El año pasado me entrevistó vía mail Elba Maceda Díaz. El tema fue mi novela Parábola del moribundo (México, 2009). No supe si el diálogo apareció en alguna parte o no. Aquí la reproduzco sólo para que no se quede en el archivo:
Desde su punto de vista como creador, ¿es
posible decir que en su novela Parábola del moribundo hay dos personajes
principales?
Sí,
es una dupla como tantas que ponen en relación personajes disímbolos. Se trata
de una vieja tradición, y su caso más célebre es, claro, el del Quijote y
Sancho. El cine mexicano explotó ese tipo de parejas, un sujeto supuestamente
serio y otro explícitamente risible como Tintán y Marcelo, Viruta y Capulina,
Manolín y Shilinsky.
En el caso de mi novela, obviamente el contraste se da en todos los sentidos:
edad, aspecto, profesión, visión del mundo, etcétera. Santiago es el serio y
Vicente el risible, así que ponerlos en acción al mismo tiempo es una anomalía.
Aunque los dos tienen parecida importancia, creo que el protagonista eje es
realmente el poeta, pues él es quien narra la historia.
¿De qué manera fueron tomando forma cada
uno de ellos?
Escribí
esa novela entre 1998 y el 2000. Creo recordar que Parábola… nació como un cuento en el que imaginé a un poeta de
provincia metido en la supervivencia. Por allí apareció Vicente y cuando los
puse a conversar noté que la historia de ese extraño encuentro daba para más.
Casi de inmediato supe que iban a ser muy contrastantes, y que era más fácil
que el poeta avanzara hacia la vacuidad del anciano que el anciano, por más que
lo intentara, se asentara en los intereses del poeta. En ese coctel se basa el
tono picaresco del libro.
Por decirlo de algún modo, ¿se peleó con
ellos para concebirlos, para llevarlos por el camino que usted quería?
Creo
que no reñí con los personajes sino que los dejé fluir. A más de quince años de
haber escrito las andanzas del dúo Santiago-Vicente, tengo el vago recuerdo de
que me divertí, de que no fue un libro de confección traumática.
¿Qué fue lo más difícil a la hora de darles
a Vicente Caballero Medina y a Santiago Macías sus respectivas personalidades?
No
calqué a nadie de la vida real, jamás lo hago. Lo que sí ocurre es que para
armar un personaje tomo rasgos, modos, actitudes de sujetos reales, empezando
por mí. Siempre pienso qué tipo de personaje necesito y poco a poco le voy
poniendo rostro, facha, actitud, todo. Eso pasó con Santiago y Vicente. Desde
el primer capítulo supe cómo iban a ser y lo que hice fue seguir la lógica de
sus personalidades.
¿Es usted Santiago Macías?
No,
ya lo dije. Ninguno de mis personajes soy yo. Ahora bien, algunos de sus rasgos
sí los tomo de mi manera de ser. Siempre tomo algo prestado de mí mismo para
armar a mis personajes, pero jamás me he copiado fotostáticamente.
El lector se asoma a la región de La Laguna
en sus letras. ¿Cuáles son sus motivaciones para hacerlo? Es decir, más allá de
lo obvio de saber que usted nació en aquella región y vive en ella.
El
noventa por ciento de las ficciones que he escrito se ubican en La Laguna. Lo
hago por comodidad descriptiva y porque
en el fondo no importa tanto el sitio donde se instalan las historias, sino el
ingrediente humano que contengan, su capacidad para insinuar asuntos universales.
Ahora bien, en un rapto de chovinismo puedo decir que me gusta que La Laguna
aparezca en mis libros, aquí nací, aquí vivo y con esta región tengo una
relación de amor-odio en la que por supuesto siempre prevalece el amor. Pese a
todo, quiero, amo a La Laguna.
Algún lector le comenta sobre manual o
libro de retórica que parece haber inserto en la novela (por supuesto es broma), ¿pero es –dígame usted- un juego que tiene con su lector?
Esta
novela es una novela que Santiago está escribiendo para ver si con ella gana
algunos pesos. También se trata de un viejo recurso narrativo. Lo que hice fue
un énfasis en la relación realidad-literatura: dentro de mi novela realista el
personaje reflexiona cómo entra la realidad a su libro. Es un tema que siempre
me ha interesado. Sé que muchos escritores y lectores están en contra del
realismo fotográfico, realismo que para mí es imposible, pues la realidad es
infinita y simultánea, y la literatura es finita y diacrónica. En la
literatura, por más realista que sea, siempre hay un componente subjetivo que
tijeretea, que altera, que deforma la realidad. O sea, no existe literatura
realista aunque la apellidemos así.
El Grudelp y los textos vueltos a recordar
o a insertar en la novela, son también parte de una intención de estilo, pero
¿han sido notados por los lectores?
En
Parábola... hay algunas alusiones a
textos reseñísticos, poéticos, e incluso sobre la novela misma. Su personaje
eje es un escritor, así que me pareció prudente que entre sus andanzas
aparecieran opiniones sobre la literatura y el mundillo literario/periodístico
en el que se desenvuelve.
¿Qué dijeron los miembros del jurado del
premio como el Rafael Ramírez Heredia (Eugenio Aguirre, Óscar de la Borbolla y
Hernán Lara Zavala)?
Resaltaron
sobre todo el humor y la fluidez de la narración. Me dio gusto leer ese
dictamen, pues es algo que traté de imprimir en el relato.
¿Cuáles fueron los argumentos para
otorgarle ese premio?
Esos,
precisamente. Creo que les agradó el ritmo de la novela y el sustrato entre
tristón e irónico que traté de convocar.
¿Cuál es su percepción de los índices de
lectura en Torreón, en su región?
No
son diferentes a los de otras regiones del país, es decir, son bajos. Creo que
ahora se lee más gracias a las redes sociales. Lo malo es que se trata de
esfuerzos de lectura muy ligeros y dispersos. Los mexicanos en general seguimos
algo lejos del libro.