No entiendo, nunca he entendido y nunca entenderé la extraña lógica de la fe enriquecida hasta lo indecible en el reino de la tierra. Eso es, más incluso que su miserable condición de aberrantes pecadores, lo que en mayor grado me impresiona de los altos ministros de la Iglesia acusados de pederastia o de encubrimiento de pederastia. ¿Cómo puede ser edificada una “vocación” religiosa sobre los cimientos del dinero? ¿Se puede creer en la esquizofrénica idea de amar a Cristo, el Pobre por antonomasia, y al mismo tiempo vivir en fortalezas palaciegas? No entiendo, nunca he entendido y nunca entenderé esa extraña lógica por más que la palabra bíblica sea retorcida con mil interpretaciones.
Nada más fácil que celebrar por simple jacobinismo las circunstancias que enfrentan los involucrados en el delito de lesa niñez. Desde que detonó la bomba de los abusos, más que pensar en las pobres víctimas de tanto cura torvamente alborotado, hice primero el esfuerzo por imaginar la reacción de sus seguidores. Hoy, ya con dictámenes que sancionan las anómalas conductas, sigo pensando lo mismo: es monstruoso lo que hacen, sin duda, movidos por sus insubordinadas hormonas y a la sombra de su levantadiza sotana, un error que nadie o muy pocos aceptarían perdonarles; pero tanto o más terrible es su alianza eterna con el dinero, un disparate que muchos con sincera fe, aunque sin suficiente congruencia, por lo visto, siguen, repiten, toleran e indultan. Es cómodo pues ser humilde sólo de palabra, seguir creyendo con todo el corazón en el Redentor y disociar muy bien esa fe de los privilegios brutales que se pueden adquirir en la vida terrena a costa de una pobreza cada vez más numerosa y ofensiva.
Un primer camino fácil, para sus seguidores, es negar los cargos que se imputan a los curas enfermos. Ahora, tras los fallos del vaticano y de muchas instancias de la justicia laica, vendrá el proceso de ocultamiento. Muchos culpables ingresan al bajo perfil, las páginas web borran “vida, virtudes y milagros”, pero más allá de los bochornosos affaires que asimilan las prácticas de los sacerdotes a las del retenido patán Succar Kuri, sus fieles no verán otra anomalía, sólo una desviación psicológica.
Protegidos sin justificación alguna por la jerarquía y los grupos de poder, muchos salvarán, acaso parcialmente y durante algunos años, la investidura, pero tarde o temprano encararán la verdad: los expedientes con relatos de afectados tienen suficiente dosis de verdad y hacen imperativo marginar a los abusivos y a los encubridores. Más allá de eso no sucederá nada: la abundancia no dejará de ser asunto de unos pocos.