No nos veíamos hace muchos kilos. La última vez que platicamos fue de casualidad; aquello ocurrió en la central camionera de Chihuahua, donde en el andén cruzamos unas cuantas palabras y quedamos de escribirnos en alguna ocasión. Eso nunca ocurrió. Para entonces él trabajaba en comunicación social de la Conagua chihuahuense; yo, creo, seguía con las clases de periodismo y literatura en la UIA Laguna que campechaneaba con la edición de periodismo cultural. Eran mis tiempos de noviazgo, la vida me entusiasmaba como a un chamaco y recuerdo que hasta ahorraba para casarme como ordenaban los cánones civiles y religiosos. Estoy hablando tal vez del 95, poco más o menos.
Los años corrieron y le perdí la pista a Hamlet Murillo, que es el cuate al que me estoy refiriendo. Hamlet, como lo conocemos a secas quienes los conocemos, es hermano de Prometeo, periodista-diseñador, y Adela, fotógrafa que por cierto vive en Londres. Estudió comunicación en el Iscytac, y luego de chambear un tiempo en México decidió poner un océano de por medio para avecindarse en Barcelona, donde ha trabajado en todo para mantener estable su permanencia allá. Gracias al manejo del inglés, Hamlet ha podido vincularse al mundo de la hotelería, donde actualmente trajina.
Este viejo amigo lagunero está de nuevo, brevemente, en La Laguna. Viene a rehidratar un poco su vivencia irritila y a tramitar un asunto académico que le servirá para homologar sus papeles universitarios mexicanos con los españoles.
Ayer viernes cumplimos con el más apreciable ritual de la cultura del reencuentro en La Laguna: fuimos a la botana. Estuvimos allí, entre cervezas y cacahuatitos, Prometeo, Hamlet, Raymundo Tuda y el de la voz. La charla discurrió, obviamente, por las andanzas hamletianas en Europa. Como era de esperarse, luego de una década en aquellas tierras viene espeso de anécdotas. Mujeres, paisajes, culturas, problemas de vida cotidiana volaron en torno de la mesa de cantina. En todos los casos palpitó la alegría de Hamlet al reproducir sus vivencias. No fueron escasos, por cierto, sus elogios a la belleza femenina de aquel caleidoscopio racial; buenos mexicanos al fin, laguneros aterrados para mayores señas, oímos con placer aquel agitado itinerario que lo mismo nos paseó por las diversas manifestaciones de la mafiosidad cosmopolita afincada en cataluña que por las asombrosas peripecias del desenfado sexual que se maneja por allá y es la envidia de los machos de por acá.
La conversación no bajó de sabor durante cuatro horas, una de las cuales aproveché para despachar estos apurados párrafos con sabor a chela y amistad, pues por más que rogué no me dejaron escapar para cumplir con mis obligaciones rutanorteñas (y en la lap de Hamlet, pues la mía se echó ayer). Dos impresiones, en fin, me dejó reanudar lazos con este trotamundos lagunero: que hay culturas donde se respira un aire de libertad plena (sobre todo vinculada a ciertos temas) y que pese a la belleza y la riqueza de lo europeo un mexicano puede volver sin acento luego de una década, usando los mismos modismos y las mismas muletillas de los amigos que vemos en nuestro rancho todos los días.
Ojalá Hamlet no tarde otros diez años en volver. Bienvenido cuando quiera.
Los años corrieron y le perdí la pista a Hamlet Murillo, que es el cuate al que me estoy refiriendo. Hamlet, como lo conocemos a secas quienes los conocemos, es hermano de Prometeo, periodista-diseñador, y Adela, fotógrafa que por cierto vive en Londres. Estudió comunicación en el Iscytac, y luego de chambear un tiempo en México decidió poner un océano de por medio para avecindarse en Barcelona, donde ha trabajado en todo para mantener estable su permanencia allá. Gracias al manejo del inglés, Hamlet ha podido vincularse al mundo de la hotelería, donde actualmente trajina.
Este viejo amigo lagunero está de nuevo, brevemente, en La Laguna. Viene a rehidratar un poco su vivencia irritila y a tramitar un asunto académico que le servirá para homologar sus papeles universitarios mexicanos con los españoles.
Ayer viernes cumplimos con el más apreciable ritual de la cultura del reencuentro en La Laguna: fuimos a la botana. Estuvimos allí, entre cervezas y cacahuatitos, Prometeo, Hamlet, Raymundo Tuda y el de la voz. La charla discurrió, obviamente, por las andanzas hamletianas en Europa. Como era de esperarse, luego de una década en aquellas tierras viene espeso de anécdotas. Mujeres, paisajes, culturas, problemas de vida cotidiana volaron en torno de la mesa de cantina. En todos los casos palpitó la alegría de Hamlet al reproducir sus vivencias. No fueron escasos, por cierto, sus elogios a la belleza femenina de aquel caleidoscopio racial; buenos mexicanos al fin, laguneros aterrados para mayores señas, oímos con placer aquel agitado itinerario que lo mismo nos paseó por las diversas manifestaciones de la mafiosidad cosmopolita afincada en cataluña que por las asombrosas peripecias del desenfado sexual que se maneja por allá y es la envidia de los machos de por acá.
La conversación no bajó de sabor durante cuatro horas, una de las cuales aproveché para despachar estos apurados párrafos con sabor a chela y amistad, pues por más que rogué no me dejaron escapar para cumplir con mis obligaciones rutanorteñas (y en la lap de Hamlet, pues la mía se echó ayer). Dos impresiones, en fin, me dejó reanudar lazos con este trotamundos lagunero: que hay culturas donde se respira un aire de libertad plena (sobre todo vinculada a ciertos temas) y que pese a la belleza y la riqueza de lo europeo un mexicano puede volver sin acento luego de una década, usando los mismos modismos y las mismas muletillas de los amigos que vemos en nuestro rancho todos los días.
Ojalá Hamlet no tarde otros diez años en volver. Bienvenido cuando quiera.