Noto con gusto que en los años recientes muchas instituciones han diversificado sus esfuerzos hacia la educación formal. Si bien en términos latos educan porque todo educa, esas instancias han creado espacios cuya especificidad radica en la relación maestro-alumno. Lo explico mejor con un ejemplo. A nadie se le oculta que la misión del Museo Arocena radica sobre todo en la exposición de obras; es básicamente un museo y educa como educa un espacio de esta naturaleza: con la muestra permanente de productos artísticos ceñidos a una época, a un tema, a un autor, a una técnica. Además de eso, el MUSA añadió a su valioso caudal de actividades el trabajo del Instituto Arocena, espacio que a mi juicio suma una labor estimable en el contexto lagunero.
Cierto que hay universidades y cierto que es allí donde la actividad educativa formal está en el centro, pero no es menos cierto y meritorio que otras instituciones como el Arocena o la Dirección Municipal de Cultura de Torreón ofrezcan diplomados que de golpe agrandan la oferta educativa lagunera, siempre necesitada de clases y talleres encaminados hacia el espectro humanístico del conocimiento.
Luego sería pertinente tratar los casos de la DMC, del Icocult Laguna e incluso de espacios independientes como el de la galería de Luis Sergio Rangel, pero ahora sólo me detengo en el del Arocena cuyo Instituto hizo circular un bello díptico con información sobre sus cursos. Resalta allí su menú de disciplinas: artes visuales, literatura, filosofía, historia y cultura universal. Allí mismo apunta que su objetivo “es la difusión del conocimiento cultural a la región lagunera, con el fin de formar ciudadanos críticos ante el arte, los acontecimientos actuales y su propia vida”. Luego indica que el acercamiento a sus cinco vertientes temáticas le dará al alumno “una formación complementaria que le permitirá desarrollarse mejor personal y socialmente, logrando un entendimiento más amplio de la historia, el pensamiento y la expresión artística, así como una vasta comprensión de su propio contexto histórico”.
Una de las virtudes que tiene este tipo de cursos es su flexibilidad; las materias se adaptan pues al estudiante potencial tanto como es posible. Tiene el Arocena dos modalidades: la libre y el diplomado en humanidades. La primera ofrece cubrir una tanda de clases de una disciplina específica (18 horas por cada área); la segunda, todos los módulos, es decir, 120 horas que al final ameritan para una certificación oficial.
Por supuesto, el basamento institucional es muy importante, saber que un espacio de tanto prestigio como el Arocena cimienta este emprendimiento. Otro soporte de la confianza está en los maestros. A varios de ellos los conozco y sé que han dedicado sus vidas al estudio y la enseñanza. El Arocena reunió ya un equipo que conjuga la experiencia con la juventud; en filosofía está Armando Garza Saldívar, un experimentado maestro, hábil como pocos para deambular por los áridos terrenos el pensamiento filosófico; en literatura llamaron a Julio César Félix, poeta y crítico, amigo que al parecer se ha aclimatado definitivamente a nuestro yermo; en historia, Laura Orellana Trinidad, maestra armada con herramientas de socióloga e historiadora; para artes visuales, Linda Haro Ureña, joven que desde hace algunos años participa en los quehaceres artísticos de la región ora como maestra, ora como periodista y como promotora cultural; el último rubro, llamado de cultura universal, tiene tres maestros: Alberto Madero Acuña, Miguel Ángel García y mi ex alumno de la UIA Sergio Garza Orellana, el más joven de los docentes que figuran en esta nómina.
En una región como la nuestra, con vocación productiva, empresarial y por ello sin muchas oportunidades para entablar diálogos educativos en el ágora de las humanidades, un espacio como el Instituto Arocena merece dos palabras que deben ser sinceramente dichas y mejor escritas: bienvenido y felicidades.
Cierto que hay universidades y cierto que es allí donde la actividad educativa formal está en el centro, pero no es menos cierto y meritorio que otras instituciones como el Arocena o la Dirección Municipal de Cultura de Torreón ofrezcan diplomados que de golpe agrandan la oferta educativa lagunera, siempre necesitada de clases y talleres encaminados hacia el espectro humanístico del conocimiento.
Luego sería pertinente tratar los casos de la DMC, del Icocult Laguna e incluso de espacios independientes como el de la galería de Luis Sergio Rangel, pero ahora sólo me detengo en el del Arocena cuyo Instituto hizo circular un bello díptico con información sobre sus cursos. Resalta allí su menú de disciplinas: artes visuales, literatura, filosofía, historia y cultura universal. Allí mismo apunta que su objetivo “es la difusión del conocimiento cultural a la región lagunera, con el fin de formar ciudadanos críticos ante el arte, los acontecimientos actuales y su propia vida”. Luego indica que el acercamiento a sus cinco vertientes temáticas le dará al alumno “una formación complementaria que le permitirá desarrollarse mejor personal y socialmente, logrando un entendimiento más amplio de la historia, el pensamiento y la expresión artística, así como una vasta comprensión de su propio contexto histórico”.
Una de las virtudes que tiene este tipo de cursos es su flexibilidad; las materias se adaptan pues al estudiante potencial tanto como es posible. Tiene el Arocena dos modalidades: la libre y el diplomado en humanidades. La primera ofrece cubrir una tanda de clases de una disciplina específica (18 horas por cada área); la segunda, todos los módulos, es decir, 120 horas que al final ameritan para una certificación oficial.
Por supuesto, el basamento institucional es muy importante, saber que un espacio de tanto prestigio como el Arocena cimienta este emprendimiento. Otro soporte de la confianza está en los maestros. A varios de ellos los conozco y sé que han dedicado sus vidas al estudio y la enseñanza. El Arocena reunió ya un equipo que conjuga la experiencia con la juventud; en filosofía está Armando Garza Saldívar, un experimentado maestro, hábil como pocos para deambular por los áridos terrenos el pensamiento filosófico; en literatura llamaron a Julio César Félix, poeta y crítico, amigo que al parecer se ha aclimatado definitivamente a nuestro yermo; en historia, Laura Orellana Trinidad, maestra armada con herramientas de socióloga e historiadora; para artes visuales, Linda Haro Ureña, joven que desde hace algunos años participa en los quehaceres artísticos de la región ora como maestra, ora como periodista y como promotora cultural; el último rubro, llamado de cultura universal, tiene tres maestros: Alberto Madero Acuña, Miguel Ángel García y mi ex alumno de la UIA Sergio Garza Orellana, el más joven de los docentes que figuran en esta nómina.
En una región como la nuestra, con vocación productiva, empresarial y por ello sin muchas oportunidades para entablar diálogos educativos en el ágora de las humanidades, un espacio como el Instituto Arocena merece dos palabras que deben ser sinceramente dichas y mejor escritas: bienvenido y felicidades.