Curiosamente, el blindaje de la economía, el manto de acero que nos iba a proteger de turbulencias económicas comenzó a mostrar goteras en este enero, mes en el que de hecho ha empezado a operar el gobierno espurio dado que diciembre apenas le sirvió para montar un teatro guiñol en Michoacán, para cobrar el primer aguinaldo y para recibir en navideña paz de hogar el jojojo de Papá Noel.
El cubetazo de agua helada se da en enero, en el sufrido enero, porque antes los gobiernos del cambio y de la imposición necesitaban un clima de simpatías a su favor. Con Fox no se podía dar el hachazo, por ejemplo, del precio a la tortilla ni mucho menos la escalada de aumentos que amaga ya con asfixiar, por enésima, al pueblo mexicano. Mentira tras mentira, el gobierno de y para los poderosos logró hacerse nebulosamente de la presidencia en una supuesta realidad de equilibro económico y armonía casi disneyana, y no se agitaron las aguas con el alza de precios para no calentar más el ring ya de por sí bronco de la sucesión.
Pero los dos gobiernos, tanto el que se fue como el que ahora reside sabrosamente en Los Pinos, perdieron sus respectivas batallas. Tuvieron que echar mano de una diluvial cantidad de paparruchas para, supuestamente, hacerse del triunfo. Millones de mexicanos no creyeron y no creen todavía que eso haya sido legal, y la continuidad del panismo en la presidencia, con el mismo modelo salinista ya casi tetrasexenal, obedeció al resquebrajamiento atroz de un sistema electoral movido cuidadosamente para que le diera un milagroso medio punto de ventaja al perdedor. A menos que se piense en una relación sadomazorquista (en este momento casi todo tiene que ver con el maíz), los mexicanos le dieron la espalda al proyecto de saqueo y por eso los saqueadores sólo hicieron la finta de que ganaban por exiguo margen.
Sea lo que sea, ese tiempo pasado no dejará de ser un presente petrificado mientras veamos que las políticas del gobierno, lejos de paliar el deterioro de la economía doméstica, aumenta más cargas al Pípila de la pobreza. El aumento al precio de la tortilla es sólo uno entre los muchos que se ven levantando polvo en el horizonte y avanzan como estampida, de frente, a golpear el debilitado bolsillo de las familias mexicanas.
¿Quién con su sal en la mollera puede votar por un gobierno que promete bienestar y da lo contrario? ¿No había perdido Fox toda credibilidad mucho antes de terminar su mandato? Las explicaciones de aquella derrota real las tenemos también hoy servidas a la mesa: según la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, mediante resolución publicada en el Diario Oficial de la Federación del 29 de diciembre de 2006, los salarios mínimos vigentes a partir del 1 de enero de 2007 son, para el área geográfica “A”, $50.57; para la “B”, $49.00 y para la “C” (donde están Coahuila y Durango), $47.60. Con ese dineral, millones de mexicanos tendrán que pagar canasta básica, transporte, educación, vivienda, vestido, salud y esparcimiento. Si algún varo sobra, se lo dan al viejo de la casa para que se eche su alipuz viendo el fut en el Sky.
La degradación de los niveles de vida mayoritarios bajo modelos de economía primermundistas en países como el nuestro, dependientes tecnológicos, subeducados, electoralmente fallidos y con altos índices de corrupción, obligó a nuestros gobiernos antipopulares a crear programas asistencialistas, diques del malestar social. Ahora ya ni eso. El nuevo gobierno militarizado se la juega: los jodidos que no estén de acuerdo con el nuevo precio de la tortilla, que arrojen el primer olote.