Este es el segundo artículo de Renata Chapa sobre el ex alcalde de Medellín; el primero, "Del miedo a la esperanza", aparece inmediatamente arriba de este post:
Victoria para Fajardo
Renata Chapa
“No tienen ni idea de lo que es el crimen organizado. Ustedes usan ese término para definir los enfrentamientos entre los carteles del narcotráfico en México y, en realidad, nuestro país es sólo un eslabón más de esa cadena que representa el crimen organizado y que, a su vez, comprende diferentes giros. Hablando del narcotráfico como parte del crimen organizado, en Colombia comienza un corredor de corrupción, violencia y millones de dólares en circulación que termina en Estados Unidos y pasa por sus respectivos puntos intermedios. México es uno de ellos y, dentro de él, existen microcorredores, como el que, por ejemplo, representan Durango, Coahuila y Chihuahua”. Si esta aclaración ofrecida por un maestro mexicano que vivió un par de años en Bogotá es tomada como punto de partida para el análisis, entonces debimos poner más atención en los comicios que se llevaron a cabo para elegir al próximo presidente de Colombia.
Eran dos los candidatos favoritos. El primero fue Juan Manuel Santos, ex ministro de defensa del actual gabinete del presidente Álvaro Uribe quien, como algunos saben, cumplió su primer mandato presidencial de 2002 a 2006 y, luego, tras modificar la Constitución colombiana, fue reelegido por el periodo 2006-2010. Finalmente, Uribe quiso cambiar de nuevo la Constitución para lograr una segunda reelección, pero la Corte Constitucional falló en su contra.
El segundo candidato que punteaba en la preferencia electoral era Antanas Mockus, filósofo y matemático, ex rector de la Universidad Nacional de Colombia y dos veces alcalde de Bogotá. Mockus era el candidato a la presidencia por el Partido Verde, mismo que fue constituido con motivo de estas elecciones presidenciales por el propio Mockus y otros dos reconocidos ex alcaldes de Bogotá, Enrique Peñalosa y Luis, “Lucho”, Garzón. A los tres, Mockus, Peñalosa y Garzón, se les reconoce su trabajo en la impresionante transformación de la Bogotá que por décadas fue considerada la “peor ciudad del planeta”.
Uno de los contrincantes de Santos y del Partido Verde era el candidato independiente Sergio Fajardo, matemático y ex alcalde de Medellín. Su trabajo político combinado con la academia; su propuesta sobre la recaudación y asignación de los recursos públicos para construir y/o dignificar espacios para la educación y el emprendimiento social en los sectores más pobres; la manera en que redujo los índices de violencia, valga la repetición, en la “ciudad más violenta del mundo”, y su atinada imagen personal que, en términos de posicionamiento y manejo de redes sociales, le dieron una difusión trasnacional que incrementó por mucho su capital político.
Pese a que Sergio Fajardo ha visitado México sólo en dos ocasiones, su nombre ha cobrado popularidad en nuestro país y el caso de su administración se toma como ejemplo de cómo podría gestarse el necesario cambio de estructuras en nuestra clase política. Uno de los sitios visitados por Fajardo Valderrama fue Ciudad Juárez, Chihuahua; y el otro, Monterrey, Nuevo León. En ambos fue invitado a exponer la manera en que su administración, a través del lema “Medellín, la ciudad más educada”, encaró los altos niveles de violencia ocasionados por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y por el narcotráfico (o como precisaría el profesor mencionado al inicio de esta colaboración, por uno de los más fuertes giros del crimen organizado). La conferencia “Del miedo a la esperanza” dictada por el doctor Fajardo en el Tecnológico de Monterrey ha sido visitada cerca de 45 mil ocasiones en Youtube, también circula por correo electrónico y ha sido considerada para delinear ciertas plataformas políticas de administraciones municipales en nuestro país.
Sergio Fajardo tomó la decisión, apoyado por una consulta ciudadana, de unirse al Partido Verde y luchar por la vicepresidencia de Colombia.
Luego de conocer con más cercanía el discurso y resultados contundentes de la alcaldía de Sergio Fajardo, brincan dos preguntas casi obligadas: qué lo llevó a dejar la candidatura independiente para unirse al Verde y qué hubiera significado su victoria para México en términos de narcotráfico y violencia. Algunas posibles respuestas al segundo cuestionamiento casi surgen por añadidura cuando se conocen los brillantes antecedentes del doctor Fajardo y la estampa que tiene para manejarse en la esfera política. Pero surge, entonces, una duda más. Si era tan notorio que la opción para enfrentar al candidato uribista era el ex alcalde de Medellín, ¿por qué seleccionar a Antanas Mockus?
Una opción poco recomendable para haber conocido al candidato a la presidencia de Colombia por el Verde no eran sus participaciones más recientes en televisión o en radio. Su imagen no era la más convincente o la de mayor magnetismo político. Se le notaba cansado e incuso hubo quienes lo criticaron por su modo rebuscado y poco claro al hablar. “Como filosofando”, “como si fuera un pastor religioso” mencionaban algunos conductores de los medios electrónicos colombianos. Ver y oír a Mockus abrió la puerta al escepticismo y acaso al rechazo para luego reiterar que Sergio Fajardo debió haber sido el candidato presidencial. Sin embargo, en aras de una mayor comprensión de los hechos, debieron entrar en juego dos importantes variables: la primera, la identidad histórica de una ciudad vituperada por muchos y por bastantes años, Bogotá; y la segunda, la depauperada proyección internacional de la ciudad de Medellín, entidad que por más de cuatro décadas fue ubicada como el imperio de la cocaína, con una poderosísima mafia y redes de corrupción interminables, así como por su larga y aún interminable lista de muertos.
Para conocer el caso de Antanas Mockus es necesario bucear en sus orígenes. Posiblemente, regresar a su tiempo de niño genio que aprende a leer a los dos años sea demasiado, pero no así si el análisis comienza en su época como rector de la Universidad Nacional de Colombia donde, en los patios principales, rebeldes de las FARC y anarquistas lo enfrentaban a diario. Pintaban las paredes, tiraban bombas molotov, se ocultaban la mitad del rostro y acicateaban a más estudiantes a rechazar la figura de autoridad representada por Mockus. Un día, en el auditorio de la universidad y en medio de una descomunal rechifla, Mockus recordó haber estado en ese mismo lugar, pero viendo cómo otra persona también recibía esa misma dosis de silbidos. “Me dije: yo nunca pasaré por esa humillación. Algo haré. Mi reacción fue la que puede compararse con una persona que se pone muy violenta. Tal vez muchos asesinos sienten que no pueden resistir o sobrevivir a la humillación del momento. Lo que hice fue conectar dos extremos: rechazo extremo y sumisión extrema” (Bogotá cambió, www.youtube.com/watch?v=flgIjKH0okw). Antanas Mockus, el rector, dio varios pasos al frente, se bajó los pantalones y le ofreció al estudiantado la imagen de sus nalgas como respuesta. Esta conducta provocó su remoción del cargo, pero, a la vez, miles de colombianos le dieron un voto de confianza por la sinceridad de su reacción.
Mockus se lanzó como candidato independiente a la alcaldía de Bogotá. Su opositor fue Enrique Peñalosa quien, por primera vez en la historia de la política de Colombia, cambió las reglas del juego propagandístico al ausentarse de los foros de debates con sus contendientes para subirse a los camiones y taxis, visitar almacenes, andar en bicicleta por los barrios, tocar casa por casa y, en todos estos espacios, repartir volantes para promover su campaña a la alcaldía. Peñalosa era una especie de líder innato con una propuesta diferente: implementar una nueva filosofía urbana. Sin embargo, en un foro que él y Mockus sostuvieron de nuevo en la Universidad Nacional de Colombia, un estudiante subió al escenario y mientras Peñalosa hablaba, le tiró excremento en la cara. Peñalosa se contuvo, pero cuando fue el turno de Antanas Mockus, otro estudiante ni siquiera le permitió hablar porque subió a arrebatarle el micrófono. “En ese momento, perdí los estribos”, comenta Mockus, y acto seguido, comenzó a forcejear con el alumno. El escenario se llenó más de escándalo que de golpes. Y, contrario a lo que podría imaginarse, el 54% de los votantes, según encuestas aplicadas luego del incidente, estaban más inclinados a votar por Mockus. “Antanas barrió en las elecciones y se convirtió en alcalde. Llegó a ser todo un fenómeno de opinión con tan sólo unos pocos centavos. El primero de enero de 1995 asumió su cargo como primer alcalde independiente en la historia de Bogotá, enfrentando a un gobierno corrupto y con nepotismo. Formó un gabinete sin compromisos y con las mentes más brillantes del país basándose en capacidades. La invasión de académicos a la política había comenzado” (Ib.).
Estos referentes y el impresionante trabajo urbanístico que realizó Enrique Peñalosa una vez que relevó en el cargo municipal a Antanas Mockus es presentado en el documental de Andreas M. Dalsgaard, Bogotá cambió (“Upfront Films”
en colaboración con “The Danish Film Institute and DR y coproducción con Sundance Channel y NHK). Por escrito son muchos los sitios que consignan los alcances de Mockus (algunos de estos logros, no tan bien aceptados ni comprendidos) y de Peñalosa, pero si se compara la manera en que Sergio Fajardo explicitó su trabajo en la alcaldía de Medellín a través del manejo de imágenes testimoniales de su obra durante su gestión, revisar “Bogotá cambió” se vuelve indispensable para comprender de dónde proviene la fusión de académicos en el Partido Verde. A través de la radio por Internet disponible en la página web del Partido Verde (http://partidoverde.org.co/portals/0/emisora/popup.html) la mañana previa a la primera ronda de elecciones presidenciales, Sergio Fajardo declaró que los cuatro al frente del Partido Verde han tenido en sus manos gobiernos municipales, presupuestos millonarios, pero también las pruebas de la inversión de los impuestos que, al día de hoy, representan su más valioso capital: el de la confianza. Mockus, por citar un ejemplo, en su primer periodo como edil ganó el premio de la International Financing Review por negociar el mejor préstamo del año que le permitió pedir dos mil de los nueve mil millones de pesos que necesitaba para cambiarle la cara al tráfico de la ciudad después de décadas de descuido en Bogotá. En 1998, cuando Enrique Peñalosa gana la presidencia municipal, reubica a vándalos, drogadictos y bandas criminales que por ochenta años habían vivido en el centro de la ciudad (zona “El Cartucho”). A las áreas verdes amplísimas que rodeaban zonas residenciales exclusivas y country clubes de Bogotá, las volvió zonas deportivas abiertas al público y aprovechó parte de esos espacios para generar vías de comunicación donde eran igualmente valiosos tanto los coches como las bicicletas. Creó el sistema “Transmilenio” para que disminuyera el caos vial. Ninguno de estos cambios fue sencillo. De hecho, Peñalosa estuvo a un pelo de ser destituido. Su popularidad bajó incluso más que la de Bush en aquel tiempo. Pero su convicción por cambiar a su ciudad y por reflejar los valores obtenidos de su padre, según lo declarado en su discurso de toma de poderes, eran sus faros.
Estos logros, entre tantos más, eran los que ofrecía como carta de presentación el Partido Verde en Colombia. ¿Podría ofrecer algo más pesado el uribista Santos? Además de los 10.3 billones de pesos acumulados en los dos periodos de gobierno de Álvaro Uribe por concepto de impuestos para la seguridad en Colombia y que Fajardo invitó a analizar conforme al costo-beneficio al día de hoy, con qué otros blasones pudo haber competido de frente a las transformaciones espectaculares y útiles vividas en Bogotá y Medellín desde 1994 a la fecha.
La victoria aunque era para Fajardo, no quedó en manos de él ni de Mockus, Peñalosa y Garzón. Lejos queda la probabilidad de debilitar en nuestro país a los corredores y microcorredores del narcotráfico a partir de la dinámica sociopolítica colombiana. Esa fuerte rama del crimen organizado que tiene a México en una auténtica guerra interna pinta para tomar cada vez más fuerza. Ésta es una pésima noticia.
Pobre Colombia. Pobre México. Aquí y allá las venas siguen abiertas con un dolor histórico que no deja de chorrear a borbotones.
Victoria para Fajardo
Renata Chapa
“No tienen ni idea de lo que es el crimen organizado. Ustedes usan ese término para definir los enfrentamientos entre los carteles del narcotráfico en México y, en realidad, nuestro país es sólo un eslabón más de esa cadena que representa el crimen organizado y que, a su vez, comprende diferentes giros. Hablando del narcotráfico como parte del crimen organizado, en Colombia comienza un corredor de corrupción, violencia y millones de dólares en circulación que termina en Estados Unidos y pasa por sus respectivos puntos intermedios. México es uno de ellos y, dentro de él, existen microcorredores, como el que, por ejemplo, representan Durango, Coahuila y Chihuahua”. Si esta aclaración ofrecida por un maestro mexicano que vivió un par de años en Bogotá es tomada como punto de partida para el análisis, entonces debimos poner más atención en los comicios que se llevaron a cabo para elegir al próximo presidente de Colombia.
Eran dos los candidatos favoritos. El primero fue Juan Manuel Santos, ex ministro de defensa del actual gabinete del presidente Álvaro Uribe quien, como algunos saben, cumplió su primer mandato presidencial de 2002 a 2006 y, luego, tras modificar la Constitución colombiana, fue reelegido por el periodo 2006-2010. Finalmente, Uribe quiso cambiar de nuevo la Constitución para lograr una segunda reelección, pero la Corte Constitucional falló en su contra.
El segundo candidato que punteaba en la preferencia electoral era Antanas Mockus, filósofo y matemático, ex rector de la Universidad Nacional de Colombia y dos veces alcalde de Bogotá. Mockus era el candidato a la presidencia por el Partido Verde, mismo que fue constituido con motivo de estas elecciones presidenciales por el propio Mockus y otros dos reconocidos ex alcaldes de Bogotá, Enrique Peñalosa y Luis, “Lucho”, Garzón. A los tres, Mockus, Peñalosa y Garzón, se les reconoce su trabajo en la impresionante transformación de la Bogotá que por décadas fue considerada la “peor ciudad del planeta”.
Uno de los contrincantes de Santos y del Partido Verde era el candidato independiente Sergio Fajardo, matemático y ex alcalde de Medellín. Su trabajo político combinado con la academia; su propuesta sobre la recaudación y asignación de los recursos públicos para construir y/o dignificar espacios para la educación y el emprendimiento social en los sectores más pobres; la manera en que redujo los índices de violencia, valga la repetición, en la “ciudad más violenta del mundo”, y su atinada imagen personal que, en términos de posicionamiento y manejo de redes sociales, le dieron una difusión trasnacional que incrementó por mucho su capital político.
Pese a que Sergio Fajardo ha visitado México sólo en dos ocasiones, su nombre ha cobrado popularidad en nuestro país y el caso de su administración se toma como ejemplo de cómo podría gestarse el necesario cambio de estructuras en nuestra clase política. Uno de los sitios visitados por Fajardo Valderrama fue Ciudad Juárez, Chihuahua; y el otro, Monterrey, Nuevo León. En ambos fue invitado a exponer la manera en que su administración, a través del lema “Medellín, la ciudad más educada”, encaró los altos niveles de violencia ocasionados por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y por el narcotráfico (o como precisaría el profesor mencionado al inicio de esta colaboración, por uno de los más fuertes giros del crimen organizado). La conferencia “Del miedo a la esperanza” dictada por el doctor Fajardo en el Tecnológico de Monterrey ha sido visitada cerca de 45 mil ocasiones en Youtube, también circula por correo electrónico y ha sido considerada para delinear ciertas plataformas políticas de administraciones municipales en nuestro país.
Sergio Fajardo tomó la decisión, apoyado por una consulta ciudadana, de unirse al Partido Verde y luchar por la vicepresidencia de Colombia.
Luego de conocer con más cercanía el discurso y resultados contundentes de la alcaldía de Sergio Fajardo, brincan dos preguntas casi obligadas: qué lo llevó a dejar la candidatura independiente para unirse al Verde y qué hubiera significado su victoria para México en términos de narcotráfico y violencia. Algunas posibles respuestas al segundo cuestionamiento casi surgen por añadidura cuando se conocen los brillantes antecedentes del doctor Fajardo y la estampa que tiene para manejarse en la esfera política. Pero surge, entonces, una duda más. Si era tan notorio que la opción para enfrentar al candidato uribista era el ex alcalde de Medellín, ¿por qué seleccionar a Antanas Mockus?
Una opción poco recomendable para haber conocido al candidato a la presidencia de Colombia por el Verde no eran sus participaciones más recientes en televisión o en radio. Su imagen no era la más convincente o la de mayor magnetismo político. Se le notaba cansado e incuso hubo quienes lo criticaron por su modo rebuscado y poco claro al hablar. “Como filosofando”, “como si fuera un pastor religioso” mencionaban algunos conductores de los medios electrónicos colombianos. Ver y oír a Mockus abrió la puerta al escepticismo y acaso al rechazo para luego reiterar que Sergio Fajardo debió haber sido el candidato presidencial. Sin embargo, en aras de una mayor comprensión de los hechos, debieron entrar en juego dos importantes variables: la primera, la identidad histórica de una ciudad vituperada por muchos y por bastantes años, Bogotá; y la segunda, la depauperada proyección internacional de la ciudad de Medellín, entidad que por más de cuatro décadas fue ubicada como el imperio de la cocaína, con una poderosísima mafia y redes de corrupción interminables, así como por su larga y aún interminable lista de muertos.
Para conocer el caso de Antanas Mockus es necesario bucear en sus orígenes. Posiblemente, regresar a su tiempo de niño genio que aprende a leer a los dos años sea demasiado, pero no así si el análisis comienza en su época como rector de la Universidad Nacional de Colombia donde, en los patios principales, rebeldes de las FARC y anarquistas lo enfrentaban a diario. Pintaban las paredes, tiraban bombas molotov, se ocultaban la mitad del rostro y acicateaban a más estudiantes a rechazar la figura de autoridad representada por Mockus. Un día, en el auditorio de la universidad y en medio de una descomunal rechifla, Mockus recordó haber estado en ese mismo lugar, pero viendo cómo otra persona también recibía esa misma dosis de silbidos. “Me dije: yo nunca pasaré por esa humillación. Algo haré. Mi reacción fue la que puede compararse con una persona que se pone muy violenta. Tal vez muchos asesinos sienten que no pueden resistir o sobrevivir a la humillación del momento. Lo que hice fue conectar dos extremos: rechazo extremo y sumisión extrema” (Bogotá cambió, www.youtube.com/watch?v=flgIjKH0okw). Antanas Mockus, el rector, dio varios pasos al frente, se bajó los pantalones y le ofreció al estudiantado la imagen de sus nalgas como respuesta. Esta conducta provocó su remoción del cargo, pero, a la vez, miles de colombianos le dieron un voto de confianza por la sinceridad de su reacción.
Mockus se lanzó como candidato independiente a la alcaldía de Bogotá. Su opositor fue Enrique Peñalosa quien, por primera vez en la historia de la política de Colombia, cambió las reglas del juego propagandístico al ausentarse de los foros de debates con sus contendientes para subirse a los camiones y taxis, visitar almacenes, andar en bicicleta por los barrios, tocar casa por casa y, en todos estos espacios, repartir volantes para promover su campaña a la alcaldía. Peñalosa era una especie de líder innato con una propuesta diferente: implementar una nueva filosofía urbana. Sin embargo, en un foro que él y Mockus sostuvieron de nuevo en la Universidad Nacional de Colombia, un estudiante subió al escenario y mientras Peñalosa hablaba, le tiró excremento en la cara. Peñalosa se contuvo, pero cuando fue el turno de Antanas Mockus, otro estudiante ni siquiera le permitió hablar porque subió a arrebatarle el micrófono. “En ese momento, perdí los estribos”, comenta Mockus, y acto seguido, comenzó a forcejear con el alumno. El escenario se llenó más de escándalo que de golpes. Y, contrario a lo que podría imaginarse, el 54% de los votantes, según encuestas aplicadas luego del incidente, estaban más inclinados a votar por Mockus. “Antanas barrió en las elecciones y se convirtió en alcalde. Llegó a ser todo un fenómeno de opinión con tan sólo unos pocos centavos. El primero de enero de 1995 asumió su cargo como primer alcalde independiente en la historia de Bogotá, enfrentando a un gobierno corrupto y con nepotismo. Formó un gabinete sin compromisos y con las mentes más brillantes del país basándose en capacidades. La invasión de académicos a la política había comenzado” (Ib.).
Estos referentes y el impresionante trabajo urbanístico que realizó Enrique Peñalosa una vez que relevó en el cargo municipal a Antanas Mockus es presentado en el documental de Andreas M. Dalsgaard, Bogotá cambió (“Upfront Films”
en colaboración con “The Danish Film Institute and DR y coproducción con Sundance Channel y NHK). Por escrito son muchos los sitios que consignan los alcances de Mockus (algunos de estos logros, no tan bien aceptados ni comprendidos) y de Peñalosa, pero si se compara la manera en que Sergio Fajardo explicitó su trabajo en la alcaldía de Medellín a través del manejo de imágenes testimoniales de su obra durante su gestión, revisar “Bogotá cambió” se vuelve indispensable para comprender de dónde proviene la fusión de académicos en el Partido Verde. A través de la radio por Internet disponible en la página web del Partido Verde (http://partidoverde.org.co/portals/0/emisora/popup.html) la mañana previa a la primera ronda de elecciones presidenciales, Sergio Fajardo declaró que los cuatro al frente del Partido Verde han tenido en sus manos gobiernos municipales, presupuestos millonarios, pero también las pruebas de la inversión de los impuestos que, al día de hoy, representan su más valioso capital: el de la confianza. Mockus, por citar un ejemplo, en su primer periodo como edil ganó el premio de la International Financing Review por negociar el mejor préstamo del año que le permitió pedir dos mil de los nueve mil millones de pesos que necesitaba para cambiarle la cara al tráfico de la ciudad después de décadas de descuido en Bogotá. En 1998, cuando Enrique Peñalosa gana la presidencia municipal, reubica a vándalos, drogadictos y bandas criminales que por ochenta años habían vivido en el centro de la ciudad (zona “El Cartucho”). A las áreas verdes amplísimas que rodeaban zonas residenciales exclusivas y country clubes de Bogotá, las volvió zonas deportivas abiertas al público y aprovechó parte de esos espacios para generar vías de comunicación donde eran igualmente valiosos tanto los coches como las bicicletas. Creó el sistema “Transmilenio” para que disminuyera el caos vial. Ninguno de estos cambios fue sencillo. De hecho, Peñalosa estuvo a un pelo de ser destituido. Su popularidad bajó incluso más que la de Bush en aquel tiempo. Pero su convicción por cambiar a su ciudad y por reflejar los valores obtenidos de su padre, según lo declarado en su discurso de toma de poderes, eran sus faros.
Estos logros, entre tantos más, eran los que ofrecía como carta de presentación el Partido Verde en Colombia. ¿Podría ofrecer algo más pesado el uribista Santos? Además de los 10.3 billones de pesos acumulados en los dos periodos de gobierno de Álvaro Uribe por concepto de impuestos para la seguridad en Colombia y que Fajardo invitó a analizar conforme al costo-beneficio al día de hoy, con qué otros blasones pudo haber competido de frente a las transformaciones espectaculares y útiles vividas en Bogotá y Medellín desde 1994 a la fecha.
La victoria aunque era para Fajardo, no quedó en manos de él ni de Mockus, Peñalosa y Garzón. Lejos queda la probabilidad de debilitar en nuestro país a los corredores y microcorredores del narcotráfico a partir de la dinámica sociopolítica colombiana. Esa fuerte rama del crimen organizado que tiene a México en una auténtica guerra interna pinta para tomar cada vez más fuerza. Ésta es una pésima noticia.
Pobre Colombia. Pobre México. Aquí y allá las venas siguen abiertas con un dolor histórico que no deja de chorrear a borbotones.