes de cualquier novela que aspire a quedarse en la memoria del lector: si carece de un tono envolvente, si no embruja con una cierta música, puede ser leída, pero al final pasará sin haber marcado una huella peculiar en el ánimo del receptor.
La novela de Solares nos hechiza porque en la lógica del espiritismo practicado por Madero justo es (en ningún otro caso lo sería tan justamente como aquí) que el relato sea narrado por un alter ego, un Otro, el fantasma del parrense brutalmente asesinado. Toda esta historia es, pues, en el fondo, un monólogo o, si se quiere, un diálogo frustrado: el fantasma habla, pregunta, inquiere al recién acribillado y en los grandes intersticios —si se puede decir así— de este monólogo-diálogo sin diálogo se cuela todo el contexto de una vida, la del Madero real que nació en Coahuila, que fue inquieto, rico, corto de cuerpo pero grande de ánimo, piadoso, tenaz, justo, ingenuo, inseguro para actuar con dureza y firme siempre, pese a las circunstancias, en la idea de construir un país mejor.
Gracias a Solares nos adentramos en el alma de un personaje canonizado por la historia y advertimos que sus defectos fueron grandes, sobre todo el de la indecisión y el de la inhabilidad para afilar el colmillo y detectar a los traidores. Nunca, sin embargo, esas limitaciones lograron ser más grandes que las virtudes de este personaje entrañable, acaso el héroe nacional más querible de cuantos alberga nuestro santoral laico.
Instalados desde el principio en el juego literario, el recién ejecutado yace y comienza así la revisión de su pasado. El fantasma que fiscaliza sabe que hay una catarata de preguntas por hacer y de vicisitudes por revisar. Nunca es ligero, no le da por su lado al presidente lleno de balazos. Lo cuestiona, le hunde el bisturí de la duda para sacar en claro si todo lo realizado ha valido la pena y ha sido lo correcto, si no fue una gran equivocación de la historia que ese ser humano frágil como un pájaro cayera en una silla siempre merodeada por las peores hienas, por los más feroces chacales.
Gracias al recurso del narrador afantasmado Madero, el otro crea la ilusión de relato compacto porque la segunda persona nunca abandona el vocativo “hermano” (“Vamos, hermano, ha pasado un instante del disparo del .38 Smith & Wesson”). Cuando ese vocativo no aparece es sólo para no desembocar en la monotonía, pero uno lo presiente en cada rincón de la historia. El fantasma no habla a los lectores, sino al cuerpo exánime de un hombre que es víctima de una calamidad histórica cuyo desenlace no acabamos de ver claro todavía, dado que desde entonces no hemos tenido un presidente electo en condiciones plenamente democráticas. Al dibujar la figura de Madero, la novela lo que hace es delinear el tema/problema más importante de la historia política de México: el de la democracia. ¿Hasta dónde hemos sabido construirla? ¿La tenemos o sólo hemos vivido simulacros? ¿Es posible hablar de democracia en un país donde reina la desigualdad económica? ¿Somos capaces de organizar elecciones equitativas? ¿Cuántos gobiernos espurios hemos padecido desde de la felonía de Huerta?
Los balazos de Francisco Cárdenas a Madero, perpetrados al lado del sedán Protos donde cayó el presidente mártir, son en suma la metáfora de otras acciones parecidamente brutales infligidas contra otros tantos intentos por edificar un régimen democrático sin sombras de falsedad. Madero, el otro puede ser leída en suma como alegoría del asesinato recurrente contra la democracia mexicana.

sábado, agosto 21, 2010

El futuro es lapidario



Hay que ser optimistas, pero no abusar. ¿Tenemos país para cuántos años? Más: ¿para cuántos años, décadas, siglos, milenios, da el mundo, la civilización? No me dedico a especular y mis capacidades nostradámicas son harto humildes, tanto que ni siquiera sé si voy a llegar vivo en lo físico y en lo económico a la próxima quincena. O sea, asegurar que vamos para largo es cegarse ante las evidencias de un desastre que ya nos está haciendo cosquillitas en las patas. Por eso, hay que ser optimistas y tratar de no añadir barbarie a la barbarie, pero sin incurrir en la ñoña ingenuidad de vislumbrar nuestro futuro como algo casi eterno.
Esto de no mamársela (perdón por la palabrota, pero así dice la raza cuando alguien se pasa de tueste) en materia de futurismo desbocado lo comento por la polémica que desató el tema del bicentenario escrito por Jaime López e interpretado por un sujeto que se hace llamar con un seudónimo lujosamente tonto: Aleks Syntek (ese nombre es tan burdo que tuve que buscarlo en Google para saber cómo se escribe; ni un luchador se hubiera autobautizado así).
De entrada, parece muy chafa que el “tema oficial” del bicentenario sea cantado por un personaje identificado con la fresez más televiscosa. La celebración, queramos aceptarlo o no, tiene su tono, un tono serio, patriótico, y si querían tema oficial mejor hubiera sido convocar, por ejemplo, dos voces identificadas con otro tipo de canto, un tenor y una soprano, digamos. Zintec o como se llame está chido para tema de telenovela o para película juvenil con “mensaje concientizador”, pero queda enano para entonar el logotipo sonoro del bicentenario. Si fue Cintek o como se escriba, daba pues lo mismo que cantaran Juanga o Luismi, o Ale Gumán o Ninel Conde, o, por qué no, algún chico prendidísimo y superalivianado y ultracool de la Academia Bicentenario.
Según la excelente nota de Jesús Alejo publicada ayer en Milenio, “El gobierno federal delegó en Instantia Producciones todo lo concerniente al desfile y el festejo del 15 de septiembre, incluida la canción oficial del Bicentenario, que fue encargada a Jaime López y a Aleks Syntek. La empresa, que fundó el australiano Rich Birch para diseñar las celebraciones de la Independencia, también recomendó a los compositores para desarrollar la música que ambientará tanto la caravana como las actividades en el Zócalo de la Ciudad de México. De acuerdo con el secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, Instantia le propuso una selección a la coordinación de los festejos —encabezada por José Manuel Villalpando— un conjunto de músicos y de compositores ‘y la respuesta fue más que entusiasta. Instantia hizo un rastreo con los mexicanos que colaboran con la empresa y nos pareció impecable la propuesta’”. Eso explica mucho.
Mi opinión sobre Jaime López, el letrista, es la mejor que uno puede guardar sobre alguien que se dedica a la música popular. Sus piezas siempre me han parecido originales, muy ingeniosas, pero no sé qué pasó en “El futuro es milenario”. Para empezar, y como apunté al principio, no es posible desbarrar en ese optimismo delirante expuesto desde el mismísimo título. ¿De veras cree que el futuro es milenario o es rollo para que no nos asustemos con la certeza de que ya nos está cargando el payaso? Luego, las estrofas parecen deshilachadas, inconexas, como colocadas un poco al chile. Las imágenes, en general, son de canción descalificada del festival OTI, por lo simplonas: “Nacimos para cantar / Nacimos para bailar / Nacimos en el lugar / Del Cielito Lindo…”. Luego, cuando se imponían otros versos paisajísticos que aprovecharan el uso del “cielito lindo”, hay una transición a otro asunto sin verbo de enlace: “Más siglos para el amor / Más siglos para el color / Más siglos para una canción / Serán bienvenidos…”. Y sigue por ese tenor, como tema de concurso preparatoriano. Con desmedida indulgencia, todo es perdonable, menos el estribillo, un monumento a la glucosa que envidiaría el grupo Fresas con crema: “Shalalalala / El futuro es milenario / Shalalalala / Allá vamos paso a paso / Shalalalala / El futuro es milenario / Shalalalala”. No se puede pedir más miel. La patria entera se empalagará con ese tema.

viernes, agosto 20, 2010

Nos falta mucho, hija



Tengo una hija de trece años y por eso estoy en la etapa, que espero termine pronto, de platicar poco con ella. Ayer compartimos un breve viaje en coche y no sé por qué me preguntó, a quemarropa, esto: “Papá, ¿se puede decir que Torreón tiene casi todo?” No es filosofía, cierto, pero nadie podrá negar que es una buena pregunta de una adolescente que no ha tenido todavía contacto directo con otras realidades, digamos, menos carenciadas. Mi respuesta fue breve, como de cinco minutos de explicación. Fue básicamente la que ahora expongo.
Torreón es una ciudad importante, pero está lejos de tenerlo “todo”. De hecho, ninguna ciudad lo tiene todo. La que no padece un problema o un vacío, padece otros. Hace como dos o tres semanas escribí precisamente que me asombraba la falta de albercas en La Laguna. Nos achicharramos ocho meses del año con temperaturas enviadas por el demonio y no contamos con un lote suficiente de albercas e instructores especializados. Torreón, La Laguna entera podría ser una meca de nadadores extraordinarios si a los niños y a los jóvenes se les acondicionaran los medios para ejercitarse en el nado. Y no me refiero sólo a la recreación, que es importante, sino al fomento de un deporte que por las condiciones climáticas de la región podría favorecer notablemente a la comunidad y darle grandes hornadas de competidores y a la postre orgullo, autoestima social. ¿Y qué pasa? Que no hay albercas, y las pocas que hay pertenecen a clubes privados o son de acceso popular y sólo tienen carácter recreativo.
En el mismo rubro deportivo, tal vez exagero pero siento que carecemos de toda la infraestructura deseable y adecuada. No pienso, por supuesto, en las canchitas malacuchas de fut y de beis, esos espacios improvisados, de tierra, ideales para deprimirse, sino en complejos deportivos que permitan principalmente el desarrollo físico de niños y jóvenes y en donde sea prioritario un trabajo formativo que aspire a la competencia fuerte. Nada de eso hay en Torreón. Por eso, las pocas glorias deportivas que hemos tenido nacieron casi del azar, producto de esfuerzos individuales y familiares, nunca institucionales.
Lo mismo pasa en el terreno del conocimiento y la cultura. Le comenté a mi hija que si un joven desea estudiar arte dramático con una visión no amateur, debe buscar opciones en otro lado. Lo mismo pasa si quiere estudiar pintura, letras, filosofía, música, historia. La realidad es contundente: el nicho universitario de La Laguna no contempla disciplinas humanísticas (artísticas) en su extenso menú. El arte que se enseña y se aprende en la región es siempre un tanto provisional, generado por instancias y maestros con iniciativa pero sin los recursos adecuados y demandado por alumnos que tal vez desearían estudiar más a fondo, pero se deben resignar a una suerte de barnizada o contacto que no llega a especializarlo como lo haría, por ejemplo, una licenciatura o algo parecido.
No soy ingrato con las instancias que muchas veces con las uñas trabajan en el ámbito de la cultura para promover o enseñar distintas disciplinas artísticas. Yo mismo, de joven, fui víctima de la falta de oportunidades para estudiar aquí algo que me apasionara y yo mismo he sido parte de los muchos maestros que tallereamos o damos cursos patrulla porque sentimos la necesidad de enseñar aunque la infraestructura sea precaria. Más bien, lo que hago al decir esto es reconocer a quienes no claudican en su esfuerzo por enseñar artes; sólo ellos, sólo nosotros sabemos lo que es trabajar sin impulso, con la pura inspiración y casi a la intemperie institucional.
¿Qué más le falta a nuestra comunidad? Le falta tanto como espacio a esta columna para decir, por ejemplo, que en Gómez Palacio o en Lerdo la infraestructura cultural tiene treinta años o más sin haber crecido significativamente. En otras palabras, la lista sería casi de mandado si nos ponemos a enumerar lo que nos falta, hija.

jueves, agosto 19, 2010

Hallazgo de Carbone



Como todos los productos humanos, la poesía tiene innumerables rostros. Sus variantes son infinitas y tal vez a eso se deba que nadie haya podido definirla. Hay aproximaciones, tanteos, vislumbres sobre lo que es, pero en el cosmos de versos es casi imposible asegurar que la poesía es tal o cual objeto con tales o cuales características. Por eso jamás me he obligado a tener una definición precisa sobre algo que es esencialmente indefinible; me conformo con sospecharla, con sentir su roce, con imaginar que un cierto artefacto de palabras ha tenido la capacidad de condensar una idea y ofrecerla envuelta en una extraña melodía hecha de sílabas.
Y más allá de las definiciones, no sé cómo le hacen otros para identificar dónde hay poesía. Supongo que no es fácil aprender a cazarla, pescar el momento en el que aparece. En mi caso, sé que la irrupción de la poesía siempre es un poco fortuita, tan espontánea que luego de hallarla siento que no fui yo el que hallé, sino quien fue encontrado. Hace algunos meses, en mayo, durante una presentación en la Argentina, ocurrió lo que aquí trato de describir. Narro la anécdota y regalo tres o cuatro muestras.
Fui invitado a leer en un antro de Ramos Mejía que cada semana ofrece una especie de programa de radio en vivo pero sin programa de radio, sólo para el público asistente. La atmósfera era humosa y la cerveza corría al tope; sé que también corrían otras sustancias porque en una ida al baño vi a dos jóvenes meterse unos pericazos de miedo. Conducido por el poeta Jorge Figueroa, el programa se denomina “El Precio” y hay allí canciones, comentarios diversos y literatura.
En uno de los turnos apareció el poeta Carlos Norberto Carbone, quien leyó algunas piezas de su producción. Dado el bullicio del sitio, no resultaba fácil escuchar y comprender lo que leían los invitados; yo estaba metido en el tomaidaca de la charla y la bebida, pero en eso pude asir uno de los poemas leídos por Carbone. Sé que era poesía porque noté que con pocas palabras, imponiéndose al ruido, en medio del humo y el jolgorio, los versos comunicaban algo cierto, algo humano.
Carbone leyó seis, siete poemas; los últimos cinco los escuché alelado, feliz de saber que me encontraba ante un poeta que además sabía decir su obra. Al final, sin más excusa fui al lugar donde se sentaba Carbone, lo felicité y le pedí que me vendiera su libro. No aceptó. Lo que hizo fue regalármelo con una dedicatoria escrita en la semipenumbra. El libro lleva como título En la huella del hombre; fue publicado en 1986 por Ediciones Amaru; en la primera página ofrece una pequeña cédula biográfica sobre el autor: nació en 1959 en San Justo, provincia de Buenos Aires. Hasta el 86 había publicado otros dos libros y colaborado en tres revistas; además, había obtenido un par de premios y trabajado en composición musical.
En la huella del hombre es un libro breve y con poemas cortos. Cada pieza lleva un epígrafe que por sí mismo habla del olfato poético de Carbone; el del primer poema, por caso, lleva palabras de Juan L. Ortiz, uno de los máximos poetas argentinos: “Sentí de pronto como nunca / la profundidad de mis raíces”. Los epígrafes orientan al lector, le ofrecen una sutil pauta. En “Recuerdo gris”, por ejemplo, el epígrafe de Pedro Salinas dice: “A la noche se empiezan / a encender las preguntas”. Luego, el poema de Carbone: “Cuando la noche / me enfrenta con el recuerdo / y se llena / de penas mi memoria / cuando la palabra / entra en pendiente / y las cosas quedan sin explicación / descubro lo pequeño / y ridículo / que debe ser / ante el mundo mi dolor / entonces / me quedo en la oscuridad / más inmediata / agazapado tras la rutina / ejercitando los resortes / del recuerdo gris / tarareando la triste canción / del solitario”
Honesto, modesto, el poeta atrapa instantes y los comparte sin ampulosidad, sin creerse un elegido. No importa el tamaño del poema, pues las palabras siempre contienen vigor y empujan una verdad hacia la superficie, como en “El represor”: “Iba pisando palomas / con sus botas / y / su servilismo. // Igual habrá vuelo”. El flanco político está muy presente en varios poemas de Carbone, y eso me gustó porque en general presiento que la poesía es un arma emotiva para luchar contra la sinrazón del poder. En “Suicidio” hay una lección hipercondensada de lógica: “Se suicidó / dicen los vecinos / que andaba muy triste / desde que cerraron la fábrica / y quedó sin trabajo. // Se suicidó / vaya forma estúpida / de luchar”. En “A veces” Carbone resume su libro y su vocación, lo que sentí precisamente al oírlo aquella noche de mayo en la que sus poemas pasaron zumbando por mi conciencia: “A veces / debemos bajarnos del poema / caminar por el llano / mezclarnos con la gente / descubrir caras nuevas / dejar pasar el día / sin apurar las palabras. // A veces / debemos ahondar al hombre / abrir los ojos / extender las manos / y dejar que en nuestro rostro / se instale una sonrisa. // A veces / debemos transitar / el otro lado del asombro”.
No son necesarias las definiciones ni muchas palabras para fraguar poesía. Lo prueba Carlos Norberto Carbone con los poemas que alguna vez me hicieron deambular el otro lado del asombro.

miércoles, agosto 18, 2010

Despliegue educativo del Arocena



Noto con gusto que en los años recientes muchas instituciones han diversificado sus esfuerzos hacia la educación formal. Si bien en términos latos educan porque todo educa, esas instancias han creado espacios cuya especificidad radica en la relación maestro-alumno. Lo explico mejor con un ejemplo. A nadie se le oculta que la misión del Museo Arocena radica sobre todo en la exposición de obras; es básicamente un museo y educa como educa un espacio de esta naturaleza: con la muestra permanente de productos artísticos ceñidos a una época, a un tema, a un autor, a una técnica. Además de eso, el MUSA añadió a su valioso caudal de actividades el trabajo del Instituto Arocena, espacio que a mi juicio suma una labor estimable en el contexto lagunero.
Cierto que hay universidades y cierto que es allí donde la actividad educativa formal está en el centro, pero no es menos cierto y meritorio que otras instituciones como el Arocena o la Dirección Municipal de Cultura de Torreón ofrezcan diplomados que de golpe agrandan la oferta educativa lagunera, siempre necesitada de clases y talleres encaminados hacia el espectro humanístico del conocimiento.
Luego sería pertinente tratar los casos de la DMC, del Icocult Laguna e incluso de espacios independientes como el de la galería de Luis Sergio Rangel, pero ahora sólo me detengo en el del Arocena cuyo Instituto hizo circular un bello díptico con información sobre sus cursos. Resalta allí su menú de disciplinas: artes visuales, literatura, filosofía, historia y cultura universal. Allí mismo apunta que su objetivo “es la difusión del conocimiento cultural a la región lagunera, con el fin de formar ciudadanos críticos ante el arte, los acontecimientos actuales y su propia vida”. Luego indica que el acercamiento a sus cinco vertientes temáticas le dará al alumno “una formación complementaria que le permitirá desarrollarse mejor personal y socialmente, logrando un entendimiento más amplio de la historia, el pensamiento y la expresión artística, así como una vasta comprensión de su propio contexto histórico”.
Una de las virtudes que tiene este tipo de cursos es su flexibilidad; las materias se adaptan pues al estudiante potencial tanto como es posible. Tiene el Arocena dos modalidades: la libre y el diplomado en humanidades. La primera ofrece cubrir una tanda de clases de una disciplina específica (18 horas por cada área); la segunda, todos los módulos, es decir, 120 horas que al final ameritan para una certificación oficial.
Por supuesto, el basamento institucional es muy importante, saber que un espacio de tanto prestigio como el Arocena cimienta este emprendimiento. Otro soporte de la confianza está en los maestros. A varios de ellos los conozco y sé que han dedicado sus vidas al estudio y la enseñanza. El Arocena reunió ya un equipo que conjuga la experiencia con la juventud; en filosofía está Armando Garza Saldívar, un experimentado maestro, hábil como pocos para deambular por los áridos terrenos el pensamiento filosófico; en literatura llamaron a Julio César Félix, poeta y crítico, amigo que al parecer se ha aclimatado definitivamente a nuestro yermo; en historia, Laura Orellana Trinidad, maestra armada con herramientas de socióloga e historiadora; para artes visuales, Linda Haro Ureña, joven que desde hace algunos años participa en los quehaceres artísticos de la región ora como maestra, ora como periodista y como promotora cultural; el último rubro, llamado de cultura universal, tiene tres maestros: Alberto Madero Acuña, Miguel Ángel García y mi ex alumno de la UIA Sergio Garza Orellana, el más joven de los docentes que figuran en esta nómina.
En una región como la nuestra, con vocación productiva, empresarial y por ello sin muchas oportunidades para entablar diálogos educativos en el ágora de las humanidades, un espacio como el Instituto Arocena merece dos palabras que deben ser sinceramente dichas y mejor escritas: bienvenido y felicidades.

domingo, agosto 15, 2010

El aporte silencioso



Hace dos años fui invitado desde el DF colaborar en el libro colectivo Raíces. La edición es choncha, lujosa e interesante sobre todo para los atentos por el tema de la migración, hoy tan de moda debido a las estultas leyes de Arizona. Colaboré en Raíces con el ensayito “Migrantes minoritarios en México: el aporte silencioso”. Dice esto:
Nadie ignora que el mestizaje predominante en México hermanó las sangres del indígena y del español. Nuestro país es, pues, desde la conquista hasta la fecha, una combinación de dos culturas que, con el paso de los siglos, ha configurado el carácter de lo mexicano, si es que hay tal, como en el siglo pasado lo discutieron arduamente Samuel Ramos, Octavio Paz, Leopoldo Zea, Santiago Ramírez y muchos estudiosos más. Las paulatinas migraciones de otras etnias han añadido a lo hispánico y lo indígena rasgos sin duda enriquecedores, visibles sobre todo en regiones precisas de nuestro territorio.
Forzados por circunstancias generalmente adversas como la guerra o la pobreza extrema, grupos de numerosas partes del mundo han hallado en México un espacio abierto al respeto de sus tradiciones y propicio al desarrollo de sus habilidades. En muy aisladas ocasiones, los migrantes toparon en nuestro país con experiencias de rechazo, de suerte que es posible subrayar que la patria a la que llegaron fue —y sigue siendo— acogedora para quienes en ella se instalaron luego de sufridas travesías y un desarraigo que en algunos casos no se dio sin traumatismos. Africanos, chinos, libaneses, judíos, alemanes, italianos, japoneses, norteamericanos, franceses, chilenos, todos fueron y siguen siendo aquí bien recibidos, al grado de que, sin renunciar del todo a sus costumbres, se adaptaron a las nuestras y en muchos casos se asumieron de inmediato como mexicanos para ser ejemplo vivo del espíritu fraterno que anima a la cultura receptora.
Las minorías étnicas extranjeras se instalaron en regiones determinadas del país e influyeron allí con sus quehaceres. En el centro de México, por ejemplo, es innegable que el tesón de los judíos y los libaneses rindió frutos opimos. En el norte, los chinos formaron comunidades que sin desmayo trabajaban en oficios que tenían impreso el sello de su milenaria tradición. En el Occidente, los franceses desarrollaron profesiones que de inmediato tuvieron demanda de la población nacional. No es poco, entonces, lo que esos y otros migrantes de comunidades más pequeñas aportaron a México en silenciosa reciprocidad a este suelo que los acogió como si no provinieran del exterior.
No faltan en la historia nacional casos de hostilidad al migrante, más cuando éste se tornó visiblemente exitoso. Hay que decir, sin embargo, que el éxito material de los extranjeros no puede explicarse sin el recibimiento por lo general amistoso de los mexicanos, así que es más mítico que real el rechazo a la alteridad en nuestro país. Como en cualquier caso, y más allá de su origen, las comunidades que alcanzan determinado estatus de bienestar suelen ser encasilladas como abusivas u oportunistas, tal y como en ciertos momentos fueron percibidos aquí quienes en pocas décadas pasaban de una situación desfavorable (en lo económico y en lo relacionado a su calidad de migrantes) a una próspera.
Para ilustrar la mentalidad de una época particularmente convulsa y distintiva de la historia de las migraciones a México, un par de caricaturas de El Hijo del Ahuizote (octubre de 1898, número 652) ofrece testimonio de las actividades en las que los fuereños lograron hacerse de riqueza. El famoso periódico del Porfiriato aborda el tema con filudo sarcasmo, es cierto, pero sin querer elabora una especie de sintético mural, un cuadro de la percepción que el mexicano tenía de las actividades delineadoras de las culturas migrantes que en esa coyuntura ya manejaban considerables capitales. El ambicioso título del cartón es “Economía política en México”, y presenta una secuencia de seis cuadros; en el primero, el Tío Sam vacía un saco de monedas en la chimenea de un ferrocarril, de donde colegimos que la inversión de los norteamericanos estaba en ese medio de transporte; luego, un banquero español hace lo mismo, vacía dos costales de monedas en un par de ciudades; después, cuatro personajes de origen no identificado, pero evidentemente europeos, cuentan pingües monedas en sus mostradores de panaderos, biscocheros, cigarreros y cerilleros; un cuadro después, con ironía, algunos connacionales venden pambacitos compuestos, enchiladas, tamalitos y tortillas (sic); una escena después, un adusto boticario francés atiende un negocio que dice joyería, drogería, Puerto de Veracruz (cajón de ropa) y La Parisiense (objetos de arte); más adelante, un barbudo alemán carga una maquinita de vapor que dice Summer y Herman, y al fondo los letreros de ferretería y relojería; de nuevo, un español con largo habano a todo fumar escribe en un libro con el rótulo “casa de empeño”, y detrás de él los giros comerciales de abarrotes, carbonerías y carnicerías; los dos cuadros siguientes se ensañan contra el clero y otra vez contra los españoles, que trabajan tierras agrícolas con fieles e indígenas, respectivamente, sujetos a los arados; el cuadro final, un mexicano con sombrero zapatista ara la tierra con dos tristes bueyes.
La intención de los “ahuizoteros” es claramente crítica en el caso citado; el ala más radical del periodismo antiporfirista mexicano no podía pasar por alto que muchas de las grandes fortunas florecientes en México estaban en manos de recién venidos, pero es al menos de sospecharse que si bien era un sentimiento generalizado, no alcanzó nunca cotas de xenofobia intransitable, pues negocios exitosos asentados con esas características no hubieran podido cristalizar sin una población que los aceptara y, de hecho, que trabajara para ellos. Por tal razón, ni los nacionales ni los extranjeros pueden arrogarse en exclusiva el triunfo de esas empresas, dado que sólo puede ser explicado a partir de la simbiosis.
Las culturas ajenas sumaron valores que hasta la fecha sobreviven no sólo en los bienes materiales de quienes aquí echaron raíz nueva, sino en algo más importante: en el notable empuje que imprimieron a su conducta de todos los días. Los chinos en Sinaloa, Baja California, Sonora y el sur de Coahuila —específicamente en Torreón, donde acaso fue escrita la más desgarradora página de la xenofobia mexicana, por suerte no imitada en otras partes del país— se convirtieron de inmediato en paradigma de organización y tenacidad; sus pequeños comercios de ultramarinos, sus huertas de “velula” y su capacidad financiera llegaron a convertirse en modelos a seguir y, en muchos casos, a envidiar. Los libanseses, hábiles comerciantes de ropa y telas, además de expertos restauranteros de su gastronomía, no pararon de ver crecer sus fortunas. Los alemanes, guiados por su ímpetu industrial, estuvieron presentes en muchas obras de la ingeniería mecánica y civil de la historia mexicana. Los franceses, por su parte, se hicieron presentes en nuestro país con su gran aportación a la medicina, a la diplomacia y al comercio en ramas como la farmacéutica, la repostería, la moda y la vinatería, entre otras.
El censo de las migraciones menos abultadas es amplio y cada etnia evidencia que ha venido para asentarse y añadir riqueza cultural y material a nuestro país. No es gratuito que México goce todavía la fama de ser una nación hospitalaria, una cornucopia de razas y culturas hermanadas como los trazos de la letra equis, la letra que para Valle Inclán, ese magnífico español, es nuestra letra.

Federico sobre Paco



Hace un año, el 6 de agosto de 2009, Federico Sáenz Negrete presentó Tres amores (o más), el último libro que Paco Amparán publicó en vida. Sáenz leyó varias ideas de un texto-guión. Vi a Federico el jueves, al final del homenaje a Paco en el Museo Regional, y prometió que me enviaría aquellas palabras. Ahora siento la necesidad de compartirlas porque, pese a su estructura de mera pauta, hay ideas que, sospecho, son relevantes. Esto dijo Federico Sáenz aquella noche de agosto:
Cuando abrimos un libro, abrimos una ventana al mundo entero, al abanico completo de posibilidades existenciales, a la historia, a las reflexiones más profundas. Cuando el narrador, o el escritor, es tu semejante, lo conoces, sientes que el punto de vista es el tuyo. Que la realidad mundial tiene que ver contigo.
Estamos acostumbrados a leer obras y ensayos escritos por personas que radican en Nueva York, París, la Ciudad de México. Y aquí en La Laguna tenemos la gran riqueza de que somos un pueblo lleno de escritores, de escritores prolíficos y profundos. Esa es una riqueza que no podemos hacer a un lado. Ahora, las voces fundamentales de nuestra civilización están siempre en las grandes capitales. La globalidad también es concentración injusta y destructiva de talentos en sitios determinados, el resto, los que se quedan en su lugar de origen, no tienen la resonancia debida. Sin embargo, sus vecinos gozan de la oportunidad de insertarse, a través de su escritor, en el devenir contemporáneo. Eso es extraordinario.
Un buen tema de tesis doctoral podría ser un análisis estadístico de la dispersión y concentración geográfica de los pilares de la civilización a través de la historia. Siento que hasta ahora sufrimos esta concentración.
Kant nunca viajo más allá de 40 kilómetros. No hubiese conocido ni Paila ni Viesca. Siento que hasta ahora, justo cuando la globalidad prometía poder cambiar el mundo desde Parras, justo ahora que hay tanta comunicación, siento que hay que ir a una fila cada vez más larga para pelear por cada vez menos espacios en lugares cada vez más concentrados.
En La Laguna tenemos escritores extraordinarios. Tierra fértil para las letras. Tierra de escritores prolíficos y profundos, valientes y, si se me permite, bragados, ya que para lograr romper la inercia de la indiferencia comarcana, para abrir huecos en los presupuestos insuficientes, para ver sus obras impresas, tienen que trabajar con el mismo fervor, con el mismo ahínco que el campesino cuando, desafiando tantas adversidades, coloca la semilla en la tierra esperando el fruto.
Admiro a los escritores laguneros que han mantenido erguida la bandera del arte en La Laguna ante el decaimiento del teatro y de otras… artes, dicho así para no ofender susceptibilidades.
La lista de publicaciones y de premios nacionales que muchos de los escritores laguneros han ganado es impactante. Rompen, destrozan, aniquilan el paradigma de que no se puede conquistar el mundo desde La Laguna, y no hay necesidad de emigrar cuando se tiene el ánimo bien plantado. Por eso mi reconocimiento a la trayectoria que Paco bien narra en el capítulo que aporto al libro Llanura sin fin que publicó el municipio.
Jaime Muñoz escribió un artículo este domingo en donde narra su crecimiento en las letras: créanme que estuve tentado a simplemente leerlo para tratar de explicar lo que me mueve en estos momentos.
Tres amores (o más), tres cuentos de manufactura impecable, llenos de ingenio e inteligencia, pródigos en lugares que reconocemos, en donde vemos personajes bien delineados e interesantes, enmarcados en una narración sencilla y contundente. No hay manera de distraer la atención. Pavana a cuatro voces, como dice Gerardo de la Torre en la contraportada, narra “los misterios alrededor de un aparente pacto de muerte: una psiquiatra, un sacerdote y dos suicidas ofrecen un mosaico polifónico que detalla el acontecimiento detonador y lo saca de la nota roja para convertirlo en una evocación de la culpa y la búsqueda del perdón”… me encantó la descripción, por eso la repito. Crónica para Helen, una hermosa historia contada en dos dimensiones, el diario de la niña y la vida de Helen, el diario y la realidad, espejos simultáneos de una sola realidad que ocurre de diferente manera y se cuenta con voces distintas. El que de plano me encanto fue De cómo gane la guerra… Qué aventura, qué personaje el del abuelo, qué manera de referirnos a la historia de la Segunda Guerra partiendo de la cotidianeidad postcrisis de los ochentas. Cómo se vivió desde La Laguna ese evento mundial y cómo sirve de telón de fondo para, utilizando su lenguaje, describir una batalla más intensa para ambos, abuelo y nieto, la de ganar una batalla realmente importante. (…) por eso brindo hoy, aquí, por Francisco Amparán y por la edición que la UAdeC hace de los escritores coahuilenses del siglo XXI, muchos de ellos laguneros. Enhorabuena.

viernes, agosto 13, 2010

Joven frente al abismo



Uno de los tres o cuatro orgullos pinchurrientos que tengo es haber reflexionado sistemáticamente sobre la condición de quien escribe en estos páramos. He llegado al colmo de escribir una novela con tal tema: ¿cómo le hace un escritor para sobrevivir en el desierto, a la intemperie en esta comunidad refractaria a las actividades humanísticas? Todavía no sé a qué se debe eso, luego de casi treinta años entre afanes vinculados al trabajo de escritura y sus adláteres: la lectura, la docencia, las presentaciones públicas y demás.
A medida que han pasado mis años he madurado algunas conclusiones que tienen sólo el estatus de provisionales, mientras no encuentro otras mejores. Una de ellas es ésta: como a cualquier profesional, aunque sin perder su peculiaridad, el escritor en una provincia como la nuestra va siendo, si trabaja con tesón, reconocido y retribuido materialmente conforme avanzan los años. No goza, sin embargo, de estipendios justos, pues en el entorno local el trabajo de este tipo nunca deja de parecer un no-trabajo, es decir, escribir y sus tareas cercanas parecen siempre divertimentos, actividades que uno hace porque tiene “talento”, “inclinación”, “tiempo libre”, cierta “locura”. Como sea, pasados los años es más fácil que un escritor se pueda ganar la vida incluso aquí, en La Laguna. Claro que no siempre con su escritura artística, sino con todo lo que convoca la profesión de escritor: dar cursos, coordinar talleres, promover actividades culturales, ofrecer lecturas y conferencias, publicar en periódicos.
Para llegar al reconocimiento mínimo indispensable que se requiere con el fin de que lo retribuyan, el escritor tarda años y es posible que la vida se la fugue sin lograrlo bien a bien. Lo sé porque lo viví y porque lo he visto luego en muchos jóvenes no sólo escritores, sino artistas en general. En principio, casi nadie les cree. No tienen la edad ni las pruebas para demostrar que merecen ser contratados y pagados. Los más débiles sucumben darwineanamente ante chambas inverosímiles; los más tenaces, siguen adelante y sobreviven mientras se hincha el currículum y la calvicie comienza a delatar “madurez”. Ahora bien, no son suficientes la calvicie, las arrugas, la panza, la vista cansada, el currículum, la “fama”, para que a un escritor lo retribuyan. Hay lugares como el DF en el que sus tareas ya son entendidas como una profesión y nadie presupone que, como el escritor es sólo un escritor y por lo tanto un “bohemio”, no cobrará por sus servicios. Aquí sigue ocurriendo que, tenga la trayectoria que tenga, al escritor se le convida mucho trabajo honorario, camello por el amor al arte.
Por suerte, reitero, los años confieren credibilidad y tarde o temprano un escritor puede cobrar sin tanto asombro. Si alguien le pide algo, digamos una revisión o un dictamen sobre una obra o un prólogo o un artículo, sabe de antemano que deberá pagarle. Pero que el escritor no sea joven, porque entonces nadie lo convida. Y pienso eso sobre los escritores jóvenes porque la misma idea, o parecida al menos, guardo en general sobre quienes no han atravesado la barrera de los 35: México es un país que cada vez les ofrece menos oportunidades. Es una verdad terrible, pues horroriza imaginar a hordas de muchachos sin un chance (en Argentina dirían “una” chance) para desarrollarse, para ganar un peso digno, para mantener a flote su autoestima.
Cuando veo, por ello, que muchos, la mayoría, de los caídos y ensangrentados son jóvenes, no puedo no pensar que la falta de oportunidades y reconocimiento son detonadores de frustración y odio y salidas desesperadas en la juventud. Nadie les cree, nadie les abre una puerta, nadie les da la palmada en el hombro que los estimule a creer en sus capacidades. Yo medio me salvé: cuando fui joven, cierto que se cerraban puertas, pero hubo dos o tres personas que dijeron “va, te creemos”. Fue suficiente para seguir. Lo que no sé es qué harán los millones de jóvenes que menciona esta nota: “En el país 14.9 millones de hombres y mujeres jóvenes se encuentran en pobreza, 3.3 millones en pobreza extrema y 12.1 millones son vulnerables por carencias sociales, destacó el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval)”. Son muchos, demasiado millones de talentos desperdiciados, humillados por la falta de oportunidades. Apenas puede creerse que andemos ya por esas cifras. Da pena.

jueves, agosto 12, 2010

Mesa-homenaje para Amparán



A mitad de las pasadas vacaciones recibí por mail una propuesta de Julián Herbert, desde Saltillo, para armar un homenaje relámpago a Francisco José Amparán. Le respondí que con gusto me sumaba a ese propósito sólo como público, pues tal vez era mejor que sus más cercanos amigos participaran en la mesa. Herbert insistió en la necesidad de una aproximación a la obra literaria de Amparán, y reiteró su deseo de que yo colaborara. No es que no tenga una opinión sobre la obra del escritor recién desaparecido, pero siento que lo ideal en un homenaje de esta índole es que participen quienes vivieron más estrechamente en el entorno afectivo del autor. Por ello en este caso es fundamental, creo, la participación de Marco Antonio Jiménez, quizá el escritor lagunero más próximo en amistad al homenajeado.
Pasados los primeros acuerdos, Herbert me precisó la idea: que el homenaje fuera casi simultáneo en Saltillo y Torreón. Por ello ayer miércoles se reunieron en la capital de Coahuila los escritores Jesús de León, Gerardo Segura y el mismo Herbert para desahogar la primera mesa, y hoy a las ocho de la noche Marco Antonio Jiménez, Carlos Velázquez, Julián Herbert y yo haremos algo similar en el Museo Regional de La Laguna de Torreón.
Según sé, Marco hará una aproximación biográfica, Carlos comentará un libro y yo otro. En mi caso, claro, sé ya cuál es: La luna y otros testigos, una de las primeras obras de Amparán, la que ganó en 1984 el premio de nacional de cuento convocado por el periódico regiomontano El Porvenir. Adelanto, para convidar al público, algunos datos del boletín que circula en varios medios:
Este homenaje es un primer acercamiento a la vida y la obra de uno de los intelectuales más versátiles y prolíficos de nuestra región en los años recientes. Amparán publicó más de diez libros, entre los que destacan La luna y otros testigos, Las once y sereno, Las noches de Walpurgis y otras ondas, Cantos de acción a distancia, Cuatro crímenes norteños, Otras caras del paraíso, Tríptico gótico, Tres amores y varias obras de carácter divulgativo y didáctico. Amparán, nacido en Torreón en 1957, ganó, entre otros, el premio nacional de cuento de San Luis Potosí, el premio latinoamericano de cuento organizado por el INBA y el premio nacional de cuento del periódico El Porvenir. Durante más de veinte años y hasta su último día de vida fue columnista periodístico y maestro del Instituto Tecnológico de Monterrey Campus Laguna, y fue considerado uno de los promotores culturales más entusiastas y creativos de la comarca lagunera.
Los presentadores serán Marco Antonio Jiménez Gómez del Campo, Carlos Velázquez y Jaime Muñoz Vargas; Julián Herbert fungirá como moderador. Marco Antonio Jiménez nació en Torreón, en 1958. Es autor de los poemarios Es sólo el fuego en otras palabras, Entrar a la antivíspera, y Arena de hábito lunar. Su obra se encuentra publicada, además, en catorce antologías. Ganador en 1983 del Premio Nacional de Poesía Joven, convocado por el INBA. Ha obtenido dos becas del FECAC y desde 1998 coordina el taller literario de la UAdeC, Unidad Torreón. Es sin duda uno de los poetas más destacados de Torreón.
Por su parte, Carlos Velázquez nació en Torreón en 1978. Autor de cuento, poesía y reseña; tiene publicado un volumen de relatos Cuco Sánchez Blues y La Biblia vaquera. Ha traducido poemas de Jack Kerouac y William Carlos Williams. Es becario del Fondo Estatal de las Artes de Coahuila. Ganó el concurso nacional de cuento Magdalena Mondragón y actualmente es coordinador de literatura de la Dirección Municipal de Cultura de Torreón.
El moderador, Julián Herbert, ha publicado los libros de poemas El nombre de esta casa, La resistencia, Autorretrato a los 27 y Kubla Khan, además de la novela Un mundo infiel y el libro de cuentos Cocaína. Obtuvo el premio nacional de literatura Gilberto Owen en la rama de poesía y el nacional de cuento Juan José Arreola. Fue miembro del Sistema Nacional de Creadores y vocalista del grupo de rock Madrastras.
La invitación es libre y habrá brindis. Espero que podamos vernos en esta actividad organizada por la Dirección Municipal de Cultura de Torreón y el Icocult Laguna con la anfitrionía del Museo Regional de La Laguna.

miércoles, agosto 11, 2010

Corazón de la novela histórica



Me entero en El País que la escritora colombiana Consuelo Triviño Anzola ha publicado una novela histórica titulada La semilla de la ira cuyo personaje eje es José María Vargas Vila. Para quienes no lo conocen (yo mismo apenas lo ubico), Vargas Vila nació en Bogotá hacia 1860 y murió en Barcelona hacia 1933. Como escritor se caracterizó por una productividad irrefrenable de novelas, poemas, cuentos, obras de historia y política, todos con estilo empalagosamente modernista y torrencial. Pasó a la historia por eso, precisamente: fue uno de los primeros escritores latinoamericanos en encarnar, tal y como la entendemos hoy, la figura del autor bestselleresco. Sólo tengo un libro de él, una primera edición que me regaló hace como dos años mi amigo Héctor Astorga Zavala: Políticas é (sic) históricas (páginas escogidas), publicada en 1912 en París; un dato no menor: la primera página del libro está ornada con la firma de Nazario Ortiz Garza, ex gobernador de Coahuila.
El comentario sobre La semilla de la ira lo hace Dasso Saldívar, quien en 2006 publicó Gabriel García Márquez, el viaje a la semilla. Saldívar aprovecha el viaje para comentar lo que a su juicio debe ser una novela histórica. El tema me interesa desde hace mucho, por eso me retuvo, y más ahora, época en la que por celebraciones patrióticas se da una epidemia de novelas históricas de todos los pelajes.
Apunta Saldívar: “La atmósfera de profunda verdad que se respira en las páginas de La semilla de la ira, la novela que Consuelo Triviño Anzola publicó hace dos años sobre la vida y la época de José María Vargas Vila, me ha llevado a retomar mi viejo pleito con la novela histórica: ¿qué es lo que hace que las obras de este subgénero nos resulten verdaderas o falsas? Porque me parece que no depende sólo de la experiencia y el talento literarios, o de que el escritor se ciña o no a la verdad histórica, pues la novela no compite con la verdad de la Historia o de la ciencia. Pocas veces me suele atrapar pues este tipo de novelas, especialmente las que se fabrican en nuestro tiempo, pero cuando me han convencido, he quedado subyugado por el poder de convicción del relato, como me ha ocurrido recientemente con La semilla de la ira y antes con Yo, Claudio, Los idus de marzo, Memorias de Adriano, Yo, el supremo, El general en su laberinto, y, por supuesto, la más grande de todas, Guerra y paz”.
En efecto, la novela dizque histórica no compite con la escritura de la historia; es otro su objetivo, estético y no científico. Pese a ello, es necesario que contemple un imperativo: el de ser creíble. Así lo explica Saldívar: “Desde luego, la verosimilitud es el logro imprescindible para que toda novela pueda convencernos de su verdad, y ha de encarnarse en un tono, un estilo, un punto de vista y un determinado manejo del tiempo. Pero para que creamos en la verdad intrínseca de la novela histórica, que en resumidas cuentas es la visión y la emoción del escritor, tiene que haber algo fundamental y previo a todo tecnicismo, a toda literatura, y es la paciencia y la capacidad del autor para convertir la Historia y sus personajes en vivencia propia, en experiencia autobiográfica, en memoria y olvido, como quería Rilke. Sólo entonces desde ese yo, que ha asumido vicariamente otro ser, otra época y otra cultura, y sólo desde ahí, es desde donde surge el aura de lo verdadero en toda novela histórica auténtica. Por el contrario, y aunque el rigor histórico y la maestría literaria asistan al escritor, la obra puede sonarnos falsa o, cuando menos, llenarnos de dudas. De modo que así como no hay novela de verdad sin poesía, se puede afirmar que no hay novela histórica verdadera sin experiencia autobiográfica, sin asunción íntima del personaje, de su época y de su cultura, como ocurre en la vida misma”.
No sé hasta dónde sea necesario que el autor “experimente” esa vida vicaria para que luego su obra sea verosímil. Tengo la sospecha de que, para empezar, no hay una novela histórica uniforme, y que además no basta contar algo ocurrido en el pasado (lo que dicen los libros o documentos que ocurrió en el pasado, lo que de entrada es apelar a un relato para hacer otro relato) para que el adjetivo “histórica” le cuadre a una novela. En cualquier caso, lo fundamental, el corazón, está siempre en eso que Saldívar enfatiza: más que cualquier otro tipo de novela, la histórica debe envolvernos con una sábana de verosimilitud. Si no lo hace, habrá fracasado, narre o no muchos retazos de un pasado que “realmente” hayan ocurrido.

domingo, agosto 08, 2010

Preguntas de Bunge (V y último)



Las últimas preguntas de Bunge se refieren al tema ambiental; son, de hecho, sólo tres, pero en ellas casi está preguntado todo y creo que tampoco salimos bien librados. Hubiera sido mejor que las contestara Paco Valdés, pero bueno, lo hago yo y espero no andar tan errado.
“¿Se permiten el saqueo de los recursos naturales no renovables y la destrucción de la vida silvestre?” Sí; es un hecho que las leyes son violadas y el cuidado de nuestra riqueza ambiental es sumamente laxo; con frecuencia oímos, por ejemplo, que la tala inmoderada arrasa con más y más extensiones arboladas, o que continúa el tráfico de especies en peligro de extinción, o que los ríos padecen sistemático vaciado de desechos contaminantes; es evidente la flacidez de los controles para evitar lesiones al medio ambiente y acaso llegará el momento en el que ya no quede nada por vigilar.
“¿No se hace otra cosa que discursos para evitar las inundaciones periódicas, la erosión y la desertificación?” Lo que se hace es socorrer a los damnificados en el instante mismo de la contingencia, luego vienen los discursos sobre la solidaridad y todo eso; mientras, sigue el arrasamiento de ecosistemas, las ciudades crecen sin control, al arbitrio de las fraccionadoras y con la venia de autoridades que se enriquecen con el tráfico de tierras. La Laguna es ejemplar en este caso; también se sabe que Monterrey ha crecido sin una planeación que ayude a prevenir desastres ahora que los fenómenos climáticos tienen un comportamiento más agresivo.
“¿Se tolera de hecho la contaminación del aire, del agua y del subsuelo?” No creo que la autoridad tome en serio las medidas preventivas ni castigue como es necesario a quienes transgreden alguna disposición; la corrupción, en este como en muchos casos, permite que no haya culpables ante delitos graves contra el medio ambiente.
Ahora sí, traigo el texto de Mario Bunge con todo y sus preguntas; debo decir que ofrezco la exposición íntegra, con todas las preguntas del doctor argentino. Agradezco la captura del artículo (tomado del libro 100 ideas, Debolsillo, Buenos Aires, 2009) a Renata Iberia Muñoz, mi hija, quien a sus 13 años me ha ayudado por primera vez en estos menesteres. Viene, pues, el texto “Subdesarrollo”:
“Me dicen que los argentinos [léase México] aún debaten la cuestión de si su país pertenece o no al Primer Mundo. En el exterior, esta pregunta nunca se formula: se da por sentado que la Argentina pertenece al Tercer Mundo, aunque no está ni de lejos tan bajo como Haití, Angola o el barrio neoyorquino de Bronx.
Pero no hay que dar por resuelta una cuestión tan importante como ésta: habría que debatirla racionalmente sobre la base de criterios objetivos y datos estadísticos, no de impresiones del turista que solo pasea por la Recoleta, ni del villero que no es habitué de La Biela ni maneja un teléfono celular.
Al fin y al cabo, si se piensa que ya llegamos a la primera división de fútbol, nadie hará el esfuerzo necesario para entrenarse en la segunda con esperanzas de ascender. Tampoco se lo hará si se piensa que el ascenso de la cumbre es tan frustrante como el de Sísifo.
Propongo un examen de ingreso al Primer Mundo que consta de cinco bolillas: la biológica, la económica, la política, la cultural y la ambiental. He aquí las preguntas clave de estos exámenes.

1. ¿La esperanza de vida de los habitantes es menor que 70 años? ¿La tasa de mortalidad infantil es mayor que 15% por mil nacimientos vivos? ¿Hay enfermedades endémicas tales como el paludismo? ¿Las mujeres tienen en promedio más de tres hijos por cabeza? ¿Es común la paternidad irresponsable? ¿El control de natalidad es infrecuente? ¿El aborto es ilegal, inseguro o inaccesible? ¿Los servicios médicos son escasos y deficientes? ¿La vacunación contra las peores enfermedades prevenibles es optativa? ¿El estado descuida las condiciones de salubridad de los lugares de trabajo? ¿Se permite el trabajo fabril de niños menores de 14 años? ¿La población carece de acceso a instalaciones deportivas? ¿Son pronunciados el sexismo y racismo?
2. ¿Hay mucha desigualdad de ingresos? Más precisamente, ¿el índice de Gini es muy superior a 0,35? ¿Hay mucha gente que pasa hambre? ¿La tase de desocupación involuntaria y crónica supera el 10%? ¿La producción esta centrada un unos pocos sectores? ¿Las empresas del Estado son menos eficientes que las privadas? ¿Las importaciones exceden con mucho a las exportaciones? ¿La razón de la deuda externa al producto interno bruto supera el 50%? ¿El porcentaje del presupuesto nacional dedicado a la educación y la salud públicas está por debajo del 10%?
3. ¿El régimen político es autoritario? ¿Está empeorando? ¿Se han conocido el golpe de Estado, la dictadura militar o el estado de sitio en el curso del último medio siglo? ¿Hay violencia política? ¿Hay movimientos guerrilleros? ¿Suele haber fraude electoral? ¿Hay plena libertad de opinión, cultos, prensa y asociación? ¿El poder judicial depende del ejecutivo? ¿El congreso se limita a corroborar los proyectos que elabora el poder ejecutivo? ¿Los ciudadanos permanecen al margen de la política entre elecciones? ¿Las mujeres carecen de derecho a voto o del derecho a desempeñar cargos públicos? ¿El porcentaje de políticos corruptos supera el 1%? ¿La política exterior es dictada por alguna potencia extranjera? ¿El país esta peleado con algún vecino? ¿Las fuerzas armadas se meten en política? ¿Hay escuadrones paramilitares? ¿La policía es corrupta y prepotente? ¿Los actos de brutalidad policial permanecen impunes? ¿Los gastos militares superan el 5% del presupuesto?
4. ¿La nación tiene religión oficial? ¿La educación esta sujeta a influencias políticas o religiosas? ¿Esta prohibido besarse en público? ¿Se persigue homosexuales? ¿El porcentaje de analfabetos funcionales supera el 20%? ¿La enseñanza primaria y la secundaria son de hecho optativas? ¿Hay un número insuficiente de escuelas técnicas (vocacionales)? ¿Las que hay son de mala calidad? ¿El porcentaje de los alumnos que abandonan la escuela primaria antes de terminarla supera el 10%? ¿Los docentes reciben sueldos y pensiones insuficientes y sin la regularidad de los militares? ¿Las escuelas son meras colecciones de aulas? ¿Se carece de escuelas de capacitación de adultos? ¿Hay ocas bibliotecas públicas? ¿Se venden menos de diez libros por año y habitante? ¿Las universidades son fábricas de diplomas? ¿Casi toda la cultura científica, técnica y humanística es importada o imitada?
5. ¿Se permiten el saqueo de los recursos naturales no renovables y la destrucción de la vida silvestre? ¿No se hace otra cosa que discursos para evitar las inundaciones periódicas, la erosión y la desertificación? ¿Se tolera de hecho la contaminación del aire, del agua y del subsuelo?

Sonó la campana. Examine sus respuestas y asígnele 1 a cada grupo de respuestas si son mayoritariamente positivas y 0 en caso contrario. Luego sume las cinco calificaciones. Si el puntaje total supera 4, usted admite que el país pertenece al Tercer Mundo. En este caso, ya sabe lo que tiene que hacer: aceptar la realidad y ponerse a hacer algo por cambiarla, en lugar de solicitar un nuevo préstamo al FMI o pedir la intervención divina.
¿Qué dice? No se oye bien. ¡Ah! Entiendo. Es verdad, no somos el último orejón del tarro. Pero, ¿le basta con que estemos en la vanguardia de la retaguardia? No le basta. Bien, por ahí se empieza. ¿Qué piensa hacer para conseguir el ascenso de división? ¿Cómo? ¿Comprar jugadores a clubes de primera? No, eso no se vale. Las recetas extranjeras fracasan porque se hacen a medida de países muy diferentes ¿Cambio de entrenador? Sí, pues esto puede ayudar, pero nunca basta. El nuevo entrenador puede no estar bien entrenado. Además, no será el quien meta los goles. Lo principal es tomar en serio el entrenamiento: ponerse de acuerdo sobre un horario riguroso y cumplirlo. De nada, no faltaba más”.
Tal vez exagero, pero creo que sacamos 5 de calificación. O sea, urge hacer algo o de plano demandar, no sin escepticismo, la inmediata intervención divina.

sábado, agosto 07, 2010

Preguntas de Bunge (IV)



La cuarta serie de preguntas de Mario Bunge se relaciona con el área de lo cultural. Recuerdo que estas preguntas también sirven para tener una noción más o menos próxima sobre el grado de subdesarrollo de un país, pues tal es el tema del ensayo 90 del libro 100 ideas. Recuerdo asimismo que soy yo el que responde, pero puede ser cualquiera.
“¿La nación tiene religión oficial?” No, sólo mayoritaria, la católica. “¿La educación esta sujeta a influencias políticas o religiosas?” No de manera marcada, y menos en el terreno de lo religioso. “¿Esta prohibido besarse en público?” No, sólo sé que algún ayuntamiento de la ciudad de Guanajuato prohibió en cierto momento los besos en el ¡Callejón del Beso!, lo que equivale a prohibir comer en un restaurante. “¿Se persigue a los homosexuales?” No abiertamente, aunque sí hay un acoso simbólico/satírico sobre todo desde la televisión abierta; en los años (y se puede decir que en los meses) recientes los homosexuales han conseguido avances significativos en materia de respeto a sus derechos. “¿El porcentaje de analfabetos funcionales supera el 20%?” Ignoro el porcentaje; más, ignoro si lo hay, pero a ojo de buen cubero puedo afirmar, casi categóricamente, que es muchísimo mayor del 20% si entendemos que el analfabetismo funcional es la capacidad de leer y escribir sin que eso implique la de entender, interpretar, discernir, juzgar asuntos un poco más complejos y presentes en la vida cotidiana.
“¿La enseñanza primaria y la secundaria son de hecho optativas?” No, son obligatorias, lo que suma nueve años de estudio; en países más desarrollados la parte obligatoria de la educación puede llegar hasta los 14 años (de estudio). “¿Hay un número insuficiente de escuelas técnicas (vocacionales)?” Sí, es insuficiente; pese a que desde hace muchos años ha crecido la infraestructura educativa en México, siguen faltando más escuelas de en todos los niveles y de todos los tipos, sean técnicas o no. “¿Las que hay son de mala calidad?” Sería injusto decir que sí, pues la competencia del técnico mexicano es indiscutible y casi natural; el problema más grave es la cantidad, no tanto la calidad (entre paréntesis recuerdo que hace relativamente poco di un breve curso en un Cecati local; quedé francamente impresionado ante la experiencia de los maestros y la facilidad con la que aprenden una o varias técnicas los estudiantes mexicanos).
“¿El porcentaje de los alumnos que abandonan la escuela primaria antes de terminarla supera el 10%?” Es menor a ese porcentaje; la deserción se acentúa en zonas depauperadas y con escasa y lejana infraestructura, como Guerrero, Oaxaca y Chiapas. “¿Los docentes reciben sueldos y pensiones insuficientes y sin la regularidad de los militares?” Los maestros oficiales tienen mejores ingresos y prestaciones que muchos otros profesionales en México; son, por supuesto, también insuficientes, pero tienen una retribución segura y no tan mala como en otros países de América Latina.
“¿Las escuelas son meras colecciones de aulas?” Por lo común, las escuelas populares tienen aulas, una cancha de usos múltiples, algunas oficinas y quizá laboratorios; no cuentan con una infraestructura lujosa en general, pero es lo mínimo suficiente para que los alumnos desarrollen sus capacidades; recientemente muchas escuelas han sumado aulas de cómputo. “¿Se carece de escuelas de capacitación de adultos?” Sí. “¿Hay pocas bibliotecas públicas?” Sí, son pocas, con material insuficiente y sin tecnología. “¿Se venden menos de diez libros por año y habitante?” Sí, menos; en materia de libros y lectura los promedios mexicanos son lamentables. “¿Las universidades son fábricas de diplomas?” Pocas no son eso; la investigación científica, tecnológica y humanística no es prioridad y muchas universidades sólo reiteran (refritean) un conocimiento que a la larga, tras ser mínimamente comprendido, amerita al alumno para un diploma. “¿Casi toda la cultura científica, técnica y humanística es importada o imitada?” Se puede decir que sí, que todo en ciencia y tecnología es fuereño; en humanidades hay algunos nichos importantes de investigación, pero pocos.