No sé si sirva todavía esta croniquita con tres días de nacida y ya por ello anciana. El domingo 14 de enero a las cuatro de la tarde mi cuate Édgar Salinas se ofreció para darme un aventón a Gómez Palacio. Íbamos los dos a ser testigos de la nueva visita que haría López Obrador a La Laguna, y confieso que en mis expectativas no contaba con encontrar un tumulto de significativa magnitud. Pese a estar muerto, como dicen, pese a no ser más que un ánima política en pena por el país, como sostienen, no deja de ser interesante el jalón popular que tuvo el anuncio de que AMLO estaría en “la ciudad de los grandes asesinatos” (así la llaman hoy a mi pobre Gomecito del alma, quién sabe por qué).
Andaban allí, en un salón de bodas muy mal elegido para ese acto, algunas personalidades además de mi camarada Édgar, quien portaba una elegante sudadera roja y un adecuado pin pejista. Llegamos diez minutos antes de las cuatro y el local de la avenida Hidalgo estaba, como dicen muchos cronistas que han extraviado el uso de la imaginación, “a reventar”. Hice un cálculo de la asistencia: dos grandes bloques de sillas, ambos de treinta hileras hasta el fondo, ambos con 18 sillas por hilera, me dejaron computar que había, sentadas, poco más de mil personas, y de pie como 300 o 400 más amontonadas en cada rincón del local.
Digo que no faltaron las presencias conocidas: Julio César Ramírez, director de la revista Fragua; Eduardo Holguín, columnista de este diario; Juan Carlos Nava, director de la carrera de Comunicación de la UA de C; Javier Garza Ramos, periodista y directivo de El Siglo de Torreón; Raymundo Tuda, productor de tv y comentarista de radio en OIR-Laguna; Armando Navarro, reportero que, para mi sorpresa, buscaba agitar a la masa en su insólito papel de maestro de ceremonias. Ellos, y cientos más, esperaban pacientes el arribo del ex candidato perredista.
Pero no hubo tal, ya lo sabemos. Como a las 4:25, Navarro anunció a la concurrencia la llegada de un notable. Creí que había arribado AMLO, pero al ritmo del grupo Intocable entró (nada más ni nada menos) Pancho León rodeado de una poderosa comitiva que incluso contenía lujosos guaruras esculpidos en gimnasio. El ingreso de Pancho León fue un momento mágico, un punto donde la política se confundió un tanto con el estilacho de la farándula palenquera. El ex candidato a senador despertó las pasiones de sus seguidores y cuando tomó el micrófono describió sin exaltarse un grave problema: la muerte de un familiar cercano al Peje motivó la abrupta suspensión de su gira por nuestra comarca. Hubo desilusión, claro, pero nunca gritos que mostraran inconformidad. Luego, Pancho León disparó un breve discurso incendiario como para madrugar en la candidatura a la alcaldía gomezpalatina. Un rato después, por medio de un video exprés, AMLO se disculpaba por no estar allí y, sin verlos, agradecía a los presentes su asistencia.
La tarde perdió entonces, de golpe, todo interés, salvo el anecdótico. Ricardo Mejía Berdeja habló al final ya sin mucho brío y cuando el acto concluyó muchos se fueron encima del idolazo Pancho León. El abogado Fernando Rangel alcanzó a colarse en el tumulto y lo abrazó (foto foto foto). Pancho León, cercado por escoltas y asistentes, subió a su Hummer y en los estribos treparon osados achichincles. Detrás, una troca nueva y una salida con algo de sabor fílmico, de película almadesca.
En resumen: un día más en Gómez Palacio. Cuatro horas después, ese domingo perdió su letargo habitual con una horrible balacera.