Una sola vez he reseñado un libro de historieta política. Fue El sexenio me da risa (Grijalbo, México, 1994), obra urdida al alimón por los moneros Antonio Helguera y Rafael Barajas, El Fisgón. Aquel volumen era una especie de novela-cómic que servía de pretexto para contarnos con detalle los momentos más sobresalientes del salinismo. De dicha reseña traigo dos pasajes que son válidos en este nuevo acercamiento: “En su lúcida introducción, [Lorenzo] Meyer describe la atmósfera de este mundo raro que es la caricatura política. Señala que ‘los moneros van directo al grano, y de una sola mirada el lector capta y asimila, sin esfuerzo, su mensaje (...) La caricatura política se define como el dibujo distorsionado exagerado, de una persona, tipo o situación, hecho con intención de burla o sátira’. Luego Meyer historia sucintamente el decurso de la caricatura, oficio de añeja data, pues ya Aristóteles menciona a un tal e ‘infame Poson’, primer monero de que se tenga memoria.
Después, el prologuista observa las virtudes que deben poseer quienes deseen saltar al ruedo del cartón: ‘La caricatura política requiere, para ser efectiva, no sólo que el autor domine la técnica del dibujo —en realidad la técnica es secundaria— sino, sobre todo, una no muy común combinación de técnica, sensibilidad y conocimiento (...) Se necesita, además, que el artista domine información cotidiana y los elementos centrales del análisis político —no necesariamente como un especialista, pero sí, al menos, como un buen amateur—, elementos de economía, muchas lecturas históricas y contacto constante con la realidad de su público’. También es importante, según Meyer, ‘indignación moral frente a la injusticia, la corrupción y el engaño’. Vale insistir que a esas habilidades debe añadirse, como esencia del oficio, la capacidad sintética del monero, la pericia necesaria para conglobar con unos cuantos rayones y un breve texto (si se requiere), un acontecimiento que en otros casos, con el puro verbo, exige desmenuzamientos mucho más aparatosos. Para el monero, así, el análisis consiste en mirar una cara, la más reveladora, del poliedro que es la realidad, e imprimirle a la tal cara agudeza y arte de ingenio, como escribiera Gracián”.
Si bien no tengo toneladas de historieta política en mi atestada biblioteca, me considero gran admirador de quienes hacen de su plumín un instrumento de sátira demoledora y por ello nunca deja de enorgullecerme compartir espacio en La Opinión con Monsi, el mejor cartonista en la historia lagunera. Esa admiración también la guardo inevitablemente, claro, por don Eduardo del Río, Rius, a quien saludé en la FIL y de quien recién leí Votas y te vas, la inesperada traición de Fox a nuestra pobre democracia (Grijalbo, México, 2006), hilarante recorrido por el calamitoso sexenio anterior y su postrer regalo al pueblo mexicano: el latrocinio electoral del 2 de julio.
Con la solvencia didáctica, sinóptica y humorística que lo distingue, Rius peina la historia de nuestro intento por alcanzar una democracia electoral plena, desde la Reforma hasta nuestros días. La primera parte de Votas y te vas… es una especie de breve contextualización histórica, a lo que sigue la descripción de los sucesivos fraudes padecidos en el país ora por el Porfiriato, ora por todo el PRI, ora por el PAN del traidor cocacolero.
Hago un énfasis para recomendar sin reticencias Votas y te vas...: es necesario que lo lean nuestros hijos niños y jóvenes: a ellos les tocará acabar en el futuro, si es que tienen fuerza y dignidad, con toda la mugre electoral acumulada en décadas y hoy excelentemente dibujada por el maese Rius.