En su artículo “¡Dejaron solo a Chávez!” (La Jornada, 2, junio, 07), Juan Arturo Brennan se refiere a los cinco conciertos ofrecidos por el ensamble instrumental californiano Southwest Chamber Music en las salas Nezahualcóyotl y Carlos Chávez del Centro Cultural Universitario de la Ciudad de México. Con pena, Brennan comenta que las magníficas ejecuciones a varias piezas de Carlos Chávez fueron casi totalmente desairadas por el público.
En un párrafo aterrador, el crítico expone: “Con estos luminosos antecedentes, era sólo cuestión de tiempo y de lógica elemental que Southwest Chamber Music viniera a México a ofrecer ese histórico ciclo musical. Se trató, sin duda, de una de las mejores propuestas musicales de mucho tiempo, pero de nada valieron los antecedentes, los Grammys, la importancia de Chávez ni la nobleza del proyecto. ¿Cuántas personas asistieron a esta irrepetible serie musical? Concierto por concierto, en números redondos: 60, 50, 75, 50 y 150”.
No me detengo más en Brennan, pues sus palabras son tan elocuentes que provocan pena ajena. El artículo me da pie, sin embargo, a pensar un poco en los públicos que tuve la suerte de apreciar durante dos muestras artísticas ofrecidas aquí, en La Laguna, durante la semana que hoy termina. El domingo 27 de mayo se presentó en el TIM el grupo de danza contemporánea Mezquite dirigido por el maestro Jaime Hinojosa. Fueron, según el programa, “estrenos, remontajes y bailarines invitados”, y desde mi condición de lego en la materia puedo asegurar que se trató de un montaje digno para celebrar los diez años de la agrupación encabezada por Hinojosa. Presentaron seis sugerentes coreografías en las que los bailarines impusieron un toque de tensión (salvo en la quinta, más desenfadada y alegre) y tono trágico a sus movimientos. La que más me sedujo, por su música y la garra de su ejecución, fue la número tres (“La sombra de algo que fue nuestro”). El caso es que Mezquite sigue firme como la más constante agrupación de su tipo en esta parte del país, y eso alegra. Felicidades pues a Hinojosa y sus muchachos, jóvenes cada vez más seguros de su vocación y más dueños de su arte. Aquí, para volver un poco al artículo de Brennan, no hubo lleno en el TIM, pero fácilmente puedo asegurar que de público estábamos entre 150 y 200 personas.
Días después, el viernes 1 de junio, la Camerata de Coahuila tuvo presentación en el Teatro Nazas. Fue, creo, un concierto redondo dedicado íntegro a Beethoven. La nota más sobresaliente de la noche, por supuesto, fue la presentación del joven pianista Alexandre Tharaud, quien hizo alarde de sus facultades para sacar adelante el Concierto para piano No. 3 en do menor Op. 37. La andanada de aplausos ininterrumpidos lo llevó a regalar una breve pieza antes del intermedio, si no escuché mal del francés Jean-Philippe Rameau. Luego de esa extraordinaria muestra de capacidad frente al piano, la Camerata interpretó la Sinfonía No. 1 en Do Mayor Op. 21. Soy malo para calcular multitudes, pero creo haber visto entre 350 y 400 personas, o poco más, en la butaquería del Nazas.
¿Qué nos dice esto? Por supuesto, no quiero ni de broma insinuar que La Laguna tiene ya, como las grandes capitales, amplios y seguros públicos para los espectáculos artísticos, pero es digno de consideración, al menos de consideración, que una sala como la Nezahualcóyotl tenga a 50 personas de público y la Camerata en el Nazas a 300. Hay muchas variables en todo esto (la cantidad de buenos espectáculos ofrecidos al mismo tiempo, las distancias para asistir a una presentación, etcétera), pero da gusto comprobar que, tras esfuerzos de una década, la Camerata y Mezquite, por citar sólo dos emprendimientos que nos atañen, despiertan si no la pasión, sí la atención y/o la curiosidad del lagunero inquieto. Hay que seguir. A mí de da gusto que esto nos esté ocurriendo.