Tengo casi treinta años sabiendo que Saúl Rosales es admirador del Quijote. Lo sé porque en aquellas lejanas clases de literatura no faltaban sus comentarios sobre el libro de Cervantes cuya primera parte cumplió cuatro siglos en 2005. Tampoco escaseaban sus elogios para otros autores, pero los que le tributaba a Cervantes siempre tenían un énfasis especial; eran, por decirlo así, elogios a sombrero quitado, reconocimiento que jamás entraba en crisis. Por eso no me sorprendió que en el año de la efemérides quijotesca nuestro escritor usara todos los foros posibles de su escritura para aplaudir/recomendar/analizar las huellas dejadas en su alma por el caballero andante. Hoy tenemos a la vista, ya en su catadura de libro, el resultado de aquellos doce meses consagrados a convivir con esa novela que por sí sola bastaría para hacernos felices y justificar una literatura y hasta una lengua.
Leí los tanteos de Saúl en torno al Quijote según fueron apareciendo en algunas revistas laguneras (Siglo Nuevo, Estepa del Nazas, Mesas de adentro). Era ese tipo de colaboración periodística sin fecha de caducidad, escrita para perdurar y, por qué no, escanciarse con el tiempo en un recipiente bibliográfico. Eso es lo que presentamos esta noche: el libro Un año con el Quijote, título que sintetiza el esfuerzo de Saúl Rosales por codearse los días y las horas de 2005 al lado del idealista caballero enjuto. El propósito de aquellos artículos es el mismo que ahora abraza el libro: motivar en los lectores rezagados la curiosidad de leer una obra que fue sustancialmente escrita para divertir. El autor sabe a la perfección que el Quijote amedrenta con su prestigio de “clásico” y que los lectores de hoy aprecian la amenidad como valor supremo en una obra, de ahí que página tras página reitere la intención jocosa que Cervantes le imprimiera a su quehacer. Y así, tan amenas como el Quijote son las 34 piezas (casi tres por mes) que componen el libro celebratorio de Rosales Carrillo.
Para dar una muy general idea de la magnitud humanística del Quijote, Saúl Rosales no sólo ponderó la riqueza del humor contenida en los capítulos donde el manchego emprende sus numerosas aventuras. El abordaje de Un año con el Quijote avanza por varias rutas, todas insinuadas o explícitas en el gran libro de la literatura hispánica, de suerte que en el intento pone toda su erudición sobre la báscula. Hay en esta obra, entonces, un poco de lo que ha sido Saúl Rosales: por supuesto sentimos que escribe el hombre de letras, pero también el lingüista, el político, el antropólogo, el sociólogo, el historiador, el periodista, el maestro. Tal es la principal virtud de esta exploración: con diversa inteligencia nos enseña que el entretenido libro de Cervantes es además una especie de encicopedia del espíritu humano, un punto luminoso de la literatura universal donde convergen, disfrazadas de ficción, las pasiones del hombre, sus miserias y sus grandezas.
Adornado con bellas imágenes trazadas por Tábata Ayup, Un año con el Quijote recorre El ingenioso hidalgo… con ojo erudito aunque accesible a todo lector medianamente informado. Su matriz original, la periodística, dictó a Saúl Rosales el imperativo de no caer en desentrañamientos inextricables, en esas densas interpretaciones que a veces son más difíciles de entender que lo analizado. Nuestro autor procede con generosidad: sus trancos son cortos y es trasparente el propósito de cada uno. Más: tan bien han sido confeccionados que desde los mismos títulos (una obsesión del autor, debo decir: la precisión al bautizar sus obras) se sabe sin divagaciones qué asedia cada artículo. Doy un par de ejemplos: en “La dulzura de Dulcinea y la melosidad de Melibea” explica la admiración que sentía Cervantes por Fernando de Rojas, autor de La Celestina y creador del personaje Melibea, nombre asombrosamente simétrico, en forma y fondo, al de la inspiradora toboseña; en “Los consejos de don Quijote para gobernar” expone lo que queda dicho allí mismo, en ese título que no requiere mayor espulgamiento.
Un año con el Quijote es un libro sencillo, pero no simple. Además, en consonancia con su materia, aleccionador, edificante sin caer en el dogmatismo de lo que extrae para nosotros en la rica mina de su objeto estudiado. Se vale siempre, además, de citas textuales precisas, referidas al lugar de donde fueron extraídas, y con ellas borda cada una de sus reflexiones hasta dar con el develamiento de cada tema. No puedo leer este tipo de trabajos de Saúl Rosales sin recordar su metodología; al modo antiguo que por cierto sigue siendo el mejor, anota en tarjetas lo que va leyendo, o más bien lo que le va sugiriendo la lectura. De esa manera teje la red en la que apresa los peces que son los temas y subtemas con los que a su vez alimenta cada una de sus aproximaciones. Y me pasa siempre: leo estudios sobre el Quijote, encuentro las citas usadas por los analistas y despiertan de inmediato en mí las ganas de volver a la fuente, a El ingenioso hidalgo… Al final uno termina persuadido (¿acaso, además de persuadir, tiene la crítica otro fin?) de que el Quijote es, con los pelos en la mano, lo que ya sabemos: no un libro, sino un monumento a la lengua española y a lo que con ella su autor pudo expresar, es decir, todo lo que la mente y el corazón del hombre albergan para reflexión y regocijo de los pasados siglos y de los venideros.
En suma, Saúl Rosales ha tenido la gentileza de volcar, para nosotros, un año de su atención en un proyecto que al enaltecer lo que merece ser enaltecido lo enaltece también a él. Sin auspicio, movido sólo por los resortes de su amor por la literatura y por el personaje más importante de la literatura, el escritor lagunero arrostró el plan de desmenuzar el Quijote desde enero de 2005 hasta que concluyó el jubileo. Ahora, cinco años luego, encara la hombrada de armar, pagar y propagar una edición que confirma su desprendimiento y su fe en el credo cervantino. Para quienes creen que ya no existen hombres entregados a la literatura por la literatura y sin exigencias de retribución alguna, el caso de Saúl Rosales y Un año con el Quijote es una prueba notable de que se equivocan. Precisamente, hay mucho del magisterio del Quijote en este emprendimiento.
Leí los tanteos de Saúl en torno al Quijote según fueron apareciendo en algunas revistas laguneras (Siglo Nuevo, Estepa del Nazas, Mesas de adentro). Era ese tipo de colaboración periodística sin fecha de caducidad, escrita para perdurar y, por qué no, escanciarse con el tiempo en un recipiente bibliográfico. Eso es lo que presentamos esta noche: el libro Un año con el Quijote, título que sintetiza el esfuerzo de Saúl Rosales por codearse los días y las horas de 2005 al lado del idealista caballero enjuto. El propósito de aquellos artículos es el mismo que ahora abraza el libro: motivar en los lectores rezagados la curiosidad de leer una obra que fue sustancialmente escrita para divertir. El autor sabe a la perfección que el Quijote amedrenta con su prestigio de “clásico” y que los lectores de hoy aprecian la amenidad como valor supremo en una obra, de ahí que página tras página reitere la intención jocosa que Cervantes le imprimiera a su quehacer. Y así, tan amenas como el Quijote son las 34 piezas (casi tres por mes) que componen el libro celebratorio de Rosales Carrillo.
Para dar una muy general idea de la magnitud humanística del Quijote, Saúl Rosales no sólo ponderó la riqueza del humor contenida en los capítulos donde el manchego emprende sus numerosas aventuras. El abordaje de Un año con el Quijote avanza por varias rutas, todas insinuadas o explícitas en el gran libro de la literatura hispánica, de suerte que en el intento pone toda su erudición sobre la báscula. Hay en esta obra, entonces, un poco de lo que ha sido Saúl Rosales: por supuesto sentimos que escribe el hombre de letras, pero también el lingüista, el político, el antropólogo, el sociólogo, el historiador, el periodista, el maestro. Tal es la principal virtud de esta exploración: con diversa inteligencia nos enseña que el entretenido libro de Cervantes es además una especie de encicopedia del espíritu humano, un punto luminoso de la literatura universal donde convergen, disfrazadas de ficción, las pasiones del hombre, sus miserias y sus grandezas.
Adornado con bellas imágenes trazadas por Tábata Ayup, Un año con el Quijote recorre El ingenioso hidalgo… con ojo erudito aunque accesible a todo lector medianamente informado. Su matriz original, la periodística, dictó a Saúl Rosales el imperativo de no caer en desentrañamientos inextricables, en esas densas interpretaciones que a veces son más difíciles de entender que lo analizado. Nuestro autor procede con generosidad: sus trancos son cortos y es trasparente el propósito de cada uno. Más: tan bien han sido confeccionados que desde los mismos títulos (una obsesión del autor, debo decir: la precisión al bautizar sus obras) se sabe sin divagaciones qué asedia cada artículo. Doy un par de ejemplos: en “La dulzura de Dulcinea y la melosidad de Melibea” explica la admiración que sentía Cervantes por Fernando de Rojas, autor de La Celestina y creador del personaje Melibea, nombre asombrosamente simétrico, en forma y fondo, al de la inspiradora toboseña; en “Los consejos de don Quijote para gobernar” expone lo que queda dicho allí mismo, en ese título que no requiere mayor espulgamiento.
Un año con el Quijote es un libro sencillo, pero no simple. Además, en consonancia con su materia, aleccionador, edificante sin caer en el dogmatismo de lo que extrae para nosotros en la rica mina de su objeto estudiado. Se vale siempre, además, de citas textuales precisas, referidas al lugar de donde fueron extraídas, y con ellas borda cada una de sus reflexiones hasta dar con el develamiento de cada tema. No puedo leer este tipo de trabajos de Saúl Rosales sin recordar su metodología; al modo antiguo que por cierto sigue siendo el mejor, anota en tarjetas lo que va leyendo, o más bien lo que le va sugiriendo la lectura. De esa manera teje la red en la que apresa los peces que son los temas y subtemas con los que a su vez alimenta cada una de sus aproximaciones. Y me pasa siempre: leo estudios sobre el Quijote, encuentro las citas usadas por los analistas y despiertan de inmediato en mí las ganas de volver a la fuente, a El ingenioso hidalgo… Al final uno termina persuadido (¿acaso, además de persuadir, tiene la crítica otro fin?) de que el Quijote es, con los pelos en la mano, lo que ya sabemos: no un libro, sino un monumento a la lengua española y a lo que con ella su autor pudo expresar, es decir, todo lo que la mente y el corazón del hombre albergan para reflexión y regocijo de los pasados siglos y de los venideros.
En suma, Saúl Rosales ha tenido la gentileza de volcar, para nosotros, un año de su atención en un proyecto que al enaltecer lo que merece ser enaltecido lo enaltece también a él. Sin auspicio, movido sólo por los resortes de su amor por la literatura y por el personaje más importante de la literatura, el escritor lagunero arrostró el plan de desmenuzar el Quijote desde enero de 2005 hasta que concluyó el jubileo. Ahora, cinco años luego, encara la hombrada de armar, pagar y propagar una edición que confirma su desprendimiento y su fe en el credo cervantino. Para quienes creen que ya no existen hombres entregados a la literatura por la literatura y sin exigencias de retribución alguna, el caso de Saúl Rosales y Un año con el Quijote es una prueba notable de que se equivocan. Precisamente, hay mucho del magisterio del Quijote en este emprendimiento.