Estuve ayer en el Teatro Nazas, de Torreón, para ver el estreno del tercer cortometraje dirigido por mi buen amigo y ex alumno Fernando Santoyo Tello. Aunque la entrada fue gratuita, resulltó un éxito de "taquilla", pues tenían programada una función y terminaron exhibiendo tres tandas seguidas a butaquería casi llena. Una abierta, descarada, sincera felicitación a Fernando y a su equipo. Hitazos como el de anoche no se dan muy seguido, mucho menos en nuestro rancho.
Sobre el corto tengo una opinión que jala hacia dos rumbos. De nuevo, como en el anterior (Otro día más), en Karma hay buen trabajo actoral, buena música, buena fotografía (Carlos Muela, también mi ex alumno, está detrás de eso), pero la historia se diluye en la nada. En este tercer corto Santoyo apiña en 20 minutos al menos seis o siete destinos, y todos, por una o por otra razón, de un golpe de suerte derivan de inmediato en la tragedia fortuita y sin asideros. No hay tiempo para que un personaje carge con el peso de la historia, no hay tiempo para crear un conflicto que vaya más allá de la casualidad, no hay tiempo para acomodar las piezas del mecano y todo se aglutina en una especie de collage vertiginoso que termina por llevarnos, como en Otro día más, a un final anticlimático, ingeuo y poetizante, de videoclip con filtro rojo que evoca el más allá al-que-todos-definitivamente-vamos. Como remate, una sentencia de Sartre para hacer que el documento se tiña de Profundidad (con respetable mayúscula) cuando en realidad no la tiene en su contenido esencial.
Trato de ser exigente con Karma por una razón simple: Santoyo y su equipo van muy bien en términos de organización y de técnica, pero siguen sin armar una historia con principio, con medio y con fin. Como muchos cuentistas mexicanos, creen que un cortometraje es cortometraje sólo porque es breve, y no se fijan en la pertinencia de la trama. Pasa lo mismo, como digo, en el cuento: un cuento no es cuento sólo porque es breve, sino porque cuenta una historia, estructura una trama y la resuelve satisfactoriamente. He allí el meollo de la narratividad y hay que dar ese salto. Creo que tienen potencial para hacerlo, son jóvenes y les sobra entusiasmo y creatividad.
Añado en seguida que esa tendencia a presentar historias deshuesadas como "cortos" o como "cuentos" se va imponiendo en el gusto del público; ignoro por qué, pero más allá de las actuales ¿distorsiones? (¿modalidades?) del gusto está el grado de dificultad, el desafío que debe plantear toda arquitectura dramática: defienden las historias sin estructura clásica sólo quienes no son capaces de crear una estructura clásica tanto en cine como en cuento. MTV le lleva pues, hoy, la delantera a la tradición; pesa más el videoclip sin pies ni cabeza que el orden trino principio-medio-fin.
Pd. Traigo aquí mi comentario sobre Otro día más; lo publiqué en La Opinión Milenio el 4 de noviembre de 2005:
Cortos de Santoyo
Leí el siguiente comentario el 20 de septiembre de 2005 en el Teatro Nazas, unos minutos antes de la premier de Otro día más, cortometraje de Fernando Santoyo:
Hace poco más de dos semestres un joven alumno de comunicación me pidió un favor que más bien era el ofrecimiento de un regalo: quería convertir en guión, para después llevarlo al formato de video, mi cuento “Los muertos no ríen” escrito hacia 1992 y publicado en el volumen colectivo Cuentos de La Laguna. Por supuesto que accedí, pues me agradó la posibilidad del experimento y apetecí ver de nuevo una de mis narraciones en acción “viva”, discurriendo en la pantalla luminosa como había pasado con “El desquite”, relato que también fue adaptado como corto, hace varios años, por un grupo de alumnos de la Ibero. El resultado de aquella empresa estudiantil fue sumamente grato para mí, y se lo comenté a su director cuando recién concluyó aquel cortometraje titulado, con flamante nombre, Rigor mortis. Fuera de algunos detalles técnicos y de algún pliegue de la narración que no terminó por convencerme, el trabajo era bastante destacado, tanto que, ahora estoy seguro, fue el mejor corto producido en muchos meses en el ámbito de las escuelas de comunicación laguneras.
Fernando Santoyo lo ha logrado por segunda vez, y quiero asegurar que esa batuta es inusual en jóvenes de su edad. No sólo fue capaz de reunir intereses amateurs y profesionales, sino que consiguió un patrocinio nada común en la región, lo cual le ayudó a trabajar con recursos más cercanos a la realidad de la onerosa producción cinematográfica. Si otras artes, como la literatura, se pueden ejercer con pocos pesos en el bolsillo, el cine y su congénere, el video, requieren de montos a veces verdaderamente elevados para que los proyectos lleguen a su término.
La obra de Santoyo se suma, y esto hay que puntualizarlo con el fin de reconocer un trabajo conjunto que va más allá del corto exhibido esta noche, a un extraño y saludable, aunque todavía incipiente, boom del trabajo cinematográfico en La Laguna. Como sabemos, además de las clases de cine y video impartidas en las escuelas de comunicación regionales, en el Icocult han sido puestos en circulación muy atractivos cursos de guionismo, en la Escuela de Escritores de La Laguna ocurre otro tanto y han surgido productoras independientes que poco a poco hacen evidente, y posible, el nacimiento de alguna producción fílmica local.
¿Que los productos no tienen todavía una calidad de primer mundo? Esa no es, me parece, una objeción que valga, puesto que, si somos francos, ningún resultado artístico lagunero ha alcanzado hoy la plena madurez, y el cine, por su todavía larvaria condición de arte apenas inaugurado entre nosotros, no es la excepción. De lo que se trata es, precisamente, de colocar cimientos, de comenzar con la talacha que posibilite el surgimiento de hombres y mujeres que en la dirección, el guionismo, la musicalización, la iluminación, la edición, la fotografía, la actuación y las finanzas ayuden a hacer del cine un terreno propicio para el trabajo artístico en la comarca.
Los primeros y todavía difíciles pasos se están dando. Hoy lo más fácil resulta, por ello, matar al recién nacido, negarle toda posibilidad de vida. Lo complicado es, como lo demuestra Otro día más de Fernando Santoyo Tello, alimentar el deseo de hacer, complicarse la vida en búsqueda de caminos todavía inexplorados por el arte local. Eso es, insisto, lo que el director de Otro día más y su equipo han hecho: meter tiempo, dinero y dolores de parto creativo en la confección de una obra que desea comunicar emociones, que no se achicó ante las dificultades y que con todos los pronósticos en contra aquí está, lista para recibir el favor, casi el homenaje, de la mirada colectiva.
No quiero prejuiciar en lo absoluto a los espectadores. Vi el corto hace un par de semanas, e ignoro la reacción que pueda suscitar en el público durante esta premier. Pero enfatizo que, como decía Lezama Lima, lo fundamental del arte no está en el encuentro, sino en la aventura inherente a toda expedición.
Hasta aquí, las palabras que leí el día de la premier en el Teatro Nazas. Añado ahora sí una opinión que en aquel momento (porque “No quiero prejuiciar en lo absoluto a los espectadores”) me guardé para mejor momento, éste. Creo que Santoyo ha maniobrado con lumbre al plantear un guión que prescinde casi en absoluto de apoyaturas verbales. Su propósito ha sido construir una historia que se explique sola, con la pura y estilizada secuencia de imágenes. Una obra con esas características, se lo dije desde el primer momento, corre el albur de quedarse a medio camino, de comunicar poco. Pese al lugar común que reza “una imagen vale más que mil palabras”, en cine no ha dejado ni dejará de ser útil el discurso, tanto como la imagen y la música, de ahí que eliminarlo hace recaer todo el peso de la historia en los mudos cuadros y en el efecto de la musicalización, como en ciertos videoclips. El resultado, entonces, mueve a debate, divide fácilmente las opiniones, aunque es innegable que el esfuerzo de estos jóvenes, principalmente el de Santoyo, merece un amplio reconocimiento, el aplauso más sincero a su apetito de crear.