Hace tres meses tuve la fortuna de presentar en La Laguna el titánico emprendimiento biográfico de Paco Taibo II sobre Pancho Villa (Planeta, 2006). En aquella ocasión dije que tal libro no sólo le hacía un amplio favor a la historia de la Revolución Mexicana y a una de sus figuras emblemáticas, sino al presente, a la coyuntura que vivimos, dado el ejemplo de rebeldía que mostró el guerrillero de Durango frente al poder despótico. Si bien la realidad hoy es otra y otras las armas que se tienen al alcance para combatir, señalé, nunca ha dejado de ser necesario que los mexicanos tengamos acceso a la información (histórica, literaria, periodística) que nos dé testimonio de las luchas sociales pasadas para que ellas sirvan en el presente como estímulo.
Lo mismo que expresé sobre la biografía de Taibo II puedo enfatizarlo ahora también con el libro que esta mañana nos convoca. El tren pasa primero, más que una novela sobre el pasado del sindicalismo mexicano, es una valiosa oportunidad para repensar, gracias a la literatura, la actual condición de nuestros trabajadores, la hora que vive el sindicalismo de nuestro país en este preciso momento, luego de cuatro sexenios consagrados por el poder y el capital a la demolición de las organizaciones de trabajadores y/o al sostenido pisoteo de su derechos.
El tren pasa primero fue publicada en 2005, a veinte años de la muerte de Demetrio Vallejo Martínez, uno de los líderes ferrocarrileros que en 1959 encabezaron la huelga del sistema ferroviario mexicano. Como ha ocurrido en todas o casi todas las obras de Elena Poniatowska, esta novela mezcla su gran sensibilidad estética con su pasión por la justicia. En este sentido, El tren pasa primero tiene una enorme actualidad, pues las luchas populares (obreras, campesinas, estudiantiles) siguen siendo necesarias en México y tal vez más ahora, en esta época de disgragación y desaliento. Mientras los trabajadores no reciban en nuestro país lo que en justicia merecen, mientras el salario mínimo y las prestaciones sociales sigan siendo una ridiculez, la literatura podrá servir como foro idóneo para evidenciar, si no las causas científicas del problema, sí, al menos, la indignación. Obviamente, las letras no resuelven los problemas sociales, sólo los exhiben a través de la angustia de los personajes, y tal es el mérito de Poniatowska: su compromiso con la realidad de los que padecen, de los que luchan pese a su condición enconadamente adversa.
Como en sus obras anteriores, Poniatowska muestra en El tren pasa primero un gran aliento narrativo y las dos mayores destrezas de su pluma: la agilidad del periodismo y la belleza de la literatura. Quienes hayan leído Hasta no verte, Jesús mío o Tinísima, por citar sólo dos casos entre los muchos de la exuberante obra eleniana, encontrarán en general sus mismas virtudes, esta vez relacionadas con un tema al que en México le faltaba narrador: el combativo movimiento ferrocarrilero que sentó las bases de la lucha obrero-estudiantil en la década de los sesenta. La novela tienen un año en circulación, la editó Alfaguara, y estoy convencido de que su lectura es indispensable para quienes crean que, precisamente, la literatura es algo más que literatura.
No podía ser de otra manera en el caso de Elena Poniatowska, su autora. Invitada a La Laguna por la Normal Superior Cursos Intensivos y por la Casa de la Cultura José Revueltas de Ciudad Juárez, Durango, nuestra más grande narradora siempre ha ceñido, como bien sabemos y a gran tren, su trabajo periodístico y literario (o periodístico-literario) a un hacer que no emboza sus preocupaciones sociales y políticas. Al contrario: en cada uno de sus libros palpitan problemas humanos, demasiado humanos, conflictos en los que la gente lucha por desviar su severo destino de injusticia a cauces donde pueda campear, algún día, la dignidad de todos y para todos (fragmento del comentario que leeré este sábado 13 de enero a las 11 am en el Teatro Alberto M. Alvarado de Gómez Palacio. Presentaremos El tren pasa primero Elena Poniatowska y yo. Si pueden, allí nos vemos).