jueves, septiembre 30, 2010

Precio de la inseguridad



Suelo sentirme mal en lugares sobrepoblados de guaruras. Así me sentí hace como dos semanas. Buscaba la dirección de un cliente editorial en cierta colonia fufurufa de Torreón y de repente me vi metido en una madriguera de guardaespaldas. Era una callecita con casas muy lujosas, todas tirándole a lo obsceno, esas residenciotas en las que jamás se ven los dueños y parecen inaccesibles hasta para un comando de la CIA encabezado por Sylvester Stallone y Chuck Norris (ambos con cuchillo entre los dientes). Allí, mientras desde el coche a vuelta de rueda veía los números de cada humilde búnker, sentí que desde varias trocas y desde las banquetas me miraba una bien distribuida horda de guaruras. Me sentí poco menos que un azquel y como pude escapé, con la mejor cara de Gutierritos que me sale cuando noto que me ven con suspicacia abusona los vigilantes, cualquiera que sea su rango (como los de Sanborns, quienes hablan con su pedorro radio a no sé dónde apenas entra uno a la tienda).
La anécdota de los guaruras terminó con una pincelada de hermosa plasticidad: mientras yo escapaba de aquel incómodo lugar, un guarro (apócope deformado y fresón de “guarura”) llegaba con dos megabolsas de pollo, cada una con cuatro contenedores blancos y cuadrados de los que sirven para colocar las raciones de comida. La imagen me acompañó durante un rato, pues pensé en lo que costaría cada escolta si consideramos sueldo, comida, armas, vehículo, combustible y seguro (social y de vida). Luego pensé en algo peor y acaso más sutil: ¿cuánta fuerza de trabajo, cuánta creatividad se desperdicia es las innumerables chambas de vigilancia que en el México de hoy son las únicas que han aumentado de todo el mercado laboral? Ahí dejé mis sesudas anotaciones en el aire y olvidé el asunto.
Ayer lo recordé al leer una nota de El Universal sobre el costo per cápita anual, según la Concamin, por concepto de seguridad: casi diez mil pesos. No sé si es mucho o poco, pues para saberlo debemos contrastar esa cifra con lo que paga cada ciudadano en otros países. Por el tono de la declaración, sin embargo, parece que es mucho: “La Confederación de Cámaras Industriales de México (Concamin) aseguró que en un año cada persona en el país destina 770 dólares en promedio (9 mil 640 pesos) en temas relacionados con la inseguridad, cifra equivalente a 7% del Producto Interno Bruto”. Luego añade: “Salomón Presburger, presidente del organismo, comentó que de los 770 dólares, 2.1% se destina al concepto de transferencias (víctimas a victimarios); 0.8% al pago de seguros contra la inseguridad, y el restante a la contratación de seguridad, pública y privada”.
Desde una perspectiva nada numérica pero sí social, es en lo que pienso cuando veo contingentes dedicados al patrullaje, esas camionetas que a veces llevan seis o más elementos cada una. ¿Cuánto le cuesta eso al país? ¿Por qué el malévolo e inconsulto capricho de un gobierno genera una sangría de ese tamaño ante una realidad plagada de carencias de lo básico como alimento, vivienda, vestido y educación?
Sé que hay una relación estrecha entre pobreza e inseguridad, pero jamás dejará de parecerme ingrato que la prioridad del gobernante sea armar y vigilar sin que por otro lado reciba impulso una guerra infinitamente más importante: la guerra contra la inequidad. Al final, en todo hay o debe haber política y por ahora no es nada oportuna en términos sociales la famosa cruzada contra el Mal. Un poco de suspicacia, sólo un poco, permite apreciar que la guerra que en este sexenio ha provocado un desangramiento real y otro metafórico (el de los dineros) quiso servir en un principio para legitimar y controlar (parece título de Foucault) y en el futuro podrá ser un instrumento para vigilar y castigar (ahora sí es un título de Foucault). Sea como fuere, es lamentable que tanto dinero sea invertido en la triste lucha contra la inseguridad y a favor de la intimidación.

miércoles, septiembre 29, 2010

Mínima ciudadanía



Hace dos meses me volaron el medidor del agua. Por supuesto, fui a Simas con la angustia al hombro y pensé que allí solucionarían mi problema. La respuesta fue que no tenían respuesta. Un joven descortés, recuerdo, sólo me dijo al teléfono que no había medidores, que por mientras pusiera el agua “directa” y cuando fueran a instalarme el nuevo medidor cargarían el cobro a mi recibo. He estado esperando ese cobro, para no pagarlo, pues si me robaron el medidor no fue mi culpa. En fin. El caso es que pagué un plomero para que hiciera la conexión directa y así duró dos meses. Ayer, el tubito desapareció y volví a solicitar los servicios del plomero. En resumen, una linda historia: “El cuento del ciudadano que cada dos meses se quedaba sin agua y tenía que contratar un plomero mientras a la empresa de aguas le llegan nuevos medidores”. Narro esta pequeña vicisitud porque en ella late la noción de ciudadanía.
Creo que moriré sin entender la falta de sentido común frente a la convivencia. Si algo me puede (“me puede”, qué hermosa expresión popular para decir “me preocupa”) en este sentido, es ver el desdén olímpico con el que tratamos a los ciudadanos con los que convivimos. En casi todo se manifiesta una irrespetuosidad digna de horror, como el desdén del joven telefonista de Simas que simplemente me mandó al carajo en un momento en el que cualquier ciudadano se siente agraviado (por el robo) y en apuros (por la falta de agua). En vez de tranquilizarme, respondió fulminante, imperativo: “Póngala directa”. Así que enfatizo: en casi todos lados vemos esa falta de sentido común para comportarnos frente al otro.
No vivo en una colonia cerrada y todos los malditos días soy testigo y víctima de infamias-hormiga: los paseantes mañaneros que sacan a sus perros y con toda tranquilidad permiten que se caguen en mi vapuleado jardincito; los transeúntes anónimos que sin empacho dejan bolsas de basura en mi canasta de la ídem; los repartidores de publicidad que me dejan cinco anuncios con la misma oferta. Eso por mencionar sólo a los que deambulan fuera de la casa. Más allá, todo empeora. Los gestos de nula urbanidad se multiplican como chancros a medida que uno recorre la ciudad y no hay pastillas de Dalai que sean capaces de calmar la rabia ante lo que se puede ver por todas partes.
Sin autopiropos, simplemente porque soy conciente de algunas reglas básicas para convivir en la urbe, puedo afirmar que no tiro chicles en las calles, no tengo mascotas y por lo tanto no recojo sus heces, no tiro basura en el espacio público, cuido el agua, uso cinturón de seguridad, respeto al peatón y los señalamientos viales, no conduzco ebrio, cuido el mobiliario urbano, no grafiteo, respeto los lugares reservados para personas con discapacidad, mujeres libres de violencia sexual en el transporte y vía pública. ¿Esto significa que soy buen ciudadano? Creo que para serlo hace falta una escalera más grande y otra chiquita, pero según el decálogo de ciudadanía propuesto por el Gobierno del Distrito Federal, quien acata los diez flamantes mandamientos de la ley de Marcelo está en posición de tenerse por buen ciudadano.
Atender el decálogo me parece lo más simple que uno puede hacer en la ciudad, pero asombrosamente hay, como digo, miles de ciudadanos a los que les importa un pito alguno o varios ítems de tabla marcelina. Por eso subrayo el poco o nulo sentido común de los vecinos que, por ejemplo, tienen uno o hasta dos o tres perros y los sacan a pasear/mear/cagar sin importar qué suelo infesten. O la poquísima madre de algún campechano caminante que va engullendo unas papitas y cuando termina simplemente arroja el celofán a cualquier parte.
No tirar el chicle en las calles; recoger las heces de las mascotas; no tirar basura en el espacio público; cuidar el agua; usar el cinturón de seguridad; respetar al peatón y los señalamientos viales; no conducir en estado de ebriedad; cuidar el mobiliario urbano; no pintar ni grafitear lugares públicos y privados; espetar espacios reservados para personas con discapacidad, ancianos o mujeres con niños. Tal es el decálogo propuesto a los ciudadanos del DF. Parece poco, pero si lo acatáramos tal vez gozaríamos, como dice Spota, casi el paraíso.

domingo, septiembre 26, 2010

Boletín sobre Parábola del moribundo



El Gobierno del Estado de Coahuila, Secretaría de Educación y Cultura a través del Instituto Coahuilense de Cultura y el Teatro Nazas invitan al público en general a la presentación de la novela:

Parábola del moribundo
De Jaime Muñoz Vargas
Novela ganadora del Primer Premio Nacional de Novela Corta Rafael Ramírez Heredia

Presentan: Daniel Lomas y el autor

En el marco del Festival Artístico Coahuila 2010

Sábado 9 de octubre. 12:00 horas
Foyer del Teatro Nazas
Entrada libre

Ubicada su trama en la comarca lagunera, Parábola del moribundo, obra de Jaime Muñoz Vargas que recibió el premio nacional de novela Rafael Ramírez Heredia 2009, será presentada el 9 de octubre a las 12 horas en el foyer del Teatro Nazas. La presentación correrá a cargo de Daniel Lomas y el autor. Esta presentación se inscribe en el marco del Festival Artístico Coahuila 2010.
En síntesis, esta novela construye su anécdota en La Laguna, en el semidesértico centro-norte de México, espacio donde el poeta Santiago Macías pasa su existencia entre la penuria económica y el deseo siempre torturado de escribir en paz. La presencia de Vicente Caballero, un anciano vital y ágrafo, da un vuelco a la vida del poeta y sus andanzas se convierten en foco de humor negro, en risa amarga. Vale añadir que en las andanzas de los personajes hay un recorrido por la pacífica vida nocturna de La Laguna en los tiempos en que no había sido alterada por la violencia.
Eugenio Aguirre, Óscar de la Borbolla y Hernán Lara Zavala, jurados del concurso que premió a Parábola del moribundo, dictaminaron que esta novela es un tejido narrativo cuya base principal está en el humor y en la malicia narrativa del autor.
Jaime Muñoz Vargas (Gómez Palacio, Durango, 1964) es escritor, maestro, periodista y editor. Radica en la ciudad de Torreón. Entre otros libros, ha publicado las novelas El principio del terror, Juegos de amor y malquerencia Las manos del tahúr, Ojos en la sombra y Leyenda Morgan. Ha ganado los premios nacionales de Narrativa Joven (1989), de novela Jorge Ibargüengoitia (2001), de cuento de San Luis Potosí (2005) y de narrativa Gerardo Cornejo (2005). Artículos, reseñas y cuentos suyos han aparecido en revistas y periódicos de México, Argentina y España.
El presentador, Daniel Lomas (Torreón, Coahuila, 1978), es licenciado en Derecho por la Universidad Iberoamericana Laguna. En la actualidad ejerce en el ámbito penal. Ha publicado poemas en la revista Acequias de la UIA Laguna. Poemas y cuentos suyos fueron incluidos en los libros colectivos Hoy no se fía y Mañana tampoco. Una costilla de la noche fue su primer libro individual.

Fajardo en suma



¿Quién es Sergio Fajardo? ¿Qué hizo? ¿Por qué causó tanto revuelo su visita del viernes a Torreón? Supe algo sobre él al ver la famosa conferencia que dictó en el Itesm, en Monterrey, hacia febrero de 2009. Luego de eso le pasé el dato a Renata Chapa, quien asumió el tema con entusiasmo y escribió al hilo dos largos artículos sobre los frutos sociales y políticos del doctor Fajardo. Le he pedido a Renata los dos textos publicados hace varios meses tanto en su columna dominical de El Diario de Chihuahua como en el periódico Espacio 4 de Saltillo. Son textos que circularon en las capitales de Chihuahua y Coahuila, pero no en La Laguna. No dudo en afirmar que por su larga extensión estos textos sirven como resumen y valoración de los proyectos del doctor Fajardo. Comparto aquí todo el material. En síntesis, se trata de los amplios artículos “Revolución del miedo a la esperanza” y “Victoria para Fajardo”, ambos escritos por Renata Chapa. Van:

Revolución del miedo a la esperanza

Renata Chapa

“La corrupción no nos deja soñar.
¿Cuántos sueños nos han quitado los corruptos?
¿Cuántos?” (Sergio Fajardo)

El 99 aniversario de la Revolución Mexicana ha llevado a varios periodistas a defender un argumento similar: muy poco se ha avanzado a casi un siglo del derrocamiento de la dictadura porfirista. En columnas y editoriales han sido comparados y criticados, entre otros asuntos, el estilo de nuestros gobiernos; la persistente corrupción; la división de clases cada vez más marcada; la relatividad de los derechos de los obreros y campesinos. Según lo señalado, la democracia en México es mera verborrea. Un término prostituido. Han pasado 99 años y la realidad en nuestro país se encarga de advertir que, para volver efectiva una revolución, es imprescindible el progreso, no lo contrario.
Es necesario señalar que, en este entorno de involución nacional, los comentarios periodísticos pueden continuar en el mismo tenor 99 años más (y otros 99 extras) y seguir con las mismas críticas, con los señalamientos de frente, con las palabras desenvainadas, pero corriendo un grave riesgo: convertirse en perorata y cansar. Perder, incluso, credibilidad. Volverse una debilitada plataforma de señalamientos que termina siendo útil a los que les conviene presumirla como evidencia de que en México sí existe, entonces, la libertad de expresión, la pluralidad.
Está claro que una de las funciones sociales del periodismo es precisamente la denuncia, pero mientras en los hechos, en lo inmediato, lo que se constata es que en poco o nada crece el bienestar común, las palabras pierden potencia, por muy auténtico y comprometido que sea su origen. El deterioro comunitario causado por la incompetencia de quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones que afectan a estructuras completas lo contamina todo. Justos pagan por pecadores. Y nada parece tener remedio. Un grupo importante de representantes políticos y líderes institucionales sigue medrando, algunos periodistas denunciándolos y los lectores viendo pasar, hastiados, una realidad inamovible, condenada a pudrirse sin remedio. Como ya se mencionó, todo parece indicar que a ese tipo de pensamiento y de actuar condiciona la realidad en México, indispuesta a evolucionar. Menos a revolucionar.
En medio de tanto fatalismo, es inverosímil creer que pudiera existir una opción. Es cierto. En México es casi imposible encontrarla. Los casos de éxito, que seguro los hay, están borrados de la opinión pública, o han sido tragados por la misma inercia del mensaje dominante que insiste en hacer creer que sólo lo que viene de cierto tipo de gobierno o de algunas instituciones puede ser una alternativa de acción viable (o la menos peor) en la consecución de mejores estadios de vida. Mientras en nuestro país pareciera que los avances en materia social, economía y política se dan a cuentagotas, en otra parte de América Latina sucede lo contrario.
En Colombia existe un referente de bastante peso que ha marcado rotunda diferencia. Conocerlo puede ser útil para dar el primer paso rumbo al resquebrajamiento del estatus quo del “no se puede”; del “aquí en México eso no serviría”; del “árbol que nace torcido…”; o de la cínica frase “el que no transa no avanza”. Conocerlo, por atrevido que parezca, puede ser inspirador, abrirnos la puerta a esos sueños que luego derivan en lucha, búsqueda de justicia y solidaridad porque se cree que tener un país diferente, mejor, es posible.
Al ser Colombia un país latinoamericano que también ha vivido la profunda corrupción de líderes gubernamentales; la violencia de los carteles del narcotráfico; el azote de la crisis económica; y la falta de oportunidades de progreso, entonces se vuelve un recomendable ejemplo paralelo ―todas las proporciones culturales guardadas― de un país que sufre malestares similares a los que adquieren más potencia en México.
El origen de lo que bien podría considerarse un estudio de caso a nivel mundial, por el tipo de resultados logrados en Medellín, Colombia, tiene nombre: Sergio Fajardo. Ahí es donde empieza la diferencia. Es importante que el análisis de la trayectoria de Fajardo Valderrama no considere al político, sino al hombre, al ser humano; no a las siglas de un partido, sino a una comunidad enlazada por el bien común por inverosímil y errabundo que esto parezca.
Si bien Fajardo fue ex alcalde de Medellín, lo que lo distingue en primer lugar son tres blasones: su doctorado en matemáticas, su vocación de maestro y su clara conciencia de haber sido un privilegiado al recibir educación superior. Él jamás se imaginó ser político o estar al frente de un cargo público. Pero cuando lo ocupó, sí que causó una auténtica revolución. Ésa que tanto estamos necesitando los mexicanos y que por ningún flanco se ve venir.
Cuando Sergio Fajardo concluyó su alcaldía fue reconocido con premios como el “Personaje del Año en Latinoamérica” por el Financial Times Business en 2007; el de “Mejor Alcalde del País 2004-2007” Fundación Colombia Líder; y “Personaje del Año” por el diario El colombiano de manera sucesiva de 2004 a 2007. Varios pensarán que nada tiene de especial que un presidente municipal reciba éstos y más reconocimientos. Pero en la persona del doctor Fajardo adquirieron un sentido distinto. De la larga lista de aciertos de su ejercicio al frente de Medellín (2004-2007), una ciudad de dos millones y medio de habitantes, el que hoy puede ser considerado el principal logro en aún breve carrera política del matemático egresado de la Universidad de Wisconsin-Madison puede resumirse en la siguiente explicación.
Medellín, hace treinta años, se enfrentó con el problema del narcotráfico, definido por el mismo Fajardo en dos palabras: destrucción y corrupción. El doctor es enfático al referirse a aquella entidad: “En 1991 éramos la ciudad más violenta del mundo. Pasamos de 381 homicidios por cada cien mil habitantes en 1991 a una tasa de 26 en 2007. (…) En los últimos setenta años, Medellín ha tenido 70 mil homicidios. (…) La bomba que puso el narcotráfico en Medellín y en todo Colombia estremeció los cimientos de nuestra sociedad y eso hay que tenerlo muy claro para poder entender el problema”. Fajardo encaró a la violencia con bases académicas: “como científico que soy”, señala, y encontró una opción: el camino para transitar “del miedo a la esperanza”. La reducción drástica de la tasa de homicidios y violencia en Medellín es, pues, lo que a Sergio Fajardo le ha abierto foros en la misma Latinoamérica y Europa. Y recientemente visitó México. Compartió su “fórmula”, sus creencias, su ideología. Dio cifras y lecciones de no creer.
Ciudad Juárez, Chihuahua, ciudad donde reina la violencia. El estado grande, de manera constante, se coloca en la cima de las estadísticas de homicidios a causa del narcotráfico. Otras entidades en México también alimentan a diario estas cifras, como son los casos de Coahuila y Durango. ¿Qué podríamos rescatar del caso de Medellín para contemplar su aplicación en el apaleado México? ¿De qué manera pueden replicarse modelos de acción política con resultados tangibles y alentadores como los de Sergio Fajardo? Que sea él quien explique la experiencia y ofrezca líneas de acción en la próxima entrega. Conocer los argumentos que compartió hace algunos meses en la ciudad de Monterrey puede ser un punto de partida no sólo útil, sino como él mismo lo dice, esperanzador con base en resultados tangibles.
La violencia sí se puede paliar. Fajardo lo ha demostrado. Y este tema debería estar en la mesa de discusión no sólo de políticos mexicanos, sino de los mismos ciudadanos, y diseminado por espacios periodísticos que no cesan de pugnar por una auténtica revolución mexicana.

II

“Al que ‘no sirve para nada’
le ayudamos a limpiar su alma”. (Sergio Fajardo)


La contradicción se impone cuando es analizada la violencia en México, tema que, como fue mencionado en la pasada entrega, tiene al país en vilo. Es necesario avanzar con certezas comprobadas rumbo a otra revolución mexicana. Sin embargo, ni por el lado de lo oficial ni por el de la sociedad civil se vislumbra alguna opción confiable o convincente. Lo paradójico se vuelve ley: por un lado, urgen acciones contundentes y, por otro, son pocos, poquísimos, los que están dispuestos a actuar. Éste es el mejor caldo de cultivo para que proliferen corrupción y violencia. ¿Habrá manera de paliarlas? El doctor Fajardo está convencido de que sí es posible reducir ambos lastres y explicó su postura por medio de una “fórmula” que él y su equipo aplicaron durante su administración al frente de Medellín, Colombia.
Antes de ceder de nueva cuenta este espacio a Sergio Fajardo, cabe mencionar que él actualmente busca la presidencia de Colombia. En 1999 dejó la Universidad de los Andes para regresar a su ciudad natal, Medellín, y liderar un movimiento cívico independiente. En 2003 ganó la alcaldía precisamente de Medellín con la votación más alta que hasta ese momento se haya registrado: obtuvo el doble de votos que su adversario.
Fajardo se asume como orgulloso profesor de matemáticas. Dice que siempre le gusta escribir con su propia mano para plantear y resolver problemas. Sus apuntes, así como lo transcrito a continuación, puede corroborarse en Youtube al buscar “Del miedo a la esperanza”, una muy recomendable serie de ocho videos producidos y compartidos por el Itesm Campus Monterrey. La sinopsis de la presentación del doctor Sergio Fajardo sostenida en la reunión de consejeros del sistema Tecnológico de Monterrey de este 2009 a continuación.
“(Nosotros partimos) de una pregunta principal, la más elemental de todas: ¿qué problemas vamos a resolver en Medellín? Pues dos problemas bien profundos. Uno, desigualdades sociales y una gran deuda social histórica acumulada. Eso no tiene mucho misterio. Ese es un problema en todas las ciudades, países de Latinoamérica. Todos tenemos y compartimos ese problema y sabemos muy bien que América Latina es la región más desigual de la tierra. El segundo problema es la violencia con raíces muy profundas. Y en particular en Medellín, el sitio máximo de la expresión de la violencia, asociado con un fenómeno que para ustedes, en México, se está convirtiendo en algo a lo que tienen que poner muchísima atención y que se llama narcotráfico. La mezcla de desigualdades sociales, la deuda social histórica y la violencia fue el problema que nosotros quisimos resolver.
Yo era un científico activo y hace nueve años, con un grupo de personas, en la ciudad, tomamos una decisión muy trascendental para nuestras vidas. Nos encontramos personas del sector social, organizaciones comunitarias, ONG, gente del mundo de la academia, de diferentes sectores, y llegamos a una conclusión. Llevábamos toda la vida diciendo cómo debería ser la sociedad, pero resulta que hay unas personas que son las que toman las decisiones más importantes y son los políticos. Arrancamos cincuenta personas que dijimos, ‘no nos podemos pasar el resto de nuestras vidas quejándonos y viendo cómo otros tomaban decisiones que nosotros no pretendemos ni queremos para nuestra sociedad’. Y tomamos una decisión: participar en política. Construimos un movimiento cívico independiente y nos pusimos un reto: vamos a participar en política, vamos a participar en las elecciones, vamos a llegar al poder y vamos a transformar la ciudad. ¿Qué nos dijeron? Que estábamos locos. Sin un peso. Sin un líder. Nos dijeron ‘es imposible’. Pues ustedes ya saben el final de la historia. No fue imposible.
¿Cuál es la ‘fórmula’, entonces, para resolver el problema? La resumo en dos partes: ‘El quita y pone’ y ‘El orden de los factores altera el producto’. A mí me gusta explicar esto con una imagen donde se ven dos árboles. Uno es el árbol de la violencia, que es gigantesco, y el otro árbol es el de las desigualdades sociales, que también es enorme. Y hay una discusión permanente sobre qué fue primero, si las desigualdades o si la violencia; si las desigualdades provocan a la violencia o al revés, y un montón de ideas más de esa naturaleza. Lo que nosotros dijimos fue que teníamos que sacar a esos dos árboles. Ése sería nuestro reto. Hay quienes quieren sacar uno de los árboles y lo jalan, pero sin ponerse a pensar en las raíces. Cada una de las raíces, después de tantos años, fue creciendo por su lado; eventualmente se encontraron y se enmarañaron. Están muy por debajo de la tierra, muy arraigadas y están juntas. Ya no sabemos cuál raíz es de cuál árbol. Entonces, si vamos a resolver ese problema, la idea natural sería sacarlos simultáneamente, pero eso no funcionó. ¿Qué hicimos? Nos pusimos a jalar un árbol todos y pusimos toda la fuerza en él. Y a medida que jalamos y sentimos que se movía un poco, nos fuimos al otro árbol a tratar lo mismo hasta que también se movió un poco e intentamos que fueran saliendo casi simultáneamente dada la capacidad que teníamos. Esto lo convertimos en una fórmula en la que el orden de los factores sí afecta el producto: primero, tuvimos que acudir al árbol de la violencia. En el contexto de la violencia es imposible hacer cualquier tipo de transformación social porque la violencia, en segundos, con una o dos balas nos destruyen todo. Por eso, lo primero fue disminuir la violencia y cada que le quitamos un pedazo, inmediatamente teníamos que llegar con las intervenciones sociales. Así tan elemental como eso, pero ése es el sentido y la esencia de nuestro trabajo. No se ha acabado la violencia en Medellín, es algo muy complejo, pero sí hemos podido quitar tajadas de violencia y brindar al mismo tiempo oportunidades. Y esto es lo que le da el título a nuestro trabajo: Del miedo a la esperanza’. ¿Y cómo se disminuye la violencia? Por medio de las siguientes tres acciones.
Yo siempre cuento esta anécdota. Nunca me imaginé que iba a trabajar con un policía. Que de mi boca saliera la expresión ‘necesitamos más policías’. Pero desde que llegamos al poder, nos ubicamos con los policías y dijimos ‘vamos a trabajar juntos’. No se trató de que yo fuera por un lado ejecutando obras sociales y, por el otro, la policía tratando de recuperar la seguridad. No. Teníamos que ir juntos. Si ustedes le preguntan a un policía en Medellín, y a uno de México qué se necesita para disminuir la violencia, estoy seguro que, como ellos son los que más conocen a la gente porque conviven con ella 24 horas en la calle, seguro van a decir ‘necesitamos intervenciones sociales’. El problema de la violencia no se resuelve con una represión permanente, sino entendiendo cada espacio, cada esquina. Entonces fuimos a cada uno de estos lugares a comprender qué pasaba; cuáles eran los factores de poder; cómo quedaba lo que se iba destruyendo y, al mismo tiempo, cuáles eran las condiciones sociales dominantes. Y esto siempre, siempre, lo trabajamos con la policía. Por eso, y bajo este entendido, nuestra primera acción para disminuir la violencia fue que no podía haber un solo espacio de la ciudad que no estuviera bajo el control de la fuerza legítima del Estado, es decir, de la policía. En nuestras ciudades se habían entregado muchos espacios y, a la vez, se habían quedado poderes a través del tiempo. Tuvimos que recuperar esos sitios con la policía. No se puede descuidar un centímetro cuadrado del territorio bajo esas condiciones de violencia.
La segunda acción consistió en continuar un proceso que el gobierno nacional colombiano inició en 2003; negoció con organizaciones paramilitares, narcotraficantes, para desmovilizar personas que formaban parte de esas organizaciones. ¿Y de la guerra cómo se sale? De tres formas: una, para decirlo de una forma bien cruda, con los muertos en combate; otra, con un mecanismo de recompensas desarrollado en Colombia que hace que personas se retiren de la guerra; y tres, con las negociaciones con grupos de poder; esto significa que sale una gente de ese mundo, pero también representa un dolor porque dicho poder permitió a algunos negociar con el Estado legítimo. A nosotros nos entregaron cuatro mil reinsertados en Medellín. Y lo que sucedió con ellos tiene sentido para tratar el tema de grupos sociales vulnerables a la puerta de entrada de la violencia, y no sólo para movilizados de algún tipo de batalla.
Si la puerta de entrada a la guerra, a la delincuencia, a la ilegalidad no se cierra, la guerra es infinita. Hay que cerrarla por medio de oportunidades, tercera acción para reducir la violencia. Nosotros le cerramos la puerta a los que estaban en la guerra para que no volvieran a entrar. ¿Cómo lo hicimos? Primero, con atención personalizada, individualizada, uno por uno. Atención sicológica porque ellos crecieron en un contexto de violencia y su vida siempre giró alrededor de ella. Esos fueron los cimientos que se nos estremecieron. No era una violencia superficial o momentánea; era una violencia que llegó para quedarse. A cada una de esas personas, aunque ya tarde, les tuvimos que ayudar a limpiar el alma con atención sicológica. Me atrevo a decir otro comentario: no dejen aquí en México que estas raíces crezcan como crecieron en Colombia. Mucho cuidado porque es la puerta de entrada a la violencia. Segundo, les ofrecimos atención social. Luego de atender al individuo, a la persona que nació y creció en el mundo de la destrucción, le brindamos atención social para que pudiera volver a vivir con su familia y en su comunidad; le dimos formación para que pudiera ser parte de este mundo.
Muchas veces la gente me decía, ‘sáquelos de la guerra y déles un trabajo’, ¿y cuál trabajo le vamos a dar si ‘no sirven para nada’? A mí me entregaban un muchacho de 25 años que a los 15 se fue a la guerra; cuando se fue estaba en quinto de primaria. Y yo pregunto, ¿qué vamos a hacer con él? No sirve para nada entre comillas porque no ha desarrollado sus capacidades. Hay que pasarlo por un proceso educativo no estándar de manera que desarrolle esas capacidades. Y ésa es una tarea que hay que hacer, insisto, uno por uno. No se trata de abrir ‘cursos para reinsertados’, sino persona por persona. Eso es muy importante entenderlo. Los vamos monitoreando, los vamos graduando. (…) Si usted saca gente de la guerra y ellos vuelven a vivir en su espacio, ahí están otros jóvenes (la inmensa mayoría, de hecho) que nunca han estado en la ilegalidad, pero sí están en la puerta de entrada. Entonces estos muchachos dicen, ‘para tener atención del Estado tengo que ser un delincuente’ porque ellos ven cómo ayudamos a los que estamos sacando de la guerra. Nosotros tenemos que cerrar la puerta para que ni unos ni otros entren al mundo de la violencia. ¿Es difícil este proceso? Dificilísimo. ¿Complejo? Complejísimo. ¿Doloroso? Dolorosísimo. Pero con unos resultados poderosos: de cuatro mil jóvenes, yo insisto que un quince por ciento nos hace trampa, pero el 85 por ciento restante va bien. Son tres mil cuatrocientos. Es decir, teníamos un problema tamaño cuatro mil y lo redujimos a tamaño seiscientos. Sacamos a esta gente de la guerra, ¿y qué pasó en la ciudad? Disminuyó la violencia. Pero tuvimos que llegar con toda la fuerza de las intervenciones sociales.
Ahora hablemos de las oportunidades. La educación, entendida en el sentido amplio, es el motor de la transformación social. El programa nuestro tenía una frase, ‘Medellín, la más educada. Compromiso de toda la ciudadanía’. Nosotros nos pasamos toda la vida diciendo cómo hacer de la ciencia, la tecnología, la innovación, el emprendimiento y la educación de calidad un derecho de toda persona para construir una base de igualdad que nos permita hablar de libertad. Que la educación no sea el privilegio de unos pocos. Yo vengo del privilegio. De tener todas las facilidades para avanzar, por supuesto trabajando, pero con una cantidad de puertas abiertas. De lo que aquí se trata, entonces, es ser el motor de la transformación social. No simplemente un programa, sino El Programa de la Sociedad que es distinto. No es el problema tener un buen ministro o un buen secretario, sino saber cómo asumimos, como sociedad y como individuos, el reto. Esto es distintísimo porque es ahí donde se construye la esperanza. Y para eso es el poder, para eso están los políticos, para tomar decisiones. Yo voy a explicares qué decisiones tomamos nosotros cuando pudimos asumir el poder en Medellín” (http://www.youtube.com/watch?v=hTS-8mLe4Qo&feature=related).

III

“De no creerse”. Con estas palabras fueron calificados los resultados de la administración municipal en Medellín de 2004 a 2007 encabezada por Sergio Fajardo. El doctor en matemáticas y actual candidato a la presidencia de Colombia, enlista varios principios básicos que impulsan su lucha. Aquí, el resumen de esta parte de su ponencia en el Itesm.
“Uno: yo dije que había que transformar la política porque de la forma en que se llega al poder, así es como se hace la gestión pública. El que paga para llegar, llega a pagar y paga con los recursos públicos. Ésa es la corrupción, la politiquería, el clientelismo; son la raíz que nos ha hecho tanto daño. No le podemos dar la espalda a la política malhecha diciendo ‘pues éste llegó al poder y es más o menos bueno, no importa cómo llegó”. ¡Pero sí importa cómo llegó! Si no miramos con todo el rigor cómo llegó una persona al poder, cuando esté ahí, va a comportarse exactamente de la misma manera en como llegó. Eso es muy dramático. El narcotráfico busca la corrupción. Una de ellas es la corrupción política. Es durísima la lucha, pero, de nuevo es importante no perder de vista la relación del narcotráfico en el mundo de la política. Nosotros hemos visto esa película en tres capítulos y sabemos que los narcotraficantes no se van a rendir porque alrededor de la política está el poder y que va de la mano del sistema judicial, de las fuerzas armadas, militares. En Colombia hemos visto la ‘parapolítica’: cómo negociaron unos señores con criminales para llegar al poder y tomar decisiones sobre nosotros. Los criminales no tenían problema en asesinar mientras que aquellos señores llegaban muy orondos al Congreso de la República a decirnos cómo debía ser nuestra sociedad. No pudimos aceptar eso y actuamos.
Dos: tenemos que construir confianza. Es el capital político mayor. Nosotros construimos confianza en la campaña y cuando llegamos al poder la convertimos en transparencia. Yo digo con orgullo que nos sacamos las mejores notas en el manejo de los recursos públicos que son sagrados. No tuvimos que negociar puestos con nadie ni darle contratos a nadie ni recursos públicos. La plata, así, rindió mucho más y contamos con la materia prima para hacer las transformaciones. Nuestro movimiento tenía principios, propuesta y forma. Ésa era nuestra cancha; el que entraba a trabajar en ella, sabía que ése es el terreno. Y lo más importante de todo, no tener precio. ¿Y qué significa no tener precio? Que no hay nadie que pueda decir que violamos un principio. Ése es el poder que tenemos y lo convertimos en transparencia que es confianza de la ciudadanía. Anunciábamos en cada parte ‘Aquí están sus recursos’ y la gente veía los resultados. Peso que entraba, peso que le demostrábamos a la sociedad que se lo estábamos devolviendo. Es cierto que sí se hacen obras; gente inteligente y honesta ha habido siempre y en diferentes partes, pero con nosotros, el paquete entero es fundamental.
Tres: la violencia encierra y nos divide en átomos dentro de la sociedad. La violencia rompe todo vínculo de ciudadanía porque empezamos a relacionarnos sólo con las personas que se nos parecen. Las otras personas de la sociedad son, por lo menos, ajenas; me da miedo ir con ellas. El miedo empieza a ser parte de la sociedad y cada uno se queda en su espacio. Nos convertimos en sobrevivientes, en individuos que van resolviendo su problema, pero no pensamos que somos parte de una sociedad. Nosotros tuvimos claro que debíamos volver a encontrarnos. ¿Dónde? En el espacio público. Y aplicamos el programa Cambio de piel: en los lugares donde reinaba la violencia y la destrucción llegamos con las obras físicas más importantes de la ciudad con un principio: LO MÁS BELLO PARA LOS MÁS HUMILDES. Creamos los espacios que nunca se habían soñado en el barrio más humilde. La arquitectura aquí no sólo cumple con una función estética, sino que es un mensaje en contra de la desigualdad. Es el mensaje de la esperanza. Y todos los espacios que construimos están asociados con el conocimiento.
Cuatro: la calidad de la educación comienza con la dignidad del espacio. El niño más humilde de la ciudad de Medellín va a ir a un colegio tan bueno como al que va el hijo de la familia con mayores privilegios de nuestra sociedad. En el barrio donde se estaban llevando a cabo las intervenciones sociales logramos algo poderoso: que toda la comunidad se sintiera orgullosa. Rompimos con eso de ‘a los pobres cualquier cosa que les des es ganancia’.Generamos ganancia colectiva.
Nosotros bombardeamos Medellín, pero de otra manera, con oportunidades, con esperanza, y fuimos construyendo un proyecto de transformación social muy profunda. Esto no era un problema de conseguir un secretario de educación muy bueno para que los colombianos o los mexicanos mejoremos en las matemáticas porque estamos muy mal en muchas pruebas, sino tener a la sociedad entera girando en torno a un mismo proyecto.
Voy a empezar a darles un viaje por estos espacios educativos. El primer concepto que creamos fue el de ‘Parques Biblioteca’ (PB). Los más humildes tienen talento y el reto es formarlos. Los PB cuentan con salón del barrio, auditorio, salón del emprendimiento, área de Internet y libros, espacio para la tercera edad y ludotecas para menores de cinco años. Quienes entran ahí, entran a la convivencia. El PB España se encuentra en una de las partes con el índice de desarrollo más bajo. El PB España ganó el premio Mejor Obra Iberoamericana de Arquitectura y Diseño en el Congreso Iberoamericano de Arquitectura en la VI Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo en Portugal (2 de mayo de 2008). En otras palabras: la obra más importante de arquitectura de Iberoamérica se encuentra en el barrio más pobre de Medellín y donde más violencia había. Ahí no entraba una sola alma. Hoy brilla con luz propia. Ésta es la ruptura que nosotros decimos que sí se puede hacer. Los niños de ese lugar salían a las calles y qué encontraron durante tantos años: violencia enfrente. Ahora, mientras están creciendo, se van al PB. Otros PB son el León de Greiff y el Tomás Carrasquilla. Ambos obtuvieron el Premio Los 10 Mejores Proyectos del Año por la revista Semanal. El PB San Javier ganó premio especial también en la Bienal Iberoamericana. ¿Sí me entienden? Por un lado vamos quitando la violencia y por el otro llegamos con las oportunidades y convivencia.
También construimos colegios de calidad. Nosotros estábamos en el poder y pudimos tomar las decisiones. Para eso son los políticos. Piensen en la niña que iba a un colegio en ruinas y ahora asiste a uno de primer nivel. Piensen en la mamá que dejaba a la niña en la escuela deteriorada y ahora la deja en uno moderno. Piensen en la maestra que dictaba clases en el otro lugar y ahora escribe en el mejor tablero electrónico de la ciudad. Hay quienes me preguntan que a mí quién me dijo que si el edificio es bonito mejora la calidad y yo contesto que por entrar a un edificio ‘muy bonito’ no me vuelvo mejor matemático, pero la autoestima, la dignidad, la capacidad para aprender es una transformación muy profunda y eso no lo dan los cálculos económicos. Y es que, ¿cuánto vale la dignidad? La dignidad no tiene precio, pero es la materia prima que tenemos que construir para poder hacer las transformaciones. Le dimos al espíritu un espacio de referencia física para que se entienda.
La cultura del emprendimiento (capacidad de transformar conocimiento de manera creativa en actividad productiva) la impulsamos con los Centros de Desarrollo Empresarial Zonal (Cedezos) que fueron reconocidos como el segundo proyecto exitoso por el Departamento de la Administración Pública (10 de diciembre de 2008). La gente los ubica y asocia con oportunidades. En todos los PB hay Cedezos y ahora estamos trabajando en una manzana completa del emprendimiento.
Tenemos también el Parque para la Ciencia y la Tecnología EXPLORA que para nosotros, para mí, es un orgullo muy grande porque soy científico y yo dije que debíamos de tener la ciencia como parte de nuestra cultura. El sitio en donde está ahora no tenía nada y ahora, todos los días está lleno de niños y niñas de los colegios de esas colonias. No se necesita ser de un estrato más alto para tener acceso al conocimiento. Tiene cuatro espacios: el de Colombia, el de la biodiversidad, el de la tecnología y al fondo tenemos un acuario que nos resultó un lío porque estamos ubicados en medio de una montaña y a mil metros sobre el nivel del mar, pero nos ayudaron mucho a montarlo personas de Guadalajara. No damos abasto en la ciudad para las personas que quieren entrar a verlo. Nos volvimos a encontrar. Los que antes se quedaban un sábado en casa, el señor tomando sus tragos y la familia encerrada, ahora van a estos espacios. Todo esto es dignidad, estética, belleza. Es la presencia de la sociedad diciendo ‘Aquí estamos’.
Desde la gestión pública, esto es un reto gigantesco y se requieren condiciones especiales para hacerlo. La primera, no robar. Pensemos en el presupuesto de Medellín en 2007, dos billones de pesos. Un dos con doce ceros. El 10% de esa cantidad resulta si le quitamos un cero; nos quedan 200 mil millones de pesos. Si se hubieran robado el 10%, no habría ni un solo PB en la ciudad. Y si se hubieran robado el 15% o el 20% ni PB, ni Parque EXPLORA, ni jardín botánico, ni colegios. Y es que a los que les gusta robar, se roban lo que sea y lo hacen todos los años. La corrupción no nos deja soñar. Esto que hicimos en Medellín se puede construir en cualquier parte e incluso de mejor manera. Pero los corruptos nos han quitado la capacidad de soñar porque se han quedado con los recursos públicos que son las oportunidades de los más humildes
Hay una razón muy poderosa detrás de todo esto y es dar ejemplo. Si la cabeza de ejemplo y está la convicción, el conocimiento y la pasión y si construimos un proyecto de esa naturaleza, sin ir detrás de los intereses particulares, la gente responde. Me preguntan cuál es la mejor forma para luchar en contra de la corrupción y yo les decía ‘elijan personas honestas’. Ésa es la mejor fórmula porque, mientras los organismos de control actúan, ya se han tragado todos los PB. Entonces hay que tener el equipo sintonizado, pero alrededor del ejemplo, de la convicción, mostrar que vamos produciendo las cosas. Tenía un programa de televisión que se transmitía directo en algún lugar de la ciudad. Nunca en un estudio. Y en cada lugar le íbamos contando a la ciudad lo que estábamos haciendo, por qué, hacia dónde vamos, que miraran lo bueno. Al fin de cuentas yo soy un profesor. Que si tuvimos dificultades, siempre, pero siempre mostramos a la gente que hay un paso para superar las dificultades. Y como la gente empezaba a ver, y a ver, y a ver todo esto, teníamos más confianza. Porque yo me puedo echar un discurso, pero si la gente no toca después, nos quedamos en nada. Todo el equipo íbamos creciendo en orgullo.
Yo nunca había tenido un puesto público en mi vida. Yo recuerdo, a manera de insulto, que me decían que cómo un profesor iba a ser alcalde. Que yo debía ser gerente. Ni más faltaba, yo no soy gerente, pero teníamos un equipo muy particular con un seguimiento muy riguroso de todas las tareas que realizábamos. También me decían, ‘¿usted es mediático?’ y yo respondía que los medios de comunicación son herramienta para crear una pedagogía ciudadana. Todos los del equipo teníamos experiencia en nuestras áreas, pero éramos novatos en lo público y veíamos cómo iba saliendo todo y nos sentíamos orgullosos.
El poder corruptor que tiene el narcotráfico es inimaginable. Sin duda, a todas las instituciones entra. Tiene que haber una decisión nacional porque el alcalde es el comandante de la policía, pero no la maneja a nivel país. La lucha del narcotráfico está en la cabeza del señor presidente. En Colombia hemos pasado por varias etapas. Una en la que la policía estaba totalmente permeada. Y se fueron cerrando espacios con políticas y ojos encima. Sí, físicamente encima. Hubo colaboración del gobierno de Estados Unidos para desbaratar muchas de esas redes, y así se fue depurando la policía nuestra. Aún falta mejorar más, pero están en una condición diferente. Debo decir algo muy emocionante: en todas estas instituciones hay gente que está jugando a la legalidad. En todas hay gente decente que se la juega, que ha arriesgado sus vidas, que se ha sacrificado. Me atrevo a decir que en México debe haber una conciencia social del problema que están enfrentando. Que no lo dejen crecer. Uno tiende a hacer el problema al lado, a ignorarlo y a tratar de sobrevivir. Y así es como se van para abajo las raíces de la violencia. Como país, que haya conciencia de lo que está ocurriendo. Que haya muchos ojos y nunca complacencia. Hay cosas que dan miedo, naturalmente, pero no se pueden ceder espacios o un pedazo a cambio de que nos den un alivio temporal porque pedazo a pedazo se van quedando con todo. Piensen en la puerta de entrada a la violencia y en todos esos jóvenes. Leí que en Monterrey se estaban tomando unos barrios y que los estaban bloqueando. Eso no se puede permitir, pero es necesario saber quiénes son los jóvenes que están detrás de eso, uno por uno. No para cogerlos a todos y meterlos a la cárcel en primera instancia, sino para saber cuáles son las condiciones sociales en cada esquina. Debemos tener la capacidad de reprimir y la fuerza, pero no olviden pensar por qué están esos muchachos allá. Porque el narcotráfico se convierte en el mecanismo de solución de los problemas de una porción de la sociedad. Es necesaria una exigencia muy grande a la policía y una visibilidad permanente porque muchos responden de una manera digna a la confianza de la ciudadanía. Pero si generalizamos y decimos que todos son corruptos y no los miramos o si cuando los miramos lo hacemos como si fueran inferiores, tenga la certeza de que queda esto peor. Reconozcamos, miremos. Hay que ver el valor que tienen y, sobre eso, construir.
Hay gente que me dice que esto es imposible, que cómo tanta belleza; ‘pues ahí le hago el cálculo’, les contesto. Recuerdo que una vez fui a Davos, Suiza, al Foro. Naturalmente, un contexto extraño para mí. Y estaba sentado ahí y una periodista me dijo que me quería hacer una entrevista. Y yo le mostré lo que aquí acabo de explicar. Ella pensó que yo era un narcotraficante. No podía creer que en Medellín pudiéramos tener lo más bello del mundo. ¡Claro que tenemos! Tenemos el talento, la capacidad, tenemos la gente. Colombia es un país tremendo. Ha aprendido a sobrevivir en medio de tantas dificultades. Si nosotros le quitamos violencia y abrimos la puerta que tenemos para crear, tengan por seguro que su capacidad será arrolladora. Y esto que acabo de demostrar se puede hacer en cualquier lugar. Pero eso sí: no se roben ni un solo peso.
Yo crecí con los privilegios, pero escogí un camino desde muy temprano que fue ser matemático y cuando uno elige esa profesión es como ser sacerdote. Y el mundo de los matemáticos es de convicciones muy profundas, ideales, persistencia, disciplina y de lucha a cada segundo. Como yo llegué a esto viejo, yo no necesito que me carguen las maletas, ni que me estén poniendo en alguna parte, sino lograrlo por convicción muy profunda. Sé que es peligroso porque hay adulación, pero estoy muy viejo, tengo los pies en la tierra y disfruto mucho lo que estamos haciendo. Cuando me acuesto por las noches siempre digo gracias por tantas cosas y digo que necesito sabiduría. Porque a mí me van a atacar, a mí me insultan. A la confrontación a la que vamos, mi país se va a dividir en los uribistas y en los antiuribistas. Yo no soy ninguno de esos. Van a tratar de destruir todo lo que hicimos en Medellín por política sucia. Yo nunca en la vida le pegué a nadie. Hay gente que dice ‘entonces no es tan fuerte’ porque creen que al estar en una asociación hay que pegar, hay que agredir, hay que insultar. Respeto, decencia, dignidad. La fortaleza está en respetar los principios y las convicciones. Nunca en mi vida le di un golpe a alguien o lo saqué para llegar a un lugar. Siempre era el trabajo. Entonces yo trato de mantenerme ahí. Espero que no me desvíe muy a menudo”.

Para apreciar con más detalle las obras arquitectónicas mencionadas:
http://www.plataformaarquitectura.cl/2008/02/08/parque-biblioteca-leon-de-grieff-giancarlo-mazzanti/. El libro Del miedo a la esperanza es de libre acceso en http://www.sergiofajardo.com/ y la conferencia íntegra dividida en ocho videos, en http://www.youtube.com/watch?v=hTS-8mLe4Qo&feature=related

Victoria para Fajardo



Este es el segundo artículo de Renata Chapa sobre el ex alcalde de Medellín; el primero, "Del miedo a la esperanza", aparece inmediatamente arriba de este post:

Victoria para Fajardo

Renata Chapa

“No tienen ni idea de lo que es el crimen organizado. Ustedes usan ese término para definir los enfrentamientos entre los carteles del narcotráfico en México y, en realidad, nuestro país es sólo un eslabón más de esa cadena que representa el crimen organizado y que, a su vez, comprende diferentes giros. Hablando del narcotráfico como parte del crimen organizado, en Colombia comienza un corredor de corrupción, violencia y millones de dólares en circulación que termina en Estados Unidos y pasa por sus respectivos puntos intermedios. México es uno de ellos y, dentro de él, existen microcorredores, como el que, por ejemplo, representan Durango, Coahuila y Chihuahua”. Si esta aclaración ofrecida por un maestro mexicano que vivió un par de años en Bogotá es tomada como punto de partida para el análisis, entonces debimos poner más atención en los comicios que se llevaron a cabo para elegir al próximo presidente de Colombia.
Eran dos los candidatos favoritos. El primero fue Juan Manuel Santos, ex ministro de defensa del actual gabinete del presidente Álvaro Uribe quien, como algunos saben, cumplió su primer mandato presidencial de 2002 a 2006 y, luego, tras modificar la Constitución colombiana, fue reelegido por el periodo 2006-2010. Finalmente, Uribe quiso cambiar de nuevo la Constitución para lograr una segunda reelección, pero la Corte Constitucional falló en su contra.
El segundo candidato que punteaba en la preferencia electoral era Antanas Mockus, filósofo y matemático, ex rector de la Universidad Nacional de Colombia y dos veces alcalde de Bogotá. Mockus era el candidato a la presidencia por el Partido Verde, mismo que fue constituido con motivo de estas elecciones presidenciales por el propio Mockus y otros dos reconocidos ex alcaldes de Bogotá, Enrique Peñalosa y Luis, “Lucho”, Garzón. A los tres, Mockus, Peñalosa y Garzón, se les reconoce su trabajo en la impresionante transformación de la Bogotá que por décadas fue considerada la “peor ciudad del planeta”.
Uno de los contrincantes de Santos y del Partido Verde era el candidato independiente Sergio Fajardo, matemático y ex alcalde de Medellín. Su trabajo político combinado con la academia; su propuesta sobre la recaudación y asignación de los recursos públicos para construir y/o dignificar espacios para la educación y el emprendimiento social en los sectores más pobres; la manera en que redujo los índices de violencia, valga la repetición, en la “ciudad más violenta del mundo”, y su atinada imagen personal que, en términos de posicionamiento y manejo de redes sociales, le dieron una difusión trasnacional que incrementó por mucho su capital político.
Pese a que Sergio Fajardo ha visitado México sólo en dos ocasiones, su nombre ha cobrado popularidad en nuestro país y el caso de su administración se toma como ejemplo de cómo podría gestarse el necesario cambio de estructuras en nuestra clase política. Uno de los sitios visitados por Fajardo Valderrama fue Ciudad Juárez, Chihuahua; y el otro, Monterrey, Nuevo León. En ambos fue invitado a exponer la manera en que su administración, a través del lema “Medellín, la ciudad más educada”, encaró los altos niveles de violencia ocasionados por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y por el narcotráfico (o como precisaría el profesor mencionado al inicio de esta colaboración, por uno de los más fuertes giros del crimen organizado). La conferencia “Del miedo a la esperanza” dictada por el doctor Fajardo en el Tecnológico de Monterrey ha sido visitada cerca de 45 mil ocasiones en Youtube, también circula por correo electrónico y ha sido considerada para delinear ciertas plataformas políticas de administraciones municipales en nuestro país.
Sergio Fajardo tomó la decisión, apoyado por una consulta ciudadana, de unirse al Partido Verde y luchar por la vicepresidencia de Colombia.
Luego de conocer con más cercanía el discurso y resultados contundentes de la alcaldía de Sergio Fajardo, brincan dos preguntas casi obligadas: qué lo llevó a dejar la candidatura independiente para unirse al Verde y qué hubiera significado su victoria para México en términos de narcotráfico y violencia. Algunas posibles respuestas al segundo cuestionamiento casi surgen por añadidura cuando se conocen los brillantes antecedentes del doctor Fajardo y la estampa que tiene para manejarse en la esfera política. Pero surge, entonces, una duda más. Si era tan notorio que la opción para enfrentar al candidato uribista era el ex alcalde de Medellín, ¿por qué seleccionar a Antanas Mockus?
Una opción poco recomendable para haber conocido al candidato a la presidencia de Colombia por el Verde no eran sus participaciones más recientes en televisión o en radio. Su imagen no era la más convincente o la de mayor magnetismo político. Se le notaba cansado e incuso hubo quienes lo criticaron por su modo rebuscado y poco claro al hablar. “Como filosofando”, “como si fuera un pastor religioso” mencionaban algunos conductores de los medios electrónicos colombianos. Ver y oír a Mockus abrió la puerta al escepticismo y acaso al rechazo para luego reiterar que Sergio Fajardo debió haber sido el candidato presidencial. Sin embargo, en aras de una mayor comprensión de los hechos, debieron entrar en juego dos importantes variables: la primera, la identidad histórica de una ciudad vituperada por muchos y por bastantes años, Bogotá; y la segunda, la depauperada proyección internacional de la ciudad de Medellín, entidad que por más de cuatro décadas fue ubicada como el imperio de la cocaína, con una poderosísima mafia y redes de corrupción interminables, así como por su larga y aún interminable lista de muertos.
Para conocer el caso de Antanas Mockus es necesario bucear en sus orígenes. Posiblemente, regresar a su tiempo de niño genio que aprende a leer a los dos años sea demasiado, pero no así si el análisis comienza en su época como rector de la Universidad Nacional de Colombia donde, en los patios principales, rebeldes de las FARC y anarquistas lo enfrentaban a diario. Pintaban las paredes, tiraban bombas molotov, se ocultaban la mitad del rostro y acicateaban a más estudiantes a rechazar la figura de autoridad representada por Mockus. Un día, en el auditorio de la universidad y en medio de una descomunal rechifla, Mockus recordó haber estado en ese mismo lugar, pero viendo cómo otra persona también recibía esa misma dosis de silbidos. “Me dije: yo nunca pasaré por esa humillación. Algo haré. Mi reacción fue la que puede compararse con una persona que se pone muy violenta. Tal vez muchos asesinos sienten que no pueden resistir o sobrevivir a la humillación del momento. Lo que hice fue conectar dos extremos: rechazo extremo y sumisión extrema” (Bogotá cambió, www.youtube.com/watch?v=flgIjKH0okw). Antanas Mockus, el rector, dio varios pasos al frente, se bajó los pantalones y le ofreció al estudiantado la imagen de sus nalgas como respuesta. Esta conducta provocó su remoción del cargo, pero, a la vez, miles de colombianos le dieron un voto de confianza por la sinceridad de su reacción.
Mockus se lanzó como candidato independiente a la alcaldía de Bogotá. Su opositor fue Enrique Peñalosa quien, por primera vez en la historia de la política de Colombia, cambió las reglas del juego propagandístico al ausentarse de los foros de debates con sus contendientes para subirse a los camiones y taxis, visitar almacenes, andar en bicicleta por los barrios, tocar casa por casa y, en todos estos espacios, repartir volantes para promover su campaña a la alcaldía. Peñalosa era una especie de líder innato con una propuesta diferente: implementar una nueva filosofía urbana. Sin embargo, en un foro que él y Mockus sostuvieron de nuevo en la Universidad Nacional de Colombia, un estudiante subió al escenario y mientras Peñalosa hablaba, le tiró excremento en la cara. Peñalosa se contuvo, pero cuando fue el turno de Antanas Mockus, otro estudiante ni siquiera le permitió hablar porque subió a arrebatarle el micrófono. “En ese momento, perdí los estribos”, comenta Mockus, y acto seguido, comenzó a forcejear con el alumno. El escenario se llenó más de escándalo que de golpes. Y, contrario a lo que podría imaginarse, el 54% de los votantes, según encuestas aplicadas luego del incidente, estaban más inclinados a votar por Mockus. “Antanas barrió en las elecciones y se convirtió en alcalde. Llegó a ser todo un fenómeno de opinión con tan sólo unos pocos centavos. El primero de enero de 1995 asumió su cargo como primer alcalde independiente en la historia de Bogotá, enfrentando a un gobierno corrupto y con nepotismo. Formó un gabinete sin compromisos y con las mentes más brillantes del país basándose en capacidades. La invasión de académicos a la política había comenzado” (Ib.).
Estos referentes y el impresionante trabajo urbanístico que realizó Enrique Peñalosa una vez que relevó en el cargo municipal a Antanas Mockus es presentado en el documental de Andreas M. Dalsgaard, Bogotá cambió (“Upfront Films”
en colaboración con “The Danish Film Institute and DR y coproducción con Sundance Channel y NHK). Por escrito son muchos los sitios que consignan los alcances de Mockus (algunos de estos logros, no tan bien aceptados ni comprendidos) y de Peñalosa, pero si se compara la manera en que Sergio Fajardo explicitó su trabajo en la alcaldía de Medellín a través del manejo de imágenes testimoniales de su obra durante su gestión, revisar “Bogotá cambió” se vuelve indispensable para comprender de dónde proviene la fusión de académicos en el Partido Verde. A través de la radio por Internet disponible en la página web del Partido Verde (http://partidoverde.org.co/portals/0/emisora/popup.html) la mañana previa a la primera ronda de elecciones presidenciales, Sergio Fajardo declaró que los cuatro al frente del Partido Verde han tenido en sus manos gobiernos municipales, presupuestos millonarios, pero también las pruebas de la inversión de los impuestos que, al día de hoy, representan su más valioso capital: el de la confianza. Mockus, por citar un ejemplo, en su primer periodo como edil ganó el premio de la International Financing Review por negociar el mejor préstamo del año que le permitió pedir dos mil de los nueve mil millones de pesos que necesitaba para cambiarle la cara al tráfico de la ciudad después de décadas de descuido en Bogotá. En 1998, cuando Enrique Peñalosa gana la presidencia municipal, reubica a vándalos, drogadictos y bandas criminales que por ochenta años habían vivido en el centro de la ciudad (zona “El Cartucho”). A las áreas verdes amplísimas que rodeaban zonas residenciales exclusivas y country clubes de Bogotá, las volvió zonas deportivas abiertas al público y aprovechó parte de esos espacios para generar vías de comunicación donde eran igualmente valiosos tanto los coches como las bicicletas. Creó el sistema “Transmilenio” para que disminuyera el caos vial. Ninguno de estos cambios fue sencillo. De hecho, Peñalosa estuvo a un pelo de ser destituido. Su popularidad bajó incluso más que la de Bush en aquel tiempo. Pero su convicción por cambiar a su ciudad y por reflejar los valores obtenidos de su padre, según lo declarado en su discurso de toma de poderes, eran sus faros.
Estos logros, entre tantos más, eran los que ofrecía como carta de presentación el Partido Verde en Colombia. ¿Podría ofrecer algo más pesado el uribista Santos? Además de los 10.3 billones de pesos acumulados en los dos periodos de gobierno de Álvaro Uribe por concepto de impuestos para la seguridad en Colombia y que Fajardo invitó a analizar conforme al costo-beneficio al día de hoy, con qué otros blasones pudo haber competido de frente a las transformaciones espectaculares y útiles vividas en Bogotá y Medellín desde 1994 a la fecha.
La victoria aunque era para Fajardo, no quedó en manos de él ni de Mockus, Peñalosa y Garzón. Lejos queda la probabilidad de debilitar en nuestro país a los corredores y microcorredores del narcotráfico a partir de la dinámica sociopolítica colombiana. Esa fuerte rama del crimen organizado que tiene a México en una auténtica guerra interna pinta para tomar cada vez más fuerza. Ésta es una pésima noticia.
Pobre Colombia. Pobre México. Aquí y allá las venas siguen abiertas con un dolor histórico que no deja de chorrear a borbotones.

sábado, septiembre 25, 2010

Decálogo del Peje



He aquí el video con el decálogo propuesto por Andrés Manuel López Obrador para salvar lo que queda de país:

Tres años entre metales



En menos de diez años La Laguna experimentó un cambio notable en su infraestructura museística. En vez de “La Laguna” quizá debo decir “Torreón”, pues esta ciudad es la que vio el nacimiento de, al menos, cuatro museos que no escatimaron recursos para abrir sus puertas con el ánimo de ofrecer exhibiciones de alta calidad. Estas instituciones son el Museo Arocena, el Museo de la Revolución, el Museo del Algodón y el Museo de los Metales. Hay que agregar el Museo Francisco I. Madero de San Pedro, pues aquel municipio también es lagunero. Cada uno tiene su peculiaridad, y juntos ofrecen un menú de paseos culturales ya bastante digno si lo comparamos con el ofrecido en un pasado no tan lejano.
Me detengo en el Museo de los Metales pues precisamente hoy cumple tres años. Dirigido por mi siempre querida amiga Cristina Matouk Núñez, el MM ha logrado su asentamiento en un lapso brevísimo. Cierto que en estos casos el auspicio económico es importante, pero también lo es, y mucho, el ingenio, la creatividad, el gusto por crear espacios que digan algo nuevo al visitante. El MM, ejemplo de museo especializado, brinda un buen número de servicios y poco a poco logra el cometido de convertirse en sólido “promotor de nuevas vocaciones en ciencias de la Tierra a través de su programa de Servicios Educativos”.
Le he pedido a Cristy Matouk que me informe sobre la diversidad de propuestas impulsadas por el MM. El resumen que me dio es rico y misceláneo. Se realizaron, expone, visitas guiadas para grupos escolares y público en general y se atendió un total de 15,500 personas en el período septiembre 2009-agosto del 2010. Este año, señala, se incrementó la visita espontánea del público, sobre todo de familias, indicador de que un mayor número de padres de familia está volteando a ver al Museo como una alternativa de esparcimiento y aprendizaje para ellos y sus hijos. Además, el 11 y 12 de marzo se llevó a cabo con éxito el “Primer taller de Inicio a la ciencia: experimentos simples para entender una Tierra complicada”, dirigido a profesores de primaria y secundaria y ofrecido por el Centro de Geociencias de la UNAM a través del Programa de Desarrollo Comunitario de Met-Mex Peñoles y el Museo de los Metales. Se instruyó a 115 profesores en las materias “La presión atmosférica y la caída de cuerpos”, “La luz y los colores” y “Los continentes y los océanos flotan”. Los profesores acudieron de escuelas vecinas a la empresa Peñoles y de otras instituciones públicas y privadas de Torreón (para el año 2011 se dará continuidad a este programa con el segundo taller). Asimismo, fueron impulsados dos clubes de niños que habían trabajado como proyectos piloto en 2009; éstos lograron consolidarse en 2010 al reunir cada mes un promedio de 25 niños asiduos al Museo en cada club.
Es importante destacar el valor del MM como difusor, sobre todo, de la ciencia. Ya que los espacios dedicados al conocimiento científico no abundan en México, el MM se ha convertido en un oasis científico para La Laguna, un privilegio que ojalá siga siendo aprovechado, sobre todo, por la niñez y por los profesores.
Ahora bien, no quedaron al margen las actividades más estrechamente vinculadas con el trabajo de un museo. En el MM se realizaron exposiciones temporales, actividades para toda la familia y eventos especiales. Abordaron particularmente el tema de la diversidad biológica conforme a la propuesta mundial de la UNESCO, tema ligado a las ciencias de la Tierra. Fue el caso de la exposición Invertebrados prehistóricos y fósiles vivientes, conferencias y exposiciones sobre flora y fauna local, talleres sobre insectos y sobre los Triops, animales prehistóricos. Igualmente, resaltaron algunas actividades dedicadas a la conmemoración del bicentenario de la Independencia y centenario de la Revolución, como la exposición “Identidad en re-construcción, símbolos de lo mexicano en plata”.
Por todo, enhorabuena para quienes cimientan, apoyan y dirigen el Museo de los Metales. El conocimiento científico de y en La Laguna acusa un impulso muy valioso gracias al trabajo de este espacio joven y ya muy importante en la fisonomía cultural de nuestra comarca.

viernes, septiembre 24, 2010

Cine con carrilleras



Exactamente el día de su cumpleaños, el 22 de septiembre pasado, me enteré de que Fernando Fabio Sánchez cristalizó por fin un sueño largamente trabajado: la publicación de La luz y la guerra: el cine de la Revolución Mexicana (Conaculta, 2010). Desde lejos, un poco al sesgo pero siempre con interés, vi cómo crecía ese libro armado por Fernando junto a otro torreonense amigo, Gerardo García Muñoz. El libro ya está en circulación, todavía no lo tengo pero por las dos firmas que lucen debajo de su título sé que es un documento magnífico para adentrarnos en la presencia de la Revolución en el cine. Se trata de un libro colectivo, de un lúcido engarce de ensayos de académicos especializados en el tema, todos coordinados por dos brillantes laguneros.
En la promoción del libro es subrayado lo siguiente: “La Revolución mexicana fue el primer conflicto bélico cuya grandilocuente e incómoda belleza fue exhibida comercialmente en cines de todo México y, después, del mundo entero.
En los albores de la industria cinematográfica mundial, la Revolución mexicana se entrecruzó con géneros vinculados con el filme de aventuras y la comedia campirana. Más tarde, los artistas e intelectuales alineados con los preceptos del muralismo y la Novela de la Revolución, tuvieron un rol fundamental en la arquitectura del relato visual de la guerra. Aún así, el cine puso de manifiesto que la idea de la Revolución nunca fue una sola: estuvo formada por una acumulación de fragmentos, dicotomías y afirmaciones contradictorias que no se narraron de manera estable, ni se interpretaron del mismo modo en todos los espacios geográficos, posiciones sociales, genéricas y raciales.
La luz y la guerra: el cine de la Revolución mexicana no intenta enjuiciar ni salvar películas, ya sea por adhesión o resistencia a la cultura oficial, ni tampoco por su calidad técnica o estética. Se interesa en las cintas porque son el sueño de luz y pasado en que vivió una nación; un sueño actualizado constantemente en la oscuridad y el instante: la guerra que continuó en la pantalla pese al hecho de que ya había dejado de existir”.
Fernando Fabio Sánchez (Torreón, Coahuila, 1973) es profesor de estudios literarios y cinematográficos en Portland State University, Portland, Oregon. Obtuvo el Doctorado en Letras Latinoamericanas en University of Colorado en Boulder en 2006. Su línea principal de investigación ha sido, hasta el momento, el concepto de modernidad y sus diferentes relaciones con el arte, el nacionalismo, la violencia y la cultura en el México posrevolucionario. Textos académicos suyos han formado parte de revistas y libros en México, Estados Unidos e Inglaterra. Ha publicado, entre otros libros de crítica literaria, narrativa y poesía, Artful Assassins: Murder as a Art in Modern Mexico (Vanderbilt University Press, 2010), volumen que propone el asesinato como una escena fundacional del México posrevolucionario, por medio de un análisis del relato criminal mexicano en el cine y la literatura, así como en otras manifestaciones culturales. Actualmente, prepara un estudio sobre la filmografía de Felipe Cazals y realiza una investigación sobre la cultura visual en el siglo XIX mexicano. Ha publicado dos libros de cuento, uno de poesía y dos de ensayo; con uno de estos últimos ganó el premio nacional Abigael Bohórquez 1998.
Por su parte, Gerardo García Muñoz nació en Torreón en 1959. Doctor en letras latinoamericanas por Arizona State University, fue catedrático en Southwest Minnesota State University. Ha publicado los libros El sueño creador: el ABC de la invención (1994) sobre la novela La invención de Morel del escritor argentino Adolfo Bioy Casares; La vigilia del Almirante (1997); Julio Ramón Ribeyro: cinco claves de su cuentística (2003), y la monografía Las paráfrasis plásticas de Alberto Gironella (1997). Sus artículos sobre literatura mexicana han aparecido en las revistas Semiosis, Texto crítico, Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, Studies in Latin American Popular Culture, Chasqui, Hispania y Revista de la Universidad de México. Sus áreas de interés son la literatura policíaca, el cuento posmoderno, la novela de la Revolución y la narrativa penitenciaria. Actualmente es profesor de la Prairie View A&M University, en Texas.
En suma, dos laguneros destacados cosechando los frutos de su talento y su dedicación.

jueves, septiembre 23, 2010

Cien de la UNAM



He escrito ya, y no me cansaría de repetirlo cada vez que se presente la oportunidad, que la UNAM es la UNAM. Sé como cualquiera que su labor en investigación científica es muy importante, diría fundamental para el futuro del país, pero de eso sé poco y obviamente lo respeto a ciegas, sólo confiado en el prestigio de los científicos que han pasado por sus aulas y sus laboratorios. Lo que conozco un poco mejor, aunque no tan bien como quisiera, es su aportación a las humanidades, el poderoso apoyo que le da a la investigación social y la práctica artística. En eso la UNAM no tiene par en México y es una de las más sólidas en el plano académico internacional, sin duda.
Por eso me alegra que cumpla años, cien ya. Con todo y los defectos señalados en un ejemplar reciente de Letras Libres, la UNAM es un espacio que debemos seguir defendiendo quienes todavía creemos en la educación pública. Como lo muestra Javier Flores en un artículo publicado en La Jornada, algunas críticas contra la UNAM en materia de investigación científica y patentes, por ejemplo, estarían mejor encaminadas si apuntaran al sector empresarial mexicano, pues la tendencia mundial es que las grandes empresas de un país apoyen ese rubro, lo que en México no ocurre pese a que aquí nacieron y viven algunos de los grandes multimillonarios del planeta.
En la hora de los balances que plantean siempre los aniversarios de número cerrado, como el centenario, es innegable que la Universidad ha rendido magníficos servicios al país. Lo aceptemos o no, en esas aulas, en esos corredores, en esas bibliotecas y laboratorios se ha formado una muy significativa cantidad de mexicanos dedicados al conocimiento en todas sus vertientes. De hecho, podemos pensar en cualquier mexicano de mérito, antiguo o moderno, y nos daremos cuenta de que ha sido objeto de estudio en la Universidad y/o pasó por la Universidad como estudiante, maestro o funcionario. Es la UNAM, para acabar pronto, el espacio de la cultura mexicana en el que ha convergido lo mejor del pensamiento nacional y foráneo, el más vigoroso difusor de las ideas en un país no caracterizado precisamente por su respeto al trabajo intelectual.
Así entonces, me alegra el centenario de la UNAM porque es el cumpleaños de una hermana mayor, de una hermana y maestra, de un venero cultural cuya influencia en mi vida se ha dado sobre todo por sus publicaciones. Acá entre nos, soy desde hace muchos años, treinta más o menos, un secreto y orgulloso usuario de muchas de sus publicaciones, obras preparadas e impresas con un respeto mayúsculo por la calidad editorial, como es el caso de la Revista de la Universidad o las colecciones de sus departamentos especializados en literatura. No he pasado por sus aulas, quizá jamás lo haré, pues ya es un poco tarde para intentar emprendimientos escolares, pero sé que la UNAM me ha dado el goce de la cultura que difunde y la autoestima de saber que es una institución respetada por los más exigentes intelectuales del mundo.
Este aniversario debe servir, además, para replantear la necesidad de mejorarla e impedir a toda costa que con sutileza o sin ella sea víctima de intentonas por corroerla. Es bien sabido que los gobiernos recientes, poco afectos a la educación superior pública, han movido hilos para zarandear a la Universidad, para picarle los cimientos sobre todo por el lado de los presupuestos. La UNAM y todos sus simpatizantes, desde cualquier foro, debemos manifestarnos y no permitir que la benemérita institución sea atacada. Con defectos, limitaciones y todo lo que queramos señalar, la UNAM es la casa de estudios más importante de México. Celebremos su centenario y al mismo tiempo soñemos con su fortalecimiento y su vigencia, que por nuestra raza siga hablando su generoso espíritu.

Tony Balquier, in memoriam
Murió ayer Tony Balquier. A sus familiares y amigos, a quienes mucho lo querían y lo respetaban, vaya un abrazo fraterno y respetuoso de mi parte.

miércoles, septiembre 22, 2010

Nuevo libro de mis amigos



Fernando Fabio Sánchez y Gerardo García Muñoz, ambos torreonenses y ambos mis amigos, acaban de publicar un nuevo libro. Desde ya, antes de haberlo leído, lo recomiendo. Por lo pronto sólo tengo su portada. Luego le hincaré el ojo; ya preveo que se trata de una valiosa aportación al conocimiento de nuestro cine y nuestra revolución.

Volver a Ramón



Estuve el fin de semana pasado, hasta el lunes, en el DF. Lo primero que hice fue apersonarme en la plancha del zócalo para ver la decoración, el gesto que dejó el Grito. Publicado aquí, unos días antes había escrito un texto donde afloró, otra vez en mi caso, el nombre de Ramón López Velarde. Pues bien, busqué su “Sueve patria” y de pasó oí la grabación donde Guillermo Sheridan lee el poema. Eso sirvió para que en todo mi recorrido de la capital me persiguieran los versos del jerezano, sus adjetivos perfectos. Comprobé que no es un poema para leerse con los ojos, sino con los oídos. Recordé además que hace tiempo escribí “López Velarde en caset”, artículo donde recomiendo un material que el FCE sigue editando. Mi texto fue éste; no dudo en sugerir que quien de veras guste de la poesía en general y de López Velarde en particular, corra a conseguir la grabación que aquí describo:
El Fondo de Cultura Económica, la editorial más importante de México, en su catálogo de los años recientes ofrece la serie Entre voces, colección de casetes y discos compactos que alberga las obras literarias de autores consagrados. Rulfo, Monterroso, Castellanos, Chumacero, Sabines y otros escritores de similar estatura han sido reunidos para celebrar con sus textos el gusto de la palabra hablada.
Hace diez años, una empresa mexicana de cuyo nombre no puedo acordarme lanzó al mercado un proyecto llamado, creo, audilibros o algo así. Consistía en casetes que resumían novelas, cuentos y piezas similares para estimular, en los lectores que no leen, el conocimiento de las obras maestras. Por supuesto, el deplorable plan fue rechazado con silbidos por la comunidad intelectual mexicana, ya que los audilibros eran pésimas y tijereteadas adaptaciones de los libros originales y al final dicha propuesta, lejos de alentar el hábito de la lectura, alentaba sólo el del menor esfuerzo y del mal gusto. No sucede lo mismo con Entre voces, del fce. En un caset o cd se han grabado algunos materiales sin mutilación, materiales que dan una idea clara y sintética de cada autor incluido. Son, como si dijéramos, breves antologías sonoras, con producción sencilla pero eficaz. Basta como ejemplo el volumen Poesía, que con la voz del escritor Guillermo Sheridan nos regala un muestrario de lo heredado por el deslumbrante y precoz virtuoso que fue Ramón López Velarde.
Algún desconfiado pensará que este caset, y la lectura de Sheridan, se parece a los ofrecidos en productos similares por charlatanazos de la lectura poética como Paco Stanley o Susana Alexander, a quienes se les nota demasiado un tono declamatorio, teatralizado, pedante, obsoleto. Sheridan lee poesía como se debe leer: con ritmo y entonación plácidos, mesurados, sin aspavientos, sin muecas lloriqueantes, lo cual garantiza la calidad de esta producción. Contiene el volumen, además de una “Introducción”, poemas de López Velarde correspondientes a Primeras poesías, La sangre devota, Zozobra, El son del corazón y, por supuesto, íntegra, La suave Patria. Además, muestra algunas prosas de El minutero, pequeñas composiciones que el artífice de Zacatecas confeccionó para las prensas periodísticas.
La grandeza poética de López Velarde ha sido ponderada con infinitos elogios por la crítica más severa. Cualquier poema, cualquiera, evidencia el formidable talento del jerezano y ahorra el uso de adjetivos encomiásticos. Cerremos esta nota con algunos prodigiosos miligramos de La suave Patria:
Suave Patria: te amo no cual mito, / sino por tu verdad de pan bendito, / como a niña que asoma por la reja / con la blusa corrida hasta la oreja / y la falda bajada hasta el huesito”.

Hoy, conferencia del doctor Corona
Hoy a las ocho de la noche en el Museo de la Revolución (Lerdo de Tejada 1029, Torreón), el doctor Sergio Antonio Corona disertará sobre La Laguna durante las guerras de independencia. Tratará dos temas en uno. Primero, el impacto económico de la guerra de independencia en la Comarca Lagunera, ya que es precisamente gracias a eso que entre 1811 y 1813 surge el cultivo del algodón en la Comarca de una manera significativa. Segundo, que las guerras de independencia en realidad están enmarcadas por dos sucesos internacionales: la invasión de España por los franceses en 1808, que da inicio a los movimientos autonomistas o independentistas en la Nueva España, y el golpe de estado de Rafael del Riego en la España de 1820, que fue la causa de que las cúpulas de poder de Nueva España, sobre todo el clero, optara por la consumación de la independencia.

domingo, septiembre 19, 2010

Conferencia del doctor Corona Páez


Caos de la comida



Nomádica ha llegado en días recientes a su número 50. Lo ha hecho discretamente, sin celebrar nada aunque sea legítimo sentir orgullo por el aguante, más porque se trata de una publicación con contenidos ajenos a las temáticas más redituables del mercado informativo. Felicito a la tribu nomádica y aquí dejo “Caos de la comida”, mi colaboración de ese ejemplar:
El problema de salud pública que se cierne sobre México debido a la obesidad y las enfermedades que detona no está para atenderlo con demora. Autoridades del sector, con estadísticas en mano, han hecho énfasis en datos escalofriantes. Por ejemplo, que en el DF tres de cuatro camas de hospital hoy son usadas por enfermos con algún padecimiento vinculado a la obesidad. Los niños, sobre todo los niños, son las principales víctimas, y por supuesto que lo son debido a la muy desordenada dieta que tienen al alcance del estómago. Las mismas autoridades señalan que si no hay un correctivo radical, en diez años colapsará el sistema de salud en el país.
Más allá de los catastrofismos que sirven como alerta, creo que no llegaremos a tanto, pero es incuestionable: aquí hay un problema que ha escalado y seguirá haciéndolo porque de unos años a la fecha se alteró sustancialmente la dinámica alimenticia de los mexicanos. Como me lo hizo ver el doctor Rafael Acosta, en menos de dos décadas cambiamos el paradigma de la alimentación dentro del hogar. Pasamos, por definirlo de algún modo, de la comida preparada por la madre a la comida comprada por la madre. Parece lo mismo, pero no lo es. Además de que el mercado no había desarrollado tantos productos de comida facilista, en el esquema antiguo la madre participaba de las tareas del hogar al grado máximo, en todo y siempre con muy poco reconocimiento social, vale decir. Además del cuidado de la ropa, del aseo del hogar y en buena medida de la educación, la madre se encargaba de la alimentación: desde comprar el mandado hasta preparar la comida y administrar las raciones.
En tal dinámica, la comida que insumían las familias pasaba pues por las manos expertas de la madre. Los guisos eran en gran parte naturales, la verdura y la fruta era cortada y picada a mano, se bebía mucha agua de frutas naturales de temporada y como las familias eran en general más numerosas, la ingesta muy pocas veces era excesiva; además, como el entorno era menos peligroso, los niños jugaban al aire libre y quemaban calorías. Junto con eso, como bien me lo ha comentado el doctor Acosta, la madre no preguntaba a sus hijos qué querían comer; simplemente servía de acuerdo a sus pericias gastronómicas y al alcance del “chivo” que acercaba el macho proveedor.
Pero algo pasó con este modelo, y eso ocurrió en muy poco tiempo. Por supuesto que todo fenómeno social, y más si se trata de un cambio, obedece a múltiples factores. Uno de los que modificaron el paradigma de la madre al frente de la alimentación en el hogar fue la precaria situación económica que la obligó a trabajar y obtener una remuneración fuera de casa. Hay en esto, por supuesto, una necesidad legítima de liberación y desarrollo de sus capacidades, pero a su salida del hogar, por así decirlo, no se aparejó la incorporación del hombre ni de los hijos a las tareas caseras, de suerte que, entre otras necesidades, la del alimento quedó un poco al garete, a merced del azar y, sobre todo, del mercado que de inmediato aprovechó el vacío con un sinnúmero de productos y servicios supletorios. Tanto la comida chatarra de bajísima calaña como la llamada “rápida” que se disfraza de buena alcanzaron el estrellato. A la alimentación del hogar, al caldo de verduras y el arroz y los frijoles y el huevo y el picadillo y el agua de limón los sucedieron las pizzas, las hamburguesas, los pollos muy grasosos, las frituras, los pastelillos, los refrescos y las golosinas más artificiales, todo en cantidades desmesuradas.
Una imagen me sirve para ilustrar la afirmación y advertir en ella lo grave, lo terrible de la nueva realidad alimenticia de los mexicanos, lo que ha dado como resultado el famoso problema de la obesidad infantil. Para nadie mayor de cuarenta años es desconocida la costumbre, casi la institución, de la “vianda” (quizá muchos vimos a nuestros padres con ese aditamento), la comida que el trabajador llevaba a su espacio de labores en varios recipientes que abría a la hora de comer. Por supuesto, se trataba de un guiso o cualquier otro preparado hecho en casa, modesto, sano y rico. La vianda era uno de los rasgos distintivos, por ejemplo, del albañil, quien cargaba sus recipientes todos los días, siempre con comida elaborada en casa, muy modesta y con una carga especial de tortillas que luego calentaba en algún comal de improvisada lámina. Eso desapareció. Ahora, no sin alarma he visto que el desayuno y la comida de los albañiles es la más pragmática y aborrecible de todas, aunque también la más económica si pensamos que cuesta alrededor de quince pesos: se trata de un refresco y una o dos bolsas de frituras. Si llevamos estos hábitos al conjunto de la sociedad, concluiremos que la mala, la pésima alimentación nació cuando en el hogar ya no hubo un administrador que procurara, con imaginación y competencia de madre antigua, el sustento de la familia. El problema es, insisto, más complejo, pero el cambio de paradigma en las faenas alimenticias dentro del hogar ha sido una de las principales bases de la gravosa obesidad.

sábado, septiembre 18, 2010

Columna El síndrome de Esquilo



Esta es la columna El síndrome de Esquilo publicada hoy por Vicente Alfonso en El Siglo de Torreón; gracias a Vicente por el cebollazo:

Un judicial en el metro

Vicente Alfonso

El 12 de septiembre me enteré, por un correo de Jaime Muñoz Vargas, de que el libro de cuentos Leyenda Morgan fue elegido para formar parte del programa capitalino "Para leer de boleto en el Metro". Se hará una reedición de 10 mil ejemplares que serán distribuidos gratuitamente entre los usuarios del sistema de transporte colectivo de la Capital.
Hasta donde tengo noticia, el único registro lagunero que había entrado en este programa editorial había sido ¡Buen viaje! Décimas, sonetos, octavas y liras para niños escrito por Frino en 2008 y publicado también durante este año.
Jaime Muñoz nos tiene acostumbrados a este tipo de "vuelacercas" (para decirlo en lenguaje beisbolero). Ahí nomás, con el mismo título, ganó hace algunos años el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí. Además, sus novelas El principio del Terror y Juegos de amor y malquerencia fueron ampliamente difundidas.
El caso es que en cinco historias, Leyenda Morgan construye o reconstruye los ambientes sórdidos del Torreón nocturno.
El hombre a quien apodan Morgan es un policía judicial con buen instinto de investigador e implacablemente corrupto: sabe cómo se mueven las cosas en la sombra. Si detectives como Sherlock Holmes confían en que la escena del crimen les dará elementos suficientes para disipar cualquier interrogante, Morgan sabe que en México (y en La Laguna) cada vez que alguien muere lo más probable es que la evidencia sea alterada, modificada, borrada y para decirlo pronto, robada.
Con anécdotas atractivas que por momentos coquetean con la crónica de rincones que todos los laguneros conocemos (o deberíamos conocer), Leyenda Morgan es una prueba palpable y legible de uno de los productos que exporta La Laguna: buena literatura.
Leyenda Morgan fue publicado por primera vez por Ediciones sin Nombre, la editorial que navega al timón de José María Espinosa y Ana María Jaramillo, que entre sus autores cuenta a Esther Seligson y a Federico Campbell.
Fue precisamente el maestro Campbell quien escribió en su columna "La hora del lobo" estas líneas respecto al libro que hoy nos ocupa:
"Si el mero nombre pudiera ser destino, el protagonista Primitivo Machuca Morales no hubiera tenido otra opción que ser policía. Apodado Morgan por su parecido con Joe Morgan, beisbolista que jugó en el cuadro de los Rojos de Cincinatti, es un agente de la judicial (un representante del Estado) con excelente intuición para investigar y con un buen instinto de conservación. No come lumbre. Sabe dónde no meterse.
"El teniente Morgan trabaja solo, fuma uno tras otro como si el humo no afectara la hidráulica del corazón (que es una bomba); bebe cuando está en servicio y escucha a Los Alegres de Terán y a Los Cadetes de Linares. Y lo más importante, es un asiduo lector de revistas policiales de monitos y por ello fantasea con que él mismo protagoniza una de estas publicaciones.
"Eso lo convierte en el legendario teniente Morgan, del mismo modo en que Alonso Quijano se volvió don Quijote gracias a una adicción: las novelas de caballerías".
vicente_alfonso@yahoo.com.mx

Show forastero



Con unos nacionalistas whiskys —nacionalistas porque son del whisky más barato y se ajustan a mi presupuesto mexicano— resistí el miércoles “la noche del Grito” vía cadena nacional. Tenía una vaga curiosidad por asomarme al festejo cívico más importante de los últimos 199 años de nuestra historia, así que me hice de unos tragos y colocado frente a la tele me fumé la crónica entusiasta de Joaquín López Dóriga y Adela Micha. No toda, sólo una media hora previa a la salida de Calderón al balcón de Palacio Nacional donde jaló la borla y gritó por los héroes que nos dieron Patria y por —muy anacrónicamente, surrealistamente— la Revolución.
Lo que admiré la noche del Grito no pude procesarlo bien hasta que en la madrugada, entre sueños, vi bailando a unos personajes como de Alicia en el país de las maravillas. Eran unos sujetos con disfraz de frutas y con instrumentos musicales falsos. Bailaban amaneradamente al ritmo de un tema jacarandoso y simulaban tocar trompetas y guitarras apócrifas. Parecían algo semejante a una coreografía de los tres caballeros, la caricatura disneyana donde sale José Carioca, Pancho Pistolas y el Pato Donald. Luego, en el sueño vi la larga imagen de la sierpe metálica y flotante de Kukulkán, una especie de megaglobo aluminioso como los que venden en cualquier alameda o tienda de regalos. Después, más honda la madrugada, miré en la pantalla de mis sueños la figura del coloso levantado con grúas en el zócalo capitalino, ese gigante que de inmediato comenzó a recibir apodos: Jesús Malverde, José Stalin, Vicente Fox; para mí es una mezcla de Zapata con Paul Bunyan, la estatua del leñador famosa por Los Simpson. Luego de ver esas imágenes, del sueño pasé a la pesadilla, de donde concluyo que no debo ver desfiles espectaculares mientras bebo mi dosis hebdomadaria de whisky barato.
Casi por unanimidad se aseguró que la fiesta de la Independencia había sido preparada según los modelos del show business norteamericano, de los que por cierto ya dependemos para entretenernos y para mucho más. Los millones pagados a una compañía extranjera sirvieron para organizarnos una calca de desfile de Las Rosas de Pasadena, California, con ciertos toques de Cirque de Soleil y algunas pizcas de peregrinación a la basílica. El resultado fue entonces un híbrido, una especie de megalebrije casi indigesto a la mirada.
¿Qué hubiera sido lo mejor? No sé. Zabludovsky, el inefable Zabludovsky que hoy lava su imagen las 24 Horas del día, aunque principalmente de 1 a 3, escribió un artículo que gracias a las cadenas que nunca faltan caminó con mucha suerte en miles de bandejas de mail; hablaba allí de suspender el pachangón, dado que el gasto sería excesivo y el horno de la patria no estaba para bollos celebratorios. Miles hicieron circular la recomendación de don Jacobo, pero nadie dio un paso atrás, y menos el equipo calderonista que ya estaba muy entrado en gastos y armazón logística estilo Disney.
El asunto es que la fiesta ya pasó y por supuesto que la espectacularidad artificiosa poco tuvo de mexicana, si es que todavía hay algo que sea mexicano. Los cuadros bailables parecían una especie de marcha carnavalesca inapropiada para la fecha y muchos carros alegóricos estaban más fuera de lugar que Carlitos Tévez en aquel gol maldito que repitieron en la pantalla gigante de Sudáfrica. Claro, los motivos a veces aspiraron a mexicanizar la noche, pero en todo había un tufo de irracionalidad o falso orgullo. Por ejemplo, un carro alegórico llamado “El Juguetero” mostraba algunos juegos mexicanos que ya no juegan ni los niños pobres, hoy también aleccionados con los videos (caseros o callejeros, o sea, esas máquinas instaladas en madrigueras donde birlan el escaso dinero de los niños al garete). Un trompo, un rehilete, una lotería, un balero gigantes adornaban ese carro no tanto para que sintiéramos orgullo sino para mostrar cachivaches hoy devorados por la tecnología fuereña. Y así muchos otros carros, aunque a juzgar por la reacción del respetable ya nos aclimatamos a ese tipo de desfile televisivo, un desfile muy a la gringa con el que pudimos gritar, orgullosos, ¡viva la “Independencia”!