Hace como dos semanas recorté una nota de La Jornada para comentarla cualquier domingo de relax, como éste. Se refiere el cable a la aparición del disco Mi sueño, obra que corona de manera póstuma el talento del cantante cubano Ibrahim Ferrer (1927-2005). Digamos que, además de la clásica que a todos gusta (Mozart, Vivaldi et al.), tengo mis condomínicas trompas de Eustaquio adaptadas para acoger cierta música popular en la que hallo, y esto es muy subjetivo, lo sé, algo más que el deseo de vender discos, como ocurre con Zitarrosa o con Cuco Sánchez, por nombrar sólo a dos iconos de mi galería. En ella está, desde hace como tres años, aquel negrito cubano que conocí de casualidad, la mañana en la que mi ex alumno y amigo Daniel Herrera, en su luchona y callejera y efímera calidad de vendedor de cd’s, me ofreció un lote de boleristas cubanos.
Elegí pues, allá por el 2003 o 2004, el compacto de Ibrahim Ferrer. Al escucharlo noté lo que cualquier oreja bien dispuesta puede advertir en el mismo trance: un estilo casi inhumanamente perfecto para tomar al bolero del cuello y sacarle toda la belleza posible, un lirismo que huele a humo, a mujeres y a licor, como debe ser en estos casos. No exagero. Sólo es necesaria una pizca de disposición para sentir que pocos han cantado así ese género de temas, como si la naturaleza se hubiera puesto de acuerdo con un hombre con el fin de darle todo el feeling posible para ejecutar algo, en este caso la interpretación de boleros. “Silencio” u “Ojos verdes”, pasados por las cuerdas vocales de Ferrer, entran a una dimensión en la que sólo falta una mulata de La Habana para ser perfecta.
Pero no me distraigo. El cable que digo da noticia del disco póstumo de Ferrer y de las circunstancias que rodearon su grabación. “De manera paradójica, lo que Ferrer más cantó durante su vida profesional fueron sones. Algunos creían que su voz no era adecuada para boleros. ‘Se consideraba que era demasiado fina, que no tenía la virilidad convencional del género’”, declaró Nick Gold, director de World Circuit y coproductor de Mi sueño. Luego, la noticia abunda en un detalle harto interesante: el retiro de Ferrer y su oficio de bolero (no el género musical popular, sino el aseo de calzado). “La historia, como se ha repetido tantas veces, tiene un final feliz: un par de años antes, el cantante se había retirado de su carrera profesional, desilusionado de ella, y trabajaba de bolero. El día que lo fueron a buscar, estaba lustrando zapatos. Le dijeron que había unos señores en los estudios Egrem que querían oírlo cantar. No estaba interesado. Insistieron. Lo convencieron. De ahí, directo, se fueron al estudio. Cantó ‘Dos gardenias’. ‘Nos pareció evidente que era un espléndido cantante de boleros, porque lo hacía directamente desde el corazón, con una dosis increíble de lirismo y espíritu’, contó Gold”.
No he escuchado ese disco, pero por el antecedente del compacto que ya mencioné puedo fácilmente imaginar el encanto que imprimió Ferrer a esas canciones. Habla el productor sobre el bolero “Perfidia”: “Le dimos un sabor fuerte de jazz, y lo increíble era que tanto en vivo como en el estudio, Ibrahim improvisaba una sección como si hubiera estado haciéndolo con jazz toda su vida. Este loco tenía una increíble musicalidad, enorme, lo cual me llenaba de admiración".
Ferrer fue “descubierto” (las comillas no son mías) muy tarde, y se integró a Buena Vista Social Club, grupo que a mediados de los noventa fue un hitazo en todo el mundo. Luego se retiró a lustrar zapatos y al final, como en un cuento de hadas bolerístico, fue nuevamente rescatado para hacer la grabación que por poco precedió a su muerte. Mi recomendación es para quienes le encuentran sabor a esto: vayan a Mixup o busquen en Internet una tienda que les pueda enviar el material del mago Ferrer. Realmente es un lujo escuchar a este hermoso ruquito.
Elegí pues, allá por el 2003 o 2004, el compacto de Ibrahim Ferrer. Al escucharlo noté lo que cualquier oreja bien dispuesta puede advertir en el mismo trance: un estilo casi inhumanamente perfecto para tomar al bolero del cuello y sacarle toda la belleza posible, un lirismo que huele a humo, a mujeres y a licor, como debe ser en estos casos. No exagero. Sólo es necesaria una pizca de disposición para sentir que pocos han cantado así ese género de temas, como si la naturaleza se hubiera puesto de acuerdo con un hombre con el fin de darle todo el feeling posible para ejecutar algo, en este caso la interpretación de boleros. “Silencio” u “Ojos verdes”, pasados por las cuerdas vocales de Ferrer, entran a una dimensión en la que sólo falta una mulata de La Habana para ser perfecta.
Pero no me distraigo. El cable que digo da noticia del disco póstumo de Ferrer y de las circunstancias que rodearon su grabación. “De manera paradójica, lo que Ferrer más cantó durante su vida profesional fueron sones. Algunos creían que su voz no era adecuada para boleros. ‘Se consideraba que era demasiado fina, que no tenía la virilidad convencional del género’”, declaró Nick Gold, director de World Circuit y coproductor de Mi sueño. Luego, la noticia abunda en un detalle harto interesante: el retiro de Ferrer y su oficio de bolero (no el género musical popular, sino el aseo de calzado). “La historia, como se ha repetido tantas veces, tiene un final feliz: un par de años antes, el cantante se había retirado de su carrera profesional, desilusionado de ella, y trabajaba de bolero. El día que lo fueron a buscar, estaba lustrando zapatos. Le dijeron que había unos señores en los estudios Egrem que querían oírlo cantar. No estaba interesado. Insistieron. Lo convencieron. De ahí, directo, se fueron al estudio. Cantó ‘Dos gardenias’. ‘Nos pareció evidente que era un espléndido cantante de boleros, porque lo hacía directamente desde el corazón, con una dosis increíble de lirismo y espíritu’, contó Gold”.
No he escuchado ese disco, pero por el antecedente del compacto que ya mencioné puedo fácilmente imaginar el encanto que imprimió Ferrer a esas canciones. Habla el productor sobre el bolero “Perfidia”: “Le dimos un sabor fuerte de jazz, y lo increíble era que tanto en vivo como en el estudio, Ibrahim improvisaba una sección como si hubiera estado haciéndolo con jazz toda su vida. Este loco tenía una increíble musicalidad, enorme, lo cual me llenaba de admiración".
Ferrer fue “descubierto” (las comillas no son mías) muy tarde, y se integró a Buena Vista Social Club, grupo que a mediados de los noventa fue un hitazo en todo el mundo. Luego se retiró a lustrar zapatos y al final, como en un cuento de hadas bolerístico, fue nuevamente rescatado para hacer la grabación que por poco precedió a su muerte. Mi recomendación es para quienes le encuentran sabor a esto: vayan a Mixup o busquen en Internet una tienda que les pueda enviar el material del mago Ferrer. Realmente es un lujo escuchar a este hermoso ruquito.