Uno de los asustados argumentos de los demócratas contra el potencial Hugo Chávez de México fue que, por su recalcitrante populismo, era un peligro para México. En su propaganda negra a los locutores se les llenaba la tremendista boca cuando afirmaban que votar por el hijo de su peje madre era apostar por un futuro de país sembrado de penurias, de violencia, de caos, de populismo. Elegirlo a él será, insinuaban los anuncios de aquella campaña miserable, entrar al Apocalipsis sin Mel Gibson para filmarlo.
Eso ocurrió hace apenas seis meses, pero parece que ha pasado un siglo, pues en el tráfago informativo en el que vivimos la mente tiende a olvidar lo que apenas fue enunciado ayer. Las exageraciones, las mentiras, las ocurrencias del CCC, de Fox, del PAN y del yunquismo que los abraza a todos dieron como resultado un misterioso y por tanto siempre cuestionable triunfo al actual titular del poder Ejecutivo.
No ha transcurrido, sin embargo, un par de meses desde que calzó la banda presidencial y ya se convirtió en el novato del año en materia de populismo. Junto a las medidas puestas en marcha por el presidente, muchas de Hugo Chávez palidecen sin remedio, de donde se puede inferir que hay un populismo malo y un populismo bueno. El populismo malo consiste en ayudar a los desvalidos, en bajar los sueldos de los funcionarios públicos, en crear programas de asistencia social; en contraste, el populismo bueno impulsado por la derecha mexicana consiste en ayudar a los desvalidos, en bajar los sueldos de los funcionarios públicos, en crear programas de asistencia social.
En pocas palabras, es la misma vaina pero manejada por diferentes fulanos. Lo extraño es que su repercusión mediática no es pareja: la tv, por ejemplo, da a conocer los nuevos programas de gobierno pero jamás recuerda que son “populistas”. Aunque lo sea, el señor presidente no puede ser populista. No lo es cuando regala atención médica a los bebés que durante su sexenio nazcan en plena indefensión; no lo es tampoco cuando él se baja tres pesos de sueldo; no lo es cuando propone que se establezcan claramente las jerarquías y ningún funcionario gane más, por caso, que el presidente de la república. No fue populista la semana pasada, al establecer un precio tope para la tortilla, o no lo fue ayer, al anunciar que incrementará tres mil millones de pesos al populistísimo programa Oportunidades, ello como apoyo adicional para que cinco millones de familias que viven con una mano adelante y otra atrás (y que por tanto no las tienen limpias) se puedan dar una ayudadita energética.
Líbranos pues, señor, de populistas malos.