En dos o tres entregas de Ruta Norte he comentado la absoluta intrascendencia de los operativos militares contra el narco. Ni siquiera, añado hoy, servirán para lo que inicialmente fueron planeados, es decir, para darle imagen de fuerte, de implacable, al presidente que llegó al poder convertido en reloj de Salvador Dalí. Habida cuenta de que su propósito no es otro que mostrar baterías militares a la sociedad civil y no a los grandes comerciantes de polvo blanco, el tema de los operativos ya comenzó a descender la curva del efecto mediático. De hecho, la gran cacería de hormigas fue desplazada en la agenda de los medios por los aumentos de precios (el de la tortilla en primer lugar) y por las heladas.
De nada o de poco sirve pues que los militares anden ahora en Guerrero o donde quieran, pues los televidentes ya hicieron zapping y ahora se entretienen con otras noticias de mejor empaque. Michoacán, Tijuana o Guerrero tendrían interés periodístico si en cada uno de esos lugares el gobierno hubiera cazado a un tigre del crimen organizado, a un espécimen mayor. Pero la caza, reitero, ha sido menos que menor: dos o tres mariguaneros que bien pueden ser chivos expiatorios para la mera exhibición en tv, y cúchila para su milpa.
Ante tan austeros resultados, alguien pensará que el dividendo es frustrante para el gobierno mexicano. Lo es, pero no porque los operativos no hayan dado con la preciada piel de un Chapo Guzmán o de alguna otra presa de ese valor cinegético, sino porque ya vienen a pique y no se logró el propósito central de fortalecer la imagen del presidente espurio. En la percepción popular, entre la gente de salario anoréxico, el golpe de los aumentos tiene un significado tan simple como pesado: el gobierno es débil y permite que aumente el precio de lo elemental, nos quiere matar de hambre. No hay, pues, operativo antinarco que valga frente a un estado de ánimo inquieto por el precio de la comida básica. Por eso las noticias compensatorias, como la reducción a la leche Liconsa, un paliativo en medio de la turbulencia.
Sin embargo, luego de las medidas escenográficas de la lucha contra el crimen, algo se deberá hacer para combatirlo en realidad, pues México está en graves problemas y no es prudente simular operativos espectacularizados sólo con el fin de apantallar a la perrada. Si antes se procedió sin sigilo, con anuncios para avisar a los malandros, gritando por doquier que el Ejército estaba por llegar, ahora se impone la verdad: una policía antinarcos eficiente, no permeada por el delito, que no dé pitazos y que en verdad emprenda la cacería mayor. Suena a fantasía. No suena a fantasía: es fantasía.