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jueves, septiembre 15, 2016

Sobre Parábola del moribundo













El año pasado me entrevistó vía mail Elba Maceda Díaz. El tema fue mi novela Parábola del moribundo (México, 2009). No supe si el diálogo apareció en alguna parte o no. Aquí la reproduzco sólo para que no se quede en el archivo:


Desde su punto de vista como creador, ¿es posible decir que en su novela Parábola del moribundo hay dos personajes principales?
Sí, es una dupla como tantas que ponen en relación personajes disímbolos. Se trata de una vieja tradición, y su caso más célebre es, claro, el del Quijote y Sancho. El cine mexicano explotó ese tipo de parejas, un sujeto supuestamente serio y otro explícitamente risible como Tintán y Marcelo, Viruta y Capulina, Manolín y Shilinsky. En el caso de mi novela, obviamente el contraste se da en todos los sentidos: edad, aspecto, profesión, visión del mundo, etcétera. Santiago es el serio y Vicente el risible, así que ponerlos en acción al mismo tiempo es una anomalía. Aunque los dos tienen parecida importancia, creo que el protagonista eje es realmente el poeta, pues él es quien narra la historia.

¿De qué manera fueron tomando forma cada uno de ellos?
Escribí esa novela entre 1998 y el 2000. Creo recordar que Parábola… nació como un cuento en el que imaginé a un poeta de provincia metido en la supervivencia. Por allí apareció Vicente y cuando los puse a conversar noté que la historia de ese extraño encuentro daba para más. Casi de inmediato supe que iban a ser muy contrastantes, y que era más fácil que el poeta avanzara hacia la vacuidad del anciano que el anciano, por más que lo intentara, se asentara en los intereses del poeta. En ese coctel se basa el tono picaresco del libro.

Por decirlo de algún modo, ¿se peleó con ellos para concebirlos, para llevarlos por el camino que usted quería?
Creo que no reñí con los personajes sino que los dejé fluir. A más de quince años de haber escrito las andanzas del dúo Santiago-Vicente, tengo el vago recuerdo de que me divertí, de que no fue un libro de confección traumática.

¿Qué fue lo más difícil a la hora de darles a Vicente Caballero Medina y a Santiago Macías sus respectivas personalidades?
No calqué a nadie de la vida real, jamás lo hago. Lo que sí ocurre es que para armar un personaje tomo rasgos, modos, actitudes de sujetos reales, empezando por mí. Siempre pienso qué tipo de personaje necesito y poco a poco le voy poniendo rostro, facha, actitud, todo. Eso pasó con Santiago y Vicente. Desde el primer capítulo supe cómo iban a ser y lo que hice fue seguir la lógica de sus personalidades.

¿Es usted Santiago Macías?
No, ya lo dije. Ninguno de mis personajes soy yo. Ahora bien, algunos de sus rasgos sí los tomo de mi manera de ser. Siempre tomo algo prestado de mí mismo para armar a mis personajes, pero jamás me he copiado fotostáticamente.

El lector se asoma a la región de La Laguna en sus letras. ¿Cuáles son sus motivaciones para hacerlo? Es decir, más allá de lo obvio de saber que usted nació en aquella región y vive en ella.
El noventa por ciento de las ficciones que he escrito se ubican en La Laguna. Lo hago por comodidad  descriptiva y porque en el fondo no importa tanto el sitio donde se instalan las historias, sino el ingrediente humano que contengan, su capacidad para insinuar asuntos universales. Ahora bien, en un rapto de chovinismo puedo decir que me gusta que La Laguna aparezca en mis libros, aquí nací, aquí vivo y con esta región tengo una relación de amor-odio en la que por supuesto siempre prevalece el amor. Pese a todo, quiero, amo a La Laguna.

Algún lector le comenta sobre manual o libro de retórica que parece haber inserto en la novela (por supuesto es broma), ¿pero es –dígame usted- un juego que tiene con su lector?
Esta novela es una novela que Santiago está escribiendo para ver si con ella gana algunos pesos. También se trata de un viejo recurso narrativo. Lo que hice fue un énfasis en la relación realidad-literatura: dentro de mi novela realista el personaje reflexiona cómo entra la realidad a su libro. Es un tema que siempre me ha interesado. Sé que muchos escritores y lectores están en contra del realismo fotográfico, realismo que para mí es imposible, pues la realidad es infinita y simultánea, y la literatura es finita y diacrónica. En la literatura, por más realista que sea, siempre hay un componente subjetivo que tijeretea, que altera, que deforma la realidad. O sea, no existe literatura realista aunque la apellidemos así.

El Grudelp y los textos vueltos a recordar o a insertar en la novela, son también parte de una intención de estilo, pero ¿han sido notados por los lectores?
En Parábola... hay algunas alusiones a textos reseñísticos, poéticos, e incluso sobre la novela misma. Su personaje eje es un escritor, así que me pareció prudente que entre sus andanzas aparecieran opiniones sobre la literatura y el mundillo literario/periodístico en el que se desenvuelve.

¿Qué dijeron los miembros del jurado del premio como el Rafael Ramírez Heredia (Eugenio Aguirre, Óscar de la Borbolla y Hernán Lara Zavala)?
Resaltaron sobre todo el humor y la fluidez de la narración. Me dio gusto leer ese dictamen, pues es algo que traté de imprimir en el relato.

¿Cuáles fueron los argumentos para otorgarle ese premio?
Esos, precisamente. Creo que les agradó el ritmo de la novela y el sustrato entre tristón e irónico que traté de convocar.

¿Cuál es su percepción de los índices de lectura en Torreón, en su región?
No son diferentes a los de otras regiones del país, es decir, son bajos. Creo que ahora se lee más gracias a las redes sociales. Lo malo es que se trata de esfuerzos de lectura muy ligeros y dispersos. Los mexicanos en general seguimos algo lejos del libro.

miércoles, enero 11, 2012

Reseña de Nazul Aramayo sobre Parábola del moribundo



Agradezco a Nazul Aramayo esta reseña sobre mi novela. Pueden leerla también en la página de librosampleados.

“¿Cómo contar la vida de un escritor en provincia? ¿Cómo narrar sin chillidos de autocompasión el marginamiento en el que subviven los artistas de una aldea?” La respuesta se encuentra en Parábola del moribundo, de Jaime Muñoz Vargas (Gómez Palacio, Dgo., 1964), ganadora del Primer Premio Nacional de Novela Corta Rafael Ramírez Heredia.
Santiago Macías —escritor de Torreón, Coahuila— publica un anuncio en el periódico: “Experto en escritura. Redacto en computadora trabajos de todo tipo sin errores ortográficos ni sintácticos. También labro cartas amorosas”. A partir de este juego la novela se desata y narra las múltiples chambitas para la supervivencia de un poeta apenas publicado en suplementos y ediciones de poca o nula circulación. Mediante este aviso en los clasificados Santiago redacta trabajos de preparatoria, tesis universitarias, informes de gobierno, edita poemarios de señoras con ganas de una barnizada intelectual y, el motor de la historia, escribe cartas cursis para su clientazo y mecenas Vicente Caballero.
Con una prosa maliciosa, humorística, cargada de juegos de palabras, Muñoz Vargas nos muestra el pequeño universo cultural de la Comarca Lagunera de Coahuila y Durango (Torreón y Gómez Palacio, respectivamente): los empresarios del periodismo gandalla, los seudoescritores amargados, las poetitas de pose pero sin poesía, los políticos y los dueños del mundillo artístico que amarran negocios sin ningún vínculo con el público. Por el otro lado y de la mano de Vicente Caballero, un sexagenario cachondo y carismático, Parábola del moribundo narra la explosión de vida y jodidez de la noche lagunera: las teiboleras, los sacaborrachos, los parroquianos, los franeleros, las prostitutas sin ánimos de canonización.
Santiago Macías, a sus treinta y tres años, se pregunta “¿Cómo escribir esto?, pensé. ¿Cómo atrapar con palabras este horror, la monstruosidad de esta cervecería del perromundo?”. Éste es el sazón de Jaime Muñoz, el intento por asir, mediante herramientas lingüísticas, la realidad horripilante. Desde neologismos, adjetivos irónicos e inteligentes hasta el habla coloquial. El lenguaje no como un experimento para entendidos. Sino como un protagonista de la narración, cada grupo de personajes maneja expresiones que remiten a realidades socioculturales y psicológicas particulares.
Las cartas cursis y amorosas logran su efecto. De tal forma que Vicente Caballero se vuelve amigo y patrocinador de Santiago. Aparece entonces el submundo de arrabal y sexo de La Laguna, la jerga del insulto y el romanticismo del bolero ranchero. “Ahora que ya leo poesía puedo decirles cosas bien bonitas a las pinches viejas, ¿no?”. También aparecen los periodistas y creadores agachones y lamescrotos, temerosos de quemarse y cerrarse las mínimas puertas de la cultura ranchera: “cuídate de ofenderla. Lo primero que hace es difamarte por todos lados, bloquearte las áreas de posible trabajo e ir con sus amigos de los periódicos para que nunca más se imprima allí tu nombre. Es una mujer muy enferma. Dicen que la neurosis se le agudizó desde que su marido tiró la toalla y salió huyendo”.
Las aventuras de Santiago y Vicente llevan de forma amena a un final sorpresivo e ingenioso. En el trayecto la amargura y el resentimiento encuentran su alivio en la literatura.
Jaime Muñoz Vargas, uno de los autores más prolíficos y reconocidos de la Comarca Lagunera, logra una novela con un amplio registro de voces. De la burla, la ironía a las preocupaciones, la honestidad. Con humor y malicia Parábola del moribundo es un retrato multifacético de la supervivencia fuera de las grandes capitales.

Muñoz Vargas, Jaime. Parábola del moribundo. La Cabra Ediciones, Instituto de Cultura del Estado de Durango, Instituto Politécnico Nacional, Fundación Guadalupe y Pereyra, 2009.

sábado, octubre 09, 2010

Parábola del moribundo, hoy



Hoy a las 12 del mediodía en el foyer del Teatro Nazas presentaré mi novela Parábola del moribundo en el marco del Festival Artístico Coahuila 2010. La entrada es libre. Daniel Lomas me acompañará con sus palabras. La entrada es libre y habrá botanita. Allí los espero. Paso aquí, por mientras, un fragmento donde aparecen los dos protagonistas: el poeta Santiago Macías y el entrón Vicente Caballero a punto de emprender un sabroso viaje a Parras.
El viejo andaba más contento que un boy scout con pañoleta nueva. Esperaba en la salita y no hacía más que silbar sus tonadillas bolerísticas. Tenía un silbido perfecto, melodioso y muy agudo, ultrasónico, tanto que podía despertar desde Torreón a los perros de Afganistán. Tuvo tiempo para observar mis cuadros, mis muebles, mis módicos objetos de ornamento. Me habló de lejos:
—Oye, Santiago, ¿y qué pasó con tu tele?
—No tengo tele.
—¿No tienes tele? ¿Cómo chingados que no tienes tele?
—No, no tengo. Nunca he tenido. Bueno, sí, cuando era niño, en mi casa.
—Eres el único cabrón de toda La Laguna que no tiene tele. No lo puedo creer, estás bien loco, Santiago.
La posesión de la tele, según Vicente, era el testimonio de la cordura colectiva, cuando en realidad significaba lo contrario. No discutí. El viejo silbaba ahora una especie de pasodoble al que sólo le faltaban los bureles, el juez de plaza y olé. Salí vestido con los mismos trapos de siempre y con mi maleta de futbolista llanero. Allí llevaba —sólo de paseo— un libro de Reyes acabado de conseguir.
Subimos a la bala de plata y vi que Vicente le había adaptado atrás una hielera marca Igloo. Me dijo que se surtió bien de Tecates para que las muchachas fueran muy animadas desde el camino. Eran las siete de una tarde con el cielo desértico, sin nube alguna y con el sol naranja a punto de sentarse en los lampiños cerros del horizonte.
Llegamos a las inmediaciones del Cosmos. Allí afuera estaban las dos, Yolanda y María Luisa, esperando la bala de plata como si fueran las muchachas de Archi a punto de emprender el reventón. María Luisa tenía ciertos rasgos nasales y mandibulares de Rarotonga, ya rozaba los cuarenta, era brillosa de la cara y parecía haber sido sometida a un trabajo de restiramiento como el que suelen pagarse, diez veces en la vida, las viejas actrices de los estudios Churrubusco. Oxigenado pero con alevosas raíces negras, su look parecía un haz de trigo aparatosamente levantado hacia el cenit. Vestía una playera fosfo limón y una licra de ciclista que exaltaba el esplendor de su nalgamen amplio y celulítico. Por su parte y como si trajera encima un fantasma, Yolanda llevaba un vestido de dacrón floreado y suelto en su corpezuelo y dos huarachitos de baqueta que no podían pesar más de veinte gramos.
Luego de presentarnos —Vicente, era previsible, concentró su cetrera pupila en la licra de María Luisa, la mujer del celuloide— subimos al coche con la distribución adecuada: adelante los veteranos, atrás los prospectos, es decir, Yolanda y un servidor. Salimos por la ruta del enrevesado libramiento, una autopista criminal en la que zumbaban los Kenworth y los Dina. Parras estaba a hora y media de camino, pero me sorprendió otra vez la facilidad con la que Vicente se adaptaba a sus ocasionales mujeres. En el rudimental vocabulario del terodáctilo no existía la palabra pero. Casi cualquier mujer le llenaba el bifocal y María Luisa estaba en el ancho ranking de la lubricidad vicentenaria. Ameno coloquio llevaban adelante, y el tema pasaba, con gran erudición, de la música populachera a los programas de la tele (“ande, sí, las novelas de Verónica Castro me gustan un chorrotal”). Cervezas en mano, espectadores callados de lo que pontificaban nuestros amigos, así íbamos Yolanda y yo. Apenas agregábamos una apostilla, un tibio escolio a la fascinante conversación que nutrió el periplo hacia el Rincón del Montero.

domingo, septiembre 26, 2010

Boletín sobre Parábola del moribundo



El Gobierno del Estado de Coahuila, Secretaría de Educación y Cultura a través del Instituto Coahuilense de Cultura y el Teatro Nazas invitan al público en general a la presentación de la novela:

Parábola del moribundo
De Jaime Muñoz Vargas
Novela ganadora del Primer Premio Nacional de Novela Corta Rafael Ramírez Heredia

Presentan: Daniel Lomas y el autor

En el marco del Festival Artístico Coahuila 2010

Sábado 9 de octubre. 12:00 horas
Foyer del Teatro Nazas
Entrada libre

Ubicada su trama en la comarca lagunera, Parábola del moribundo, obra de Jaime Muñoz Vargas que recibió el premio nacional de novela Rafael Ramírez Heredia 2009, será presentada el 9 de octubre a las 12 horas en el foyer del Teatro Nazas. La presentación correrá a cargo de Daniel Lomas y el autor. Esta presentación se inscribe en el marco del Festival Artístico Coahuila 2010.
En síntesis, esta novela construye su anécdota en La Laguna, en el semidesértico centro-norte de México, espacio donde el poeta Santiago Macías pasa su existencia entre la penuria económica y el deseo siempre torturado de escribir en paz. La presencia de Vicente Caballero, un anciano vital y ágrafo, da un vuelco a la vida del poeta y sus andanzas se convierten en foco de humor negro, en risa amarga. Vale añadir que en las andanzas de los personajes hay un recorrido por la pacífica vida nocturna de La Laguna en los tiempos en que no había sido alterada por la violencia.
Eugenio Aguirre, Óscar de la Borbolla y Hernán Lara Zavala, jurados del concurso que premió a Parábola del moribundo, dictaminaron que esta novela es un tejido narrativo cuya base principal está en el humor y en la malicia narrativa del autor.
Jaime Muñoz Vargas (Gómez Palacio, Durango, 1964) es escritor, maestro, periodista y editor. Radica en la ciudad de Torreón. Entre otros libros, ha publicado las novelas El principio del terror, Juegos de amor y malquerencia Las manos del tahúr, Ojos en la sombra y Leyenda Morgan. Ha ganado los premios nacionales de Narrativa Joven (1989), de novela Jorge Ibargüengoitia (2001), de cuento de San Luis Potosí (2005) y de narrativa Gerardo Cornejo (2005). Artículos, reseñas y cuentos suyos han aparecido en revistas y periódicos de México, Argentina y España.
El presentador, Daniel Lomas (Torreón, Coahuila, 1978), es licenciado en Derecho por la Universidad Iberoamericana Laguna. En la actualidad ejerce en el ámbito penal. Ha publicado poemas en la revista Acequias de la UIA Laguna. Poemas y cuentos suyos fueron incluidos en los libros colectivos Hoy no se fía y Mañana tampoco. Una costilla de la noche fue su primer libro individual.

domingo, junio 28, 2009

Esbozo de Parábola



Contar la historia de un libro es regresar al misterioso origen de la creación. ¿En qué momento y a propósito de cuál visión, frase o aroma nació la idea que luego habría de generar un puñado más o menos amplio de cuartillas? En general, mi memoria suele conservar intacto aquel instante, sobre todo si se trata de los libros personalmente más apreciados. Juegos de amor y malquerencia, por ejemplo, nació completo, de golpe, cuando vi la foto de quienes luego serían los Tereseros; el embrión de Leyenda Morgan, mi más reciente libro, metáfora de la corrupción y la impunidad a la mexicana, fue engendrado mientras escuchaba una conferencia sobre derechos humanos. Parábola del moribundo tuvo su origen en un momento de desesperación, mientras pensaba cómo hacerle para arrimar más recursos a mi entorno familiar. Pensé en la desgracia de un escritor que, angustiado por la falta de oportunidades en su entorno provinciano, publica un anuncio en el periódico donde ofrece sus servicios de redactor a destajo. Nunca publiqué el anuncio y nunca lo publicaré, pero allí nació Santiago Macías, el poeta cuya historia empieza siendo un cuento sobre la supervivencia de la literatura en La Laguna; pasados algunos meses, aquel relato terminó convertido en una novela. Su borrador lo armé en 1999, así que tuve diez años para, de vez en vez, volver sin mucha convicción a esas cuartillas. Les metí un poco de mano cada dos o tres años, pero siempre terminaba por abandonarlas, por imaginar que en algunas vacaciones rearmaría todo el conjunto hasta dejarlo completamente acicalado.
Lo que pasó fue esto: muy poco después de escribir Parábola del moribundo, en 2000, me pegó una compulsión cuentística que sospecho jamás regresará. En efecto, de 2000 a 2005 escribí Las manos del tahúr, Ojos en la sombra, Polvo somos, Leyenda Morgan y otro libro de cuentos más (por ahora inédito). En suma, más de cuarenta cuentos pensados tal vez con excesivo y necio rigor formal. Eso me puso demasiado lejos el proyecto de Parábola del moribundo, pues frente a la rígida complexión que trataba de imprimirle a mis cuentos, la novela del 99 me parecía un mero ejercicio de vagancia narrativa.
Esto significa que Parábola del moribundo es, o vaya a ser cuando publicado esté, un libro anacrónico en mi producción. Nació cuando yo tenía tres libros publicados, pero estará en circulación, gracias al concurso Rafael Ramírez Heredia, luego de siete u ocho libros escritos y publicados con ulterioridad. Su estilo, sus preocupaciones, su percepción de la realidad y su tema son los de un escritor de treinta y tantos años, y aunque por estas fechas tengo oportunidad de maquillarlo y repeinarlo un poco, su base es inamovible y quedará tal y como fue parida.
Dije que, como todos mis relatos, Parábola… nació con la modesta aspiración de ser un cuento. Empecé, como empieza la novela, con mi personaje narrador contando que es poeta y que, tras pagar un miserable aviso clasificado en el periódico, le caen esporádicos clientes, entre ellos, Vicente Caballero, un setentón lleno de vitalidad, con lana y un apetito insaciable de mujeres. El descubrimiento de ese personaje provocó que el cuento quedara chico; sin premeditarlo, di con una pareja cómica cuyas andanzas me permitieron pespuntear del mundo emproblemado de Santiago al universo etílico-lúbrico-musical de Vicente, de la realidad culterana y pedante de Santiago a la barbarie ágrafa de Vicente, de las carencias de Santiago a los excesos tontos de Vicente. En el camino, Parábola… me permitió trabajar algunos subtemas de mi interés: la picaresca cultural, los límites del realismo en la literatura y la propuesta de una estructura narrativa que posibilitara ensamblar una novela dentro de la novela.
No seré yo el que diga que Parábola… es un libro escrito con flecos humorísticos, pues siempre suena grotesco que alguien declare tener capacidad para hacer reír. En su dictamen, los jurados (Eugenio Aguirre, Hernán Lara Zavala y Óscar de la Borbolla) advirtieron que este libro acusa un “discurso narrativo interesante y ameno que fluye sin tropiezos y que demuestra talento, ingenio y una dosis de humor y malicia por parte del autor”. Si es así, sospecho que no fue tan deliberado como parece; en todo caso, el humor, si lo hay, surgió de la conjunción de la pareja dispareja que habita todo el libro, del contraste marcado entre el joven lleno de libros y encierro y carencias y el viejo lleno de ingenuidad y vida y holgura de recursos. Todo fue dejarlos hacer, permitir que se movieran con libertad por la comarca lagunera, dejarlos entrar y salir sobre todo de aquellos sitios en los cuales Vicente Caballero está permanentemente al acecho de mujeres. La risa, si surge, se debe al hecho obvio de que ambos actúan movidos por resortes muy distintos, y al amargor de Santiago, quien narra las peripecias.
Cuando recién me anunciaron el premio, Karla Lobato, reportera cultural de La Opinión Milenio, me pidió un resumen. Mi respuesta es hoy la misma; para visualizar completo, de un jalón, todo Parábola..., sintetizo que la historia es, pues, muy sencilla: trata sobre un poeta de 33 años (la edad que más o menos tenía yo cuando la escribí) que vive en La Laguna y, por ello, hace alardes de ingenio para sobrevivir y mantener su vocación: corrige libros, imparte talleres, escribe reseñas e incluso desea escribir una novela, para ver si de allí sí obtiene algo. Ese poeta es pobretón, misántropo, resentido, culto y medio depresivo, y desde el primer capítulo traba amistad con un viejo de setenta años que jamás ha leído un libro pero tiene una enorme fuerza vital, pese a sus años, y es muy bueno para el trago y las mujeres, además de que tiene bastante plata. Narro sus andanzas por la noche lagunera, el disparate de su amistad, casi como si fueran el Quijote y Sancho al revés: el Quijote es el joven poeta y Sancho el viejo lúbrico, todo en un ambiente que me atrevo a considerar deudor de la novela picaresca española, que siempre ha sido una de mis principales pasiones como lector. Ahora bien, en medio de esas peripecias, como aderezo, la novela describe la odisea de ser escritor en La Laguna, el mundillo literario-periodístico local, las pequeñas mezquindades y ridiculeces que se dan por nuestro todavía evidente provincianismo.
o
Texto leído ayer en el teatro Ricardo Castro de Durango capital dentro del marco de la Feria Nacional del Libro Durango 2009.