Este pequeño puente nació cuando encontré que entre las
páginas de cierto libro viejo se ocultaba un poema tecleado con cinta roja en
máquina eléctrica. Su título es “Nocturno y elegía”. Pensé que el autor podía
ser un antiguo propietario del libro, pero al googlear el primero de los versos
supe que lo había escrito Emilio Ballagas, cubano del que sólo tenía noticia
gracias a la antología Laurel publicada
por la editorial Séneca en 1941 con prólogo de Xavier Villaurrutia (que tengo en la edición de Trillas y suma un epílogo de Octavio Paz).
Ballagas nació en Camagüey, en 1908, y murió en el 54,
apenas un año después del Asalto al Cuartel Moncada. Su semblanza deja ver que
produjo varios libros y fue apreciado por escritores importantes de su
generación. Tuvo amistad cercana con Eliseo Diego, Cintio Vitier y Fina García Marruz, y al
calor de su temprana muerte Alejo Carpentier le dedicó una elogiosa nota
necrológica.
Al leer el poema anónimamente transcrito encuentro que su
tema se ajusta al planteo de la primera de las doce estrofas: “Si pregunta por mí,
traza en el suelo / una cruz de silencio y de ceniza / sobre el impuro nombre
que padezco. / Si pregunta por mí, di que me he muerto / y que me pudro bajo
las hormigas. / Dile que soy la rama de un naranjo, / la sencilla veleta de una
torre”.
Ahora bien, aquel poema me recordó, como un eco, “Alta hora
de la noche”, del salvadoreño Roque Dalton (1935-1975). En este segundo caso,
la idea es parecida: anularse en el ser amado tras la muerte. Dice: “Cuando
sepas que he muerto no pronuncies mi nombre / porque se detendría la muerte y
el reposo. / Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos, / sería el tenue
faro buscado por mi niebla. / Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas. /
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta. / No dejes que tus labios hallen
mis once letras. / Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio. / No
pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto: / desde la oscura tierra
vendría por tu voz. / No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre. / Cuando
sepas que he muerto no pronuncies mi nombre”. Cortázar (con su erre
afrancesada) y el grupo chileno Illapu alguna vez lo grabaron.
¿Conoció Dalton el poema de Ballagas? Seguramente sí, pero da igual si no. Ambos poetas izaron con sencillez y belleza el tremendo sentimiento de ya no-ser como definitiva conclusión de todo, incluido lo más doloroso: el amor.