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miércoles, septiembre 04, 2013

Entrevista de hace diez años




















Mi hermano Luis Rogelio me hace ver que El Siglo de Torreón publicó esta entrevista hace diez años, el 4 de septiembre de 2003, cuando el Santos Laguna cumplió veinte. Ahora que la releo noto que contiene algunas afirmaciones todavía válidas y otras ya rebasadas por la realidad, como el declive del boxeo (que repuntó tras decaer el "pago por evento") o mi trabajo en la UIA Laguna. Sea como sea, aquí está:

Jaime Muñoz Vargas explica el contexto
en el que nacieron los “Guerreros”, hace 20 años

Ni en sus mejores años la Morelos estuvo tan repleta de niños, jóvenes y adultos que gritaban al unísono “Santos, Santos, Santos”. Eran los tiempos en que “el equipo de todos” ganaba los partidos, aunque tuviera un marcador en contra. Llegó a la final ante Tecos, la perdió, pero para los laguneros fue el mayor de los triunfos.
Por 90 minutos reinaba la calma. Uno que otro coche se atrevía a cruzar las calles, porque seguramente se le había hecho tarde para la transmisión del partido. De vez en cuando, el silencio era interrumpido por un prolongado ¡gooooool! Y a los minutos siguientes venía la angustia por las amonestaciones, expulsiones y anotaciones en contra.
Santos Laguna cumple hoy 20 años de vida en el futbol profesional de México, y hasta el momento no ha habido otra campaña tan gloriosa para la afición, como la inolvidable 1993-94.
Pero, ¿qué llevó a los laguneros a dormir desde una noche antes en el Estadio Corona para conseguir un boleto? ¿O a saciar la codicia de los revendedores, comprando contraseñas y boletos a elevadísimos precios? ¿A faltar al trabajo, salirse de clases y dejar cualquier otra actividad para sentarse frente al televisor cuando jugaban los “Guerreros”?
Sin lugar a dudas, a partir de esas muchas victorias y también derrotas, el Santos Laguna se convirtió en todo un fenómeno sociocultural, símbolo de identidad entre los laguneros como en su momento lo fueron el algodón y la uva, el puente que une las ciudades hermanas o el Puente de Ojuela.
Jaime Muñoz Vargas reunió en su libro La ruta de los Guerreros. Vida, pasión y suerte del Santos Laguna, aspectos trascendentes en la historia del equipo de casa.
El escritor lagunero y catedrático de la Universidad Iberoamericana (UIA) Torreón habló sobre el papel que “juega” el Santos en la vida social y cultural de Torreón, Gómez Palacio, Ciudad Lerdo, San Pedro, Matamoros y demás municipios que integran la Comarca Lagunera de Coahuila y de Durango.

¿Cuál era el contexto que enfrentaba la Comarca Lagunera cuando el Santos Laguna llegó a su primera final, en la campaña 1993-94 que le llevó al subcampeonato?
El Santos Laguna es un equipo nacido en plena crisis. 1983 —año en el que jugó su primer partido en aquel momento auspiciado por el IMSS— es apenas el segundo año del sexenio de Miguel de la Madrid y para entonces la palabra “crisis” era la más socorrida en el vocabulario de los mexicanos.
Las devaluaciones nos golpeaban cada mes y, como es obvio, La Laguna no pudo estar al margen de aquella coyuntura. Con las uñas, las primeras autoridades del Santos armaron un equipo que desde el principio fue bien recibido por la afición. Puede decirse incluso que el Santos Laguna nació con carisma y eso ayudó a que, pese a la terrible situación económica del país, la gente no abandonara su posición en la tribuna.
Con tropiezos, con descalabros de todos los colores, el equipo se mantuvo en pie y logró incluso sobrevivir al criminal sexenio de Salinas, lo cual ya es mucho decir. Así llegó aquel subcampeonato contra los Tecos y con ello la primera irrupción de fervor social en torno al club. Atrevo una hipótesis para tratar de explicar aquel fenómeno: La Laguna fue muy golpeada por Salinas, nuestra región padeció años terribles con aquel presidente, nuestra economía se estancó dolorosamente y los laguneros encontraron en el Santos subcampeón una especie de válvula a la asfixia provocada por el torniquete salinista a La Laguna. Tal vez eso ocurrió.

De alguna manera, ¿esta situación influyó para que el equipo se convirtiera en todo un fenómeno?
A partir de 1993-94 comienza el despegue real del Santos Laguna, es cierto, pero debemos recordar que la primera etapa, aunque traumática, sirvió para definir, para afianzar la mentalidad del aficionado. Todos recordamos al Santos del Choque Galindo, del Puma Rodríguez, de Dolmo, de Armendáriz, de Juan Flores, esos sí fueron años heroicos para el club.
El equipo logró sobrevivir pese a su modestia y lo más importante: creó afición. Luego, con los nuevos dueños, las condiciones evolucionaron. Con la inyección de recursos, el Santos pasó al protagonismo y desde entonces el fenómeno pasó de la efervescencia a la estabilidad, al éxito sostenido. Si siguen así las cosas, difícilmente volverá a darse la santosmanía de 1993-94.
En mi libro afirmo que a La Laguna le hacía falta un icono que lo identificara en todo el país, y el Santos, junto con el poder de los medios de comunicación, pasó a ser una especie de representante de la región en todo México. Quizá exagero, pero a La Laguna la ubican hoy de Sonora a Yucatán gracias a que aquí juega el Santos. La tele llega a todas partes.

¿Por qué antes no se había desatado tanta euforia?
Los más viejos que yo saben que antes de la santosmanía aquí hubo conatos de euforia deportiva con el fut y con el beis. La celebración no fue muy aparatosa, nunca se desbordó en las calles, pero sí se dio algún ruido. Supongo que este fenómeno tiene mucho de mediático.
El desarrollo de los medios nacionales y de los locales provocó que el futbol fuera convertido en una prioridad social y, por ese hecho, tras los triunfos, se desató la efervescencia, la catarsis. Antes eso no ocurría porque no había tanta cobertura mediática ni un equipo que dejara suficientes números negros sobre la libreta.

¿Consideras que el equipo ha crecido junto con los laguneros, es decir, con el desarrollo de esta región?
Sí, La Laguna no cesa de crecer y ya estamos arrimándonos peligrosamente a la condición de urbe ingobernable, caótica e inequitativa. La Laguna se ha desarrollado, pero debemos preguntarnos si las oportunidades son parejas para todos. He allí la clave del verdadero desarrollo. ¿Por qué hay tanta afición del Santos en Ciudad Juárez, en Tijuana? Por la pobreza, nuestros ranchos se han vaciado de mano de obra barata para la maquila fronteriza y hasta allá se van esos desheredados de la comarca. Se van y lo único que se llevan es su identificación con el Santos. Supongo que los triunfos del equipo son sus pequeños triunfos allá, donde a ellos los exprimen.

¿Cuál es el papel que han jugado los medios de comunicación?
Como tantos otros en la actualidad, el fenómeno de la querencia por el Santos tiene mucho que ver con los medios. El futbol es un gran negocio mundial. Si el producto es ubicuo (el futbol), el consumo es también omnipresente, y La Laguna no está al margen de esa situación.

Y actualmente, ¿cómo es la relación del equipo con su entorno?, ¿hasta dónde ha llegado?
La imagen del Santos ha permeado a todas las clases sociales por igual. Si a la presencia mediática sumamos el hecho de que el fut sigue y seguirá siendo el deporte más popular — “la venganza del pie contra la mano”, como dice el poeta—, el más barato y el más sencillo de entender, es de suponer que la feligresía santista seguirá creciendo en La Laguna como lo ha hecho desde hace veinte años.

¿Habrá nuevos fenómenos con los Vaqueros Laguna o con los Algodoneros de la Comarca?
Lamento mucho lo que ocurre con el beis y con el basquet. Son deportes espléndidos y deberían penetrar más en el gusto de la gente, pero no tienen ni por asomo la difusión mediática de la que goza el futbol. Durante un tiempo el box tuvo mucho arrastre popular, pero lo perdió debido sobre todo al pago por evento inventado en Estados Unidos por el gangsterismo de Don King. Eso mató al pugilismo como deporte de arrastre masivo.
Mientras se esperan nuevas glorias, con la ilusión de llegar una vez más a la liguilla y conseguir el máximo trofeo del futbol nacional, el Club Santos Laguna soplará hoy las 20 velas del pastel de aniversario.

El primer partido
El domingo cuatro de septiembre de 1983 La Laguna amanece con la buena nueva del cartel publicitario que pregona el acontecimiento: “Futbol-Futbol/ Hoy domingo/ Renace el futbol profesional para la afición lagunera”, decía el anuncio, y agregaba: “Inauguración de la Temporada/ 1983-1984/ 15:30 de la tarde/ Santos-IMSS Laguna/ Vs./ Bachilleres de la U. de G./ Numerados $250.00/ Sol $100.00/ Sombra Gral. $200.00/ Niños Sombra $50.00/ Niños Sol $20.00/ ¡Asiste y apoya a tu nuevo equipo de La Laguna!”
Aquella tarde canicular el Sol pegaba como suele pegar en el desierto irritila, pero no impidió que una buena cuota de aficionados asistiera a la apertura del torneo y al bautizo del club local. Acaso para simbolizar que el nuevo equipo no representaba a un solo municipio, sino a toda una región, el acto inaugural fue concelebrado por los alcaldes de las ciudades-ombligo laguneras: Braulio Fernández Aguirre, de Torreón; Manuel Gamboa Cano, de Gómez Palacio y Vicente García Ramírez, de Lerdo; en la ceremonia también participó Salvador Franco Morones, delegado del IMSS en Durango.
Eran las 15:45 horas cuando los equipos entraron a la cancha; Santos Laguna, uniformado todo de blanco, pisaba por primera vez, oficialmente, la gramilla de su estadio. Se oyó el Himno Nacional; después, el presidente de Torreón pronunció las palabras inaugurales y de inmediato varios niños desfilaron con los nombres de los equipos que integraban la Segunda División “B”. Para hacer un énfasis de profundo cariz simbólico, los tres alcaldes patearon un saque inicial. Eran ya las cuatro de la tarde, la hora de la hora.
Este pequeño fragmento de la crónica del libro de Jaime Muñoz Vargas, ilustra cómo inició la tradición santista, que hoy es todo un fenómeno.

Sobre el libro
Jaime Muñoz Vargas publicó hace cuatro años el texto con la historia del equipo local.
La ruta de los Guerreros. Vida, pasión y suerte del Santos Laguna se publicó a finales de 1999, cuando el equipo cumplió 17 años.
—Es un texto de más de 300 páginas, producto de una investigación de cinco meses en periódicos.
—Durante este tiempo el autor escribió con el fin de retribuirle algo al único deporte que pudo practicar en su niñez, dado que el lugar donde nació, en Gómez Palacio, no dejaba otra alternativa: o jugaba fut o no jugaba nada.
—El libro fue publicado gracias al apoyo del impresor lagunero Alfonso Amador Salazar.
—Aunque agotado, pudiera existir la posibilidad de reeditarlo en una versión más sintética y con el apéndice de los últimos tres años de historia santista.

sábado, septiembre 18, 2010

Columna El síndrome de Esquilo



Esta es la columna El síndrome de Esquilo publicada hoy por Vicente Alfonso en El Siglo de Torreón; gracias a Vicente por el cebollazo:

Un judicial en el metro

Vicente Alfonso

El 12 de septiembre me enteré, por un correo de Jaime Muñoz Vargas, de que el libro de cuentos Leyenda Morgan fue elegido para formar parte del programa capitalino "Para leer de boleto en el Metro". Se hará una reedición de 10 mil ejemplares que serán distribuidos gratuitamente entre los usuarios del sistema de transporte colectivo de la Capital.
Hasta donde tengo noticia, el único registro lagunero que había entrado en este programa editorial había sido ¡Buen viaje! Décimas, sonetos, octavas y liras para niños escrito por Frino en 2008 y publicado también durante este año.
Jaime Muñoz nos tiene acostumbrados a este tipo de "vuelacercas" (para decirlo en lenguaje beisbolero). Ahí nomás, con el mismo título, ganó hace algunos años el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí. Además, sus novelas El principio del Terror y Juegos de amor y malquerencia fueron ampliamente difundidas.
El caso es que en cinco historias, Leyenda Morgan construye o reconstruye los ambientes sórdidos del Torreón nocturno.
El hombre a quien apodan Morgan es un policía judicial con buen instinto de investigador e implacablemente corrupto: sabe cómo se mueven las cosas en la sombra. Si detectives como Sherlock Holmes confían en que la escena del crimen les dará elementos suficientes para disipar cualquier interrogante, Morgan sabe que en México (y en La Laguna) cada vez que alguien muere lo más probable es que la evidencia sea alterada, modificada, borrada y para decirlo pronto, robada.
Con anécdotas atractivas que por momentos coquetean con la crónica de rincones que todos los laguneros conocemos (o deberíamos conocer), Leyenda Morgan es una prueba palpable y legible de uno de los productos que exporta La Laguna: buena literatura.
Leyenda Morgan fue publicado por primera vez por Ediciones sin Nombre, la editorial que navega al timón de José María Espinosa y Ana María Jaramillo, que entre sus autores cuenta a Esther Seligson y a Federico Campbell.
Fue precisamente el maestro Campbell quien escribió en su columna "La hora del lobo" estas líneas respecto al libro que hoy nos ocupa:
"Si el mero nombre pudiera ser destino, el protagonista Primitivo Machuca Morales no hubiera tenido otra opción que ser policía. Apodado Morgan por su parecido con Joe Morgan, beisbolista que jugó en el cuadro de los Rojos de Cincinatti, es un agente de la judicial (un representante del Estado) con excelente intuición para investigar y con un buen instinto de conservación. No come lumbre. Sabe dónde no meterse.
"El teniente Morgan trabaja solo, fuma uno tras otro como si el humo no afectara la hidráulica del corazón (que es una bomba); bebe cuando está en servicio y escucha a Los Alegres de Terán y a Los Cadetes de Linares. Y lo más importante, es un asiduo lector de revistas policiales de monitos y por ello fantasea con que él mismo protagoniza una de estas publicaciones.
"Eso lo convierte en el legendario teniente Morgan, del mismo modo en que Alonso Quijano se volvió don Quijote gracias a una adicción: las novelas de caballerías".
vicente_alfonso@yahoo.com.mx

jueves, septiembre 09, 2010

Boceto de Paco Amparán



Adentrarse en la vida y en la obra de Francisco José Amparán Hernández, Paco Amparán a secas, es ingresar a una de las trayectorias intelectuales más ricas y consistentes de la literatura lagunera. Ricas porque Amparán tocó muchos quehaceres vinculados con el pensamiento y la creación; consistentes porque desde su infancia fue un hombre que organizó su mundo par leer, escribir y transmitir sus múltiples saberes frente a diferentes públicos. Es difícil, por esto, aglutinar una vida tan fructífera en un puñado de cuartillas, y todavía es más difícil hacerlo cuando aún no nos reponemos de la sorpresa que causó su desaparición física la tarde del 4 de julio de 2010.
Paco Amparán nació en Torreón el 23 de octubre de 1957 a las 2.15 de la tarde en la Clínica Torreón. Fue registrado en Gómez Palacio el 6 de noviembre del mismo año. Sus padres fueron Francisco Amparán Hernández, oriundo de Durango capital, y de Josefina Hernández de Amparán, de Chihuahua. Por el lado de sus cuatro abuelos Paco Amparán tenía cepa chihuahuense: los dos paternos de Parral; los dos maternos de Chihuahua. En ese origen quiero imaginar que se basaba la índole de Paco: era trabajador, organizado, incansable como lo son la mayoría de los chihuahuenses. Sé que buena parte de su vida, la parte más fomativa, la vivió en Gómez Palacio, y que desde pequeño mostró una inclinación marcadísima por la lectura, pedestal en el que se apoyaría todo lo que hizo en el futuro.
Era un lector tan constante que ni los estudios en ingeniería química industrial consumados en el Tec de La Laguna lo separaron de los libros humanísticos. Su vocación, si pudiéramos resumirla en una palabra, era la de lector. Leía hasta caminando, como lo recuerda su amiga Asunción del Río al evocarlo como compañero de trabajo y amigo en el Tec de Monterrey Campus Laguna (caminaba, escribe Asunción, “a paso rápido y con la cabeza baja, cuando no metida en un libro”). Tal vez sus primeras lecturas, desde siempre la del National Geographic, gusto que heredó de su padre, despertaron en Amparán la obsesión de imaginar. Eran tiempos sin internet, claro está, pero él ya navegaba por el conocimiento del mundo gracias a su curiosidad sin freno, al contacto permanente con las revistas cultas y los libros igualmente nutricios.
Hay zonas de la vida de Amparán que desconozco, pero por lo que le oí, le leí o supe de terceros, sé que jamás cedió a la tentación de la inactividad. Su inquietud fue inquebrantable y por ello no es extraño que su último día de vida haya coincidido con un día más en la publicación de su columna. En efecto, siempre que lo vi estaba en contacto con un libro y desde que me recuerdo como lector de periódicos y libros por allí rondaba la firma de Paco Amparán. Cerca de treinta años, entonces, han pasado desde que leí algo de su cuño, así que no es exagerado afirmar que el tamaño de su obra completa, incluido el periodismo, constituye uno de los productos más destacados y abundantes de la escritura en La Laguna.
Gracias a mi manía de coleccionar papeles viejos di en mis incómodos archivos con dos entrevistas concedidas por Amparán, una a La Opinión, publicada en noviembre de 1983, y la otra a El Siglo de Torreón, en enero de 1989. Sé que luego le hicieron más entrevistas, pero en las que menciono habita la presencia de un escritor que apenas descuella, un muchacho de 26 y otro de 32 años que en ambos casos habla sobre sus gustos, sus filias y sus aspiraciones.
En el suplemento cultural de La Opinión que coordinaba Saúl Rosales, Amparán dialogó con María Teresa Duarte Salazar. La foto que adereza la página dos de aquel tabloide muestra a un joven de blusa beisbolera, de grandes lentes, fumando y levemente recargado en su librero; el entrevistado muestra allí una sonrisa tenue, segura, confiada. En la entrada la entrevistadora apunta lo siguiente: “confiesa sus afinidades profundas con Borges, Gunther Grass, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Graham Greene”. Como muchos sabemos, el gran salto de Amparán hacia la literatura de ficción se dio gracias al Talitla (Taller literario de La Laguna) que por varios años encabezó el poeta zacatecano José de Jesús Sampedro en las Casas de la Cultura de Torreón y Gómez Palacio. La periodista le preguntó por ese espacio y el escritor respondió: “Me ha ayudado muchísimo. Considero que este taller literario es un instrumento muy bueno para que la gente que quiera escribir encuentre la manera de desarrollarse. Marco Antonio Jiménez es miembro de este taller. Él ganó el Premio Nacional de Poesía Joven (…) Ceo que este taller nos ha dado la oportunidad de crecer como escritores”.
Para entonces, el entrevistado es ya maestro volante de varias escuelas, como declaró a la reportera de La Opinión; daba clases en el Iscytac (donde fue mi maestro, por cierto), en la UIA (donde además dirigía la biblioteca) y en la Pereyra (donde asimismo orquestaba un taller de lectura). Pocos años después fijó su “residencia” magisterial, por decirlo así, en el Tec de Monterrey. Duarte Salazar le preguntó por qué daba clases de materias tan distintas a lo que estudió, y Amparán respondió: “Porque me ha gustado más lo que es la literatura, las lecturas. Me gusta muchísimo impartir clases”.
Más adelante, una pregunta sobre lo que le gusta escribir: “Escribo sobre lo mágico, lo extraordinario que pasa a diario (…) me gusta mucho abordar todos esos temas que implican cierto contenido fantástico”. Al final, la periodista lo interrogó sobre sus quehaceres extraliterarios: “Casi no tengo ratos libres, pero cuando salgo con amigos, voy a fiestas y participo en ‘fandangos varios’. Me gusta el futbol americano y te repito que me encanta dar clases, me gusta la educación, la investigación… y escribir”.
En 1989 lo entrevista Angélica Bustamente Archundia para El Siglo. Tiene allí 32 años y mantiene intacta, y creciente, su vocación de lector/escritor. Escribe la entrevistadora “Ingeniero Industrial Químico, soltero feliz, vive con su madre y su abuelita, tiene dos hermanas (…) siempre ha estado ‘bendito entre las mujeres’, afirmó [Amparán]. Cuando era niño, por ser el único hombre de la casa siempre jugaba solo, platicaba solo, ‘fue entonces que tuve mis primeras ideas de hablar y contestarme yo mismo (…) me gustaba leer, pero no escribía nada, fue hasta los catorce años que empecé a escribir”. Líneas después, Amparán observa: “He llorado la muerte de mi padre, por la injusticia y la impotencia, así mismo, por una novia de la que estaba muy enamorado”.
En esos diálogos asoma en suma la personalidad de Amparán. Ya tenía entonces varios de sus libros y estaba plenamente en marcha su encarrilamiento en tres quehaceres: la literatura, la docencia y el periodismo de opinión. La siguientes dos décadas solidificaron su actividad, Amparán se asentó en el ITESM-CL y ganó un espacio fijo en prensa y radio; además, siguió escribiendo literatura, su pasión máxima. Sus primeros libros fueron La luna y otros testigos, Los once y sereno, Las noches de Walpurgis y otras ondas, títulos que hacían eco de algunos prohijados por el Boom como La tía Julia y el escribidor, Pantaleón y las visitadoras, Del amor y otros demonios. El primero libro que conseguí y leí de él fue el que obtuvo el permio nacional de cuento convocado por el diario El Porvenir, de Monterrey. Ese concurso lo ganó en las mismas fechas en las que lo tuve como maestro, entre el 83 y el 84 más o menos. No recuerdo dónde lo compré, y ahora que le he releído encuentro en él tres detalles que deben ser resaltados: Amparán tenía 27 cuando lo publicó; o sea, si le quitamos al menos el par de años que se requieren para escribirlo, tallerearlo, mandarlo a un concurso, ganarlo y editarlo, se puede decir que el autor lo creó a los 24 o 25 años. Digo esto por esto: a esa edad uno suele escribir con titubeos, con ciertas impericias que delatan de inmediato al joven en el gemebundo trance de redactar. Pues bien, los cuentos de La luna y otros testigos acusan una prosa firme, dúctil, rica en matices poéticos y sin los descuidos formales de la juventud. Asimismo, los temas son diversos, no son sólo cuentos de personajes jóvenes, de vivencias cuasicalcadas de la propia experiencia del autor, sino historias en las que conviven adultos, ancianos, jóvenes, incluso niños. En esto veo la precocidad, el ojo afinado de Amparán para detectar los pliegues de la personalidad humana, el conocimiento de la conducta que puede tener, por ejemplo, un cuarentón como el profesor Esquerra del cuento “Sobre un listón solferino” o la añosa señorita Elisa de “Canción de amor pasada de moda”. Otra característica visible en los cuentos, los primeros cuentos de Amparán publicados por el periódico El Porvenir y su certamen literario, es la insistencia del autor por jugar con las estructuras narrativas; invadido por los fantasmas de Cortázar, Fuentes y Borges, Amparán hermana siempre dos historias: una con un cierto corte realista, cotidiano, “normal”, y otra en la que irrumpe lo anómalo, lo mágico, lo extraordinario o sobrenatural, como en el cuento “Chac-Mol” de Fuentes o en cualquiera de Cortázar y de Borges. Es verdad, dicho esto al margen nada más, que los finales lucen un poco flojos, o que a veces la descripción poética le gana demasiado terreno a la acción, pero es un hecho que los cuentos del primer Amparán reflejan la seguridad que iba a adquirir en el porvenir con libros como Cuatro crímenes norteños o Crónica para Hellen.