Felizmente he leído en estos días dos hermosos libros sobre el Quijote. Uno de ellos lo presentaré hoy a las ocho de la noche en la biblioteca José García Letona de Torreón; lo haré junto con su autor, Saúl Rosales, y Édgar Salinas Uribe; se trata de Un año con el Quijote, libro al que le dedicaré los muchos elogios que merece. El otro fue publicado en España hacia 2005; es El País del Quijote, y lo encontré hace poco sobre un mesón de saldos, a 39 pesos, en una tienda de autoservicio que de vez en cuando compra lotes grandes, como tomates, y los pone a precio accesible para los bolsillos menesterosos.
El título declara qué contiene el libro: son acercamientos de escritores, académicos y periodistas sobre el Quijote, todos publicados en el periódico El País, de España, durante 2005, año en el que celebramos el cuarto centenario del libro inmortal. A México, a Torreón llegaron tales páginas seguramente por una de esas carambolas del comercio internacional que rebotan excedentes a los lugares más extraños. No importa: lo vi y como suelo comprar casi todo lo que hallo sobre el Quijote, pagué los 39 de su valor y comencé a leerlo con algo de escepticismo, pues suele no gustarme el estilo arranciado de algunos escritores españoles con mentalidad doctoral y regañona, de dómines.
Mi sorpresa fue grande al navegar sus páginas. Son 33 artículos y un prólogo enquijotados hasta el tuétano, todos visiblemente contentos (hasta el Vila-Matas que se queja, algo mamón, de la efemérides) al recordar la serena grandeza de un libro escrito por un hombre, Cervantes, tal vez más grande que su libro, lo que es muchísimo decir. La lista de colaboradores es de grandes ligas, un auténtico dream team; entre los más destacados puedo mencionar al mencionado Vila-Matas, Harold Bloom, Basilio Baltasar (quien además cooperó con el prólogo), Eduardo Mendoza, Francisco Rico (una eminencia en quijotología), Carlos Fuentes, Jordi Soler, Juan José Saer, José Saramago, Juan Goytisolo y Fernando Vallejo. Todos fueron convocados por El País para, durante los días conmemorativos de 2005, aportar una opinión que sirviera para reiterar la valía —no tanto para descubrir Mediterráneos— del libro por antonomasia de la literatura universal.
Tras leer este racimo de opiniones me quedó más clara que nunca una idea: la defensa del Quijote ha estado, está y estará en manos de los escritores. Como lo reconocen muchos de los autores convocados, el “publico en general” se ha alejado de la obra cumbre de nuestras letras por las razones que sean, pero los que escriben, los que leen para escribir, saben que en el libro de Cervantes habita algo más que un personaje, su escudero y mil peripecias, sino el espíritu de nuestra lengua en estado prodigiosamente vivo. En efecto, en el Quijote el castellano fue trabajado con toda suerte de timbres, casi para dar idea de su plasticidad, de su maleabilidad. El español de Cervantes sirve allí para comunicar alegría, tristeza, melancolía, enojo, pena, heroicidad, amor, ira y todo lo que el humano ser puede guardar en la faltriquera de su alma. Lo hace además, para expresarlo también con una palabra de esos tiempos, con donaire, siempre con una resonancia poderosamente bella para quienes, como los escritores, saben que la palabra escrita no sólo comunica para los ojos, sino también, y acaso con mayor importancia, para las orejas.
Es difícil destacar dos o tres artículos entre los demasiados que contiene El País del Quijote. Salvo uno o dos comensales, lo afirmo convencido, todos ofrecen un enfoque grato e impulsan aunque no lo quieran a buscar las páginas del Quijote. En la criba que mi mente hace gracias al selectivo olvido destacan al menos cuatro a los que volveré, porque me gustaron mucho: el de Bloom, el de Saer, el de Goytisolo (una maravilla) y, pese a sus ex abruptos algo innecesarios, el de Fernando Vallejo. Pero en esta especie de bufet (en la Argentina dirían, más castizamente, “tenedor libre”) lo importante es que todos aportan algo para estimularnos a lo mero mero: ir hacia el Quijote en cualquier momento, con o sin cuarto centenario en las narices.
Y bueno, los espero hoy para quijotear con el libro Un año con el Quijote, de Saúl Rosales. Recuerden: Biblioteca José García Letona, alameda Zaragoza, Torreón, ocho de la noche, entrada libre y brindis. Presentamos Édgar Salinas Uribe, el autor y yo. Organiza la Dirección Municipal de Cultura torreonense encabezada por Norma González Córdova.
El título declara qué contiene el libro: son acercamientos de escritores, académicos y periodistas sobre el Quijote, todos publicados en el periódico El País, de España, durante 2005, año en el que celebramos el cuarto centenario del libro inmortal. A México, a Torreón llegaron tales páginas seguramente por una de esas carambolas del comercio internacional que rebotan excedentes a los lugares más extraños. No importa: lo vi y como suelo comprar casi todo lo que hallo sobre el Quijote, pagué los 39 de su valor y comencé a leerlo con algo de escepticismo, pues suele no gustarme el estilo arranciado de algunos escritores españoles con mentalidad doctoral y regañona, de dómines.
Mi sorpresa fue grande al navegar sus páginas. Son 33 artículos y un prólogo enquijotados hasta el tuétano, todos visiblemente contentos (hasta el Vila-Matas que se queja, algo mamón, de la efemérides) al recordar la serena grandeza de un libro escrito por un hombre, Cervantes, tal vez más grande que su libro, lo que es muchísimo decir. La lista de colaboradores es de grandes ligas, un auténtico dream team; entre los más destacados puedo mencionar al mencionado Vila-Matas, Harold Bloom, Basilio Baltasar (quien además cooperó con el prólogo), Eduardo Mendoza, Francisco Rico (una eminencia en quijotología), Carlos Fuentes, Jordi Soler, Juan José Saer, José Saramago, Juan Goytisolo y Fernando Vallejo. Todos fueron convocados por El País para, durante los días conmemorativos de 2005, aportar una opinión que sirviera para reiterar la valía —no tanto para descubrir Mediterráneos— del libro por antonomasia de la literatura universal.
Tras leer este racimo de opiniones me quedó más clara que nunca una idea: la defensa del Quijote ha estado, está y estará en manos de los escritores. Como lo reconocen muchos de los autores convocados, el “publico en general” se ha alejado de la obra cumbre de nuestras letras por las razones que sean, pero los que escriben, los que leen para escribir, saben que en el libro de Cervantes habita algo más que un personaje, su escudero y mil peripecias, sino el espíritu de nuestra lengua en estado prodigiosamente vivo. En efecto, en el Quijote el castellano fue trabajado con toda suerte de timbres, casi para dar idea de su plasticidad, de su maleabilidad. El español de Cervantes sirve allí para comunicar alegría, tristeza, melancolía, enojo, pena, heroicidad, amor, ira y todo lo que el humano ser puede guardar en la faltriquera de su alma. Lo hace además, para expresarlo también con una palabra de esos tiempos, con donaire, siempre con una resonancia poderosamente bella para quienes, como los escritores, saben que la palabra escrita no sólo comunica para los ojos, sino también, y acaso con mayor importancia, para las orejas.
Es difícil destacar dos o tres artículos entre los demasiados que contiene El País del Quijote. Salvo uno o dos comensales, lo afirmo convencido, todos ofrecen un enfoque grato e impulsan aunque no lo quieran a buscar las páginas del Quijote. En la criba que mi mente hace gracias al selectivo olvido destacan al menos cuatro a los que volveré, porque me gustaron mucho: el de Bloom, el de Saer, el de Goytisolo (una maravilla) y, pese a sus ex abruptos algo innecesarios, el de Fernando Vallejo. Pero en esta especie de bufet (en la Argentina dirían, más castizamente, “tenedor libre”) lo importante es que todos aportan algo para estimularnos a lo mero mero: ir hacia el Quijote en cualquier momento, con o sin cuarto centenario en las narices.
Y bueno, los espero hoy para quijotear con el libro Un año con el Quijote, de Saúl Rosales. Recuerden: Biblioteca José García Letona, alameda Zaragoza, Torreón, ocho de la noche, entrada libre y brindis. Presentamos Édgar Salinas Uribe, el autor y yo. Organiza la Dirección Municipal de Cultura torreonense encabezada por Norma González Córdova.