Alguna vez Juan Pablo Neyret, amigo/hermano argentino que hoy hace su doctorado en Penn State, me dijo en una carta que nada lo hacía más feliz que recibir paquetes de libros. Se refería en aquel momento a una caja de tenis que le atesté de clásicos mexicanos. Cierto: para la gente de lectura nada es más placentero que recibir, de golpe y a veces sin pedirlo, un tambache de libros que van suministrando placer a medida que salen del recipiente postal. Ese es, sin duda, un vestigio de emoción infantil, de dicha ante el juguete nuevo.
Me pasó ayer, 21 de abril, lo mismo que a Neyret hace algunos meses: recibí un sobre amarillo con cuatro títulos preciosos. Los trajo desde Cuba mi compa Alonso Licerio, quien recién estuvo allá para participar, creo, en un curso de grabado. El gesto de Licerio no tiene abuela: fue a la isla, hizo su trabajo, visitó museos y en medio de todo ese trajín se dio tiempo para buscar, seleccionar, comprar y cargar cuatro libros que me alegraron, pues nunca le voy a cerrar la puerta (ni los ojos) a las buenas ediciones. Uno de esos títulos, debo enfatizar, contiene una sorpresa que rebasa mi concepto del azoro.
Las dos revistas-libro de Casa de las Américas son tan austeras en su diseño editorial como ricas en contenido. Vale más, para mí, la “Edición dedicada a Julio Cortázar”, racimo de textos sobre el argentino que a mi parecer es, no más, no menos, el mejor cuentista latinoamericano de todos los días. El solo índice del volumen apabulla: muchas cartas de Cortázar a Casa de las Américas, ensayos, poemas, flashazos sobre la figura del cronopio mayor. Estupendo material, una pequeña confirmación más del rigor literario que en general se ha perdido en muchas publicaciones y que, por fortuna, en Cuba resiste todavía.
El librito de Alejo Carpentier era desconocido para mí. Alberga 16 colaboraciones carpenterianas a la Revista Casa. Es formidable, y más constatar en una carta que la amistad entre Lezama y Carpentier, a quienes siempre imaginé distantes, fue estrecha en realidad.
El mejor libro del lote es Concierto para la mano izquierda, del totémico Roberto Fernández Retamar. Son ensayos, conferencias, aproximaciones. Licerio sabía lo que quería cuando buscó a RFR para que me dedicara un libro con su letrita de arácnidos pisados. Nunca pensé ver mi nombre escrito por la mano de RFR; de él, a quien le robé unos versos para el epígrafe de mi cuentario Las manos del tahúr: “El hombre recio de tan dura historia / despierta en la noche de Ha Tinh a sus compañeros de habitación / con los alaridos de espanto de su sueño. // El hombre no es de piedra. / El hombre es de hombre”. Perfecto.
Me pasó ayer, 21 de abril, lo mismo que a Neyret hace algunos meses: recibí un sobre amarillo con cuatro títulos preciosos. Los trajo desde Cuba mi compa Alonso Licerio, quien recién estuvo allá para participar, creo, en un curso de grabado. El gesto de Licerio no tiene abuela: fue a la isla, hizo su trabajo, visitó museos y en medio de todo ese trajín se dio tiempo para buscar, seleccionar, comprar y cargar cuatro libros que me alegraron, pues nunca le voy a cerrar la puerta (ni los ojos) a las buenas ediciones. Uno de esos títulos, debo enfatizar, contiene una sorpresa que rebasa mi concepto del azoro.
Las dos revistas-libro de Casa de las Américas son tan austeras en su diseño editorial como ricas en contenido. Vale más, para mí, la “Edición dedicada a Julio Cortázar”, racimo de textos sobre el argentino que a mi parecer es, no más, no menos, el mejor cuentista latinoamericano de todos los días. El solo índice del volumen apabulla: muchas cartas de Cortázar a Casa de las Américas, ensayos, poemas, flashazos sobre la figura del cronopio mayor. Estupendo material, una pequeña confirmación más del rigor literario que en general se ha perdido en muchas publicaciones y que, por fortuna, en Cuba resiste todavía.
El librito de Alejo Carpentier era desconocido para mí. Alberga 16 colaboraciones carpenterianas a la Revista Casa. Es formidable, y más constatar en una carta que la amistad entre Lezama y Carpentier, a quienes siempre imaginé distantes, fue estrecha en realidad.
El mejor libro del lote es Concierto para la mano izquierda, del totémico Roberto Fernández Retamar. Son ensayos, conferencias, aproximaciones. Licerio sabía lo que quería cuando buscó a RFR para que me dedicara un libro con su letrita de arácnidos pisados. Nunca pensé ver mi nombre escrito por la mano de RFR; de él, a quien le robé unos versos para el epígrafe de mi cuentario Las manos del tahúr: “El hombre recio de tan dura historia / despierta en la noche de Ha Tinh a sus compañeros de habitación / con los alaridos de espanto de su sueño. // El hombre no es de piedra. / El hombre es de hombre”. Perfecto.