viernes, enero 22, 2010

Una de cal



Si es cierto lo que afirma Daniel Goñi, presidente nacional de la Cruz Roja Mexicana, nuestro país es un país indigerible a la primera. Por eso quizá es de los pocos con una literatura tan amplia sobre su ser nacional, esa literatura sociológico-antopológico-filosófica que alguna vez dio origen a una colección especializada cuyo nombre no deja dudas al respecto: México y lo mexicano, que editó Porrúa y Obregón en los cincuenta. La coordinó Leopoldo Zea, y en ella cupieron numerosos estudios que trataron de desentrañar, con muy diversos enfoques, qué diantre es esta extraña cosa llamada México.
Goñi ha declarado que a pocas horas de que concluya el acopio de productos con ayuda humanitaria para Haití, los mexicanos han roto su récord en esta materia, pues hasta ese momento llevaban casi tres mil toneladas de todo lo que se pide en estos casos: víveres, material para curación, agua.
Así, México demuestra que sabe cerrar filas cuando ve desvalidos. De hecho, la dadivosidad del pueblo mexicano parece un timbre de su personalidad, como si adrede estuviera hecho para dar la mano cuando advierte que el otro no tiene ni en qué caerse muerto, frase que por cierto es mexicanísima y expresa mejor que ninguna la pobreza extrema: alguien está tan mal en lo económico que no tiene ni en qué depositar sus huesos. Haití es, en los días que corren, ejemplo terminal de desvalidez. Los sismos que lo acaban de azotar fueron una cortina que se corrió para que el mundo viera, en vivo y a todo color, el dramón de la miseria más miserable que arrastrarse pueda en el reino de este mundo. Si de por sí la nación caribeña era paradigma de país menesteroso a fuerza de gobiernos títeres e históricas sangrías trasnacionales, los terremotos terminaron por dar al traste con esa endeble economía; para usar una abominable metáfora taurina, fueron la puntilla, una puntilla tan dolorosa que por ello removió la compasión mundial que en México se ha manifestado de manera asombrosa: tres mil toneladas de productos en poco más de una semana.
Los mexicanos, tan criticados y autocriticados en general por tantos defectos, no tienen el de la mezquindad cuando es necesario ser un poco generosos. Es una de cal por las muchísimas de arena que nos cuelgan y nos colgamos. Empero, no debemos pensar que por esos gestos urgentes e indoloros estamos ya del otro lado y somos ciudadanos de primera. La cooperación en casos de desastre, para los haitianos o para quien sea, es bienvenida y encomiable, pero de poco sirve si no va acompañada de una reflexión más o menos permanente en la conciencia del ciudadano: en qué medida hacemos algo firme para mejorar lo que somos como grupo. ¿Leemos, criticamos, participamos en algún partido o asociación, inculcamos en nuestros hijos el cada vez más caduco concepto, aunque siempre pertinente, de “hacer patria”? ¿En qué medida nos creemos agentes de algún cambio benéfico, por mínimo que sea, del espacio físico y espiritual en el que vivimos?
México es generoso, sin duda. Pero ojo: una dádiva no hace verano. Hay que hacer siempre más, mucho más, por Haití, por nosotros, por todos.