Seguramente lo recordamos: en enero de este año vino Elena Poniatowska a Gómez Palacio. La autora fue invitada a presentar el que en ese momento era su libro más reciente: El tren pasa primero. La sede fue el Teatro Alberto M. Alvarado y tuve la suerte (la suerte no: el privilegio) de reseñar públicamente ese libro con todos los elogios que le cupieron a mi faltriquera.
Seis meses luego, Poniatowska se ha hecho acreedora al premio más importante que un novelista de lengua castellana pueda obtener en las letras de nuestro continente espiritual y de España: el Rómulo Gallegos. Quizá ese galardón ya no haga el ruido que hace años lo prestigió tanto, pero sigue siendo la máxima presea literaria de América Latina, casi el Novel de los novelistas que escriben en español.
Es otorgado cada dos años, lo sabemos, no por trayectoria, sino por novela publicada, así que aquí no hay problemas con la seudonimia y el secreto: los jurados saben a quién premian y cuando se declara al ganador la gente conoce ya el libro que se agencia la victoria.
El “Rómulo”, como a secas solemos llamarlo, ha sido ganado por escritores tan grandes como Vargas Llosa, Fuentes, Del Paso, entre otros. Su monto actual en metálico suma los nada despreciables 100 mil dólares, pero su valor más importante es distinguir con la presea que lleva el nombre del máximo escritor venezolano a una novela que tenga méritos indiscutibles.
El tren pasa primero, como lo comenté hace seis meses, es un proyecto narrativo de poderoso aliento. Aborda el tema de la lucha sindical ferrocarrilera que el líder Demetrio Vallejo encabezara a finales de los cincuenta. La novela fue publicada por Alfaguara, y supongo que tras el Rómulo volverá a tener presencia en anaqueles. Es un libro que recomiendo por sus propias virtudes, sí, pero más porque su autora nos ha mostrado persistentemente que el ejercicio de las letras no está reñido con la participación decidida, explícita, en causas de la gente que por lo general no tiene voz para expresar lo que le ocurre.
Triunfadora, sensible, luchona, cordial y hasta afectuosa, esa es la imagen que nos dejó Poniatowska en su visita de hace algunos meses. No olvido mi escepticismo inicial, el prejuicio que cargaba antes de conocer a esta figura, y luego mi sorpresa ante esa amabilidad hecha mujer. En el programa de Olla de grillos, en la presentación del Teatro, en la comida posterior Elena Poniatowska nos demostró a todos que sus libros, como quería Montaigne, son ella misma.
Un día antes del triunfo nacional contra Brasil en Venezuela, México hizo allá algo todavía más importante: ganó el Rómulo Gallegos 2007.