Con
sólo ver su cara supe que Bruno me contaría algo malo. Pedimos dos Indios y
comenzó su relato. Me narró que en su trabajo hicieron un grupo de Whatsapp
para facilitar ciertos trámites, y que eso los mantenía ahora esclavizados a la
vigilancia del patrón. Por supuesto que seguían teniendo sus contactos
independientes, pero que el grupo se había convertido poco a poco en casi la
única vía de comunicación con todos los compañeros de la empresa. Ya no había
pues para dónde escapar. Ni en fines de semana ni en vacaciones podían huir de
las peticiones, las consultas, los encargos, y el patrón lo leía todo y se
había convertido en un carcelario de “panóptico”. No faltó entonces que
comenzaran las bromas, las directas y las indirectas contra el patrón. No en el
grupo del trabajo, claro, sino en otro abierto por un tal Baldemar. Allí, en el
grupo de ese tipo, fueron apareciendo mensajes cada vez menos sutiles de rechazo
a la figura del patrón y a sus excesos persecutorios. En total eran seis los
que participaban del juego. Bruno me dijo que él fue el último “agregado” a la
conversación, y cuando lo incluyeron se tomó el cuidado de leer lo que
previamente habían escrito los demás. Se mofaban sobre todo de la calvicie del
viejo, de su voz aflautada y de sus pantalones “sin nalgas”. Mi amigo Bruno
tuvo el cuidado de no sumarse de inmediato, de medir con un poco más de cautela
hasta dónde llegaban los compañeros. Una semana después decidió añadir un
comentario ni más ni menos cargado que los demás. Todos escribieron un
“jajajaja” solidario y entonces Bruno agarró confianza, tanta que en lo
sucesivo fue uno de los animadores más entusiastas del pitorreo. Me informó que
pasaban dos o tres días en silencio, sin actividad, y que sólo bastaba un
comentario para que todos comenzaran una breve granizada de bromas que de
alguna manera desahogaba la presión impuesta por el jefe. Todo anduvo bien
hasta esta mañana. En el semáforo, apurado por llegar al trabajo, Bruno se sumó
a una tanda de bromas. Apagó el celular. Luego, en otro semáforo, añadió una
más, pero al llegar a la oficina vio que se había equivocado de grupo. El jefe
andaba de viaje, pero le escribió directamente: “El lunes platicamos, Bruno”.