viernes, agosto 13, 2010

Joven frente al abismo



Uno de los tres o cuatro orgullos pinchurrientos que tengo es haber reflexionado sistemáticamente sobre la condición de quien escribe en estos páramos. He llegado al colmo de escribir una novela con tal tema: ¿cómo le hace un escritor para sobrevivir en el desierto, a la intemperie en esta comunidad refractaria a las actividades humanísticas? Todavía no sé a qué se debe eso, luego de casi treinta años entre afanes vinculados al trabajo de escritura y sus adláteres: la lectura, la docencia, las presentaciones públicas y demás.
A medida que han pasado mis años he madurado algunas conclusiones que tienen sólo el estatus de provisionales, mientras no encuentro otras mejores. Una de ellas es ésta: como a cualquier profesional, aunque sin perder su peculiaridad, el escritor en una provincia como la nuestra va siendo, si trabaja con tesón, reconocido y retribuido materialmente conforme avanzan los años. No goza, sin embargo, de estipendios justos, pues en el entorno local el trabajo de este tipo nunca deja de parecer un no-trabajo, es decir, escribir y sus tareas cercanas parecen siempre divertimentos, actividades que uno hace porque tiene “talento”, “inclinación”, “tiempo libre”, cierta “locura”. Como sea, pasados los años es más fácil que un escritor se pueda ganar la vida incluso aquí, en La Laguna. Claro que no siempre con su escritura artística, sino con todo lo que convoca la profesión de escritor: dar cursos, coordinar talleres, promover actividades culturales, ofrecer lecturas y conferencias, publicar en periódicos.
Para llegar al reconocimiento mínimo indispensable que se requiere con el fin de que lo retribuyan, el escritor tarda años y es posible que la vida se la fugue sin lograrlo bien a bien. Lo sé porque lo viví y porque lo he visto luego en muchos jóvenes no sólo escritores, sino artistas en general. En principio, casi nadie les cree. No tienen la edad ni las pruebas para demostrar que merecen ser contratados y pagados. Los más débiles sucumben darwineanamente ante chambas inverosímiles; los más tenaces, siguen adelante y sobreviven mientras se hincha el currículum y la calvicie comienza a delatar “madurez”. Ahora bien, no son suficientes la calvicie, las arrugas, la panza, la vista cansada, el currículum, la “fama”, para que a un escritor lo retribuyan. Hay lugares como el DF en el que sus tareas ya son entendidas como una profesión y nadie presupone que, como el escritor es sólo un escritor y por lo tanto un “bohemio”, no cobrará por sus servicios. Aquí sigue ocurriendo que, tenga la trayectoria que tenga, al escritor se le convida mucho trabajo honorario, camello por el amor al arte.
Por suerte, reitero, los años confieren credibilidad y tarde o temprano un escritor puede cobrar sin tanto asombro. Si alguien le pide algo, digamos una revisión o un dictamen sobre una obra o un prólogo o un artículo, sabe de antemano que deberá pagarle. Pero que el escritor no sea joven, porque entonces nadie lo convida. Y pienso eso sobre los escritores jóvenes porque la misma idea, o parecida al menos, guardo en general sobre quienes no han atravesado la barrera de los 35: México es un país que cada vez les ofrece menos oportunidades. Es una verdad terrible, pues horroriza imaginar a hordas de muchachos sin un chance (en Argentina dirían “una” chance) para desarrollarse, para ganar un peso digno, para mantener a flote su autoestima.
Cuando veo, por ello, que muchos, la mayoría, de los caídos y ensangrentados son jóvenes, no puedo no pensar que la falta de oportunidades y reconocimiento son detonadores de frustración y odio y salidas desesperadas en la juventud. Nadie les cree, nadie les abre una puerta, nadie les da la palmada en el hombro que los estimule a creer en sus capacidades. Yo medio me salvé: cuando fui joven, cierto que se cerraban puertas, pero hubo dos o tres personas que dijeron “va, te creemos”. Fue suficiente para seguir. Lo que no sé es qué harán los millones de jóvenes que menciona esta nota: “En el país 14.9 millones de hombres y mujeres jóvenes se encuentran en pobreza, 3.3 millones en pobreza extrema y 12.1 millones son vulnerables por carencias sociales, destacó el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval)”. Son muchos, demasiado millones de talentos desperdiciados, humillados por la falta de oportunidades. Apenas puede creerse que andemos ya por esas cifras. Da pena.