Para nadie es un secreto que en la música, en el canto y en el baile los caucásicos se pintan solos. Algo tienen estos hombres que durante siglos se han caracterizado por combinar esas tres manifestaciones artísticas con un vigor expresivo rayano en lo sobrenatural. Verlos, pues, en escena es un privilegio digno de orgullo, casi como haber presenciado el lanzamiento de una nave espacial o la inauguración de un túnel subacuático. Eso fue al menos para mí, que el sábado 16 fui testigo de la presentación, a todo lo que da, del llamado Ejército Rojo.
En general, lo reconozco, asisto con gran escepticismo a las presentaciones foráneas. Es la desconfianza incubada luego de años y años de padecer en esta provincia nuestra muchos espectáculos que, si no son francamente banales, sí suelen relajarse ante la pobre exigencia del público local. El escepticismo del que hablo se ha ido desvaneciendo, también lo reconozco, en la medida en la que cada vez son más y mejores los ofrecimientos artísticos que podemos apreciar ora en el Martínez, ora en el Nazas, ora en cualquier otro lugar, pues con frecuencia para el verdadero profesional no importa el foro, sino el público, tal y como me ocurrió hace algunos meses, cuando en la plazoleta de Galerías Laguna vi gratis un espectáculo de flamenco tan bueno que me resulta inolvidable).
El caso, entonces, del Ejército Rojo, es de veras para contarse. Más de ochenta artistas en escena hacen de las suyas con una categoría basada en los más altos estándares de exigencia. En esos hombres se nota una disciplina distinta a la que conocemos, pues es claro que desean llevar su arte a puntos que sin miedo desafían a la (a su) naturaleza. Si los cantantes deben cantar, cantan demasiado bien; si los músicos deben tocar, tocan demasiado bien; y, sobre todo, si los bailarines deben bailar, lo hacen con una precisión que hechiza, mezcla perfecta de arte, técnica y capacidad gimnástica. Ver en corto a ese grupo de bailarines me hizo comprender por qué los soviéticos solían arrasar en gimnasia olímpica: el acondicionamiento físico al que se habitúan desde pequeños es tres o cuatro o muchas veces mayor al que nos exigimos nosotros.
Y lo mismo en el canto; jóvenes, adultos y algunos ya hasta adultos “mayores” le exprimen toda la belleza posible a las canciones del folclor generado en la ex URSS. Me encontré a Gerardo Moscoso en el intermedio. Le pedí, a él que sabe tanto de esto, su opinión: “Me conmueven estos artistas”. Tiene harta razón, y concluyo: si el arte no conmueve, ¿entonces para qué diablos sirve? Es en síntesis una felicidad haber estado allí, conmovido.