Para llegar a donde está, Calderón tuvo que aceptar el apoyo ofrecido a regañadientes por la forzuda ala yunquista metida hasta los huesos del PAN durante la égida foxista. Encabezada por Fox, Abascal, Salazar Sáenz, Espino, el fallecido Ramón Martín Huerta y casi toda la estructura de los gobiernos guanajuatenses de Romero Hicks y Oliva Ramírez, la corriente de la organización archiconservadora tenía sólo dos sopas en la coyuntura de 2006: o colocar a Calderón en la presidencia o dejar que AMLO les hiciera la travesura. Obviamente, los oscureros archicatólicos optaron por el candidato del PAN y le desenrollaron la alfombra para que llegara a Los Pinos, pero no iban a tardar mucho en mostrarle los caninos.
No a otra intención obedecieron el deslenguado activismo de Fox (que sigue en marcha), el acomodo de Abascal y de Derbez en la estructura interna del PAN y, lo peorcito de todo, las declaraciones siempre amenazantes de Manuel Espino contra la llamada “institución” presidencial. El presidente nacional del PAN se la creyó tanto que, carburado por sus titiriteros, insistió hasta el aburrimiento que con Calderón iban a mantener una sana distancia, una independencia que casi marginaba al michoacano de las decisiones blanquiazules. La gota de pus que derramó la herida fue aquella violenta advertencia de Espino contra la intromisión de mapaches de la presidencia en las elecciones yucatecas (20 de mayo).
Poco más de dos semanas después, Calderón le ha puesto un estatequieto a Espino y a lo que él representa, y se ha adueñado, por las malas, como en los viejos tiempos, del partido en el poder. Hasta aquí, y hasta ahora, la realidad parece sonreírle a Calderón y a su equipo, pero no hay que estar tan seguros de que la escalada de amarres avance por el mismo derrotero. Hay que recordar, nomás, que los hoy vapuleados asambleístas no son precisamente los amos del fair play. Muy al contrario, no fueron otros los que derramaron altas cantidades de boñiga en las turbulentas, accidentadas y chuecas elecciones del año pasado, y aunque hoy hayan perdido algo de fuerza en el partido que lograron permear durante treinta años de infiltración clandestina, son ellos quienes pueden manejar la información más peligrosa contra Calderón. En esa tensión vive el ejecutivo espurio, y juega con lumbre cuando encara al siniestro yunquismo. Una sola palabra de Fox bastaría, en este contexto, para tambalear y hacer crujir la poca legitimidad de Calderón. Conocida la calaña de sus rivales íntimos, creo que el michoacano y los suyos deben esperar el coletazo. El Yunque no es un enemigo leal ni, mucho menos, pequeño.