lunes, enero 22, 2007
Ciudad tomada
El cuento más famoso de Julio Cortázar es “Casa tomada”. Publicado en Bestiario, uno de sus primeros libros, aquel relato narra la historia de dos hermanos adultos y solterones que plácidamente ocupan una casona vieja y atestada de tranquilidad. Ella, la hermana, pasa sus horas en el silencioso tejido; él, con igual sosiego, devora libros de literatura francesa y apenas cruza palabras con su querida hermana. Es la paz, la ordenada perfección de la vida en ese microcosmos fraterno. Así pasan los días hasta que acontece un hecho perturbador: cierta parte de la casa “ha sido tomada” y por ese motivo ya no les será posible acceder a dicha sección. Pasa un tiempo y otra pieza es tomada. Poco a poco, los hermanos ven cómo inexorablemente su casa va siendo sitiada hasta que no les queda más remedio que largarse de allí, pues esa fuerza extraña que invade, que “toma” la casa no parece tener límite y avanza sin contemplaciones.
Influido por el canon kafkiano, Cortázar narra “Casa tomada” sin describir jamás la naturaleza del ente invasivo. Como lectores, vemos la marcha de una sombra, el asedio de fuerzas extrañas y desconocidas, la impotente resignación de los hermanos que sin dudarlo abandonan el lugar antes de que “eso” que avanza se los trague a ellos también.
“Casa tomada” tiene, como toda obra literaria de valor, tantas lecturas como queramos. Una de ellas, acaso la más rala, plantea la presencia de la incertidumbre en el mundo moderno: los hombres son perseguidos, gobernados, intimidados, ultrajados por fuerzas que nunca ven de frente y que por ello desconocen. Esto nos diferencia de lo que ocurría en las sociedades antiguas; allí el mando era visible, tenía rostro, así fuera el del rey. Ahora, la angustia del hombre moderno proviene en gran medida de lo borroso que son el poder oficial y el otro poder, el que usa la violencia como arma y por ello es prácticamente inencontrable y, por sanguinario, indenunciable.
Mario Gálvez (quien en sus tiempos de barba cerrada se parecía un tanto a Cortázar) preguntaba ayer por qué las autoridades no sacan el pecho luego de monstruosidades como la masacre perpetrada el domingo en Gómez Palacio. No tengo respuesta para ello, y ciertamente es una pifia enorme del gobernador Hernández Deras no darse una vuelta de rutina y pésame. El fin de semana vino a Ciudad Juárez para saludar a Poniatowska, lo cual se agradece, pero era mucho más necesario que se apersonara esta semana, dado el avance del terror en estos lares.
Como en Kafka, como en Cortázar, lo terrible quizá no es tanto lo que ocurre, sino ignorar qué mueve todo eso y no tener de las autoridades, a la hora buena, ni una mísera palabra de consuelo.