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miércoles, mayo 21, 2025

A nadie se le niega un tinaco de agua


 








Como todo mundo no sabe, vivo en el suroriente de la ciudad, quizá una de las zonas más abandonadas del municipio si la comparamos con las del nororiente, el sector que abraza a las colonias donde vive la gente que sí merece ser bien atendida dado que pertenece a nuestra pequeña oligarquía lechera. De todos modos no es tanta la diferencia, pues es un hecho que, salvo las ínsulas pudientes, toda la ciudad y sus alrededores tienen como rasgo más visible el caos, una falta de planeación que difícilmente se resuelve con giros viales y demás improvisaciones postcolapso.

Además de otros rezagos, la zona suroriente padece el del suministro de agua. No digo nada nuevo, nada que no sepa toda la población. Sé que la escasez del “vital líquido” —como decían los viejos periodistas alarmados por no tener un sinónimo para “agua”, que no lo tiene, así que el sinónimo de “agua” es “agua”— es generalizada, pero se agudiza en unos puntos más que en otros. En el que resido, supongo, es de los que más sufren este horror. Apenas llega el calor, que como sabemos en nuestra región tiene la capacidad hasta de matar, el agua se nos esconde y tenemos que cazarla sin descanso. La zozobra ante su falta es el pan de cada hora, no de cada día.

Para medir la inquietud que produce su escasez y a veces su plena carencia, basta asomarse a un recurso de moda en nuestra época: los grupos de whatsapp generalmente armados por quienes viven en colonias cerradas. El intercambio de mensajes es frenético, y como pasa en un medio fácil de emplear y muy inexpresivo pese a todo, el cruce a veces se torna ríspido y lleno de preguntas y respuestas sin orden ni concierto, un claro síntoma de la desesperación en la que cae cualquier ciudadano cuando ve que no hay agua ni para lavar un plato.

Porque lo sabemos, es innecesario subrayar la importancia del agua en cualquier lugar y momento, tanto que hasta la fecha no existe civilización humana que no se haya formado cerca de ríos o veneros cuya munificencia es la base de toda sociedad. En Torreón, muchas colonias, como la mía, sobreviven condenadas a la preocupación, al miedo de no tener el bien básico para la existencia. Algo tendrán que hacer nuestras autoridades en un futuro ya muy próximo. A nadie se le niega un tinaco de agua.

miércoles, junio 28, 2023

Sin agua









El problema de escasez de agua en Torreón es sumamente grave, tanto que ya es hora de que las autoridades lo tomen en serio y para venideros años traten de evitar, ya sin postergaciones, ya sin demagogia técnica, el sufrimiento de la ciudadanía.

Todavía estamos montados en el mes más caluroso del año, aunque al parecer ha pasado lo peor: han sido dos semanas para recordarlas con tristeza, pues sin misericordia nos pusieron frente a varios días consecutivos con temperaturas máximas ubicadas arriba de los 40 grados. Como ya no hay indicios de que en el futuro tengamos una realidad climática algo menos dura, es imperativo que desde hoy se tomen precauciones para que no falten el agua y la electricidad, dos recursos indispensables en todo momento, pero más en las temporadas de torridez como la que recién cruzamos y de la cual, de hecho, aún no salimos, aunque es cierto que ya pasó lo más difícil.

No fueron, ni son todavía, pocos los reclamos de la ciudadanía que padece escasez de agua. Se sabe que muchas zonas de la región han estado sometidas a un suministro de agua mínimo y además breve, de una o dos horas diarias de flujo, lo que sin duda trastorna la vida. Hay que insistir en esto: sin agua es imposible maniobrar, sacar adelante la existencia sin un alto costo físico y emocional. Sólo quien ha visto vacíos los depósitos de su casa, sólo quien ha estado muy temprano a la expectativa para verificar si hay presión, sólo quien se ha bañado con media cubeta o ha resistido al equipo de refrigeración sin agua sabe a lo que me refiero en esta reiterada alerta. Sencillamente es imposible vivir, sortear las tareas cotidianas sin la sombra de malestares variados y tenaces.

¿Será posible algún día tener garantizado el suministro de agua en La Laguna? Me refiero a un suministro digno, permanente y democrático, no al esporádico y fugaz chorrito que flagela a muchas colonias laguneras. Recuerdo que hace años se discutía sobre el futuro y se planteaba que nuestra región estaba en riesgo de vivir sometida a la más severa falta de agua. Pues bien, aquel futuro ya es presente. Estamos al borde del colapso si no es que ya muchos sectores de la comunidad aterrizaron en él. Como dicen, la solución no era para mañana: urge para ayer.


miércoles, septiembre 29, 2010

Mínima ciudadanía



Hace dos meses me volaron el medidor del agua. Por supuesto, fui a Simas con la angustia al hombro y pensé que allí solucionarían mi problema. La respuesta fue que no tenían respuesta. Un joven descortés, recuerdo, sólo me dijo al teléfono que no había medidores, que por mientras pusiera el agua “directa” y cuando fueran a instalarme el nuevo medidor cargarían el cobro a mi recibo. He estado esperando ese cobro, para no pagarlo, pues si me robaron el medidor no fue mi culpa. En fin. El caso es que pagué un plomero para que hiciera la conexión directa y así duró dos meses. Ayer, el tubito desapareció y volví a solicitar los servicios del plomero. En resumen, una linda historia: “El cuento del ciudadano que cada dos meses se quedaba sin agua y tenía que contratar un plomero mientras a la empresa de aguas le llegan nuevos medidores”. Narro esta pequeña vicisitud porque en ella late la noción de ciudadanía.
Creo que moriré sin entender la falta de sentido común frente a la convivencia. Si algo me puede (“me puede”, qué hermosa expresión popular para decir “me preocupa”) en este sentido, es ver el desdén olímpico con el que tratamos a los ciudadanos con los que convivimos. En casi todo se manifiesta una irrespetuosidad digna de horror, como el desdén del joven telefonista de Simas que simplemente me mandó al carajo en un momento en el que cualquier ciudadano se siente agraviado (por el robo) y en apuros (por la falta de agua). En vez de tranquilizarme, respondió fulminante, imperativo: “Póngala directa”. Así que enfatizo: en casi todos lados vemos esa falta de sentido común para comportarnos frente al otro.
No vivo en una colonia cerrada y todos los malditos días soy testigo y víctima de infamias-hormiga: los paseantes mañaneros que sacan a sus perros y con toda tranquilidad permiten que se caguen en mi vapuleado jardincito; los transeúntes anónimos que sin empacho dejan bolsas de basura en mi canasta de la ídem; los repartidores de publicidad que me dejan cinco anuncios con la misma oferta. Eso por mencionar sólo a los que deambulan fuera de la casa. Más allá, todo empeora. Los gestos de nula urbanidad se multiplican como chancros a medida que uno recorre la ciudad y no hay pastillas de Dalai que sean capaces de calmar la rabia ante lo que se puede ver por todas partes.
Sin autopiropos, simplemente porque soy conciente de algunas reglas básicas para convivir en la urbe, puedo afirmar que no tiro chicles en las calles, no tengo mascotas y por lo tanto no recojo sus heces, no tiro basura en el espacio público, cuido el agua, uso cinturón de seguridad, respeto al peatón y los señalamientos viales, no conduzco ebrio, cuido el mobiliario urbano, no grafiteo, respeto los lugares reservados para personas con discapacidad, mujeres libres de violencia sexual en el transporte y vía pública. ¿Esto significa que soy buen ciudadano? Creo que para serlo hace falta una escalera más grande y otra chiquita, pero según el decálogo de ciudadanía propuesto por el Gobierno del Distrito Federal, quien acata los diez flamantes mandamientos de la ley de Marcelo está en posición de tenerse por buen ciudadano.
Atender el decálogo me parece lo más simple que uno puede hacer en la ciudad, pero asombrosamente hay, como digo, miles de ciudadanos a los que les importa un pito alguno o varios ítems de tabla marcelina. Por eso subrayo el poco o nulo sentido común de los vecinos que, por ejemplo, tienen uno o hasta dos o tres perros y los sacan a pasear/mear/cagar sin importar qué suelo infesten. O la poquísima madre de algún campechano caminante que va engullendo unas papitas y cuando termina simplemente arroja el celofán a cualquier parte.
No tirar el chicle en las calles; recoger las heces de las mascotas; no tirar basura en el espacio público; cuidar el agua; usar el cinturón de seguridad; respetar al peatón y los señalamientos viales; no conducir en estado de ebriedad; cuidar el mobiliario urbano; no pintar ni grafitear lugares públicos y privados; espetar espacios reservados para personas con discapacidad, ancianos o mujeres con niños. Tal es el decálogo propuesto a los ciudadanos del DF. Parece poco, pero si lo acatáramos tal vez gozaríamos, como dice Spota, casi el paraíso.