sábado, agosto 28, 2010

Estética del infomercial



Digamos que no con asiduidad, pero sí con frecuencia, algo pasa que mientras brincoteo canales de televisión me detengo en algún “infomercial” (así es denominada esa basura) y atiendo, entre fascinado y aburrido, todas las maravillosas virtudes de un producto al que sólo le faltaría ser gratuito para ser perfecto. No me tiembla la voz al afirmar que resisto como quince minutos de reprimidos bostezos mientras escucho y veo que un trapeador es capaz de limpiar hasta la Cámara de Diputados, o que un extractor suministra jugos más ricos y nutritivos que los del bosque Venustiano Carranza, o que unos silicones quitapón sirven para levantar senos más colgantes que los jardines de Babilonia, o que unas pastillas afrodisiacamente mágicas levantan hasta el pizarrín de una momia de Guanajuato, o que unos zapatos de suela intergaláctica pueden sacarle glúteos incluso a una tabla.
En realidad es muy divertido echarse esos chorotes largotes y mentirosotes, pues su producción ha sido pensada precisamente para alelar al ya de por sí alelado, por el sueño, televidente. El rasgo dominante de esos bodrios es el optimismo sin fisuras de quienes ofrecen los productos. Quizá allí está la clave de su éxito: agarrar a los ciudadanos medio apendejados por el estrés y la fatiga, prenderlos cuando sus cerebros ya casi están jetones, enseñarles que aunque la vida es esta mierda en la que debemos trapear, comer incómodamente sano, vernos de verse o cumplir como en película tres equis cuando hacemos aquellito, todo tiene arreglo si compramos el trapeador, el extractor, los implantes, los zapatos de hamacada suela o las pastillas. En pocas palabras, esos programas son oasis de felicidad, zonas de la programación donde hay un remedio incontestable a un problema que nos azota en los dos sentidos del verbo: que nos golpea y que, como dicen los chavos, nos torna quejosos de tiempo completo.
De verdad, algo misterioso ocurre cuando sigo la letanía de un infomercial. Me dejo guiar por el discurso y la imagen y compruebo que por fin han inventado algo que hará feliz a la humanidad al menos en un área que todos los días la flagela. El trapeador que da vueltas bien chidas, por ejemplo. Es una chulada. No se enreda, es fácil de escurrir, permite llegar a los rincones más difíciles del hogar, tiene peluche intercambiable y absorbe más mugre que quienes ven infomerciales. Una maravilla de la tecnología que sin pudor es presentada como una maravilla de la tecnología, un adminículo que dará felicidad a todas las familias perseguidas por la desdicha del trapeado disparejo y poco higiénico, además de fastidioso. Al ver eso siento con pleno uso de razón que mi alma es subliminalmente persuadida de que la felicidad sí existe, aunque nunca sea completa. A un perdedor, a un despachado, a un resentido se les puede decir que no todo es miserable en la vida, que tal vez el mundo fue y será una porquería, como sentenció Discépolo, pero en materia de trapeado la existencia del hombre pasará a ser dichosa y dejará de ser aciaga gracias a la aparición del trapeador que da vueltitas y se mete, sin albur, en cualquier parte.
Ahora bien, si los productos domésticos son ínsulas de la alegría en medio de la excrementicia mar, los artículos relacionados con la apariencia o el desempeño venéreo son todavía más atractivos. Supongo que a las mujeres les encanta ver al musculoso que alcanzó un físico apolíneo con sólo trepar en una pinche maquinita que nació en una ribera del Arauca vibrador, o a los hombres nos apiada ver morbosamente el testimonio de una chica que gracias a la caminadora plegable cambió las lonjas de antaño por un cuerpazo digno de calendario chaquetero. Eso sí es cambiar la vida, caray. Pasar de ser un don Nadie vil y asqueroso a un don Alguien que alborotará las feromonas de todo el personal en una fiesta donde por cierto jamás será revelado el secreto de tanta belleza.
Puede ser, lo pienso aparte, que los infomerciales me atraigan porque al verlos veo a quien los ve con credulidad, o al menos lo imagino. Es pues un tanto triste y hasta se siente uno mal por andar riendo de la ilusión. Retiro entonces lo dicho. Me encantan los infomerciales y en este mismo instante compraré el trapeador, pues si llamo ahora me darán sin costo extra dos botellas de Pinol y el Manual de trapeado deslumbrante. ¡Wow, no me lo puedo perder!