Una de las características más visibles de nuestra rancheridad es que en los actos públicos solemnes las autoridades no saben cuidar las formas. Vino el embajador de China (ojo: de China, no de Tumbuctú) y la parte más importante de la recepción fue, para mí, el espléndido discurso que leyó Sergio Antonio Corona Páez, cronista de Torreón, a quien ni siquiera integraron al fresidium. Otra vez, el hombre de ideas es marginado para cederle lugar a muchos políticos y empresarios que por lo general no entienden bien a bien qué hacen allí, perdidos en medio de tales actos.
La pieza oratoria del doctor Corona es, a mi juicio, una joya del humanismo (ojo: del humanismo, no del humanitarismo, que no es lo mismo). Me atrevo a decir que nadie en Torreón, salvo el artífice de ese texto, pudo decir mejor lo que significa el desagravio por el genocidio perpetrado en Torreón contra 300 chinos hacia 1911. Invito a que alguien me contradiga, a que alguien en nuestra comarca exponga que no es esto un dechado de discurso con visión histórico-humanista:
Muy distinguidas autoridades civiles y militares aquí presentes; excelentísimo señor embajador de la República Popular China, señoras y señores que nos acompañan hoy con su distinguida presencia:
Como Cronista Oficial de Torreón, como guardían y conservador de nuestra historia, debo mencionar que hace exactamente 96 años y 30 días, ocurrió en este lugar uno de los hechos más tristes e ignominiosos que recuerden nuestros anales. Apenas habían transcurrido tres años de haber sido elevada al rango de ciudad nuestra población, cuando, el 15 de mayo de 1911, precisamente aquí y a manos de mexicanos, fueron masacrados 300 súbditos chinos.
Podemos argumentar que, de acuerdo a las fuentes documentales, desde finales del siglo XIX existía en México una campaña propagandística de odio racial antichino, la cual fue tolerada y quizá hasta apoyada por el gobierno de Porfirio Díaz. Ese gobierno fue el gran promotor de la inmigración católica europea, diseñada para poblar los grandes espacios de los estados del norte. El temor de una nueva mutilación del territorio nacional era muy grande. No entraba en los planes gubernamentales el asentamiento permanente de etnias del lejano oriente.
No obstante lo anterior, Torreón abrió sus brazos a los inmigrantes que provenían del Imperio Celeste, y aquí, a base de trabajo y esfuerzo, fundaron una próspera comunidad que perdura hasta nuestros días, y nos enorgullece.
Tuvieron que ser precisamente tiempos de desorden civil y de cese de garantías los que permitieron que ocurriera la tragedia genocida que hoy recordamos. Por prejuicios de carácter racial, 300 torreonenses de origen chino fueron asesinados de la manera más artera que podamos imaginar. No se trataba de entes abstractos, se trataba de 300 seres humanos que eran vecinos, amigos y conocidos de otros torreonenses, eran elementos valiosos de una comunidad cosmopolita como la nuestra.
Y aunque en dicha ocasión hubo gente buena que escondió en sus casas y salvó a chinos que eran perseguidos, debemos decir que, en general, los torreonenses cayeron en el pecado de Caín, el pecado de no velar por la integridad del propio hermano. Durante muchos años, la mayoría de los torreonenses pensó y ha pensado que la mala suerte de aquellos ciudadanos era algo que competía sólo a los chinos. Nunca hemos imaginado a nuestros abuelos como los hermanos que se hicieron sordos al grito del hermano que pedía auxilio.
La colonia china de Torreón no estaba sola ni abandonada a su suerte. En mayo de 1911 gobernaba el Imperio Celeste su último emperador, Puyi, duodécimo de la dinastía Ching. Entre los asuntos internacionales que alcanzó a gestionar su gobierno, pues abdicó el 12 de febrero de 1912, se encontraba la reclamación por los atentados de lesa humanidad en Torreón, y con el objeto de apoyar estas reclamaciones, el envío de un crucero a México, el “Hai Chi”.
Este crucero, que llegó a costas americanas en septiembre de 1911, apenas a cuatro meses de los hechos, era el orgullo de la marina imperial china, y venía al mando del Almirante Chin Pin Kawang. Sin embargo, la coincidencia de tiempos de turbulencia política y militar en China y en México, frustró la buena marcha de las negociaciones.
Los terribles hechos de Torreón fueron comentados por los diarios de todo el país. El semanario El Mañana, en su edición del 22 de junio de 1911, nos permite conocer algo de la percepción que algunos medios informativos tuvieron sobre estos hechos.
En el artículo intitulado “Indemnizaciones de guerra” se expresan, entre otros, los siguientes comentarios:
"La reclamación más seria y que tiene más fundamento legal a partir desde los principios más rudimentarios del derecho de gentes, es la presentada por la Legación China, por las vidas de sus nacionales sacrificados en Torreón de modo tan horripilante, que ningún pueblo —tal vez ni la Tierra del Fuego— querría tener en su historia ese episodio que excede a la fantasía del novelista más sanguinario del medio siglo pasado.
Es preciso tener serenidad y honradez para las cuestiones de grave resolución. No equivoquemos el patriotismo con la impunidad del delito.
Al pedir justicia para los infortunados orientales, abogamos por el decoro y por la dignidad de la Nación. Si estados extraordinarios en la República causaron estas conflagraciones espantosas, y para desgracia nuestra permitieron la aparición de ejemplares orgánicos que deshonran a la humanidad, ocurramos solícitos a la reparación que nos dignifique, si queremos constituir un pueblo regido por las sanas doctrinas del derecho, que prescriben tirar con resolución la línea recta en las desviaciones que traza la perversidad del hombre".
Hablando desde el presente, solamente podemos decir que los torreonenses deploramos profundamente que tales hechos hayan sucedido, y que hayan sucedido aquí. La historia de estos mártires de la integración étnica nos demuestra lo importante que puede ser la enseñanza y aprendizaje de sanas actitudes y valores sociales. La intolerancia y el racismo fueron sembrados e incubados en todo México, pero fue en Torreón donde estas actitudes hicieron crisis en 1911.
La mejor manera de honrar y de darle perpetuo sentido a la muerte de estos 300 mártires torreonenses de origen chino, será la de cultivar constantemente en nuestra juventud el valor del respeto al otro, sea cual sea su etnia, cultura o posición social, así como el valor de la solidaridad, de la ayuda al vecino en dificultades, cualquiera que sea su color, educación o clase social.
Los monumentos son los sacramentos de la memoria colectiva. Es importante que contemos con monumentos que nos recuerden constantemente que lo que pasó una vez, no debe volver a ocurrir nunca más. Jamás debemos permitir que las minorías torreonenses sean perseguidas por razones políticas, religiosas, económicas, ideológicas, étnicas, ni por ninguna otra causa. Debemos aprender a ser solidarios unos con otros.
Propongo a nuestro Alcalde y al Ayuntamiento de la Ciudad de Torreón que el 15 de mayo sea declarado Día del Respeto y de la Solidaridad Torreonense, y que los 300 ciudadanos muertos en 1911 sean declarados mártires de la intolerancia.
Hago votos por que estas muertes se conviertan en un faro de luz que guíe nuestras mentes y corazones hacia el respeto mutuo y hacia la unidad en la diversidad, y por supuesto, hacia una nueva y venturosa etapa de las relaciones entre la Comarca Lagunera y la República Popular China.