Ya comenzó el nuevo gobierno a descobijar más a los de abajo. El incremento al precio de la tortilla es una de las primeras y más claras evidencias de que a los mandones espurios de la política nacional les interesa la salud del pueblo lo mismo que a Agustín Carstens le importan los cursos aeróbicos de Jane Fonda, es decir, nada. En lo personal, soy uno de los fans más entusiastas de la tortilla, y eso se debe quizá a que en mi infancia en el norte de Europa no existió para mí tan maravilloso alimento o a que, ya en el terreno de la netafísica, es el maíz, como dijo Miguel Ángel Asturias, el gran edificador de nuestra cultura, la civilización creada por los hombres de maíz, precisamente.
Liberar el precio de la tortilla, dejar que suba hasta donde tenga que subir, es una grosería a los más pobres entre los pobres de este país. Si bien a nosotros, de la clase media para arriba, nos sobra el dinero (de hecho estoy pensando en hacerme una liposucción), los mexicanos que milagrosamente tienen un trabajo asalariado con el mínimo de sueldo se deben resignar a dos pesos de aumento (condenadotes, como le decía el Mostachón al Wash & Wear, qué harán ahora que les sobra tanta lana) y ya sin tortilla pueden alimentarse con aire, producto que, como se sabe, es gratuito y está científicamente demostrado que ayuda a que sus usuarios logren una delgadez extrema, útil para parecerse a las modelos brasileñas hasta en eso de morir.
Sin echarle tanta macroeconomía (por cierto, ¿qué comería hoy el doctor Sojo?), los mexicanos a los que el flamante precio de la tortilla les quitará el guasón aumento de sueldo ya no insumen nada de lo que libremente muchos podemos comprar en el mercado libre. Pregunto: ¿los asalariados con el mínimo o los desempleados comerán yogurt? ¿Fruta? ¿Carne? ¿Habrán probado el queso? ¿Se habrán empacado alguna pasta en Italiannis? ¿Conocerán los mariscos? ¿Sabrán lo que es una galleta aunque sea de animalito? Lo dudo. Si a pujidos un profesionista con tres hijas saca a flote su endeble barquichuelo perdido en medio del océano salarial, es monstruoso imaginar la de penurias que deben vivir los que, como basura histórica, han sido arrojados a escobazo vil hacia la periferia alimenticia.
Se puede aducir que hay un problema estructural serio con la producción del maíz y de todo lo demás, pero tales desajustes no han sido provocados por los más desvalidos. Si existe, es resultado de las pésimas políticas económicas promovidas durante décadas en el país, todo sin castigo a los responsables de las crisis sucesivas y el sostenido deterioro de la calidad de vida de quienes menos tienen. Hoy se habla, por ejemplo, de mayores presupuestos para encarar a la inseguridad, y jamás se insiste lo suficiente en castigar al culpable de esos incrementos (el de la inseguridad y el del presupuesto para combatirla): su nombre es Vicente Fox. ¿Por qué los pobres del país van a pagar más por sus humildes tortillas? ¿Ayudarán a financiar con esos pesos el ataque al narcotráfico que Fox tan campechanamente dejó crecer hasta convertirlo en el problema número uno de la nación?
Como siempre ocurre, a los más pobres se les cargan las peores garrapatas de la injusticia, las terroristas medidas de ajuste “dolorosas pero necesarias”, a decir de los tecnócratas obesos y enflacadores (del prójimo). Si eso es rebasar por la izquierda, Ronald Reagan era marxista-leninista.