De mi cuate Paco Valdés (apareció hoy en La Opinión Milenio):
El planeta y el hambre
Francisco Valés Perezgasga
En mi colaboración anterior, escribí sobre el problema del calentamiento global. Un problema que requiere la más urgente atención de todos los involucrados, es decir, de todos. Autoridades, empresarios y ciudadanos, todos tenemos la responsabilidad de reducir las emisiones de gases de invernadero que, como especie, estamos virtiendo a la atmósfera provocando esta fiebre planetaria.
Dedíquele un momento de reflexión y estoy seguro que le abrumará darse cuenta que los humanos estamos provocando cambios a escala planetaria. Desgraciadamente, el asunto del calentamiento global no es la única manera en que nuestras actividades y conductas están afectando al planeta entero. El fraccionamiento de los ecosistemas por la urbanización y el mal llamado desarrollo está provocando que, para todo efecto práctico, la evolución haya ya cesado para numerosas especies. Ciertamente los grandes carnívoros, que requieren de grandes extensiones de terreno, se encuentran arrinconados, esperando solamente la llegada de su extinción inevitable.
En igual predicamento se encuentran los grandes ungulados que requieren de vastos campos para realizar sus migraciones anuales.En demasiadas ocasiones se blande el argumento del tributo inevitable que la naturaleza ha de pagarle al progreso. Del imperativo ético de dar de comer a las masas hambrientas que nos lleva al desmonte de grandes bosques, selvas y desiertos. Pero en estos argumentos hay una falacia pues el mundo produce hoy muchísimo más alimento del que necesita. El problema del hambre no es un problema de producción sino de distribución y, por lo tanto, un problema de equidad y de justicia.
Los grandes desarrollos agropecuarios de Brasil, Argentina y Uruguay, que tanto daño están causando a la Amazonia, al Pantanal y a la Patagonia son para producir mayoritariamente soya, un alimento para las vacas que alimentarán a la minoría consumidora de filetes y hamburguesas. Producir alimentos en la forma de carne —o en forma de leche o de huevos— es una manera increíblemente ineficiente de producir alimento. Caloría por caloría y proteína por proteína, es más eficiente —en término de insumos y energía— producir alimentos vegetales que animales. Al producir alimento en forma de carne la inversión en términos de agua, de energía y de superficie cultivable es un lujo que como planeta no podemos seguirnos dando.
Encima, los métodos modernos de producción de carne —el corral de engorda y el gallinero— generan emergencia sanitaria tras emergencia sanitaria que nos arrastran una crisis sin salida. La enfermedad de las vacas locas, el arsénico en el agua de La Laguna, la aparición de bacterias resistentes a los antibióticos, la fiebre aftosa y la gripe aviar son pestes que se han generado en su virulento estado actual por culpa de los métodos inhumanamente crueles con que producimos carne —y leche y huevos— a escala industrial.
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