“Si los jóvenes fallan, todo fallará”, dijo alguien que supo entender como pocos a los jóvenes de un pueblo combativo. O sea que, si nos atenemos a lo difundido por el canal de las “estrellas” durante la tarde-noche del domingo pasado, todo en México fallará debido al narcótico de la imbecilidad que la tv ha inoculado a los jóvenes mexicanos. Fue un espectáculo excrementicio, la cosa más horrenda que en materia de estupidez se pueda difundir por la pantalla enervante. Adrede lo vi a pedazos, a retazos, para comprobar que, pellizcara donde pellizcara, el cuerpo del programa era carroña, comunicación putrefacta, información ruin para el ya de por sí maltrecho teleadicto.
Me refiero, por supuesto, al nuevo reality que merdifica ahora las tardes del domingo en el canal as (¿ass?) de la tv mexicana. Su nombre es “Buscando a la nueva Banda Timbiriche”, y consiste en presentar semana tras semana a varios jovencitos que apetecen triunfar en el mundo del show business. Lo harán en este caso si logran pasar varias aduanas para convertirse en clones trasnochados de los genuinos timbirichos.
Más allá del estulto propósito, vale la pena recorrer las partes del concurso, arrimarse aunque sea tantito a esa mequetrefe forma de sancochar estrellas en el canal de las supuestamente ídems. Porca miseria, qué malvado método de engatuzar a inocentes con el cuento mandarín del éxito luisdellanesco. Pero veamos. En un escenario decorado con la luminosa palabra “Timbiriche”, la conductora Galilea Montijo (y aquí es menester gemir un mmm… imprescindible) ataviada con un vestido de señora en boda de rancho, farfulla como dios le da a entender (y le da a entender muy poco) las instrucciones y presenta a los aspirantes. Aparecen, en grupos coreográficos, chamacos de entre quince y veinte años, chicos sobradamente creídos de su galanura y chicas que están en la flor de su putibundez. “Bailan” y “cantan”, imitan la gestualidad de Los Ídolos, pero en todo momento dejan la sensación de que no sirven ni para un karaoke de restaurant-bar. Los observan con atención, graves ellos, como si fueran académicos en un examen de oposición, los timbirrucos originales, quienes luego opinan con una pobreza de vocabulario digna de un ex timbiriche.Lo más chidote viene cuando escuchamos a los jurados expertos: Luis de Llano (autor intelectual del crimen), una señora, un tipo muy amanerado y Marco Flavio Cruz, un payaso sin respeto por sus canas, tan (falsamente) riguroso que su rol de juez es más cómico que JoJorge Falcón ya despeinado y haciendo bizcos. Se me acabó el espacio, pero no para ahorrarle un último calificativo al showcito: degradante.